Mario Carlón es una figura destacada en el campo de los estudios sobre mediatización y circulación del sentido. Sus investigaciones han aportado una perspectiva innovadora y profunda sobre las transformaciones que ha experimentado la sociedad contemporánea, especialmente en relación con la emergencia de las redes sociales mediáticas y los nuevos actores/enunciadores que han surgido gracias a ellas. La relevancia de su trabajo radica en su capacidad para analizar y conceptualizar estos fenómenos desde un enfoque multidisciplinario, que combina la semiótica, la comunicación y la teoría social.
A lo largo de su trayectoria académica, Carlón ha desarrollado conceptos clave. Uno de ellos es Primera fase de la contemporaneidad, término que señala el inicio de una nueva era caracterizada por la fragmentación de Internet, la personalización de los contenidos y la crisis de los medios masivos tradicionales. Sus reflexiones sobre el presentismo expandido y la coexistencia de miles de millones de actores/enunciadores conectados en tiempo presente han contribuido a comprender mejor la naturaleza de la sociedad hipermediatizada en la que vivimos.
Además, las recientes indagaciones de Carlón sobre la posible emergencia de una Segunda fase de la contemporaneidad, impulsada por los algoritmos y la inteligencia artificial (IA), abren nuevas vías de investigación y plantean desafíos para los estudios sobre la memoria y la construcción de imaginarios históricos en la era digital. Su capacidad para identificar y analizar estas transformaciones lo convierte en un referente indispensable para quienes buscan comprender las complejas dinámicas de la comunicación y la cultura en el siglo XXI.
JACOB BAÑUELOS CAPISTRÁN (J.B.C.) & LETICIA RIGAT (L.R.): En los últimos años has desarrollado fecundas investigaciones sobre la contemporaneidad y la sociedad hipermediatizada. ¿Cuáles consideras que son las principales características de la sociedad contemporánea inmersa en plataformas con base en Internet en la que coexisten los medios masivos?
MARIO CARLÓN (M.C.): La dominancia de los medios masivos durante parte del siglo XIX y en el siglo XX, hasta la primera década del siglo XXI, fue enorme. Esa cultura mediática no sólo influyó a quienes se asumieron acríticamente como sus consumidores, sino también a todo lo que se le resistió, empezando por importantes segmentos de la filosofía, el arte y la cultura, además de las ciencias sociales. Por eso pienso que la diferencia entre modernidad y posmodernidad, al margen de lo apasionantes que fueron sus debates, no es comparable con la emergencia y las transformaciones de la contemporaneidad, a la que ubico, en función del enfoque que he asumido cuando me refiero a este tema, en la primera década del siglo XXI. La reflexión sobre la posmodernidad se dio en el mismo contexto en el que se desarrolló la modernidad de los medios masivos: no hay que olvidar aquí que hasta ese momento histórico seguían reinando en la circulación pública del sentido los discursos producidos por los medios y las instituciones, y que aún se pensaba que se podían distinguir lo público, lo privado y lo íntimo mediatizado que estructuran la vida social, al igual que los tiempos del ocio y el del trabajo, de modo semejante al modo en que esas dimensiones se habían establecido en la modernidad debido al trabajo conjunto de múltiples instituciones. Por entonces existían nítidas diferencias entre los tiempos del ocio y los del trabajo, en cuya delimitación los medios masivos ocupaban un lugar muy importante junto con otras instituciones, como las educativas, dado que programaban desde la oferta la vida social, como muy bien destacó en su análisis de la televisión Eliseo Verón (2009).
