Introducción
Durante el período 2017-2019 realicé un trabajo de campo etnográfico para lo que sería mi tesis de licenciatura en Sociología publicada por la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Allí abordé las condiciones de vida, la sociabilidad y los vínculos de parentesco de las mujeres trans y travestis que ejercen sexo comercial callejero1 en la ciudad de Mar del Plata. El trabajo de campo incluyó dos etapas. Una primera etapa consistió en recorridas y observaciones participantes por la zona de sexo comercial conocida como la zona roja. En esa investigación considere a la zona roja como un espacio urbano inacabado, que se actualiza y se transforma, y en el que se inscriben prácticas diversas (legales e ilegales). En este espacio la noción de trabajo no se restringe a las actividades de sexo comercial. Es un espacio de relaciones de poder, que se constituye y permite una gran circulación de personas, vehículos, informaciones, redes etc. Es un espacio creativo, determinado por ciertas normas, escenarios de múltiples sociabilidades y relaciones (Tavares, 2014; Darouiche, 2019). La forma de entrada a la zona roja fue por medio de actividades de prevención de la salud sexual, es decir, por medio de entregas de preservativos y brindarles información sobre lugares de testeos de VIH/SIDA en la ciudad.
La segunda etapa del trabajo de campo consistió en observaciones y entrevistas semiestructuradas en espacios domésticos de las personas transfemeninas y travestis que ejercían sexo comercial callejero. Esta etapa sirvió como complemento para recolectar y profundizar diferentes categorías e informaciones que se habían recogido en la primera etapa.
El siguiente artículo propone una reflexión etnográfica sobre la primera etapa. Es decir, propone narrar los modos de proceder y hacer etnografías en escenarios complejos, en donde, la seguridad, las emociones y la identidad del investigador jugaron roles claves. Este tipo de ejercicio constituye lo que etnógrafos denominan como reflexividad. La reflexividad etnográfica está ligada a las formas en las que se construye el conocimiento social. En la reflexividad, la conciencia del investigador, los condicionamientos sociales y políticos, el género, la edad, la pertenencia étnica, la clase social y las afiliaciones políticas suelen reconocerse como parte del proceso de conocimiento (Bourdieu y Wacquant, 2008; Guber, 2012). La reflexividad etnográfica es de suma importancia para el trabajo de campo, ya que coloca al investigador como un sujeto social, y no como un simple espectador de los hechos y del escenario social. La antropóloga argentina Rosana Guber (2012) afirma:
Para que el investigador pueda describir la perspectiva de sus miembros, es necesario someter a un continuo análisis -algunos dirían “vigilancia”- las tres dimensiones de la reflexividad que están en permanentemente en juego en el trabajo de campo: la reflexividad del investigador en tanto miembro de una sociedad o cultura; la reflexividad del investigador en tanto investigador, con su perspectiva teórica, sus interlocutores académicos, sus habitus disciplinarios y su espistemocentrismo; y las reflexividades de la población que estudia (p. 46).
Siguiendo las sugerencias la línea de pensamiento de esta autora, el siguiente trabajo intenta reflexionar sobre un trabajo de campo etnográfico de una temática que atravesó todas las reflexividades de quién investiga. El siguiente trabajo se divide en cinco apartados. En el primer apartado reflexiono sobre el trabajo de campo y los instrumentos de registro. Allí pongo tensión las posibilidades de registro por medio de un diario de campo, en situaciones, donde los investigadores no podemos hacer uso del mismo. El segundo apartado reflexiono sobre las emociones y el trabajo de campo etnográfico. En este apartado la idea es atender lo que ocurre con las emociones, y como ellas ayudan a potenciar sentidos vitales, y las formas de cuidado del investigador. El tercer apartado refiere a la sexualidad y la identidad del investigador en el campo. ¿Cuáles son las formas en que la sexualidad y la identidad operan con las sujetas de investigación? ¿Qué posibilidades abre u obtura la sexualidad y la identidad? Son algunas de las preguntas que se recuperan. El cuarto apartado recupera un marcador social de la identidad y la historia del investigador en comparación con las historias de vida de las propias sujetas. El quinto y último apartado refiere a las consideraciones finales sobre este artículo.
El objetivo final de este trabajo es contribuir a las discusiones sobre las formas y las estrategias de hacer trabajo etnográfico, como así también intentar problematizar cuáles son las variables a la hora de hacer una reflexividad etnográfica. Sin más preámbulos damos paso a los hechos y al desarrollo del artículo.
