Introducción
En las últimas décadas, puede atestiguarse un crecimiento exponencial de publicaciones, proyectos de investigación e iniciativas académicas en los espacios académicos europeos y anglo-norteamericanos que se autodescriben como “decoloniales”. Las publicaciones serán examinadas en detalle a lo largo del presente artículo. No obstante, es posible señalar, varios proyectos e iniciativas que han surgido en este contexto. Entre ellos, iniciativas como Decolonising the Curriculum, desplegada en múltiples universidades del Reino Unido, la red académica Race and Decolonial Studies de la Universidad de Leeds, que promueve la intersección entre estudios raciales y decoloniales o el Decolonial Research Collaborative Group de la Universidad de Nottingham, el cual busca desarrollar redes internacionales de académicos y activistas. Asimismo, cabe mencionar proyectos de investigación como The Institute Project on Decoloniality, de la Universidad de Edinburgh University, Global Epistemologies and Decolonial Thought, en la Universidad de Warwick, e Indigenous Epistemologies and Decolonial Praxis en la Universidad de Toronto, que abordan desde perspectivas innovadoras las epistemologías globales y las prácticas decoloniales.
La creciente “popularidad” de la perspectiva decolonial al interior del ámbito académico occidental no implica un compromiso real con la transformación de las estructuras de poder y conocimiento que perpetúan la colonialidad, vaciando la decolonialidad de su radicalidad política y epistemológica originaria. La mera incorporación discursiva de conceptos decoloniales no equivale a una praxis decolonial, la cual en su esencia más radical exige una ruptura epistemológica y ontológica con la matriz colonial. Esta ruptura, lejos de ser un simple ejercicio teórico, demanda una reconfiguración fundamental de las relaciones de poder globales y de las estructuras institucionales que las sustentan. Adoptar una verdadera praxis decolonial significaría, para las instituciones del Norte global un cuestionamiento radical de las normativas, la burocracia y las jerarquías que son intrínsecas a las mismas.
Si bien estas iniciativas pueden constituir puntos de partida para diálogos más profundos y transformaciones más sustanciales es crucial mantener una vigilancia crítica para evitar que estas iniciativas se conviertan en meras estrategias de cooptación o en ejercicios de "inclusión" superficial que no alteren las estructuras fundamentales de la colonialidad del poder y del saber.
Como advirtieron Eve Tuck y K. Wayne Yang hace más de una década: “The easy adoption of decolonizing discourse by educational advocacy and scholarship, evidenced by the increasing number of calls to “decolonize our schools,” or use “decolonizing methods,” or “decolonize student thinking”, turns decolonization into a metaphor” (Tuck y Yang, 2012, p. 1). El riesgo de metaforización advertida por Tuck y Yang torna urgente reflexionar sobre el posicionamiento geopolítico de esta perspectiva, sus posibilidades e imposibilidades constitutivas antes de que esta perspectiva se convierta en un nuevo fetiche discursivo constreñido a las construcciones universales típicas de la burocracia académica eurocentrada.
Así, este artículo analiza el posicionamiento político y epistemológico de la perspectiva decolonial promovida por la academia anglosajona. Al mismo tiempo retoma los contextos disruptivos que vieron emerger el proyecto decolonial, focalizando especialmente en el Sur global. Por este último concepto se entiende una condición política, económica y social de subalternidad al interior de las estructuras de poder globales instaurados por la modernidad europea. Así, la genealogía de las discusiones acaecidas en el Sur global, enraizadas en las experiencias y resistencias de los pueblos colonizados, ofrecen un camino hacia la implementación de una praxis antropológica anti o contra colonial.
Posicionamientos
“Libération nationale, renaissance nationale, restitution de la nation au peuple, Commonwealth, quelles que soient les rubriques utilisées ou les formules nouvelles introduites, la décolonisation est toujours un phénomène violent” (Fanon, 2002, p. 39). Con esta definición comienza uno de los primeros estudios críticos sobre “decolonización”: Les damnés de la Terre (1961) del psiquiatra y filosofo martiniqués Frantz Fanon (1925-1961). Esta obra seminal, publicada un año después del desmantelamiento del África occidental francesa y el surgimiento del Frente de Liberación Nacional en Argelia, formó parte de una serie de escritos que emergieron en la coyuntura de las luchas de liberación nacional en las antiguas colonias europeas de África, Asia y Abya Yala (América Latina).
