El 21 de noviembre de 1945el ministro de Relaciones Exteriores uruguayo, Eduardo Rodríguez Larreta, envió a las cancillerías de los países americanos una nota titulada: “Paralelismo entre la democracia y la paz: protección internacional de los derechos del hombre. Acción colectiva en defensa de esos principios”.En este artículo se estudia el impacto que tuvo en la política interna uruguaya estapropuesta. Su argumento central era que el recuerdo de la posguerra ―por “su costo humano y material”― y “la amarga experiencia de los fascismos” demostraban la existencia de un “paralelismo entre la democracia y la paz”. Así pues, proponía a las naciones americanas condenar los regímenes de fuerza, ya que el principio de no intervención no podía ser amparo para la violación de los derechos del hombre y de los acuerdos hemisféricos, pautados en conferencias interamericanas previas. Lo expuesto justificaba “la acción colectiva multilateral después de amplia consulta” por más que esos regímenes no implicaran en el presente una amenaza a la paz o hubieran cometido un acto de agresión. Planteaba intercambiar opiniones para ejecutar acciones con “fraternal prudencia” para hacer realidad principios democráticos y libertades tantas veces defendidos (Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, 1946)(Casal, 1997).
Al poco tiempo sus defensores hablarían de doctrina Larreta, y así es recordada en la memoria colectiva uruguaya o cuando se refiere a ella en estudios de derecho internacional público, en textos de historia y relaciones internacionales. No obstante, los opositores, bastante numerosos en Uruguay y en el resto del continente, no usaban la palabra doctrina y sí lo hacían la ponían entre comillas. La tesis uruguaya se divulgó en varios periódicos locales e internacionales dos o tres días más tarde de la comunicación oficial. De inmediato, generó aguerridos defensores y detractores. El punto álgido de la polémica estuvo entre noviembre de 1945 y febrero de 1946. Asimismo, por su repercusión, significado político y consecuencias se convirtió en un tema de discusión, que formó parte tanto de la campaña presidencial argentina como la oriental de 1946.Cabe destacar que la nota de Rodríguez Larreta se formuló en términos impersonales, pero con la proposición de intercambiar opiniones para efectuar una acción colectiva multilateral “ante sucesos notorios” de violaciones a los derechos elementales del hombre por regímenes de fuerza. Esta frase se interpretó dirigida a Argentina, así lo percibió la oposición uruguaya a la doctrina, el gobierno argentino y varias cancillerías de América. Después de la “incondicional adhesión” de Estados Unidos se sumaron Guatemala, Panamá, Venezuela, Nicaragua. Los demás países de América no avalaron lo sugerido por la administración de Juan José de Amézaga (Cerrano, 2019).
En este trabajo no se aborda el proceso de incubación de la doctrina Larreta, para ello ya se cuenta con otras investigaciones: la de Álvaro Casal (Casal, 1997), que contiene fuentes primarias relativas al tema,los trabajos deRoger Trask (Trask, 1984)(Trask, 2015) demuestran con documentación estadounidense desclasificada que la doctrina Larreta fue sugerencia del Departamento de Estado de los Estados Unidos. En un artículo de Carolina Cerrano y Fernando López D´Alesandro (Cerrano y López D´Alesandro, 2017) se hicieron las primeras aproximaciones, en la historiografía local, que revelan que la sospecha del padrinazgo norteamericano era cierta, pero la temática se abordó solo desde la cancillería uruguaya. Por último, en Cerrano (Cerrano, 2019) se cruza documentación diplomática de Estados Unidos, Argentina y Uruguay para explicar cómo la doctrina Larreta fue un eslabón más en el involucramiento norteamericano en la campaña electoral argentina de 1946. Asimismo, merece destacar los aportes del significado político de la doctrinaLarreta en el libro deJuan Oddone (Oddone, 2003) y un estudio pionero de Carlos Real de Azúa (Real de Azúa, 1959).
En este artículo se analiza cómo se posicionaron distintos periódicos uruguayos, en especial blancos y colorados, a la iniciativa de Rodríguez Larreta.Esta desencadenó polémica ymostrólas diferencias ideológicasrelativas al manejo de la política internacional del país, y en concreto sobre cómo encauzar los vínculos bilaterales con Argentina. Las relaciones uruguayo-argentinas se habían deteriorado desde los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, en los que Uruguay apoyóa los aliados y se respaldó en los Estados Unidos, del que recibieron apoyo económico, logístico y defensivo (Oddone, 1990)(Ruiz 2007)(Rodríguez Ayçaguer, 1999)(Gros Espiell, 2001). Las diferencias con Argentina se agravaron desde el golpe de Estado de junio de 1943, y en especial en los primeros meses de 1944 a raíz del no reconocimiento del recambio presidencial que llevó a la presidencia a Edelmiro Farrell y a la vicepresidencia a Juan Domingo Perón, la figura más polémica de aquel gobierno (Rodríguez Ayçaguer, 2004)(Cerrano y López D’Alesandro 2017)(Cerrano y López D’Alesandro,2018). Uruguay acogió a exiliados argentinos ysu libertad de acción fue ocasión de fricciones entre ambos gobiernos (García Holgado, 2014).Al final, las simpatías de batllistas, nacionalistas independientes y partidos de izquierda con la Unión Democrática en febrero de 1946 fueron antecedentes que pesaron en las relaciones posteriores con el primer peronismo (Oddone, 2003)(Figallo, 2001)(Rilla, 2013)(Mercado, 2015). En este escenario, el negativo impacto que tuvo para el peronismo la doctrina Larreta no fue menor ni olvidado. El ministro uruguayo no pudo participar del ascenso presidencial de Perón el 4 de junio de 1946, y cómo se mostrará al final del trabajo, el país sufrió represalias por una política considerada “suicida” por sus detractores en el ámbito local.