¿Y el diario de campo?
La etnografía como método de investigación se sostiene en gran parte por lo que los antropólogos denominan como diarios de campo. La clásica imagen del trabajo de campo etnográfico es aquella en que el antropólogo o el sociólogo hace su visita al campo con un cuaderno, toma nota de esa realidad que circunscribe a su campo. Es decir, anota las conversaciones, los diálogos, las dinámicas entre otras. ¿Pero qué ocurre cuando ese cuaderno, o, mejor dicho, ese instrumento no puede sustentarse en la práctica? Es necesario recordar que “las formas de registro dependen de varios factores que atañen a la investigación, al marco teórico y metodológico del investigador, y a la situación” (Guber, 2012, p.101).
En el trabajo de investigación realizado, el uso del cuaderno de campo en el territorio era muy poco factible, y hasta diría que estaba vedado, ya que implicaba cierta sospecha de mi presencia. Es por eso que decidí hacer uso de otros soportes, para después anotar en mi diario de campo. Este tipo de estrategias, del no uso del cuaderno de campo en la situación etnográfica de observaciones no es novedosa. Existen varios trabajos de campo en donde el propio campo impedía el uso de este tipo soporte. A modo de ejemplo podemos citar el trabajo de Camilo Braz (2012), una etnografía sobre los clubes de sexo masculinos en Brasil. Otro ejemplo del impedimento de usar el diario de campo en la situación etnográfica es el de Alberto Teutle y Mauricio List Reyes (2015) quienes realizan una etnografía sobre los saunas de la ciudad de Puebla en México. También podemos citar el trabajo de Larissa Pelúcio (2006), sobre los modelos preventivos de VIH en la población travesti y trans de dos ciudades brasileñas. Estos ejemplos, me sirvieron para diagramar algunas estrategias sobre el registro no-convencional en mi investigación.
Recuerdo que todas las mujeres trans y travestis de la ciudad se encontraban siempre en las esquinas de la zona roja. Era poco común encontrarme a mitad de la cuadra o en otro tipo de lugar que no sea en la esquina. Es por eso que, en ese momento, cuando llegaba a la esquina, su lugar de trabajo, intentaba primero presentarme, comentarles sobre lo que estaba haciendo en la zona, es decir, repartiendo profilácticos, y realizando una actividad como investigador de la universidad, conociendo la zona roja y las dinámicas que ahí se establecían.
Cómo segundo paso, a esa primera presentación, intentaba entablar algún tipo de preguntas o algún tipo de vínculo con ellas. Al principio fue bastante duro, porque muchas de ellas pensaban que yo estaba de infiltrado o trabajando en realidad para la Policía Federal. Luego, cuando vieron que mis intenciones en realidad eran académicas, muchas de ellas comenzaron a darme conversación y responder algunas de mis preguntas.
Pero volviendo a la idea de cómo aprovechar esos breves momentos en los que podía tener una conversación con ellas, debido a los clientes o debido a la policía, recuerdo que me elaboraba una suerte de guía de preguntas antes de llegar al encuentro. Entonces llegaba a la esquina, y mientras conversaba, dirigía las preguntas que ya tenía en la cabeza. Luego, cuando me despedía, seguía el camino por la zona roja y me alejaba un poco de ellas me elaboraba nota de voz en el celular. Ese dispositivo servía para grabar el nombre de las calles, para poder recordar quienes estaban paradas en cada esquina y qué diálogos o respuestas había tenido a mis preguntas.
El celular fue en algún sentido como mi diario de campo, debido a que en él podía albergar gran parte de las notas de campo, como notas de voz, y registrar todo lo que ocurría en la zona roja de la ciudad de Mar del Plata con las mujeres trans y travestis. Esta estrategia del uso de las tecnologías como diario de campo, o soporte de registro, también fue utilizada por Scribano (2017) al realizar una investigación sobre las conflictividades cotidianas en las Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es por eso, que inspirado en su recomendación, elegí utilizar ese instrumento como un soporte para el registro.