Desde la segunda mitad del siglo XX, las luchas anticoloniales y de liberación nacional en las antiguas colonias europeas de África, Asia y Abya Yala (América Latina) dieron lugar a un contexto de profunda transformación del orden mundial vigente. En este sentido, el intelectual palestino Edward Said (1935-2003) afirmó que la hegemonía de Occidente “culminated in the great movement of decolonization all across the Third World’ (Said, 1994, p. XII). Fue en este contexto que la epistemología y la praxis decolonial se gestaron como una herramienta analítica para deconstruir las estructuras y jerarquías impuestas por la matriz de poder colonial que oprimieron territorios e individuos. Así, los aportes teórico-prácticos de pensadores-activistas como Fanon, el bisauguineano Amílcar Cabral (1924-1973) o el martiniqués Aime Cesaire (1913-2008) convergieron en la configuración del locus de enunciación de la decolonialidad, o como precisó el sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel: “La ubicación geopolítica y cuerpo-política del sujeto que habla” (Grosfoguel, 2006, p. 22).
Para la determinación más exacta del locus enunciativo de la vasta producción académica anglosajona autodenominada “decolonial”, se realizó una cartografía de la utilización de los términos “decolonial” y “decolonización” en publicaciones indexadas en las bases de datos Scopus y Lens.org. La elección de estos términos obedece, en primera instancia, a su destacada presencia en el discurso académico anglosajón. No obstante, esta elección no es meramente circunstancial; por el contrario, se enraíza en una praxis anti/contracolonial que aspira a desarticular la gramática hegemónica y jerárquica que delimita las fronteras de lo decible y cognoscible en el ámbito académico anglosajón. Si bien las publicaciones analizadas poseen un potencial transformador y decolonizador, operan dentro de un sistema de evaluación y reconocimiento que está intrínsecamente vinculado a las normativas y criterios establecidos por instituciones académicas hegemónicas, revelando la tensión inherente al proceso mismo de publicación. Dichos criterios, profundamente enraizados en una lógica colonial y eurocéntrica, delimitan las fronteras de lo que es considerado conocimiento válido y legítimo. Así, la difusión y el impacto de estas publicaciones están condicionados por su conformidad con estándares que son, en última instancia, dictados por los evaluadores y las estructuras de poder del Norte global.
El cartografiado consideró las siguientes categorías: libros, capítulos de libros, actas y artículos de conferencias, tesis, artículos de revistas, números especiales de revistas y otros. En esta última categoría agrupe reportes, set de datos, preimpresiones, noticias, reseñas y entrada de referencias. En este mapeo integral se indagó, además, el idioma de las publicaciones, los países y regiones con mayor cantidad de publicaciones, y, por último, pero no menos importante, los trabajos y autores más citados.
Este análisis integral no solo ofrece una visión panorámica de las diversas manifestaciones y apropiaciones del discurso decolonial en el contexto de la academia occidental, sino que también revela las dinámicas de poder subyacentes a ella. Al examinar el idioma de las publicaciones, las revistas de mayor impacto, y las regiones con mayor producción, se desentrañan las estructuras de conocimiento global que perpetúan o desafían las jerarquías coloniales. En última instancia, este análisis crítico nos conduce a reflexionar sobre la urgencia de desestabilizar las epistemologías coloniales arraigadas en el sistema académico.
Cartografiando lo “decolonial” y la “decolonización”
El primer registro del concepto “decolonial” se remonta hasta un artículo de 1965 escrito por Jalu M. Panchanadikar y K. C. Panchanadikar sobre los procesos de cambio político y económico de los complejos urbanos-rurales en la India. Desde ese momento hasta la actualidad existen 17.759 registros, diferenciándose en las siguientes categorías: 618 libros, 3194 capítulos de libros, 171 actas y artículos de conferencias, 589 tesis, 10485 artículos, 1987 números especiales de revistas y 715 elementos entre reportes, set de datos, preimpresiones, noticias, reseñas y entrada de referencias. El punto más alto en el volumen de elementos publicados fue en el año 2023, registrando un total de 3727 elementos.
En el caso del término “decolonización”, el primer registro data del año 1950, un artículo de una página escrito por Itsuro Yamakita y Tetsuro Yamauchi sobre la descolonización del aceite de cera de arroz. Desde aquel instante hasta la presente fecha, se contabilizan 33.751 registros, distribuidos en diversas categorías: 3602 libros, 7895 capítulos de libro, 679 actas y artículos de conferencias, 919 tesis, 19176 artículos, 416 números especiales de revistas y 1064 elementos entre reportes, set de datos, preimpresiones, noticias, reseñas y entrada de referencias. El año 2023 marcó el apogeo en el volumen de publicaciones, alcanzando un total de 3631 elementos registrados.