Los principales medios de comunicación consultados han sido:El País, diario del Partido Nacionalista Independiente, en el que el canciller era fundador y co-director junto a Leonel Aguirre, El Día (colorado batllista), El Plata (blanco ramirista),La Mañana (colorado riverista), El Debate (nacionalista herrerista), La Tribuna Popular (de filiación blanca), El Tiempo (colorado baldomirista), El Diario (colorado blancoacevedista)y Marcha, este último unsemanario en el que participaban reconocidos intelectuales de la época destacándose la pluma de su director el nacionalista Carlos Quijano, caracterizado por su antiimperialismo (Álvarez Ferretjans, 2008)(De Sierra, 2015)(1). Los medios seleccionados reflejan divisiones políticas de los partidos tradicionales que se habían intensificado en la década anterior a raíz de la dictadura de Gabriel Terra de marzo de 1933.Estasse profundizaron en la transición democrática en el marco de la segunda guerra mundial. El Partido Nacional estaba dividido antes del golpe de Estado por diferencias con el personalismo que el caudillo Luis Alberto de Herrera había marcado en su partido.La grieta con los anti-herreristas, en especial con el Partido Nacionalista Independiente, se agudizó por la colaboración herrerista con la dictadura de Terra y su política de neutralidad en la guerra. Asimismo, entre los colorados, el apoyo de los riveristas a Terra los enemistó aún más con la fracción batllista. Por su parte, los dos parientes colorados de Terra, Alfredo Baldomir y Eduardo Blanco Acevedo intensificaron sus diferencias cuando el primerofue elegido presidente en 1938 y comenzó a distanciarse del“marzismo” (así se llamaban, de forma despectiva, a los que se involucraron con el golpe de marzo de 1933) del que ambos habían sido parte(Caetano y Jacob, 1989)(Jacob, 1983)(Frega, Maronna y Trochon, 1987). Es importante remarcar que un sector político haya sido opositor a la doctrina no debe leerse como defensor del naciente peronismo. Como complemento se revisó la discusión política en el Senado de principios de diciembre de 1945 cuando el Partido Nacional (herrerista) presentó una moción de censura a la propuesta del canciller. Los discursos refuerzan o reflejan las miradas que la prensa partidaria ventilaba a diario.
Este trabajo aborda un debate enmarcado enel nuevo mundo de la posguerra en el que el derechoy las relaciones internacionales estaban viviendo reconfiguraciones importantes para no repetir las tragedias de un pasado reciente.
Eduardo Rodríguez Larreta, canciller
El 4 de octubre de 1945, el ministro de Relaciones Exteriores colorado José Serrato, y expresidente entre 1923 y 1927, abandonó su cartera en medio del escándalo o affaire de las implicancias, palabra usada para referir al uso indebido de las funciones públicas para beneficiar a familiares o intereses de compañías privadas en los puestos de administración del Estado (Frega, Maronna y Trochon, 1987). Desde los inicios de la segunda guerra, Serrato formó parte de la movilización ciudadana colaboradora con los aliados, habiendo sido el presidente del Comité Nacional pro-aliado (Welker, 1944). También se destacó por su actitud prudente y pragmática en sus vínculos con la dictadura militar argentina de 1943, así buscó equilibrar las presiones estadounidenses y la posición de su país con respecto a un vecino con capacidad de incidir en su política interna, necesitada de importaciones y de turistas argentinos (Cerrano y López D´Alesandro, 2017).
El abogado Eduardo Rodríguez Larreta, del Partido Nacionalista Independiente, fue su reemplazante en la cancillería. Grandin de l’Eprevier, ministro francés en Uruguay, destacaba su “brillantez y ambición”, y cómo el periódico El País de su filiación política, tenía una posición “netamente aliadófila y cercana a la propaganda norteamericana, hostil a las dictaduras argentina y española cuya actitud favorable a la Rusia soviética se opone a la del órgano batllista El Día” (Nahum, 2000). Gordon Vereker, diplomático británico, compartía la idea de sus “brillantes calificaciones”, y enfatizaba su desempeño desde 1942 en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y su participación en la delegación uruguaya en la conferencia de México celebrada en febrero de 1945. No obstante, advertía de su “temperamento combativo, revelado en sus ‘vehementes’ escritos y discursos en temas cercanos a su corazón” (Nahum, 1999).La embajada argentina alertó, desde El Diario, que Rodríguez Larreta era un “militante extremista contra la revolución de junio de 1943” dirigida en ese momento por Edelmiro Farrell y Juan Domingo Perón, trasmitiendo una vaga ilusión de que “el hombre de gobierno se sobreponga al político de combate”(2).Pero como se verá en este trabajo esto no fue lo que ocurrió.
El debate de la doctrina Larreta
Una vez conocida la doctrina Larreta, El País,El Día y El Plata fueron defensores. También tuvo,en las primeras semanas,una simpatía limitada de La Mañana y de El Bien Público(católico), pero en escaso tiempo se pondrían en la oposición. Entre los detractores figuran: El Debate, La Tribuna Popular, El Tiempo, El Diario y Marcha.