En la primera década del siglo XXI, con la expansión de la digitalización y la convergencia tecnológica, se instalaron una serie de procesos que nuevamente presentaron importantes tensiones entre sí y reconfiguraron la situación, definiendo lo que llamamos una Primera fase de la contemporaneidad. Uno de ellos es la emergencia de Facebook (2004-2005), Youtube (antes de que lo comprara Google y lo broadcastizara, es decir, en la época del Broadcast Yourself, 2005) y Twitter (2005). La emergencia de este tipo de redes sociales mediáticas, que son de producción y de circulación del sentido más que de intercambios de bienes y servicios (Uber, Pay-pal, Mercado Libre, etcétera), establece una fragmentación de Internet en islas corporativas, es decir, las llamadas aplicaciones, junto con el inicio de la personalización, como sostiene en The filter bubble (El filtro burbuja) Eli Pariser (2017), quien expuso un análisis que desencadenó importantes estudios sobre ciertos efectos de los algoritmos (del mismo modo que este tipo de análisis llevó a pensar en cómo las lógicas comerciales influían en la polarización política, como sostuvo Ernesto Calvo (2015) en su análisis del tuit #Nisman a través de la teoría de la cámara eco). Esta conceptualización se expande, por sobre todo desde el influyente campo de análisis de la cibercultura, que comienza a advertir, de modo apocalíptico, comprensiblemente, el fin de Internet como un proyecto utópico y emancipador, horizontal y democrático.
Asimismo, es interesante registrar que, casi en paralelo, sucede la emergencia de estudios que comienzan a enunciar la crisis de los medios masivos, y no sólo advierten sobre caídas en las audiencias tradicionales, que con el tiempo se van a volver dramáticas, sino que ponen acento en la crisis de la programación desde la oferta de la vida social, con todo el peso que esta cuestión tiene en la estructuración de los tiempos del ocio, del trabajo y de la vida cotidiana -programas de la tarde para “amas de casa”, del prime time con ofertas de información y entretenimiento, etcétera-. Pensemos bien a qué nos referimos, porque tendemos a olvidarlo: a la crisis de medios que, con sus mediciones de audiencia, investigaciones cuantitativas, focus groups, determinaciones de nichos de mercado, entrevistas personalizadas y estrategias de márketing, entre otros recursos, habían incidido en todos los aspectos de la vida social, principalmente durante los últimos sesenta años, desde la consolidación de la televisión en adelante. Es decir que no sólo hablamos de programación de la vida social desde la oferta sino también de un conjunto de dispositivos de acumulación de saber de las instituciones mediáticas que actuaban sin que los consumidores fueran necesariamente conscientes de ellos. Esto muchas veces se olvida: tiende a creerse que lo que sucede ahora con los algoritmos y su poder en la mediatización profunda es algo totalmente nuevo. De ningún modo digo que son procesos idénticos, porque no lo son, dado que no son lo mismo estos saberes que lo que André Lemos (2019) llama PDPA -plataformas, dataficación y performatividad algorítmica-, pero me parece interesante recordar el poder que tenían estas instituciones cuando nos referimos a la crisis de los medios masivos.
J.B.C. & L.R.: ¿Qué diferencias destacarías respecto a otros tiempos más ligados al sistema mediático basado en el sistema broadcasting y las grandes instituciones mediáticas?
Pensemos en una fecha muy interesante: 2009 sería, según Pariser (2017), es el año del fin de Google standard, es decir, el del inicio de la personalización. Ese mismo, junto con Carlos A. Scolari, y bajo la importante influencia de Verón, publicamos El fin de los medios masivos. El comienzo de un debate (Carlón & Scolari, 2009), mientras que en el campo académico anglosajón autores como Elihu Katz también se estaban preguntando si la televisión estaba muriendo). Todo este conjunto de macro-procesos en tensión, que habitualmente no son puestos en relación entre sí, en mi opinión, reconfiguran el escenario y se constituyen en un momento histórico específico, de emergencia de la contemporaneidad, para los estudios sobre mediatización y circulación del sentido.
Pero siempre he creído que si se atiende solamente a estos procesos resultaría insuficiente. Porque para entender ese momento histórico hay que conceptualizar otros elementos emergentes que tienden a ser subestimados, pero que estructuran la constitución de una sociedad contemporánea en la que hay más de un sistema mediático y en la que otros actores/enunciadores -ya no sólo institucionales- comienzan a transformar, gracias a los discursos que comparten, la circulación pública, privada e íntima del sentido. Es decir, se estructura una sociedad hipermediatizada e hipersemiotizada sometida a un constante proceso de hipermediatización.