Recuerdo que muchas veces iba con el celular a la zona roja, y ellas, ante mi pedido de anotar mi número, para concretar las entrevistas o si por ahí necesitaban más preservativos, me decían que no se acordaban el suyo o que no habían llevado el aparato. Yo entendía, e interpretaba, que esa era una reacción de rechazo. Aunque también, era cierto que no llevaban el aparato, como una estrategia de seguridad, para no ser robadas en la zona (Darouiche, 2019). Ante esa negativa de anotar el número, pensé que tenía que hacer algo. Es por eso que decidí apropiarme de una estrategia de quienes realizan sexo comercial para concretar los encuentros.
Decidí realizar papelitos con mi nombre y mi número. Los papelitos se conocen como aquellos objetos en los cuales trabajadoras sexuales escriben su nombre y un número telefónico de contacto y los dejan en diferentes espacios de la vía pública para luego ser consultadas sobre sus servicios. Apropiándome de esa metodología de la oferta sexual callejera conseguí concretar la gran mayoría de las entrevistas que realicé. Es por eso que en un momento decidí con la entrega de preservativos, preparar algunos paquetitos que incluyera mi nombre y mi número de celular. De esa manera yo les comentaba a ellas que estaba investigando y realizado actividades de prevención y que si ellas querían participar del estudio me escribieran o me mandaran un mensaje.
En un contexto en el cual podía tener conversaciones muy cortas, pero si mucha observación, decidí profundizar muchas de las dinámicas y la información que obtenía por medio de entrevistas y visitas a los espacios domésticos de las mujeres trans y travestis. Sin embargo, en esta primera etapa del trabajo de campo, pasaron otras cosas, que también repercutieron en mi quehacer sociológico.
Sentimientos y trabajo de campo etnográfico
En el año 2017 obtuve una beca de intercambio de grado entre la Universidad Nacional de Mar del Plata y la Universidade Federal de Santa Catarina. En esa oportunidad sabía que la Prof. Miriam Pillar Grossi estaba dando un curso sobre Metodología y Técnicas de Investigación en Ciencias Sociales al cuál quería asistir, ya que conocía su experiencia como investigadora y antropóloga en cuestiones de género y sexualidad. Por suerte, y cuestiones administrativas, conseguí acceder al curso. Esas clases y esos intercambios marcaron significativamente mi formación como investigador.
Recuerdo que, en la clase de etnografía, la profesora además de explicar cómo se procedía en el trabajo de campo etnográfico, insistió en que como investigadores no debíamos desaprovechar ese momento para hablar de nuestros sentimientos y de nuestras sensaciones. Esa enseñanza fue reveladora para mí, que estaba en proceso de formación de investigación. La profesora insistió en que quienes hacíamos o íbamos hacer etnografía, en el diario de campo, tienen que aparecer nuestros sentimientos, nuestros temores, y nuestros estados de ánimo, porque los mismos son parte del proceso de construcción del conocimiento.
Esta enseñanza y perspectiva que brindaba la docente me sorprendió, ya que mi formación apuntaba a un trabajo de campo racional y basado en una lógica naturalista. Tal como lo afirma Guber (2012)
Temor, ansiedad, vergüenza, atracción, amor y seducción caben en una categoría sistemáticamente negada por la metodología de la investigación social: la emoción, contracara subjetiva, privada e íntima de la ‘persona’ en tanto sujeto jurídico. La lógica academia, para la cual la razón es el principal vehículo y mecanismo elaborador de conocimiento deja completamente de lado la pasión, los instintos corporales y la fe. […] Desde esta perspectiva, la emoción es el ‘anti-método’ que nos aleja del conocimiento ecuánime y objetivo, y hace de la participación un comportamiento sospechoso. (p. 117)
A pesar de este tipo de recomendaciones de un trabajo de campo distanciado y que no reconoce los clivajes de quién investiga, aposté en la investigación realizada, a tener en cuenta mis emociones y cómo ellas fueron parte fundamental de la construcción del conocimiento y de cómo ellas me permitieron acceder a determinados tipos de datos y a determinadas situaciones de observación. Es decir, siguiendo las enseñanzas de la profesora Grossi, en este apartado me gustaría poder reflexionar sobre cómo mis sentimientos, estuvieron presentes en el trabajo de campo, y qué obstáculos y ayudas proveyeron.