La cuantificación y cartografiado de la producción intelectual en torno a la utilización de los conceptos de “decolonialidad” y “decolonización” no responde meramente a un ejercicio estadístico aséptico y desprovisto de implicaciones geopolíticas y epistemológicas. Por el contrario, estos datos conforman la evidencia empírica que permite visibilizar las profundas asimetrías que persisten en la geopolítica del conocimiento. Las cifras hasta ahora citadas son trazas materiales que nos permiten observar la colonialidad del saber y desentrañar los patrones de poder inscritos en las lógicas de edición, citación y validación hegemónicas. Es a través de estos números que podemos dar cuenta de cómo, incluso en el seno de los propios planteamientos críticos nacidos de las heridas coloniales, operan sutiles mecanismos de cooptación, apropiación y neutralización del potencial descolonizador de estas teorías (Fregoso Bailón y De Lissovoy, 2019; Fúnez-Flores, 2024).
El idioma de lo “decolonial” y la “decolonización”
En el ámbito lingüístico, se observa una notable hegemonía del inglés como lengua autorizada en el ámbito académico para teorizar sobre lo “decolonial” y la “decolonización”. En el primer caso la cantidad de publicaciones en dicho idioma es superior a las 9000 publicaciones, seguido del español con 2713 y el portugués con 2536. En términos porcentuales, estas cifras representan el 60,29 % del conjunto total para el inglés, mientras que el español constituye el 17,48 % y el portugués el 16,34 % restante. En el caso del concepto de “decolonización” el predominio del inglés es más acentuado, con más de 28000 publicaciones. Le siguen el español con 690, el italiano con 563, el portugués con 493, el alemán con 483 y el francés con 255. El inglés acapara casi el 89 % del total de publicaciones, relegando al español, italiano, portugués y alemán a porcentajes entre el 2 % y el 1 %. El francés, por su parte, apenas alcanza un 0,79 %.
Cumpliendo un rol análogo al desempeñado por el francés del siglo XIX como idioma imperial/colonial de las élites instruidas, el inglés se presenta como lengua franca académica por antonomasia. Esto se manifiesta en la menor diseminación de lenguas europeas como el español, el portugués, el alemán, el italiano y el francés, que, a pesar de presentar cifras significativas, están considerablemente por debajo del predominio del inglés. Esta disparidad se evidencia aún más al observar la escasa representación de idiomas del Sur global, como el suajili, el somalí o el persa los cuales representan menos del 0,02 % del total.
El escenario anteriormente descripto se torna aún más crítico si consideramos la completa ausencia de datos sobre los idiomas de los Pueblos Originarios resultado de condicionamientos estructurales y los filtros epistémicos que operan de manera subrepticia en las esferas del conocimiento hegemónico moderno/colonial. Esto no solo limita la efectividad y la visibilidad de las producciones en idiomas de los Pueblos Originarios, sino que también refuerzan las jerarquías raciales que subyacen en las estructuras del conocimiento hegemónico moderno/colonial, perpetuando así las desigualdades históricas y limitando las posibilidades de un auténtico diálogo de saberes (Escobar, 2014; Grosfoguel, 2007; Thiong'o, 2008; Tuhiwai Smith, 1999). La abrumadora hegemonía del inglés como lengua franca autorizada para enunciar, producir y difundir el pensamiento académico enmarcado bajo el rótulo de lo “decolonial” o lo “decolonizador” no hace más que refrendar su posición como nueva gramática universal impuesta por el orden mundial capitalista/colonial/moderno, la cual regula y “traduce” los posibles sentidos de ruptura y transformación emanados desde las heridas coloniales (Grosfoguel, 2006; Mignolo, 2003; Quijano, 2000; Tuck y Yang, 2012; Zhang, 2018).
Esta imposición idiomática se encuentra profundamente imbricada con las lógicas mercantiles que gobiernan la producción, circulación y validación del conocimiento en la academia corporativa globalizada. Esto instauró una falacia donde publicar en inglés, lengua de las principales revistas con altos índices de impacto calculados por la máquina bibliométrica noratlántica, se erige como la única vía posible para la acumulación de capital académico, prestigio y legitimación intelectual. Una lógica extractivista donde el saber se convierte en mercancía tasada por índices y factores de impacto que responden a las coordenadas admisibles por la razón imperial/colonial/capitalista (Grosfoguel, 2007; Hooks, 1994; Maldonado-Torres, 2007; Tuhiwai Smith, 1999).