La emergencia de estos actores/enunciadores que administran sus propios medios de comunicación en las redes sociales mediáticas (corporativas) y que, además, operan con otras lógicas, es de gran importancia porque con sus prácticas de producción y de apropiación del sentido mediatizado transforman su relación con los otros y consigo mismos. Visto desde este ángulo lo esencial de las redes sociales mediáticas no es tanto su estatuto de corporaciones (este aspecto siempre hay que explicarlo, muchas veces cuando se ven los gráficos con los que trabajamos se cree que al ubicar a estos medios de medios en la zona con base en Internet nos estamos refiriendo a ellas), sino que habilitaron nuevos medios de comunicación (esta conceptualización viene siendo lateralizada por muchos estudios que, aunque no lo digan, siguen pensando a los medios a partir de su reconocimiento como instituciones) gracias a los cuales cualquier individuo y/o colectivo orgánico, finito, se encontró con la posibilidad de generar flujos de sentido que pueden escalar a los medios masivos (por ejemplo, las punto.com, en las que trabajan los periodistas profesionales) o ser retomados desde el Underground (es decir, en Whatsapp, en los chats de Instagram, etcétera). Tiende a minimizarse este aspecto, porque muchas veces esos flujos de circulación del sentido los generan individuos amateurs, pero es un error no tenerlo en cuenta porque frecuentemente esos flujos generan controversias centrales para comprender el funcionamiento de la agenda publica, construyen colectivos sociales (#NiUnaMenos, en Argentina, por ejemplo, comenzó con un diálogo en Twitter) e, incluso, de su acción se deriva la transformación de las normativas existentes que nos afectan a todos (como sucedió, también en Argentina, con el “caso” Justina Lo Cane, cuyo efecto fue la Ley Justina por la cual todos pasamos a ser donantes de órganos, o la ley sobre femicidios, consecuencia en parte de #NiUnaMenos).
J.B.C. & L.R.: ¿Y en esos flujos del sentido cómo opera el estadio de mediatización profunda que se vive actualmente?
M.C.: Eso es algo que tampoco se dice con frecuencia, que ese tipo de generación de flujos de sentido son posibles de hacer, también, gracias al trabajo de los algoritmos, que con sus notificaciones y sugerencias automáticas ayudan a los actores/enunciadores emergentes a vincularse con otros y a construir colectivos sociales. Porque los algoritmos si bien están al servicio de las instituciones, el Estado y las corporaciones, como explica Kate Crawford (2022), no sólo “trabajan” para ellas: también conectan a otros actores/enunciadores -desde individuos a movimientos sociales- mientras se mantengan dentro de sus marcos corporativos. Es decir que nos encontramos inmersos en una red semiótica que no sólo está estratificada en distintos sistemas (al margen de que permanentemente estén haciendo actualizaciones que hay que atender), sino en la cual interactúan constantemente actores humanos y no humanos. Este es otro motivo, si hacía falta alguno, para entender que necesitamos análisis no antropocéntricos. Ya necesitábamos este tipo de análisis en la era de los medios masivos, como traté de demostrar en Después del fin. Una perspectiva no antropocéntrica sobre YouTube, el post-cine y la post-tv (Carlón, 2016), básicamente porque los dispositivos de los medios masivos, derivados de la Revolución Industrial, son de registro automático. Ahora lo necesitamos mucho más para comprender los ambientes generados por las redes sociales y los algoritmos basados en inteligencia generativa.
Entonces, volviendo a la pregunta, me gustaría expresar que actualmente estoy tratando de conceptualizar mejor ese momento de emergencia que acabo de esbozar, y que he comenzado a preguntarme si no constituye, en comparación a un conjunto de procesos actuales, una Primera fase de la contemporaneidad. Es una pregunta de trabajo, una tesis reciente. Y hay aquí dos cuestiones que deseo agregar.
Por un lado, que la emergencia de la contemporaneidad en la primera década del siglo XXI es producto de la articulación sistémica de un conjunto de transformaciones que se producen en simultáneo respecto a la modernidad/posmodernidad en los cuatro campos de análisis a los que atiendo en estos estudios: semiosis, mediatización, actores/enunciadores y circulación del sentido -intenté hacer una síntesis de estas cuestiones en el artículo Bajo el signo del presentismo: mediatización, cultura y sociedad contemporánea (Carlón, 2017).