Si bien existe un vasto campo de reflexiones sobre las emociones en el trabajo de campo. Desde las antropólogas feministas, hasta las nuevas formas etnografías digitales, las emociones de quien investiga vienen siendo cada vez más presentes en las producciones académicas (Sirimarco y Spivak L’Hoste, 2019). Reflexionar sobre las emociones, es reflexionar sobre saberes experienciales y sobre formas las cuáles los conocimientos también se vuelven corporizados e inscriptos a normas culturales y sociales (Pérez Sanz y Gregorio Gil, 2020). La dicotomía entre razón/emoción tan celebrada en cierta literatura académica, va quedado vetusta, debido a la amplia cantidad de trabajos etnográficos feministas, queers, y decoloniales, que ponen eje en las emociones como formas de producir conocimientos (García-Santesmases Fernández, 2019)
Recuerdo que cuando comencé el trabajo de campo en la zona roja las propias personas me habían advertido que la zona estaba siendo muy peligrosa por diferentes motivos. El primer motivo se debía a los hechos de inseguridad que estaban ocurriendo: robos y arrebatos a las personas que ejercen sexo comercial; también la peligrosidad de algunas peleas callejeras entre lo que ellas denominan como fisuras, es decir, personas en situación de calle, que buscan drogas o algún tipo de sustancias psicoactivas. El segundo motivo de peligrosidad residía en los controles policiales. Este último motivo se debía la creación mediático judicial de la categoría narco-travesti (Malacalza, 2018; Darouiche, 2019). Esta representación -en parte verdadera- de que las personas trans y travestis que ejercían sexo comercial callejero vendían drogas y que en la zona roja circulaba mucha droga, generaba una presencia policial muy fuerte y de diferentes formas: patrullaje, oficiales circulando por las calles, camionetas o autos de incógnita que se hacían pasar por clientes, entre otras.
De todos los motivos de peligrosidad, en mi rol de investigador, la situación de la presencia policial era la que más estrés y temor generaba. Sabía que, si tenía que comenzar a realizar el trabajo de campo recorriendo las zonas de sexo comercial, debía elaborar estrategias que menguaran esos sentimientos paralizantes.
La primera estrategia fue realizar una visita a la comisaria con mi codirectora de aquel momento, e intentar hablar con alguna autoridad para presentarme e informar qué es lo que estaba por realizar en la zona roja. Intuí que la estrategia de presentarme ante una autoridad policial, podía disminuir el miedo y el temor de ser abordado por los propios agentes de la calle, o por lo menos, saber que, si quedaba detenido o demorado, ya existía algún tipo de antecedente haber estado en la comisaria informando lo que estaba realizando en la zona roja. Recuerdo que cuando fui a la comisaria, estaba nervioso, casi que no pude hablar, y por suerte estaba mi codirectora, con más experiencia para manejar la situación. La nota de campo de ese día fue mucho sobre los sentimientos de temor y de inseguridad que sentía frente a una institución que siempre, por mi identidad, me dio un poco de espesor.
A pesar de la visita. A pesar del diálogo con la autoridad. Nunca, mientras realicé las visitas a la zona roja, estuve tranquilo. Siempre fueron una mezcla de temores y de sentimientos. Esos sentimientos siempre fueron registrados en las notas telefónicas y posteriormente en el diario de campo. Los sentimientos fueron parte de la experiencia que fue construyendo la investigación. Me ayudaron en algún sentido a agudizar algunas percepciones y sentidos vitales en el propio trabajo de campo. Una de esas agudizaciones de los sentidos, fue en relación a la vista, aprendida además de las propias sujetas de campo. La vista, ese sentido vital que ellas les servía para conseguir clientes, para observar a los autos, a la policía, a los infiltrados y a los posibles delincuentes, a mí también me ayudo para desarrollar mejor la observación participante y tener más presentes cosas del territorio que en otro contexto de campo, tal vez, no estaban.
Pero volviendo a los temores y a los sentimientos, el mayor de ese temor fue siempre la policía. Recuerdo comentarle a una colega, que tenía mucho miedo de ir a hacer trabajo de campo por la policía y ella respondió: “estaría bueno que un día caigas preso y que te detengan”. Yo quedé impactado ante su respuesta. ¿A quién se le ocurriría desear, en el contexto de persecución, estar en manos de las fuerzas policiales? Ese comentario, me dejó mucho para pensar. Lo cierto es que el temor a las fuerzas policiales, que ocupó gran parte del trabajo de campo, funcionó de manera productiva, para entender, cuáles eran las dinámicas que ellos utilizaban para perseguir y hostigar a las personas que ejercían sexo comercial callejero.
