Introducción
En este artículo se analiza el uso de categorías raciales en el área de la biomedicina argentina, centrándose en las asimetrías existentes con los principales centros de financiamiento científico a nivel global y los sesgos metodológicos que de ello puedan resultar.
Como marco para pensar el sistema científico internacional y sus relaciones de poder retomaremos lo planteado por Kreimer (2006) respecto a la integración subordinada. Esta idea problematiza la tensión existente entre la autonomía de los grupos de investigación locales, tanto en objetivos y metodología como en objeto de estudio, y la necesidad de insertarse en el plano internacional para obtener validación, visibilidad y, frecuentemente, prestigio en su propio país. Muchas veces el aspecto subordinado de dicha integración reside en que las agendas temáticas locales quedan supeditadas a los intereses de los grupos internacionales. Esto incluye los objetivos, los marcos conceptuales, las preguntas a responder y también la división internacional del trabajo científico, ya que a los grupos locales “les corresponde desarrollar las actividades que suelen ser más rutinarias: los controles, las pruebas, los tests de conocimiento, que ya fueron establecidos y estabilizados como tales por el grupo que coordina la distribución de temas y actividades (y que suele estar localizado en los países centrales)” (p. 205). Un ejemplo usual de dicha división del trabajo es la colecta de muestras para un cuestionario y tratamiento clínico definido en los países centrales con sus objetivos y sus conceptos. En estos casos es posible ver otro de los rasgos definidos por Kreimer para este nuevo panorama, el de la escala de las investigaciones; un tipo de estudio y análisis estadístico que necesita gran número de muestras y, por ende, la participación de grandes redes y consorcios de investigación. A mayor tamaño de la red y mayor peso de instituciones financiadoras y actores públicos y privados (de especial importancia en el ámbito biomédico) el margen de negociación para los grupos locales sería menor. Como contraparte positiva de esta división del trabajo se postula que quienes “participan de las megarredes aumentan significativamente sus recursos, lazos de integración y, también, la reproducción ampliada de los nuevos científicos que se incorporan y se forman dentro de este nuevo esquema” (p. 209). En definitiva, para el autor “la mayor tensión aparece en términos de la relevancia local de las investigaciones, es decir, de su utilidad social para el espacio en el que están insertas” (p. 209), lo que vale tanto para los problemas que se buscan resolver como para lo adecuado, relevante y preciso de sus resultados. ¿Serán útiles para la biomedicina local datos y conclusiones que toman conceptos que no son empleados en el país, que no tienen un correlato efectivo en la cotidianidad?
A partir de este contexto y en base a experiencias y preguntas surgidas de nuestra propia práctica profesional (en la genética de poblaciones y otras áreas de la antropología biológica), surgió el interés por estudiar el uso del concepto de raza en la investigación biomédica de investigadores argentinos, que publican en el país y en el exterior.
El concepto de “raza” está sujeto a una extensa discusión que no intentaremos abordar aquí en profundidad, pero de la que es posible trazar los principales lineamientos. En las ciencias biológicas, raza ha sido empleada como un criterio de clasificación taxonómica inferior al de especie, usualmente a partir de rasgos fenotípicos. Sus presupuestos tipologistas y fijistas hicieron que su uso en clasificaciones de la especie humana sea cuestionado desde hace décadas (Carnese, 2019). En ese mismo año, la American Association of Physical Anthropologists publicó una elocuente “Declaración sobre Raza y Racismo”, retomando las discusiones existentes e intentando establecer una base disciplinar en común. Allí se afirmaba que “existe variación dentro de las poblaciones de todo el planeta y entre ellas, y los grupos de individuos pueden diferenciarse por patrones de similitud y diferencia, pero estos patrones no se ajustan a grupos raciales definidos socialmente (como blancos y negros) ni a conglomerados geográficos definidos por continentes (como africanos, asiáticos y europeos)” (Fuentes et al., 2019, p. 401; traducción propia). Continúa señalando que lo que se ha caracterizado como “raza” no son “grupos biológicos discretos ni linajes evolutivamente independientes” y que “la distribución de la variación biológica en nuestra especie demuestra que las razas reconocidas socialmente no son categorías biológicas” (p. 401). Además “el concepto occidental de raza debe entenderse como un sistema de clasificación que surgió del colonialismo, la opresión y la discriminación europeas, y para apoyar esas prácticas. Por lo tanto, no tiene sus raíces en la realidad biológica sino en las políticas de discriminación” (p. 400).