Escasos días antesdela difusión de la nota uruguaya, a raízdel debate parlamentario relativo a la ratificación de la Carta de las Naciones Unidas,El País había adelantado posiciones ideológicas que aparecerían en la doctrina Larreta. Allí propuso abordar el siguiente problema: “el derecho internacional tiende a prevalecer sobre las normas internas de los países. Es una corriente lógica (…) que va sustituyendo (…) las soberanías irrestrictas e intocables, que tanto contribuyeron al fracaso de la organización surgida de la primera guerra”. Presentaron la hipotética situación de que un convenio internacional violara un derecho constitucional, entonces sugirieron el ejemplo de la constitución española de 1931 que tenía un artículo según el cual los convenios internacionales serían parte de la legislación nacional(3). De hecho, antes de su asunción como ministro, El País había pedido liberar al pueblo vecino del “clan militar” para garantizar su gratitud, “ya era momento de que las repúblicas hermanas (…) se pongan de acuerdo para que las declaraciones (de democracia y libertad) tantas veces formuladas y los pactos ahora suscriptos sean una realidad”(4). Aquí se encuentra una de las ideas medulares de la doctrina Larreta. No es casual que Juan Pablo Lojendio, ministro español en Montevideo, haya considerado que Estados Unidos había elegido al personaje apropiado ―por sus convicciones ideológicas― para brindarles un “servicio” en el que no quedarían expuestos como iniciadores (Nahum, 2001).
El País publicó decenas de notas reivindicativas de la doctrina de su mentor. Para Rodríguez Larreta, el derecho debía primar sobre la política, y cómo ante las primeras agresiones fascistas esto había sido al revés. Así pues, en esta “nueva etapa de la humanidad” para sobrevivir era necesario trabajar “con otro sentido y lealtad hacia el derecho y la paz”(5). En la defensa de su doctrina, El País se dedicó a recoger testimonios y artículos favorables a su documento diplomático en el ámbito local y regional(6). En la mayoría aparecía la memoria del nazi-fascismo y de la segunda guerra, lo que ameritaba que las naciones preservaran la seguridad colectiva y delegaran en organismos supranacionales partes de su soberanía para evitar la guerra del mañana. Otro tipo de análisis llevaban la discusión hasta dónde era posible la inviolabilidad del recinto privado. Un ejemplo ilustrativo fue el de una niña brutalmente golpeada por su padre en su casa, y cómo los vecinos se dividían entre llamar a la policía o dejar a su progenitor ultrajarla para defender su derecho de educarla a su estilo. La misma polémica que suscitaba la “sagrada defensa del principio de no intervención”(7). En otra ocasión, se reivindicó cómo Uruguay había dado apoyo moral y político a exiliados políticos de dictaduras de distintos países, en sus luchas por la recuperación democrática en sus lugares de origen. Abría el interrogante si aquella simpatía no había sido una intervención en los conflictos internos de otros Estados: “ah sí; pero aquellos eran actos no oficiales ―dicen los ‘cautos’― aquello no comprometía al gobierno”(8).
En el caso de El Tiempo no condenó las ideas del “proyecto” o “plan”, pero sí lo cuestionó de “inoportuno”, y denuncióde que había sido concebido mirandoa Argentina y que era un bosquejo de lo que los altos funcionarios del Departamento de Estado pensaban del país vecino. En este sentido, consideraba que hubiera sido preferible que otro gobierno ―no tan próximo― sea el autor del proyecto. A medida que se conocían las respuestas adversas de los países americanos, El Tiempo endureció sus críticas, en especial el viraje riesgoso que había tomado la política exterior uruguaya respecto al gobierno argentino. Durante la guerra cuando ese había mantenido “relaciones con el nazi-fascismo” no se cayó “en excesos” y se buscó reincorporar a Argentina a la comunidad hemisférica.No obstante, la contienda ya había acabado por lo que la administración amezaguiana “pecaba” de “miopía”. El problema, para El Tiempo, estribaba en que el país vecino ya participaba del naciente orden internacional y desarrollaba un proceso de normalización institucional, lo que no dejaba de ser una realidad histórica (Luna, 1984)(Morgenfeld, 2011)(9).
Por su parte, La Mañana pensaba que la Carta de las Naciones Unidas, aprobada hacía poco tiempo, era un anacronismo e insuficiente en un mundo con la bomba atómica, por ello las naciones debían fundir sus soberanías en organizaciones más amplias, incluyendo policía, ley y justicia mundial(10). Este diariodestacó el valor de las tesis fundamentales integrantes de la “nueva etapa de la humanidad” iniciada después de la catástrofe de la guerra. No obstante, objetó o más bien puso reparos en relación a cómo ejecutar la “acción colectiva multilateral”, cómo determinar que un país violaba y desconocía las normas de convivencia (era necesarioincluir notoriedad, evidencia, reiteración)y cómo fijar los procedimientos para hacer efectiva la intervención conjunta, por ejemplo: ¿debería ser o no unánime?(11). Pasados los días, su posición fue cada vez más negativa, por un lado descartó que el gobierno argentino fuera una amenaza para la paz continental y manifestó, otra vez, sus reservas sobre cómo llevar a la práctica una intervención multilateral que debía justificarse por amenazas a otros países(12). Por lo cual, desvirtuaba la tesis central de la doctrina que proponía considerar la posibilidad de ejecutar una “intervención colectiva” por violaciones a derechos en el ámbito doméstico.
El Bien Público, diario católico, defendió la idea de que la soberanía no era ilimitada, y cómo la coexistencia pacífica de los Estados imponía limitaciones y recordaba que la protección de los derechos del hombre era una doctrina de tradición cristiana. Sin embargo, la nota uruguaya era inoportuna por su relación directa con Argentina y que este país estaba en un proceso electoral, o sea en la misma línea que otros periódicos críticos a la doctrina. También alertó del peligro de la hegemonía estadounidense, con el agravante de que el continente americano no era un “paraíso democrático”, pues acabar con el mal de las dictaduras no podría hacerse a base de amenazas y de intervenciones(13).