No obstante, es fundamental reconocer y no olvidar que algunas de las más fecundas expresiones del pensamiento fronterizo y la insurgencia decolonial han sido escritas en inglés. Escritos fundacionales de pensadores-activistas como Frantz Fanon, el poeta martiniqués Aimé Césaire (1913-2008), el sociólogo estadounidense William Du Bois (1868-1963), la activista afroamericana Bell Hooks (1952-2021), la poeta chicana Gloria Anzaldúa (1942-2004) y la poeta afroamericana Audre Lorde (1934-1992), entre otros, fueron gestados en las diásporas de las Américas y escritos en inglés. Estos pensadores-activistas se apropiaron de dicho código lingüístico para abrir espacios disruptivos y de reexistencia en los intersticios del mismo sistema académico moderno/colonial (Bhabha 1994, Hooks 1994, Mignolo 2003, Thiong’o 2008).
Publicaciones
Al analizar la producción académica vinculada al concepto de “decolonialidad”, Brasil lidera la lista con más de 2000 registros, seguido por Estados Unidos que se posiciona en segundo lugar superando los 1500 registros. Le siguen el Reino Unido con 739, Sudáfrica con 620 y Canadá con 503 registros. Australia, España, Argentina y Colombia también presentan cifras considerables, cada uno con más de 200 publicaciones. A partir de ahí, los registros descienden a menos de 100 por país. Si examinamos la distribución por regiones geográficas, Sudamérica se posiciona a la cabeza con más de 2700 registros, seguida de cerca por Norteamérica con 2.082 y Europa Occidental con 1.774. África Subsahariana, cuna de muchas de las experiencias fundacionales de las luchas anticoloniales y descolonizadoras, exhibe un descenso significativo con apenas 711 publicaciones registradas. Esta asimetría se profundiza aún más en regiones como Oceanía con 351, América Central con 235, Europa del Este con 113, Asia del Este con 111, Asia del Sur con 58, Sudeste Asiático con 58, Caribe con 32, Oriente Medio con 31 y África del Norte con tan solo 8 publicaciones.
El caso del concepto de “decolonización” el panorama es diferente al descripto anteriormente. Estados Unidos, con 5078 publicaciones, y Canadá, con 1898, se posicionan como los epicentros y principales enunciadores del discurso académico sobre la “decolonización”, seguidos por el Reino Unido con 1409 y Australia con 708. Países del Sur global como Benín, Libia o El Salvador, con apenas una publicación cada uno, revela la profunda desigualdad en la producción y circulación del conocimiento. La hegemonía anglosajona se torna más evidente si observamos que, regionalmente, Norteamérica y Europa Occidental acaparan más de 10.000 publicaciones, en contraste con Oceanía (923), África Subsahariana (701), Sudamérica (658) y regiones de Asia y Oriente Medio cuyas experiencias decoloniales son sistemáticamente marginadas por las barreras estructurales y financieras que enfrentan en la producción académica.
Estos datos no son meramente estadísticos, sino que reflejan la persistente colonialidad del poder que configura quién puede hablar, quién es escuchado y qué conocimientos son legitimados. Los estándares y políticas editoriales anglosajonas favorecen casi exclusivamente a aquellos sujetos previamente iniciados en los rituales y códigos de la producción de conocimiento euro-norteamericano.
Esto conforma regímenes de verdad que determinan qué voces, experiencias y corporalidades pueden ingresar en el selecto círculo de la academia globalizada (Foucault, 2007). Los investigadores del Sur global, a menudo, carecen de acceso a los mismos recursos, redes y plataformas que sus contrapartes del Norte, perpetuando así una jerarquía epistémica que favorece las narrativas del Norte global. La concentración de la infraestructura material y económica en manos de los centros de poder del Norte global se traduce directamente en un control sobre los circuitos de producción y legitimación del conocimiento a nivel global, instalando la idea de que la credibilidad académica y la única forma de acumular capital académico radica en publicar en determinadas revistas (Grosfoguel, 2007). Así, los conocimientos gestados en las heridas coloniales son “traducidos” a las coordenadas admisibles por el canon occidental, neutralizando su potencial descolonizador (Bhabha, 1994; Thiong’o, 2008).
Este proceso de traducción implica no solo un cambio de idioma, sino una reconfiguración epistemológica que diluye la radicalidad del pensamiento decolonial. La pérdida no se limita meramente al uso del inglés o a la publicación en revistas del Norte global, sino que reside en la adaptación de conceptos y metodologías a marcos de referencia eurocéntricos. Así, conceptos como “buen vivir” o “pachakuti” son reinterpretados dentro de marcos teóricos occidentales, pudiendo perder su capacidad para cuestionar fundamentalmente la lógica del desarrollo capitalista o la linealidad del tiempo histórico occidental. La decolonialidad no es solo un proyecto académico, sino un compromiso ético-político con la transformación de las realidades vividas por comunidades históricamente subalternizadas.