Al no ser una categoría natural sino construida socialmente resulta evidente que su significado no será el mismo en distintas regiones, y sus consecuencias tampoco. Retomando enfoques producidos en nuestra región, Segato propone pensar la raza como consecuencia y no como causa: “es un producto de siglos de modernidad y del trabajo mancomunado de académicos, intelectuales, artistas, filósofos, juristas legisladores y agentes de la ley, que han clasificado la diferencia como racialidad de los pueblos conquistados” (Segato, 2007, p. 24). Aquí encontramos uno de los ejes para discutir en este dossier, ya que la clasificación racial tiene una forma e importancia muy particular en los Estados Unidos, principal centro de producción de conocimiento e influencia colonial del sistema científico global, y sede de la asociación que redactó la declaración citada. Segato (2002) plantea que “si los estados anglosajones en el nuevo mundo, y particularmente los Estados Unidos, crearon “raza” como el modo más relevante de heterogeneidad en su interior, otros estados nacionales pueden haber creado otras discontinuidades a lo largo de otras fronteras interiores, que resultaron de mandatos diferentes del racial pero igualmente ineludibles y que tomaron cuerpo con la misma concreción, generando jerarquías y tensiones equivalentes” (p. 242) y concluye que, al ser construcciones ideológicas “esas categorías funcionan de manera diferente y desempeñan papeles característicos dentro de un conjunto de representaciones que dependen del orden nacional” (p. 243). Por lo tanto, esas formas de alteridad y de clasificación “no pueden ser sino falsamente trasplantadas a otro contexto nacional (…) a riesgo de que caigamos en un malentendido planetario o, lo que es peor todavía, que impongamos un régimen de clivajes propios de un contexto específico a todo el mundo” (p. 249).
A pesar de lo planteado, y de toda la evidencia en su contra, la concepción que sostiene que la “raza” es una categoría biológica útil para describir las divisiones de nuestra especie sigue presente en algunas áreas científicas en general, y en la biomedicina en particular (Lu et al., 2022; Fuentes et al., 2024). En una revisión de Ali-Khan et al. (2011) se muestra que “raza”, junto a “etnia” y “ancestría”, se usa de manera confusa, no se justifican sus criterios ni significados e incluso en muchos casos ni siquiera se consigue una coherencia interna en la investigación, ya que se intercambian conceptos en las distintas partes de los artículos o proyectos (Ali-Khan et al., 2011; Lu et al., 2022). Fuentes et al. (2024), centrándose en artículos sobre algoritmos de diagnósticos clínicos coinciden en que el uso de “raza” no tiene fundamentos, sino que principalmente el término se incluye por costumbre y siguiendo citas de “key articles” antiguos y sin base empírica.
El debate es válido porque en los últimos cinco siglos la raza se ha convertido en una realidad social que ha estructurado las sociedades y la forma en que se experimenta el mundo. En este sentido la raza es real, al igual que el racismo, y ambos tienen consecuencias biológicas reales. Esto significa que el racismo, los prejuicios contra alguien, su raza y la creencia en la superioridad e inferioridad inherentes de los diferentes grupos raciales afectan nuestra biología, salud y bienestar (Fuentes et al., 2019). Entonces, por un lado, su uso puede sostener la idea de que “raza” refleja realidades biológicas y mantener un “racismo científico”, por otro lado, y en determinados contextos, el uso del término “raza” podría ser usado como un “proxy” para dar cuenta de desigualdades sociales, por lo que algunos autores argumentan que seguir usándola como variable en las investigaciones podría ser beneficioso (Borrell et al., 2021; Lu et al., 2022). Esta perspectiva tiene su principal apoyo en la tradición estadounidense y, aunque no es común, también en Europa se han establecido protocolos que indican cómo desglosar datos por raza/etnicidad para cuantificar posibles desigualdades (Lu et al., 2022). Ventura Santos et al. (2022) indican que, tomando recaudos e indicaciones especiales, en Brasil también podría ser provechoso relevar el dato de “raza” en la salud pública y como forma de alentar y fundamentar políticas antirracistas.