En ese sentido, tal como los trabajos de Garriga Zucal (2012), y los trabajos de antropólogas feministas que abordan el derecho a la ciudad (Pérez Sanz y Gregorio Gil, 2020), el miedo, en este trabajo etnográfico, fue una forma de conocer y abordar las realidades sociales del propio quehacer etnográfico. Más que una emoción improductiva, permitió vislumbrar desigualdades sociales y dinámicas de poder inscriptas en la cultura de la ciudad.
Para cerrar este apartado de sentimientos, quisiera introducir una reflexión que siempre me quedó resonando como pregunta. ¿Los resultados sobre las dinámicas, y los sentimientos, hubieran sido los mismos, si el rol, la identidad y la sexualidad de quien investigaba en ese momento hubieran sido diferentes a los míos? Es decir, qué temores, qué inseguridades y cuáles hubieran sido las advertencias para una investigador blanco, heterosexual y masculino; o una investigadora, blanca, heterosexual, y así podría seguir con diferentes tipos de marcadores sociales de clase, sexualidad, y raza. Sin embargo, en el próximo apartado voy a intentar reflexionar sobre cómo influyó mi sexualidad y mi identidad en el trabajo de campo.
Sexualidad y trabajo de campo etnográfico
¿Cuál es el lugar que ocupa la sexualidad, la identidad y la etnia del investigador en el trabajo de campo? Esta es una pregunta que comenzó a resonar fuertemente a partir de los años ochenta con la discusión sobre la construcción del imaginario investigador, como hombre, blanco y heterosexual (Cangiano y Dubois, 1993; Guber, 2012). Las feministas han intentado reponer este tipo de preguntas, reflexionado sobre su posición en el campo, y las restricciones o sobreprotecciones que siempre ocurren cuando ellas se convierten en etnógrafas (Guber, 2012). Por otro lado, los movimientos antirracistas también han intentado cuestionar la construcción de conocimiento y los saberes, al no ser blancos, ni pertenecer a la representación del clásico antropólogo. Por último, con la aparición de los estudios queers, se bregó en cuestionar la mirada heterosexual de las investigaciones sobre diversidad sexual y población LGTB (lesbianas, gays, trans, bisexuales) intentado apostar al conocimiento situado (Haraway, 1988). Haciéndome eco de estos debates, en este apartado intento reflexionar sobre cómo mi sexualidad y mi identidad jugaron roles claves en el acceso al campo, como así también, puso en tensión algunos encuentros con las sujetas del propio campo.
En este eje retomo algunas de las antropologías clásicas sobre identidades trans y travestis, por ejemplo, los trabajos de Silva (1993), Kulick (1998), Fernández (2004), Pelúcio, (2006), entre otras. Todas ellas, al trabajar con grupos sociales en donde la identidad (y la sexualidad) era lo relevante, terminan reflexionando sobre la propia identidad de quien investiga. Tal es el caso de Kulick (1998), en donde el autor reflexiona sobre su identidad blanca, europea, y su sexualidad en el trabajo de campo con travestis prostitutas brasileñas. El autor afirma que su sexualidad y su identidad fueron los que permitieron una mayor apertura en el campo. Por caso contrario, podemos retomar el trabajo de Pelúcio (2006) en donde afirma que su identidad de biomujer heterosexual trajo algunas complicaciones y algunas rispideces sobre en su trabajo de campo. Vemos de esta manera que la identidad de quién investiga produce mayores aperturas u obturaciones en los trabajos etnográficos.
Sobre mi investigación, el punto de partida es autopercibirme como un investigador, pero, por otro lado, también soy una persona que ha habitado y habita una sexualidad no heterosexual. No me considero gay, no me considero homosexual, no me considero un hombre, pero tampoco me considero una mujer. Sin embargo, claramente me inscribo en algún marco cultural, y respondo a ciertas normas de género, por ejemplo: vestir de varón, tener barba, pelo corto. También tengo algo del estilo de vida gay, como tener relaciones sexuales y enamorarme de otros hombres. Pero mis comportamientos muy amanerados, o muy femeninos, tampoco me hacen ser el estereotipo de gay masculino, sobre el cuál solo existe una sospecha.