Por el contrario, desde la mirada deEl Plata, una acción colectiva multilateral se haría en “beneficio de todos”, aunque en especial para el pueblo que soportaba un régimen totalitario, en la convicción de que “ha muerto Hitler pero no la semilla del fascismo”, frase que decían haber tomado del presidente Harry Truman(14). Según el jornal ramirista, la simiente de la doctrina Larreta era el progreso, la razón y el derecho a diferencia de las fuerzas regresivas del despotismo: “no resulta dudoso a quién corresponderá, en definitiva, la victoria”. Por otra parte, defendía la idea de que la nota de la cancillería no se dirigía a Argentina porque sus fines eran permanentes.Además, el pueblo hermano entraría en la vida democrática en febrero confiando en que Juan Domingo Perón, candidato continuador del régimen militar, resultaría derrotado(15).
En oposición, El Diario,en varias notas, trasmitía su preocupación por el alcance argentino de la doctrina, en una abría una interrogante sobre la discrecionalidad de su aplicación: nadie duda del concepto dictadura, pero cómo clasificar un “régimen que pretendiendo tener una base legal derivara hacia un autoritarismo sin proclamarlo”. Entonces presentaba el siguiente problema ¿qué pasaría si ganara Perón? Una opción que los medios favorables a la doctrina nunca se lo planteaban porque creían que triunfaría la Unión Democrática(16).
El herrerismo, crítico del accionar pro-estadounidense de su gobierno, se posicionó en contra de una propuesta “temeraria”, “hipócrita”, “demente” y “torpe”. El Debate se oponía a la política “intervencionista e imperialista” de Estados Unidos en América, y en concreto hacia Argentina. Con esta “doctrina entreguista y servil”, Uruguay traicionaba el “espíritu de América” y al “verdadero americanismo”, cuya tradición histórica y jurídica defendía “las soberanías contra la agresión de los poderosos”(17). A la vez, la “doctrina” (siempre la ponían entre comillas para ridiculizarla) era negligente, carecía de sentido común y de tacto para un “país débil y pequeño (…) que en lugar de defender el principio de la soberanía, salga excitando la voluntad imperialista”(18). También, la propuesta de efectuar “consultas” respondía a la “diplomacia secreta, dirigida, mercantil (…) todos los títeres obedecen al hilo que los trae y los lleva”(19). El Día no compartía esta visión sobre la pretensión hegemónica militar, económica y política de Estados Unidos sobre la América hispana. De hecho, consideraba que el herrerismo, con su permanente crítica al imperialismo norteamericano era un implícito defensor del “imperialismo de los soviets”, uno de los regímenes que “más se asemejaba al nazi-fascismo” acabada la segunda contienda. Esto confirmaba su hipótesis de que los herreristas eran totalitarios, una acusación repetida miles de veces en sus páginas(20). El Día se caracterizaba por su prédica anticomunista al igual que el herrerismo, aquí encontraban una conexión a pesar de las enormes diferencias que los separaban.
La respuesta de Estados Unidos a través de las escuetas palabras de su secretario de Estado, James Byrnes, “incondicional adhesión”(21)desencadenó diversas reacciones. Para los medios detractores a la doctrina, Estados Unidos era el autor intelectual, el tono de su acogida era una confirmación de sus sospechas. Después llegó la favorable de Guatemala. Para El Debate, era “presa de los tentáculos de los grandes trusts yanquis que monopolizan su producción”(22). La “completa adhesión” estadounidense generó tensiones en la clase política de aquel país, las que se ventilaban en la prensa uruguaya. Por ejemplo, los comentarios de Sumner Welles, exsubsecretario de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado, ocuparon varios medios. Este personaje anunció que si su país continuaba con su política injerencista en Argentina: Juan Domingo Perón sería el nuevo presidente de la república austral(23). La fracción baldomirista en una interpretación similar a la de Welles sostuvo que esto fortalecía las chances comiciales de Perón(24).
El Diario, durante meses, condenó la inoportunidad del documento, porque el “caso argentino” estaba en las entrelíneas, lo que ponía a Uruguay entre Estados Unidos y Argentina, en un contexto de campaña electoral en el país hermano(25). Además, violaba una tradición jurídica uruguaya que aceptaba la intervención solo si un gobierno realizara una agresión, pero “una cosa muy distinta” era intervenir en una dictadura sólo por ser contraria a la democracia: “parece difícil que una intervención colectiva ―aun generosamente inspirada― pueda hacerle favores a la democracia”(26). Así, El Diario insistía que el ideal deseable y “simpático” era imposible de ejecutar sin crudeza lo que acabaría siendo un peligroso principio rector del derecho internacional(27).
El País polemizó con este planteo:su arma fueron los cincuenta y cinco millones de muertos de la segunda guerra y criminalizó la actitud de indiferencia y silencio cuando se atentaba contra los derechos y libertades de los pueblos(28). El Plata, en la misma línea, acusaba a sus oponentes de ignorar las enseñanzas de la última guerra al atrincherarse en una antigua bandera anti-intervencionista frente a quienes defendían el progreso humano. Así parangonaba la negativa a la iniciativa Larreta con la que hizo el Senado norteamericano cuando no avaló al presidente Woodrow Wilson en la participación de su país en la Liga de las Naciones(29). Según los opositores, por el contrario, los regresivos eran los pro-Larreta porque atentaban con una tradición consagrada ―en las conferencias interamericanas― de defensa del principio de no intervención(30).
Para el herrerismo, este tema fue de reiterada vigencia mediática y política. En varias ocasiones, traía antiguos discursos de Rodríguez Larreta que contradecían su doctrina. Por ejemplo, uno donde había argumentado el cuidado que debía tener la diplomacia uruguaya hacia Argentina, porque no había que olvidarse de los cien mil residentes orientales allí, que sufrían las consecuencias de las malas gestiones del Uruguay(31). También con regularidad aparecía el argumento de la dependencia económica, por lo que no se podían descuidar la cordialidad de las relaciones(32). La propuesta del canciller era un riesgo para un “país pobre” que había aumentado en los últimos tres años las importaciones de productos industrializados y alimenticios de la “fraterna república”(33).