Con esto no se pretende establecer una dicotomía entre “verdadera” o “falsa” decolonialidad, sino de reconocer los matices y tensiones inherentes a la producción y circulación del conocimiento en un mundo globalizado, pero aun profundamente desigual. La decolonialidad, incluso en su forma “traducida”, puede contribuir al mundo al introducir perspectivas alternativas en espacios académicos y políticos dominantes, sembrando semillas de cuestionamiento y transformación.
Citaciones
La geopolítica del conocimiento no solo se materializa en la asimétrica concentración de recursos e infraestructura material y económica, lo cual viabiliza la producción y circulación de conocimiento, sino en las practicas citacionales que operan al interior de la academia. A través de las citas se tejen redes de validación, autorización y legitimación de aquello que se considera “conocimiento valioso” y digno de ser citado, reproducido y puesto en circulación. El resultado es una epistemología tecnocrática y meritocrática que establece una correlación directa entre el número de citas y el estatus de un autor. A fines prácticos solo se consideran las cinco obras más citadas en torno al concepto de “decolonialidad” y “decolonización”.
En el caso del concepto “decolonial” las obras con mayor cantidad de citas son el libro Toward a Decolonial Feminism (2010) de la filósofa argentina María Lugones con 1254 citas, el artículo “Epistemic Disobedience” (2009) de la antropóloga peruana Marisol de La Cadena con 1160 citas, el artículo “An Indigenous Feminist's Take On The Ontological Turn” (2016) de la antropóloga maorí Linda Smith con 960 citas, el libro Designs for the Pluriverse (2018) del antropólogo colombiano Arturo Escobar con 878 citas y finalmente el artículo “Decolonization is not a metaphor” (2012), de la activista Kanien'kehá:ka Eve Tuck y del teórico crítico y activista estadounidense K. Wayne Yang con 800 citas.
En lo que respecta al término “decolonización”, las obras más citadas son el libro Decolonizing Methodologies (1999) de Linda Smith, con 7532 citas, el libro Feminism without Borders (2003) de la socióloga india Chandra Mohanty con 2191 citas, el artículo “Institutional Conditions for Diffusion” (1993) del sociólogo francés Pierre Bourdieu con 1751 citas, el artículo “Border Crossings” (1991) del crítico cultural estadounidense Henry Giroux con 1732 citas y finalmente, con 1586 citas, el artículo “On the Coloniality of Being” (2007) del filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres.
Desde una perspectiva decolonial, muchos de estos autores pueden ser situados al interior de las geografías fracturadas que constituyen el Sur global insurgente. Sus obras emergen de experiencias, corporalidades y contextos subalternizados por la matriz epistémica colonial. Este es el caso de Lugones, De la Cadena y Mohanty, quienes desde una praxis fronteriza desbordan tanto las categorías patriarcales como las narrativas feministas euro-norteamericanas, abogando por un feminismo transnacional capaz de reconocer las divergencias y desigualdades inscritas en la diferencia colonial global.
De la Cadena, junto a Smith, Tuck y Yang, expresan los saberes insurgentes de los pueblos indígenas que interpelan radicalmente las metodologías canónicas y las políticas epistemológicas del eurocentrismo moderno/colonial. Sus aportes abren caminos otros para la recuperación, el reposicionamiento y la reexistencia de las ontologías y epistemologías indígenas sistemáticamente negadas por el monólogo racista de Occidente.
La urgencia de una ecología de saberes pluriversa es también señalada por Escobar, cuyos trabajos se nutren de las luchas, las cosmovivencias y las ontologías relacionales insurgentes que emanan de los movimientos sociales del Sur en su afirmación de la vida frente a la voracidad del capitalismo extractivista. En el caso de Maldonado-Torres, sus aportes sobre la “colonialidad del ser” han sido influyentes en el giro decolonial.
Giroux y Bourdieu difícilmente puedan ser encuadrados dentro de las geografías del Sur global decolonial. El primero, pese a sus importantes contribuciones a la pedagogía crítica y la impugnación del neoliberalismo, permanece anclado en los debates internos de la academia angloamericana. Mientras que la vasta obra del segundo, por más que haya ejercido gran influencia en las ciencias sociales y la teoría crítica contemporáneas, no logra trascender la perspectiva eurocéntrica moderna desde la cual emerge su andamiaje conceptual.