Estos tres ejes, el sistema científico global, la clasificación racial y la biomedicina, son los que motivan y justifican el presente trabajo, que tiene como objetivo realizar una revisión del uso del concepto “raza” en artículos científicos del área de las ciencias biomédicas donde hayan participado autores de Argentina y analizarlos con un enfoque cuali-cuantitativo. Entendemos que es un problema epistemológico y a la vez un área de impacto directo en la vida cotidiana de las sociedades. Dadas las características del conjunto de datos a analizar no se pretende presentar una revisión exhaustiva y sistemática sino exploratoria, centrándonos en examinar patrones comunes y casos de interés.
Metodología
Como criterios de inclusión de los artículos a analizar se consideró que: 1) se trataran de trabajos publicados en revistas científicas del área de biomedicina; 2) se presentaran estudios realizados en humanos; 3) se incluyera al menos un/a autor/a con filiación institucional argentina; y 4) contengan el término “raza” y sus derivados (“razas”, “racial”) ya sea en idioma español o en inglés. Previamente fueron excluidos aquellos artículos que no cumplían con los criterios de inclusión, por ejemplo, porque estudiaban otras especies (modelos biológicos como ratones, entre otros) o contenían el término “raza” o derivados haciendo referencia a otro concepto (por ej., “race” como “carrera”, “razas” de animales, entre otros). El periodo considerado fue del 2003 al 2024.
Las fuentes de información del presente trabajo son dos. Por un lado, con el fin de incluir artículos publicados en revistas argentinas, se relevó el portal de Revistas de Acceso Libre de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) “Revistas Médicas Argentinas” (https://www.med.unlp.edu.ar/index.php/biblioteca/revistas-acceso-libre/revistas-medicas-argentinas; última consulta: 31/10/23), donde se cuenta con 32 revistas de medicina editadas en el país (Tabla S1). Para cada una de éstas se realizó la búsqueda de los términos “raza”, “razas”, “racial”, “raciales” utilizando los motores de búsqueda disponibles en cada sitio web o bien, en el caso de que la revista no contara con un gestor de información, de manera manual. Por otro lado, se utilizó la base de datos PubMed® (https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/; última consulta: 15/03/24) con el objetivo de incluir artículos publicados en revistas internacionales. Dicha base de datos es una reconocida fuente de literatura biomédica que comprende más de 37 millones de registros, según lo declarado en su página web, y es propiedad del National Institute of Health (NIH), una organización gubernamental de Estados Unidos1. La estrategia de búsqueda en este caso consistió en consultar por la presencia del término “race” (y sus derivados: “races”, “racial”) en el título, resumen y/o texto principal de artículos donde al menos un/a autor/a posea filiación argentina y filtrando por especie (humanos) de la siguiente manera: ((“race”(Title/Abstract) OR “race”(Text Word)) AND “argentina”(Affiliation)) AND (humans(Filter)). Para las variantes del término, se restringió la búsqueda a los casos en donde la variante aparece sin el término “original” para evitar registros repetidos, por ejemplo: ((“racial”(Title/Abstract) OR “racial”(Text Word)) NOT (“race”(Title/Abstract) OR “race”(Text Word)) AND “Argentina”(Affiliation)) AND (humans(Filter)). Las mismas estrategias de búsqueda se utilizaron para los términos en español (“raza” y derivados). A la totalidad de artículos resultantes de las búsquedas en PubMed® se sumaron además aquellos que habían sido obtenidos para un estudio preliminar y que no fueron rescatados mediante estas estrategias.