En contrapartida, el diario del canciller imputaba al herrerismo de “carecer de sensibilidad democrática” por haber apoyado a la dictadura de Gabriel Terra y defendido una “oprobiosa neutralidad” y haber dado muestras de afecto a Mussolini, Hitler, Franco y Perón en lo internacional. A su vez, denunciaba la presencia de destacados dirigentes en banquetes durante el régimen militar argentino, acusándolos de ser “hermanos de ideal” con el peronismo(34). Entonces, si la nota uruguaya no se refería a ningún gobierno porqué los peronistas se sentían aludidos y partícipes de la categoría de “regímenes de fuerza o de procedimientos fascistas”(35).
Del debate mediático al parlamentario
A las pocas semanas, de conocerse la doctrina Larreta, el herrerismo presentó una moción de censura a la iniciativa uruguaya en el Senado e interpeló al canciller. La discusión se prolongó entre el 5 y 12 de diciembre.El senador Armando Pirotto (blancoacevedista) dio el “vuelco” a la votación ―a pesar de que había defendido el principio de no intervención― pidiendo que la nota fuera enviada para su estudio a la comisión de Asuntos Exteriores. Para los detractores fue una estrategia para simular la derrota. La embajada argentina informó que Pirotto fue amenazado de perder su banca si no rectificaba su voto de censura a la nota, ya que la ocupaba como suplente del ministro de Educación Pública, Dr. Daniel Castellanos. El embajador argentino, Gregorio Martínez, también dijo que Alberto Guani ―vicepresidente de la República, presidente del Senado y presidente del Comité consultivo para la emergencia política del continente― era contrario a la iniciativa del canciller, pero recibió una llamada telefónica de una “alta personalidad” y votó el pase a comisión(36). En el acta del 12 de diciembre figuran los votos favorables a la moción del pase a comisión, dieciséis a favor y catorce en contra (Cámara de Representantes, 1945, 70ª,780).
Los discursos en el Senado no fueron distintos a los ventilados en la prensa partidaria. Los favorables, El País y El Plata, encontraron el triunfo de la tesis de la cancillería. En cambio los opositores, El Diario, El Tiempo, El Debate, La Tribuna Popular, La Mañana y Marcha, se había puesto en evidencia su fracaso y “sepultura”(37). En el Senado, Rodríguez Larreta dijo que: “los defensores del ideal clásico de Soberanía están colocados hoy, en la misma situación en la que se encontraban los defensores del individualismo clásico frente a las primeras intervenciones del Estado”. El ministro de Relaciones Exterioresdijo que su tesis no era original y no contradecía a la Carta de las Naciones Unidas, a la vez que era continuadora de las propuestas uruguayas en México y San Francisco. Además, aclaró que tuvo el aval del presidente y la unanimidad del consejo de ministros(38).Según la representación diplomática americana si se contó con el aval del presidente, lo que resulta de sentido común para poder lanzar una iniciativa en la que Uruguay se exponía a varios riesgos, como señaló la prensa opositora(39). Rodríguez Larretainsistió en las nuevas realidades que pesaban sobre el derecho internacional, a raíz de la guerra y las agresiones fascistas y el peligro de su renacimiento, esto le sirvió para criticar la disertación del senador herrerista Martín Echegoyen que no incluyó en su extenso relato de la historia de la humanidad las agresiones y los crímenes de los nazis(Directorio del Partido Nacional, 1947)(40).En su exposición, Rodríguez Larreta ejemplificócon la constitución de Estados Unidos en la que ninguno de sus Estados podía separarse de los principios republicanos de gobierno, porque si uno lo hiciera los demás intervendrían en ese Estado de forma conjunta (Cámara de Senadores, 1945). Marcha rebatió este argumento diciendo que el canciller olvidó un detalle: los cuarenta y siete Estados interventores y el uno intervenido pertenecen a una misma república federal, tienen un congreso, un presidente y un gobierno central en común. Con ironía proponía que Uruguay cambiase su bandera y se colocara la estrella número cuarenta y nueve(41).
Después del debate parlamentario, El País reiteraba que la nota no era innovadora, y que el término más apropiado era evolución. Sin embargo, se contradecía al ubicarla en un lugar de novedad a la par de la revolución del derecho de los procesos de Núremberg, contra los jerarcas nazis, y poniéndose a la altura de los estadistas que buscaban una “medicina” para evitar una nueva catástrofe(42). También,El País utilizaba textos de personajes prestigiosos como aval de su iniciativa, por ejemplo discursos de Franklin Roosevelt, quien trabajó para acabar con las intervenciones aisladas de Estados Unidos y así alcanzar la cooperación conjunta “de todas las repúblicas americanas”(43). En otra ocasión, una frase de Albert Einstein fue fuente de legitimidad:
El gobierno del mundo tendría poder sobre todo los asuntos militares (se refería a la bomba atómica) y necesitaría solo un poder más: poder de intervenir en los países donde una minoría oprime a la mayoría creando una inestabilidad que conduce a la guerra. Condiciones tales como las que existen en la Argentina y en España deberán tener un fin, pues su fin es parte del mantenimiento de la paz(44).
Es decir, por más que el diario del canciller quisiera desvincular su nota de Argentina esto no era posible, ya que de forma diaria, directa o indirectamente, atacaba a la dictadura de Farrell-Perón. Por ejemplo, en una nota explicaba que un gobierno dictatorial no siempre desencadenaba una guerra, pero su: “constante empeño por buscar simpatizantes en los países limítrofes, por apoyar a quienes puedan provocar la caída del régimen establecido, para sustituirlo por uno que fuera su aliado, por extender el germen nefasto que le ha permitido empuñar el mando”(45).Es importante remarcar que en los prolegómenos de la guerra fría para muchos contemporáneos el nazi-fascismo seguía siendo visualizado como la mayor amenaza.