Ante este panorama cabe preguntarse hasta qué punto esta creciente citación de autores del Sur global responde a una auténtica apertura epistémica o más bien a una operación de absorción y neutralización de los discursos decoloniales. A excepción de Linda Smith, todos los demás autores han trabajado principalmente en instituciones académicas del Norte global. Por un lado, esta inserción facilita el acceso a recursos, redes y plataformas que permiten una mayor difusión y legitimación de sus ideas. Sin embargo, es importante considerar que esta situación no se debe únicamente a objetivos académicos, sino que también involucra factores personales, familiares, así como cuestiones históricas y sociales de migración. De hecho, no solo estos pensadores, sino muchos otros teóricos decoloniales se encuentran actualmente en el Norte global, lo que refleja una compleja interacción entre las oportunidades académicas, las circunstancias personales y los flujos migratorios históricos.
Por otro lado, esta inserción puede implicar una mediación y traducción de dichas ideas por los estándares y la “gramática” del Norte global. Esta situación pone en tensión las dinámicas de poder, legitimación y cooptación que operan en el mundo académico corporativo globalizado. A su vez, manifiesta las complejidades y ambivalencias del locus de enunciación de los investigadores del Sur global inscritos en el Norte global (Grosfoguel, 2007).
El presunto giro decolonial parece haber adquirido un carácter marcadamente académico, impulsado desde las instituciones universitarias del Norte global donde muchos de sus principales exponentes viven, investigan y enseñan. Esto ha contribuido a la conformación de un nuevo canon que omite o menciona escasamente experiencias y saberes de otros pensadores fronterizos de Abya Yala y el Sur global. Asimismo, esta narrativa decolonial no aborda en profundidad procesos de larga data que fueron constitutivos y estructurantes de la modernidad colonial, tales como el antropocentrismo, el androcentrismo y el adultocentrismo imperial/racial/capitalista (Fornet-Betancourt 2004). En este sentido, creo que una perspectiva anti/contracolonial es política y epistemológicamente urgente.
Anti/contracolonialismo
El lugar de enunciación de la perspectiva anti/contracolonial se localiza en las insurgencias políticas que eclosionaron en el Sur global entre las décadas de 1920 y 1970. Si bien las mismas fueron heterogéneas, compartieron la voluntad de impugnar la pretendida universalidad de la razón instrumental eurocentrada1. En el caso concreto de Abya Yala, uno de los puntos de inflexión fueron las Conferencias de Barbados, un cónclave que reunió a líderes indígenas y académicos de todos los Pueblos Originarios del continente. Celebrados en 1971 y 1977, estos encuentros fueron un punto de inflexión que aunó las insurgencias políticas, epistémicas y existenciales de los Pueblos Originarios de Abya Yala en una praxis política anticolonial, impulsó los procesos de etnogénesis y reconstitución identitaria indígena frente al colonialismo interno y fortaleció las redes de solidaridad entre los Pueblos Originarios (Esteva, 1995; Rivera Cusicanqui, 2010).
Junto con estas conferencias, escasamente mencionadas en el amplio canon decolonial oficializado e institucionalizado por la academia occidental2, una de las referencias fundamentales de la perspectiva anti/contracolonial son los trabajos de intelectuales activistas como Frantz Fanon, Aimé Césaire, el antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot (1949-2012), la escritora antiguana Jamaica Kincaid, el activista trinitense George Padmore y la escritora martiniqueña Suzanne Césaire (1915-1966). Sus obras señalan la necesidad de un análisis interseccional de las dimensiones económicas, materiales, ontológicas, epistemológicas y emocionales que configuran la matriz colonial de poder. De manera concomitante, insisten en la urgencia de examinar las interacciones transculturales y los dispositivos tecnológicos, discursivos y simbólicos empleados en la materialización de la diferencia racial colonial, así como en la consolidación del orden moderno/colonial/capitalista3 (Fanon, 2002; Césaire, 1950; Césaire, 2009; Kincaid, 1985; Padmore, 1956; Trouillot 1995).
Más allá de la diáspora del Caribe, otros intelectuales activistas en diversas latitudes del Sur global profundizaron sobre estos puntos. Si bien la lista no es exhaustiva, quiero destacar figuras como Silvia Rivera Cusicanqui, el filósofo peruano José Mariátegui (1894-1930), el poeta cubano José Martí (1853-1895), el líder guerrillero mexicano Rafael Guillén Vicente, el filósofo boliviano Fausto Reinaga (1906-1994), el guerrillero mexicano Emiliano Zapata (1879-1919), el quilombola brasileño Antonio Bispo dos Santos (1959-2023) y el guerrillero argentino Ernesto Guevara (1928-1967). Estos intelectuales activistas encarnan una praxis política y epistemológica que trasciende la dicotomía occidental entre teoría y praxis. Así, su producción intelectual se torna indisociable de su compromiso ético-político con las luchas emancipatorias de los pueblos oprimidos (Bispo dos Santos, 2014; Guillén Vicente, 1994; Mariátegui, 1928; Martí, 1977; Reinaga, 1969; Rivera Cusicanqui, 2010).