Para cada artículo se relevó: 1) apellido del primer autor; 2) año de publicación; 3) título; 4) DOI o URL de acceso (cuando estuviera disponible); 5) país de edición de la revista; 6) número de autores; 7) número de autores con filiación argentina; 8) posición de los autores con filiación argentina; 9) instituciones de filiación argentinas; 10) otras instituciones de filiación extranjeras de los autores con filiación argentina (si corresponde); 11) si el término “raza” (o sus variantes) es utilizado como categoría clasificatoria; 12) si se incluyen muestras, pacientes o participantes argentinos; 13) si se utiliza “raza” (o sus variantes) como categoría para las personas de argentina; 14) las categorías de “raza” adjudicadas a las personas argentinas (si corresponde); 15) las categorías de “raza” adjudicadas a personas de otros países; 16) si se explicita el origen de las categorías de “raza” utilizadas (por ejemplo, si se toman de categorías censales, etc.); 17) si se explicita el criterio utilizado para la adjudicación de las categorías de “raza” (por ejemplo, autoadscripción, lo realiza el profesional, etc.).
Resultados y discusión
El relevamiento utilizando el buscador “Revistas Médicas Argentinas” permitió, como se ha señalado, el acceso a 32 revistas publicadas en el país. A partir de los propios buscadores (o por búsqueda manual cuando aquella no fue posible) se observó la presencia del uso de raza en 11 casos: en 10 trabajos se trata de comentarios incluidos en el apartado de antecedentes sobre investigaciones hechas en Estados Unidos y en 1 en Brasil, pero en ningún artículo se emplea el término en la metodología o resultados. Es de destacar la publicación de Wahren (2014) “Influencia de la idea de raza en la práctica médica”, única que encontramos donde se reflexiona críticamente acerca de la utilización del término raza, abordando su utilización en Estados Unidos, sus consecuencias clínicas (prescripción diferencial en el uso de antibióticos) y la inconveniencia de transpolar una categoría surgida en un contexto sociohistórico específico a otros países, como Argentina.
A modo de comparación, vale decir que frente a las 11 menciones de “raza” en el mismo universo de análisis el término “población” se encontró en 346 artículos. Por esta razón, a partir de las revistas analizadas se observó que el primer término está prácticamente ausente en los trabajos biomédicos de investigadores en el país, lo que podría interpretarse como un reflejo de su escaso uso cotidiano.
Mediante las búsquedas en la base de datos PubMed® se recuperaron 205 registros, de los cuales 57 no cumplieron con los criterios de inclusión y 9 no pudieron incorporarse por no tener acceso al artículo completo. Por lo tanto, se analizó un total de 139 publicaciones (Tabla S2). De ese total, en 60 (43,2 %) se utilizó “raza” como categoría y se analizaron muestras de Argentina; en 42 (30,2 %) se empleó la categorización racial pero no se incluyeron participantes argentinos; en 2 (1,4 %) el dato sobre la inclusión de pacientes de Argentina no estaba disponible; y en 35 (25,2 %) el término estuvo en el texto únicamente haciendo referencia a otros trabajos. Es importante destacar que, de estos últimos, 19 correspondían a revisiones o reviews que, si bien emplean “raza”, las categorías utilizadas, su origen y justificación corresponden a los trabajos citados e incorporados en dicha revisión y, por lo tanto, no resulta claro evaluar en qué medida son los autores del review quienes las aplican. Todo este conjunto de publicaciones analizadas corresponde a las búsquedas con los términos en idioma inglés (“race”, “races”), puesto que a partir de las búsquedas en PubMed® de los términos en español no se recuperaron registros.
Cabe recordar que, por criterio de inclusión, todos los artículos presentaron al menos un autor con filiación argentina (a quienes nos referiremos de aquí en adelante como “autores argentinos”2). Entre aquellos artículos que utilizaron raza como categoría en muestras argentinas, más de la mitad (53,3 %, 32 papers) tienen un solo autor del país. En proporción al total de autores, en el 23,3 % de las publicaciones (14 de 60) los argentinos representan el 30 % o más y en un 15 % (9 de 60) representan la mitad o más (Tabla S2). Si bien buscamos indagar sobre el rol y tipo de participación de los autores argentinos, la información resultante fue de escaso valor dado el gran número de casos que no lo explicitaban y la poca precisión en aquellos que sí lo hacían (el caso extremo es un trabajo con 30 coautores en el que todos declaraban “escritura y revisión general”). También se realizó una búsqueda sobre las fuentes de financiamiento de las investigaciones, pero solo una parte de los artículos las mencionaban y, en aquellos que lo hacían, no se encontraban en categorías o rangos comparables. En esa indagación inicial pudo observarse que la gran mayoría de los artículos poseen fuentes de financiación extranjeras. El dato “país de edición de la revista” sirvió para confirmar que las publicaciones eran internacionales, pero la gran concentración de la industria editorial científica impide un análisis más profundo, dado que casi todas las publicaciones se concentran en Estados Unidos, Reino Unido y Países Bajos, sedes de los principales conglomerados editoriales.