Para El Plata, favorable a la política del canciller, la intervención del senador de la Unión Cívica Dardo Regules fue la más descollante, por ello la reprodujeron en varias entregas. Sus argumentos servían para pensar el contexto político e internacional en el que se situaba la nota. El senador discutió que se criticara de inoportuna a la doctrina, porque había sidobien recibida en los “núcleos democráticos y diarios argentinos” y en el “auténtico ejército argentino, no por la minoría que domina en este momento”. En definitiva, los demócratas ganarían las elecciones.Además, había que tener audacia y valentía para defender las “grandes banderas”, reflejadas en la nota, las que no afectarían el prestigio de Uruguay. Así, aclaraba que solo se había propuesto estudiar el problema, “¿por qué no hacerlo?”. No obstante, Regules,a pesar de su apoyo a la doctrina Larreta,sostuvo que de efectuarse una intervención militar debería ser en defensa a una agresión, y que solo podía legitimarse por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y no por pactos regionales. Entonces, lo que propuso Larreta fue audaz y rupturista(46).
Desde la perspectiva deEl Diario, Amézaga había quebrado los lineamientos de su política exterior: “anti-intervencionista con la cancillería de Serrato, intervencionista con la actual, sin opinión definida, marchando a tirones al azar”. Los opositores a la “doctrina” denunciaron que Amézaga había traicionado sus creencias, ya que en la conferencia de La Habana en 1928 había sido un “acérrimo defensor de la no intervención”(47). Rodríguez Larreta reconoció este hecho, pero aclaró que el presidente había cambiado de opinión a raíz de los recientes acontecimientos mundiales(48).
Del debate en el senado, la embajada argentina destacó el discurso de Eduardo Víctor Haedo: “una de las más interesantes piezas oratorias (…) lleva enjundiosos conceptos de doctrina y de documentación histórica, debe ser leído en toda su extensión, y necesario tal vez su transcripción en un periódico argentino. Me parece especialísima mención la objetividad con que trató el caso argentino, así como su serena imparcialidad”(49)(Cámara de Representantes, 1996) Esta lectura es muestra de las simpatías que los miembros de la representación diplomática argentina tenían por el herrerismo, que siempre recibía elogios por sus posiciones próximas a su gobierno. El herrerismo se había destacado por presionar al gobierno de Amézaga por el reconocimiento del gobierno de Farrell-Perón. Uruguay no lo había reconocido siguiendo el criterio de la doctrina Guani, que en el marco de la Segunda Guerra Mundialhabía estipuladoel no reconocimiento de un nuevo gobierno de fuerza, sin antes consultar con las demás naciones americanas si se cumplían o no los compromisos hemisféricos de defensa (Clemente, 2010)(De los Santos Flores, 2011)(Cerrano y López D´Alesandro, 2017).
Una vez superado el debate en el senado, el diputado herrerista Francisco Gilmet, convencido de la inspiración del Departamento de Estado de la tesis uruguaya, solicitó que se dieran a conocer a la comisión de Asuntos Internacionales de la Cámara de Representantes las notas intercambiadas sobre el “caso argentino” entre el Departamento de Estado y la cancillería uruguaya, a principios de octubre de 1945(50). Gilmet insistió que sabía de fuente fidedigna que el canciller había compartido esos documentos con personas de su afinidad. Rodríguez Larreta reveló a la comisión los nombres de los políticos a los que les mostró la nota del Departamento de Estado, a pesar de su carácter de “muy reservada y confidencial”. No obstante, comentó que su actitud había causado “sorpresa”en el embajador norteamericano, y que por tal motivo no podía entregárselaspor ser documentación que comprometía a otro país. Además, destacó que su doctrina era general y no se pronunciaba contra Argentina y que era una falsedad decir que “haya podido ser sugerida por cualquier otro país o gobierno”(51).
El Debate, denunció el padrinazgo norteamericano desde un principio, al que le puso nombre y apellido: George Butler, jefe de la división del Río de La Plata, quien había defendido el principio de intervención multilateral en los asuntos internos de una nación, por lo cual lo situaba entre los autores intelectuales de la iniciativa uruguaya(52). Durante el mes de diciembre de 1945, y los primeros del año siguiente, el herrerismo continuó con su prédica de la doctrina Butler-Larreta, incluyendo cada vez más a Braden en la trilogía(53).
A su vez, El Tiempo reveló que el senador de su color político Cyro Giambruno le había expresado a Rodríguez Larreta que ellos no acompañarían una iniciativa intervencionista por “sugestión de otro país”.Esto era cierto,el 29 de octubre en un encuentro con personalidades políticas afines convocado por el canciller en el ministerio se discutió la sugerencia del Departamento de hacer la propuesta, laque maduró unas semanas más tarde. Entre los presentes Giambruno fue el único que se mostró en total desacuerdo con la propuesta(54).
El mismo día que Gilmet denunció en la cámara la participación de los Estados Unidos en la nota, Rodríguez Larreta en declaraciones a la agencia Associated Press sostenía que esta había sido mal comprendida, ya que solo proponía “acciones multilaterales pacíficas”, porque “no podía, además, ser de otra manera, porque en las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas, sabe que la acción compulsiva está reservada al Consejo de Seguridad”(55). Quizás esta exposición de Rodríguez Larreta se justifica a raíz de las principales críticas vertidas por los gobiernos americanos, que insistieron en la idea de que su proposición contradecía lo legislado en las Naciones Unidas en ese punto y ponía en riesgo el consagrado principio de no intervención (Cerrano, 2019).