Los trabajos y las prácticas políticas de estos intelectuales orgánicos convergen en una serie de elementos nodales que constituyen, a mi entender, el núcleo de una praxis decolonial anti/contracolonial y son esenciales en una genuina decolonización de las prácticas antropológicas. Primeramente, hay una escritura desde el “nosotros comunitario” más que desde el “yo individual”, enraizando sus reflexiones en las vivencias colectivas de los pueblos y los colectivos históricamente subalternizados por la colonialidad del poder. Así, los espacios de dialogo resultantes se presentan como una necesaria alternativa al dogmatismo académico y burocrático del conocimiento que empobrece el potencial transformador de nuestras prácticas antropológicas.
La perspectiva anti/contracolonial, se constituye como un proyecto de desprendimiento epistémico y político de la matriz colonial de poder. No es simplemente una postura de oposición, sino una afirmación de la pluriversalidad del conocimiento y de la existencia. Reconociendo la persistencia de la colonialidad en todas las esferas de la vida social, política y epistémica, la perspectiva anti/contracolonial implica dar cuenta y desactivar los mecanismos más sutiles de la colonialidad que operan en el nivel del conocimiento, de la subjetividad y de las formas de vida. En este sentido, esta perspectiva es una lucha por la pluriversalidad, es decir, por un mundo donde quepan muchos mundos. Es, en última instancia, un llamado a imaginar y construir un horizonte otro, basado en la pluralidad, la reciprocidad y la comunalidad. (Bispo dos Santos, 2014; Guillén Vicente, 1994; Rivera Cusicanqui, 2010). En este sentido, la antropología anti/contracolonial no debe limitarse a la inclusión tokenística y a la celebración acrítica de la diversidad, sino que tiene que erigirse como una praxis política que continúa las luchas de resistencia, insurgencia y reexistencia iniciadas hace más de cinco siglos por los Pueblos Originarios de Abya Yala. Para ello, debemos evitar la separación forzada entre sentir y pensar, y reconstituir una ecología autónoma, comunitaria y solidaria del conocimiento.
Esta ecología debe aspirar a ser un espacio colectivo, pluriversal e insurgente donde confluyan, dialoguen y se articulen las contranarrativas, los contraconocimientos y las contraprácticas de los disidentes, los divergentes, los marginales, los no binarios, los excluidos, los olvidados de la historia y del canon antropológico oficial hegemonizado por la racionalidad eurocéntrica. Ejemplos como la Universidad de la Tierra y el Ejercito Zapatista en México, la Universidad Intercultural Amawtay Wasi en Ecuador, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil y la Coordinación Nacional de Articulación de Quilombos, el Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas en Perú, el Movimiento Agroecológico Campesino a Campesino en Cuba, la Swaraj University en India o la Mpambo Afrikan Multiversity en Uganda dan cuenta de que la construcción de esta alternativa es posible.
Estas iniciativas son una traducción práctica de pluriversalidad. Por este último concepto entendemos no simplemente una diversidad de perspectivas dentro de un marco universal único, sino la coexistencia de múltiples mundos interconectados pero distintos. Así, cada una de las iniciativas mencionadas gestiona espacios donde los conocimientos locales, indígenas y subalternos no son simplemente “incluidos” en un marco dominante, sino que son la base misma desde la cual se construyen nuevas formas de educación, organización social y relación con el territorio (Escobar, 2014).
De lo contrario, corremos el riesgo de quedar atrapados en un monólogo postcolonial y/o decolonial que, a pesar de su retórica crítica, parece mantener las mismas estructuras asimétricas, violentas, heteronormativas, patriarcales y occidentales de siempre. Esta sería una decolonialidad meramente discursiva, carente de un verdadero compromiso con la transformación radical de las jerarquías y dominaciones arraigadas en la colonialidad del poder, del saber y del ser (Escobar, 2014; Fanon, 2002; Hooks, 1994; Quijano, 2000; Rivera Cusicanqui, 2010; Thiong'o, 2008; Tuhiwai Smith, 1999).