A los fines de nuestra investigación interesa particularmente el conjunto de publicaciones en las que se utiliza “raza” (“race” y sus variantes) como categoría y que incluyen personas argentinas (es decir, el 43,2 % de los artículos analizados). Vale aclarar que muchos trabajos incluían muestras argentinas en las cuales aplicaron categorías raciales, pero presentaron sus resultados sin desagregar por país (Tabla S2). Para profundizar el análisis destacamos los siguientes artículos en los que, como se verá, existen grandes discordancias entre los enfoques y muy poca o nula explicitación de las metodologías, sembrando fundadas dudas acerca de cómo considerar estos datos y su validez.
Flores-Caldera et al. (2021) abordaron la endometriosis a nivel mundial. Se incluyeron 212 personas argentinas, 175 (82,5 %) señalaron ser “White”, 35 (16,5 %) de “mixed race” y 2 de “other” (0,9 %), siendo “Black” otra categoría posible. No explicitaron el origen de esas categorías ni describieron a qué se referiría cada una, pero sí aclaraban que fueron adjudicadas por autoadscripción en una encuesta. Ésta era la traducción al español del original, elaborado por el Endometriosis Phenome Project del World Endometriosis Research Foundation.
Soto-Añari et al. (2021) analizaron la prevalencia de demencia entre los adultos mayores en Latinoamérica durante la pandemia de covid-19 y señalaban que la fundamentación del estudio radicaba en que en los antecedentes se observaba que dicha prevalencia era superior a la registrada en otras partes del mundo. Sus resultados evidenciaban una asociación significativa con la “raza”. Los términos empleados fueron “White, African American, Latin American mestizo y Latin American Indigenous”. No se aclaran las razones o el criterio de esta categorización, la cual es particular y parece inconsistente, dado que un término hace referencia al color (White), otro es histórico-geográfico (African American) y otro lingüístico-histórico (Latin American Mestizo). En la tabla de resultados indican que la muestra en Argentina es 89 % “White”, 10,8 % “Latin American Mestizo” y 0,2 % “African American”; aunque en el cuerpo del artículo dicen que Argentina en la región tiene la proporción más alta de “Whites” (98,8 %) y más baja de “Latin American Mestizos” (1,2 %). No se explican estas discrepancias.
Ferrari et al. (2022) realizaron un estudio multicéntrico transversal en 8 países Latinoamericanos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú y Venezuela), con el objetivo de comparar el índice de desarrollo humano con la actividad física, señalando que “race/ethnicity” fue autoinformada. En el artículo se abundó en explicaciones metodológicas sobre como medir la actividad física, la ingesta calórica, el nivel educativo, la utilización de medios de transporte y el tamaño muestral, con cuotas controladas por sexo, edad y categorías socioeconómicas, pero no se definieron ni justificaron los criterios de las categorías raciales/étnicas empleadas. Éstas fueron “Caucasian”, “Mixed”, “Black” y “Others”, en esta última se incluían “African-American, Asian, Native, Gipsy”. Los valores para la muestra argentina fueron 61,6 % “White”, 28,3 % “Mixed/Caucasian”, 7,3 % “Black” y 2,8 % “Other”. Como en el caso anterior, las categorías no parecen guardar una coherencia interna. A este respecto, consignaron que se preguntó a los participantes sobre su raza/etnia y como criterio se definió que “Mixed/Caucasian” correspondía al nacido de un padre y una madre de diferentes razas/etnias, afirmando que esto ha sido explicado en un trabajo previo (Ferrari et al., 2021). De la lectura de dicho paper no surge la respuesta y se observa que, incluso, se ha modificado la denominación de una categoría, utilizan “Mixed” en el texto del 2021 y Mixed/Caucasian en el 2022, sin explicitar la causa de ello. En Ferrari et al. (2021) se remite a que los cuestionarios han sido validados por un consorcio internacional, el Latin American Study of Nutrition and Health (Fisberg et al., 2015), pero allí tampoco se aclara el criterio empleado de clasificación y la justificación de las categorías. En cuanto al método de recolección se indica que los “datos étnicos” de todos los participantes fueron tomados mediante cuestionarios estándar durante entrevistas cara a cara.