Por otro lado, que estos cuatro cambios deben pensarse en relación con otro, que es la emergencia de un nuevo régimen de historicidad que según Francois Hartog (2007) surge en la posmodernidad, que es el presentismo. La tesis de Hartog dice que en los años 80, es decir, en plena posmodernidad, emerge un nuevo régimen histórico, el presentismo, que instala una crisis del tiempo y transforma las relaciones entre pasado, presente y futuro, que se resignifican. Lo que he sostenido es que cuando se instala definitivamente el proceso de la hipermediatización, cuyo resultado es que vivimos en una sociedad hipermediatizada, en la que hay más de un sistema mediático, y los actores/enunciadores comienzan a gestionar sus propios “medios de comunicación” en los primeros años del siglo XXI, ese presentismo cambia de estatuto porque pasa a ser enunciado por actores/enunciadores orgánicos mediatizados -llamé a este fenómeno presente expandido (Carlón, 2014). El presente cambia de escala, se mediatiza y se globaliza. Emerge entonces incluso una noción de actualidad que ya no es la de los medios masivos: es la de lo que están viviendo los colectivos y los individuos, que se refieren a la actualidad, pero también a sus vivencias, sus sueños, sus dolencias, sus felicidades y sus dramas -recomiendo un gran texto de Fernando Andacht (2017) titulado Tiranos temblad: Signos paródicos para una comunidad latinoamericana imaginada).
La contemporaneidad tiene sus antecedentes, como ha indicado Armando Silva (2023), y tiene a sus fundadores (Charles Peirce y Erving Goffman, como sostiene Andacht (2023); y yo mismo he reflexionado sobre las operaciones que instaló Duchamp - como apropiación e intervención- y su influencia sobre la cultura mediática contemporánea), pero para los estudios sobre mediatización y circulación ese momento histórico no puede pasar desapercibido. Porque si uno de los sentidos de la contemporaneidad es la coexistencia o copresencia, en la primera década del siglo XXI miles de millones de actores/enunciadores se conectan en tiempo presente entre sí y ponen sus discursos a circular. No había sucedido antes en la historia de la humanidad.
J.B.C. & L.R.: A partir de lo recorrido, ¿qué es lo que debería entenderse por Segunda fase de la contemporaneidad y cómo afectaría, particularmente, a la producción visual?
M.C.: La pregunta acerca de si no estamos ingresando en una Segunda fase de la contemporaneidad he comenzado a pensarla hace poco. Aún no he escrito sobre ella, apenas si empecé a enunciarla en dos ponencias que realicé en Congresos a los que asistí este año1, pero con gusto intentaré responder algo.
Surge de una serie de observaciones respecto de cambios que están aconteciendo que me hicieron pensar, en primer lugar, que hubo una Primera fase. Tengo la impresión de que aunque mucho de esa Primera fase aún perdura, se está desplegando una nueva “crisis del tiempo” en la que, otra vez, las relaciones entre presente, pasado y futuro se están reconfigurando. Algo de esto está dicho en el final de “Hipermediatizacion y circulación del sentido en los acontecimientos contemporáneos” (Carlón, 2023), un artículo que es resultado de la investigación que hicimos con el Proyecto UBACYT “La mediatización en el entretejido de los vínculos sociales. Cambios en la circulación del sentido a partir de la nueva mediatización de individuos, colectivos, medios e instituciones en la sociedad contemporánea” (2018-2022). Allí planteo que tenemos que pensar a los acontecimientos contemporáneos con otras lógicas, diferentes de las que caracterizaban a los modernos y posmodernos, porque han cambiado y los actores/enunciadores mediatizados operan temporalmente de modo diferente a como lo hacían quienes se involucraban o estudiaban los acontecimientos posmodernos. Y además señalo que quienes vienen desencadenando esta nueva “crisis del tiempo” son los algoritmos y la IA, aunque la crisis se viene desarrollando también en otros campos, como el de las revoluciones de la genética, que está permitiendo, por ejemplo, que padres fallecidos tengan hijos. ¿Cuándo había sucedido algo así en la historia de la humanidad?