Palabras finales
A lo largo de este trabajo mi objetivo fue revelar una paradoja fundamental al seno de la perspectiva decolonial promovida por la academia anglosajona. Pese a sus pretensiones contrahegemónicas, la misma sigue estando atravesada por la lógica mercantilista y extractivista que rige el mundo académico corporativo globalizado. La necesidad de mantener ritmos masivos de publicación en revistas indexadas de alto impacto ha derivado en el establecimiento forzoso de un flujo unidireccional de ideas desde el Sur hacia el Norte global. Esta dinámica, como ha denunciado Silvia Rivera Cusicanqui, es una modalidad de extractivismo epistemológico, donde los cuerpos de conocimiento gestados en el Sur global son extraídos, despolitizados y resignificados dentro de la razón instrumental occidental como capital económico y simbólico (Rivera Cusicanqui, 2010). En este renovado clientelismo intelectual, los pensadores del Sur global son relegados a una posición subordinada y periférica en la economía global de las ideas y en las dinámicas Norte-Sur.
Lo anterior no implica un rechazo completo de la perspectiva decolonial emergente en las instituciones académicas del Norte global, las cuales contribuyeron en visibilizar y, hasta cierto punto, cuestionar las estructuras de poder y las epistemologías hegemónicas que continúan perpetuando la colonialidad. Sin embargo, esto no ha conllevado una distribución equitativa de los recursos materiales, técnicos y humanos capitalizados por dichas instituciones, los cuales constituyen el complejo entramado en el cual sustentan su posición hegemónica en la geopolítica del saber. Desafiar esta estructura requiere no solo una redistribución equitativa de estos recursos, sino también el desmantelamiento de la estructura piramidal tradicional de poder y capital académico, que sigue manteniendo una jerarquía que reproduce las dinámicas coloniales. En este contexto, una perspectiva auténticamente anti/contracolonial se torna políticamente urgente tanto como epistemológicamente impostergable. Solo recurriendo a las insurgencias epistémicas de las exterioridades negadas por el proyecto moderno/colonial podremos iniciar una verdadera ecología de saberes.
Una perspectiva auténticamente anti/contracolonial no debe limitarse a lo meramente discursivo, sino que necesita incidir directamente en las prácticas situadas de descolonización de la vida en todas sus dimensiones. Implica fomentar una lucha activa la soberanía alimentaria y el fomento de sistemas agroecológicos comunitarios, la revitalización de la medicina de los Pueblos Originarios basada en la relacionalidad cuerpo-mente-naturaleza, abogar por el reconocimiento de los sistemas normativos propios de los Pueblos Originarios, promover pedagogías de enseñanza-aprendizaje basadas en la relacionalidad, auspiciar proyectos de investigación basados en metodologías participativas y colaborativas e impulsar formas de autogobierno y autonomías territoriales de los Pueblos Originarios, afrodescendientes y campesinos, así como sus luchas por el derecho a la tierra, al territorio y al buen vivir, más allá de la democracia liberal representativa (Escobar, 2014; Esteva, 2014; Illhuicatzi, 2017; Rivera Cusicanqui, 2010; Walsh, 2013).
Ejemplos de estas iniciativas ya están sucediendo en diversas latitudes del Sur global4. Es momento de profundizar y expandir las mismas a través de una lucha colectiva, horizontal, inclusiva, interseccional y transgeneracional. Es necesario articular las diversas experiencias de subalternización a través de una ética y una praxis de la solidaridad, la complementariedad y la relacionalidad. Solo así podremos contribuir a la gestación de un proyecto anti/conta colonial de transformación radical que supere las limitaciones del pensamiento eurocéntrico y abra caminos hacia la pluriversalidad. Si no, corremos el riesgo de quedar atrapados en un mero ejercicio discursivo, carente de una praxis anticolonial consecuente. El vacío ético, moral y política de esta retorica se hace evidente en el silencio cómplice de gran parte de la academia anglosajona ante la ocupación colonial y el despiadado genocidio palestino por parte del régimen de apartheid israelí.
Con mucho respeto se utilizarán las palabras pronunciadas en las declaraciones de la Selva de Lacandona para concluir este trabajo: “Con mis palabras sencillas busqué tocar el corazón del pueblo sencillo, humilde, luchador, digno y sobre todo rebelde. Mis palabras buscaron contar lo que ha sucedido con las perspectivas que se presentan como el remedio contra la colonialidad. Mis palabras buscaban ser una invitación a otros a construir prácticas antropológicas anticoloniales y contracoloniales. Estas fueron mis sencillas palabras para tratar de estar junto a quienes luchan en otros lugares contra la colonialidad. Durante la larga noche de los 500 años pedimos un mundo donde quepan todos los mundos, ahora es nuestra exigencia”.