Busi y Sly (2018) se propusieron testear los métodos producidos para evaluar la función pulmonar por el consorcio Global Lung Function Initiative (GLI), “de referencia para distintos grupos étnicos”, con el objetivo de analizar cuál se ajusta mejor a la población de Argentina, concluyendo que deben usarse las “ecuaciones caucásicas”. El uso de “race” está limitado a las cuestiones técnicas del protocolo, y al hablar de población argentina utilizan “ethnicity”. La muestra tomada en Trelew (provincia de Chubut) está compuesta por un 72,3 % “Caucasians”, 22,9 % “Hispanics”3, 2,9 % “Indigenous” y 1,9 % “Others” y afirman que dicha composición se corresponde con lo arrojado a nivel nacional por el Censo Nacional del 2010. Pero en dicho Censo se limitó a preguntar si el encuestado (o sus antepasados) era afrodescendiente o perteneciente a un pueblo originario; asumiendo que tomaron esos datos para “Indigenous” y “Others”, queda la pregunta sobre en qué se basaron para realizar la distinción Caucasian/Hispanic.
Nano et al. (2013) evaluaron los factores de riesgo de la degeneración macular asociada a la edad en Argentina, donde también recolectaron la “raza”, concluyendo que la enfermedad era menos frecuente en “mestizos”. Mediante una encuesta, y aparentemente por autoadscripción (aunque no lo explicitan), obtuvieron que su muestra era en un 81,1 % “White”, 14,9 % “Mestizo” y 4 % “Other” (Indigenous, Black or Asian). Como único contexto a estos datos sobre la población del país citan “The World Factbook” de la “Central Intelligence Agency” (CIA) de Estados Unidos, donde se consigna que el 97 % de la población es blanca (principalmente de ascendencia española e italiana) y 3 % es mestizo (de raza mixta blanca e indígena), indígena o de otra raza.
Cosatti et al. (2018) analizaron la relación entre vida laboral y diagnóstico de Lupus eritematoso en muestras de Argentina. Tomaron los datos mediante un cuestionario autoadministrado por los pacientes, con categorías fijadas por el Consorcio Latin American Group for the Study of Lupus (GLADEL). En su muestra el 43 % de los participantes eran “White”, 43 % “Mestizo” y el 13 % “Amerindian”, sin aclarar pautas o indicaciones sobre esas categorías ni mencionar si había otras respuestas posibles.
Consigli et al. (2010) presentaron un único paciente, que era clasificado como “Caucasian” y de “occidental race”, lo cuál sería de interés porque la mayoría de las personas con su diagnóstico se correspondían a “oriental race”. Nuevamente no se encuentran definiciones ni justificaciones para esas categorías, ni criterios según el cual el paciente pertenecía a una de ellas.
En Vélez et al. (2009) se incluyeron 152 pacientes de Argentina, a quienes clasificaron como “Caucasians”, agrupándolos para el análisis estadístico con aquellas personas clasificadas como “Caucasians” de Estados Unidos. En el artículo se hace referencia solamente una vez a una posible “confusión de efectos” en los resultados a causa de este agrupamiento, pero nada se dice sobre qué implica la categoría “Caucasian” ni cómo se les asignó a los participantes. La clasificación de “Caucasian” parecería ser un criterio de inclusión en la muestra (a fin de poder compararla con la muestra de “African American” exclusivamente compuesta por estadounidenses) pero no está explicitado. Un caso similar es el de Zhang et al. (2020) en el que una muestra de 116 argentinos tomada en la ciudad de Buenos Aires fue clasificada como “race Caucasian” y se comparó con la muestra de “race Chinese, Japanese”. Surgen los siguientes interrogantes: ¿Todos los pacientes argentinos fueron “Caucasians”? ¿Cómo lo determinaron? ¿Hubo “No-Caucasians” que quedaron fuera del cálculo?