Pero manteniéndonos en el campo de la mediatización y de la circulación del sentido, la pregunta acerca de si no estamos ingresando en una Segunda fase se debe especialmente a la apropiación que cada vez más actores/enunciadores están realizando de la IA. Es decir, no hablo aquí, como lo hacen los análisis dominantes, del uso que hacen las instituciones, aunque de eso no hay dudas. Lo que me está interesando actualmente, otra vez, es lo que están haciendo quienes administran en las redes sus propios medios de comunicación.
Pensemos en lo que hacían en la Primera fase y en lo que están empezando a hacer, cada vez más, sobre todo con discursos que contienen imágenes. En la Primera fase, gracias a Facebook, YouTube o Twitter, se producían discursos con dispositivos de producción de sentido de la era de los medios de comunicación masiva, aunque estuvieran digitalizados: la escritura (símbolo); una fotografía digital que aún enunciaba para quien se encontraba en reconocimiento el noema “esto ha sido”, de carácter icónico-indicial (aunque fuera débil); los videos en “grabado” (“esto ha sido, pero se da a ver ahora”, como dicen el cine y la televisión en grabado; y el “esto es ahora” -las distintas posibilidades del video en vivo y el streaming-). La publicación y la enunciación de esos discursos se hacía en tiempo presente, y eso permitía, en muchos casos, enunciar con tensiones temporales. Por ejemplo, una fotografía, que nos habla siempre del pasado, es decir, nos muestra siempre un fantasma o un espectro -noema “esto ha sido”-, puede tener otro valor político en tiempo presente si es publicada en el marco de una manifestación. O, como analicé en el caso del primer video que se subió a YouTube, titulado Me at the zoo, la temporalidad del discurso, que es en grabado (“esto ha sido, pero se a ver ahora con las marcas del estar vivo”), al ser publicada se transforma, como acto de enunciación, en tiempo presente. Pero de poco las posibilidades de enunciación en las redes sociales mediáticas se han ido ampliando y se generan nuevas tensiones temporales. Así, por ejemplo, cada uno pudo, hace unos años, programar una publicación: se programa hoy para que se publique mañana (o la semana que viene). Con esa simple posibilidad la relación entre presente y futuro se transformó.
Hoy esas tensiones son mucho mayores. Por ejemplo, @petacas_posting, una cuenta de un fan del músico Charly García, publicó una canción en la que la voz de un Charly joven (tomada en parte de “No llores por mí Argentina” y parte de un recital del Luna Park de 1982) hace un cover de un tema que un Charly de mayor edad publicó en 2017 (Spector). No hay aquí sólo una nueva tensión temporal, una nueva relación entre presente, pasado y futuro, sino un nuevo desarrollo de la “crisis del tiempo”. Además, resulta evidente que gracias a la clonación de voz algo diferente de lo que se hacía en la mayoría de los discursos editados digitalmente se está pudiendo hacer con la indicialidad.
J.B.C. & L.R.: En esta misma línea, ¿está en riesgo la imaginación humana ante la imaginación maquínica? ¿Qué papel jugará la IA en la construcción de la memoria (visual, mediática, histórica)?
M.C.: Para responder mínimamente esta pregunta intentaré brindar otro ejemplo que estoy estudiando en este momento. En Instagram, la cuenta IAbuelas2 de alguna manera “imagina” como serían hoy, más de cuarenta y cinco años después, los nietos buscados por las Abuelas de Plaza de Mayo gracias al uso del programa de IA Midjourney. Santiago Barros, el creador de IAbuelas, genera con ese programa esas imágenes -de fuerte vínculo perceptivo con la fotografía histórica y su poder particularizante; un análisis comparativo que no puede evitarse- a partir de las fotos de los padres y las madres desaparecido/as publicadas en la página de Abuelas de Plaza de Mayo. Así desencadena otra fuerte “crisis del tiempo”, en la que se reconfiguran, de modo novedoso las relaciones entre presente, pasado y futuro (un antecedente importante de esta posibilidad fue, por ejemplo, el desarrollo de Faceapp en 2016). Es mucho decir, en mi opinión, “imagina”, pero sin dudas contribuye al desarrollo de un potente imaginario histórico, presente y viviente en un importante colectivo social. Y no sólo eso: su práctica influye, o debería influir en el campo de los estudios sobre la memoria, originados en otra “crisis del tiempo”: cuando Hartog (2007) advirtió el ascenso del presentismo en la posmodernidad.