La doctrina Larreta: “entierro” diplomático y represalias argentinas
A pesar de las reacciones adversas de los países americanos, El País consideraba que era “notable la acogida en el mundo democrático” e incluso que la mayoría de los gobiernos compartían los principios fundamentales y acusaba de nazismo a sus detractores, en particular al herrerismo(56). Los impugnadores locales de la doctrina polemizaron con las interpretaciones tergiversadas que daba la prensa oficialista respecto al apoyo de las cancillerías americanas(57). Y recalcaban que la “doctrina” nació proponiendo una “intervención colectiva multilateral”, no sólo para aplicar si un régimen cometiera una agresión o fuera una amenaza contra la paz, sino también si violara en lo interno los derechos esenciales del hombre y del ciudadano(58).
A fines de diciembre, los opositores informaban que era probable que el Departamento de Estado nosecundaría más la iniciativa, y que ello generaba polémicas en la administración de Truman(59). Dado el “desolador fracaso” los opositores se preguntaban cómo Uruguay había propuesto un quiebre en la tradición jurídica interamericana sin antes realizar los sondeos o las precauciones para evitar este “lamentable” y “humillante” final, que afectaba el prestigio del país y lesionaba los vínculos fraternos con Argentina(60). Mientras tanto, Rodríguez Larreta no se daba por vencido, el 27 de diciembre el Dr. Héctor Payssé Reyes ―“correligionario y amigo personal” según la embajada argentina en Montevideo― propuso votar en la Cámara de Representantes una breve declaración de apoyo a su iniciativa, la que contó con el aval de cincuenta diputados. No obstante, el texto tiene una importante salvedad al argumentar que la doctrina Larreta no comprometía el principio de no intervención “tal como fue consagrado en las conferencias de Montevideo en 1933 y la de Buenos Aires en 1936”, por lo cual no recogía su principal novedad la de discutir la posibilidad de una “intervención multilateral”(61).
A mediados de enero, ya se conocía el rechazo de la nota por la mayoría de las cancillerías americanas: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Bolivia, Cuba, Haití, Perú, República Dominicana, Honduras, Colombia, El Salvador y Paraguay (el último en responder, a fines de enero). En ese contexto desfavorable, el Departamento de Estado envió a Uruguay una nota por medio de Edward Sparks, su encargado de Negocios en Montevideo, con sugerencias de rectificación debido a los reparos de los distintos países. La nota estadounidense se conoció el 24 de enero, pero había sido entregada diez días antes. El 1 de febrero, el gobierno uruguayo convocaba a parte del cuerpo diplomático, siguiendo los consejos de Estados Unidos,paracomunicar quelas naciones avalaban la tesis del “paralelismo entre la democracia y la paz”, sin embargo reconocía que en su mayoría pedían no tocar el principio de no intervención y seguir lo legislado en las distintas conferencias y las Naciones Unidas(62). Entre la nota del Departamento de Estado y la última uruguaya,el ministerio de Relaciones Exteriores publicó un folleto propagandístico, es posible queya estuviera en prensa,Paralelismo entre la democracia y la paz. Protección internacional de los derechos del hombre. Acción colectiva en defensa de esos principios,es decir,con el título que había tenido la propuesta cuando fue enviada a las cancillerías de América. Allí están los discursos favorables formulados por políticos y medios periodísticos afines. No aparece ningún texto que contradiga su “doctrina” (Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, 1946).
La discusión de la doctrina Larreta se dio en el marco regional de elecciones argentinas de febrero de 1946(63). Al respecto es interesante observar cómo se amplificaban en la opinión pública uruguaya los temores respecto a unadictadura visualizada como totalitaria o nazi-fascista, expresiones en boga en aquel contexto, o sea era un peligro potencial a la paz regional. Por ejemplo, a fines de diciembre La Razón (Montevideo) había publicado un alarmante titular: “Argentina gasta cinco veces más en el Ejército” que lo que hacía en 1942(64). Otros artículos en la misma línea: “Cómo prepara los comicios la dictadura argentina: esta quiere crear un país totalitario”(65). En mayo, con Perón ya electo presidente El Tiempo en una portada de gran tamaño decía: “Henry Morgenthau acusa a Perón de querer hacer del Uruguay otra Checoslovaquia”. Y el subtítulo: “Organiza Perón un imperio americano”. El texto narraba que el exsecretario de Hacienda de los Estados Unidos pedía a la administración de Truman transformar su política hacia América Latina, porque un día se despertarían y verían cómo Perón “ha organizado un grupo de naciones contra nosotros”. En su relato, la primera víctima iba a ser la nación uruguaya(66).
La crítica a Rodríguez Larreta se recrudeció una vez conocido el triunfo de Perón, que demostraba la gravedad de que el gobierno uruguayo se hubiera puesto en contra de Argentina. Las temidas represaliascomo las negativas de importación de artículos de primera necesidad, en especial del trigo, se convirtieron en realidades. Como diría Zanatta (Zanatta, 2013)para el peronismo emergente “el trigo era el instrumento de oro para hacerse de amigos y castigar enemigos”(53).Al final, y en menor cantidad de la necesitada, el gobierno de Estados Unidos le vendió a Uruguay de sus propias reservas(36).