Estos últimos no fueron los únicos trabajos en los que encontramos que la clasificación elegida era la misma para todas las personas argentinas participantes de un estudio. En otros artículos el uso de la palabra “raza” es esporádico y no pareciera corresponder a un interés por clasificar a los pacientes o participantes del estudio para realizar análisis en base a esa categoría. Por ejemplo, Galimberti et al. (2005) presentaron un reporte de pacientes de Argentina y utilizaron “white race” para describirlos solamente en el resumen (p. 101). El término “race” y sus derivados no vuelve a ser mencionado en el resto del artículo, excepto en la discusión y solamente haciendo referencia a otras investigaciones. Algo similar ocurre en el estudio de Salazar et al. (2012) quienes realizaron un análisis comparativo entre hombres y mujeres habitantes de dos localidades argentinas. El foco principal del artículo es la comparación por género, y los términos “race” o “racial” solamente aparecen en antecedentes y en la discusión citando otros trabajos y para referirse al conjunto de su muestra, al cual clasifican como “South Americans primarly of European origin” (Salazar et al. 2012, p. 1752). Si bien el uso de esa categoría como “racial” no queda especificado, al final de la discusión declaran que sería de interés extender los análisis a “non-European racial groups” (“grupos raciales no europeos”; Salazar et al. 2012, p. 1752). Resulta interesante que en estos dos últimos casos se trata de trabajos que incluyen pacientes o participantes exclusivamente de Argentina y cuyos autores poseen en su totalidad (8 en Galimberti et al., 2005) o en su gran mayoría (8 de 9 en Salazar et al., 2012) filiación en instituciones argentinas como único lugar de trabajo declarado. Estas características de los estudios, sumadas a la aparición esporádica del término “raza” y la clasificación conjunta de toda la muestra en una sola categoría nos llevan a plantear la posibilidad de que se trate de casos en donde las etiquetas poblacionales no eran un dato a tomar durante la investigación y los autores estarían utilizando alguna clasificación racial solamente en respuesta a una demanda por parte de los evaluadores de la revista en la cual se publicó el artículo (editada en Reino Unido en el caso de Galimberti et al. y en Estados Unidos en el caso de Salazar et al.).
También presenta una clasificación homogénea de la muestra el trabajo de Correale et al., (2011), en el cual se han analizado a 132 “Hispanics”. Señalan que no se diferencian en “características demográficas” de otros pacientes que acuden a una clínica privada de Buenos Aires. El criterio por el cual son “Hispanics” no fue explicitado, pero podemos suponer, a partir de la literatura y de la propia experiencia entrevistando personas sobre su ancestría e identidad, que difícilmente algún paciente se haya identificado como “Hispanic”, mucho menos toda la muestra. ¿De la misma manera que en los trabajos mencionados anteriormente se supuso una muestra “Caucasian” en este caso se supuso “Hispanic”? ¿Fue una categoría pensada en la investigación o se aplicó ad-hoc al momento de la escritura?
En contraposición a estos casos, unos pocos artículos con un muestreo multisituado dan cuenta de que en algunos lugares no se pudo recopilar la información sobre clasificación racial. Steliarova-Foucher et al. (2017) desagregan la muestra correspondiente a Estados Unidos en cinco grupos “raciales o étnicos”, pero no lo hacen en las muestras de otros países, incluida la Argentina. Tasoulas et al. (2024) excluyen las muestras argentinas del análisis estadístico final debido a que, al no contar con datos para “race”, no cumplen los criterios de inclusión.
Consideraciones finales
Es posible visualizar ciertos patrones del análisis realizado. En este universo de artículos que emplean el término “raza”, en general puede observarse una falta de discusión, reflexión y tratamiento analítico acerca de las categorizaciones empleadas para dar cuenta de la diversidad de la población. Una de las contadas excepciones la constituye el texto ya señalado de Wahren (2014), publicado en la revista Archivos Argentinos de Pediatría. Ese breve texto habla sobre la diversidad humana (planteando la inexistencia de bases biológicas raciales), expone sobre las diferencias sociales entre países que deben ser tomados en consideración (señalando las prácticas clínicas en Estados Unidos), les brinda un marco histórico (refiriéndose a la colonización anglosajona y la “One-Drop Rule” de asignación racial de la descendencia) y discute las implicancias de su uso (recordando las jerarquías sociales en las que se basaron). Pero este artículo es una de las pocas excepciones, ya que los trabajos que desglosaron sus datos para la muestra argentina utilizaron las categorías de manera acrítica y en ellos figuran estimaciones acerca de la composición de la muestra clasificada por raza con valores muy dispares. Por ejemplo, las categorías “White/Caucasian” y similares van de un rango del 43 % al 99 %, las “Amerindio/Native” lo hacen del 0 al 13 %, “Mestizo/Latin American Mestizo” del 1,2 % al 28,6 %, “Black/African American” del 0 % al 7,3 % y “Others” del 0 % al 4 %. Los criterios de clasificación no suelen estar explicitados y mucho menos fundamentados (ya sea citando literatura u otras metodologías). Pocas veces se especifica la región o ciudad de la que provenía la muestra, lo que genera una idea de falsa homogeneidad en la población argentina, lo que ha sido cuestionado desde estudios antropogenéticos que han mostrado la gran diversidad de la composición poblacional entre las distintas regiones del país (Avena et al., 2012). Las clasificaciones en ningún caso mostraron porcentajes de respuestas “no sabe/no contesta”, lo que llama la atención porque no se suelen utilizar cotidianamente esas categorías. Ya se han señalado las inconsistencias de los esquemas clasificatorios empleados. En ese sentido, una dificultad añadida es que la gran mayoría de los trabajos concibe a estas categorías como excluyentes, sin contemplar la posibilidad de que una persona pudiera adscribirse a más de una pertenencia.
En suma, estas características arrojan fundadas dudas acerca de la confiabilidad de la información “racial” recolectada. Coincidimos con las conclusiones de Lu et al. (2022) remarcando que, al no haber un consenso disciplinar sobre sus definiciones y usos, los conceptos, metodologías y criterios que se utilicen deben ser explicitados y justificados en cada caso. Esto al menos permitiría saber qué datos recolectados son comparables con otros, o con qué sesgos y limitaciones habrá que manejarse en cada caso.
Retomando lo planteado por Kreimer (2006), estaríamos asistiendo aquí a una forma de integración subordinada, que se daría en dos variantes: 1) Por un lado, en investigadores argentinos que forman parte en consorcios o proyectos internacionales, frecuentemente del tipo “clinical trial”, con toma de muestras en distintos países. Si bien coinciden en los objetivos principales de las investigaciones (ya que tratan sobre enfermedades o diagnósticos en su área de experiencia), dado que la planificación de la investigación ocurre en los países centrales que lideran (y financian) el proyecto, es probable que los investigadores argentinos (y de otros países en las periferias) se vean relegados respecto a la toma de decisiones metodológicas y la producción final de los artículos. En caso de tener discrepancias o matices sobre las categorías raciales a relevar difícilmente puedan plasmarse en los informes. Por otro lado, los grupos locales que sí logran dirigir y tener decisión en todos los pasos de la investigación se verían condicionados al tratar de comunicar sus resultados en el plano internacional. La asimetría en la producción del conocimiento salta a la vista al tener que adaptar, y adoptar, el marco metodológico al de los evaluadores e incorporar categorías raciales que no formaban parte del protocolo original. Estas formas de integración subordinada afectan la relevancia local de las investigaciones y el potencial aprovechamiento de sus resultados4 .
El último aspecto a destacar es la falta de articulación entre las áreas del conocimiento. En las producciones biomédicas, además de observarse las asimetrías de poder mencionadas, se nota la ausencia de fuentes y referencias demográficas, históricas, antropológicas y bioantropológicas locales y regionales. En nuestro relevamiento encontramos una mención al libro de datos mundiales del servicio de inteligencia estadounidense y ninguna a las múltiples investigaciones locales sobre la diversidad poblacional argentina. Proponemos una activa interacción y un mayor conocimiento entre los distintos actores del sistema científico, médico y productivo de nuestros países. Ello puede ser un primer paso para encontrar un mejor equilibrio en las tensiones inevitables entre los desarrollos locales y el modelo de producción del conocimiento global.