La política argentina repercutía en la interna oriental, el ministro de Industria y Trabajo, Rafael Schiaffinoera objeto de críticas, como la de imitar a Perón por sus actitudes de protección a las clases trabajadoras para ganar popularidad. En aquel momento, La Mañananarró un suceso acontecido en el mercado agrícola uruguayo cuando un funcionario del ministerio de Hacienda comenzó a regalar trozos de carne fresca (recuérdese que era un contexto de escasez de carne) y a gritar “somos los descamisados de Schiaffino. Según el mismo medio, no importaba que El Día lo llamara “el Perón democrático”, porque con “el garrote de la ley está corriendo a los especuladores y mercaderes”(67). A los días, Amézaga aceptaba las renuncias de Schiaffino y de Castellanos, ministro de Educación Nacional (Nahum, 2000). Según la embajada argentina, renunciaron por la resistencia de la fracción batllista del gabinete a sus negativas a la política de racionamiento que se decretaría una vez que Schiaffino abandonara su cartera. De este último se destacaba su política de justicia social, la veían parecida a la sustentada por Perón, entonces era un peligro para el éxito de uno de los hombres que se perfilaba como futuro candidato a la presidencia: Tomás Berreta(68). Sin Schiaffino, el gobierno por resolución del consejo de ministros dispuso la expropiación de las existencias de trigo y harina, y la intervención de los depósitos de dicho cereal para atenuar la escasez. En julio declaró las Medidas Prontas de Seguridad “por la decisión de los panaderos de cerrar las panaderías y suspender la producción” (Iglesias, 2012).
En el marco de una presidencia visualizada como débil, la oposición incrementaba sus críticas al gobierno, con especial énfasis a la política anti-argentina que había manchado la cartera de Relaciones Exteriores. Para El Diario, el gobierno era culpable de la desacreditada política exterior que había imposibilitado al país obtener de Argentina lo que necesitaba con cierta urgencia(69). La condena al canciller del “fracaso” ―del “papelón” o de la “entrega”― y el pedido de su renuncia fue uno de los tantos leit motiv de la campaña presidencial herrerista de 1946(Cerrano, 2017). No obstante, Amézaga mantuvo a su ministro hasta el final de su mandato. Una posible explicación es que su gobierno había perdido colaboradores en el affaire de las implicancias de 1945, después con las renuncias del mes de abril de 1946, por tanto el nacionalismo independiente, con la figura de Rodríguez Larreta en el gabinete era seguridad de apoyo parlamentario, además por más que el autor de la doctrina fue el canciller, está había tenido el aval del presidente.
Conclusiones
En este artículo se abordó cómo la doctrina Larreta, formulada en noviembre de 1945, afectó a la administración de Juan José de Amézaga dividiendo a parte de la clase política y opinión pública uruguaya.En última instancia le restó apoyo político, como se vio en el debate parlamentario de diciembre de 1945 y se reflejó en la renuncia de dos ministros Shiaffino y Castellanos a principios del año siguiente.
Desde la oposición se denunció que la tesis uruguaya era un producto contra la Argentina, por lo que en un contexto electoral en el país vecino no dejaba de ser inoportuna. También se presentó la sospecha del padrinazgo norteamericano y se la combatió por romper con la tradición de la política exterior uruguaya que había buscado el equilibrio en las relaciones con sus poderosos vecinos.Es decir,el gobierno oriental había modificado suslineamientos de política exterior, su defensa al principio de no intervención en las distintas conferencias interamericanas y en la naciente conferencia de las Naciones Unidas. De hecho, llamó la atención el cambio de rumbo entre los dos cancilleres, Serrato y Rodríguez Larreta,en el marco de una misma presidencia.
¿Es posible considerar a la doctrina uruguaya una herramienta jurídico-política, efectivamente apadrinada por los Estados Unidos, para evitar un triunfo de Perón en los comicios? De lo que se desprende de la documentación utilizada el canciller uruguayo creía en los argumentos de su nota.No contempló como hipótesis una victoria peronista, de hecho interpretó que con su doctrina ganaría la simpatía de los políticos democráticos y su opinión pública a favor de Uruguay, porque creyó que serían los próximos gobernantes. Y efectivamente no hay documentación que pruebe que la propuesta de “intervención multilateral” fuera efectivamente contemplada como una posibilidad efectiva de aplicación contra la dictadura de Farrell-Perón, más bien su planteó insistió en la realización de consultas y sondear opiniones. Su nota forma parte de la estrategia estadounidense hacia América Latina en la posguerra, que era encuadrar a los países en la línea de los acuerdos de defensa hemisférica que se terminarían de plasmar en 1947 en Río de Janeiro con el nacimiento del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca).
Al final, los detractores estuvieron en lo cierto: la doctrina Larreta recibió la condena de la mayoría de los países americanos, la administración de Amézaga erró en su apuestaal candidato triunfador en las elecciones argentinas lo que repercutió negativamente en las relaciones bilaterales. Rodríguez Larreta no pudo asistir como otros cancilleres latinoamericanos a la asunción de Juan Domingo Perón el 4 de junio de 1946, en su lugar viajó el ministro del interiorJuan José Carvajal Victorica.
Para los defensores, desde su retórica política, el proyecto era altruista y humanitarioen la búsquedade construir un nuevo mundo donde realizar y defender el “paralelismo entre la democracia y la paz” con acciones concretas.Los millones de muertos y las tragedias de la Segunda Guerra Mundial eran suficiente argumento para anular a regímenes de fuerza, violadores de derechos esenciales del hombre y del ciudadano, que más tarde o más temprano acabarían siendo una amenaza para la paz, la democracia y la seguridad hemisférica. En su defensa insistieron,con cierto grado de hipocresía política y diplomática, enque la doctrina era impersonal, duradera y que no estaba puesta la mira en Argentina. A la postre, al conseguir escasos apoyos de los gobiernos americanos perdió a su principal adherente: los Estados Unidos, entonces la cancillería uruguayamodificó los argumentos más polémicos de su doctrina. En su nueva nota, en febrero,acató lo legislado en las conferencias americanas y en la naciente Carta de las Naciones Unidas, sin dejar de remarcar que los países americanos compartían su eslogan del “paralelismo entre la democracia y la paz”