Esta permeabilidad identitaria, en algún sentido, me jugó a favor al momento de acceder y hacer trabajo de campo con las mujeres trans y travestis. Considero que las mujeres trans y travestis al verme como una maricona,2 o una persona que conocía algunos códigos previos y poseía pre nociones sobre sus vidas, permitieron un mayor acercamiento, mayor amabilidad, y un punto de vista privilegiado. Recuerdo haber tenido algunas conversaciones con personas cisheterosexuales3 que estaban investigando un campo similar y comentaban que el acceso al campo había sido muy dificultoso y holgado. También se lamentaban de haber tenido que esperar mucho tiempo hasta ganar la confianza de las trans y travestis. Sin embargo, mi experiencia fue completamente distinta.
Creo que haberme mostrado como una persona flexible identitariamente, haber sido respetuoso, y conocer algunos de los códigos, fue lo que me habilitó la entrada al campo. El no haber tenido una mirada complaciente, una mirada de lástima, o una mirada de lo exótico, permitió habitar sus espacios de sociabilidad y sus espacios doméstico. Lo que tuve fue una mirada de la diferencia, y una predisposición a entender que ellas también eran poseedoras de saberes.
El rol que más jugó mi sexualidad en el trabajo de campo fue la posibilidad de ellas identificarme como una maricona. Alguien flexible genéricamente y alguien por fuera de la heterosexualidad y de los valores culturales heteronormativos (Butler, 2007). Recuerdo bien cómo ellas jugaban con mi identidad y mi sexualidad, incluso habían llegado a apodarme con nombres femeninos (La Cristian, Crisbel, Cristiana, Cristina). También recuerdo que muchas de ellas no me identificaban con un estilo de vida gay. Sobre esto comparto un fragmento del diario de campo:
Hoy nos juntamos con Mariana en la casa de ella. Me había invitado a tomar unos mates y conversar sobre diferentes cosas, me había dicho que vaya porque estaba aburrida […] Mariana en un momento me dice: con Paulina llegamos a la conclusión que vos no sos un gay como los otros. Le pregunté azorado por qué consideraba eso. Ella me dijo: porque no, vos estás más cerca de nosotras, además no sé, no salís, no usas las redes sociales, no haces cosas de levante, no te vestís a la moda. No sé, no sos un gay, vos sos medio un loco,4 pero bien (Darouiche, diario de campo, 2018).
En este fragmento puede verse cómo mi sexualidad y mi identidad, incluso es leída dentro de las heterogeneidades que ofrece la diversidad sexual. Pero, además, cómo ellas en algún momento me vieron más cercanas a ellas de lo que se decía de ser un varón gay.
Para cerrar este apartado, quisiera detenerme en un punto interesante. Si bien mi sexualidad jugó un papel clave en el ingreso y la permanencia al campo, también desató algunos conflictos (Meinerz, 2006). El gran conflicto fue la negociación constante y las invitaciones por parte de ellas a tener prácticas sexuales. Ellas me invitaban siempre, si quería participar con algún cliente, o me preguntaban si yo ejercía sexo comercial, entre otras. Este tipo de situación de seducción o tensión sexual también ha sido relatado por algunes investigadores que han estado en contextos de la noche o contextos de prácticas sexuales (Braz, 2012). Es por eso que en esta oportunidad quisiera deslizar una crítica a una visión errada de un investigador en particular, que ha investigado temas cercanos, pero que su lectura la realiza desde una visión heterosexual de la situación.
Ripossio (2021) quién ha trabajado con personas transfemeninas y travestis migrantes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en sus reflexiones sobre su trabajo de investigación, relata la incomodidad de estar negociando siempre el deseo de las personas trans y travestis hacía él, por su identidad y su corporalidad. Me gustaría explicar que no es porque él sea heterosexual, o por su corporalidad (hegemónica tal vez), que las personas trans y travestis lo invitaban a tener relaciones sexuales. Esta invitación tiene que ver con las circunstancias en las cuáles el comenzó y desarrolla su investigación, que fue la noche, y en contextos de esparcimientos, pero, además, esta situación le ocurrió a él, me ocurrió, y a muchas antropólogas y antropólogos. La tensión sexual y la sexualidad, son parte de las formas en las que el investigador e investigadora negocia su presencia en el campo. Pensar que las sujetas sólo se acercaban a él por su corporalidad, habla de cómo la heterosexualidad mide las relaciones sociales con las demás identidades y orientaciones sexuales en situaciones etnográficas.
Reconocerme migrante
Cuando comencé el trabajo de campo sabía que iba a encontrarme con algunas personas migrantes debido a los conocimientos previos sobre el campo (Berkins, 2007), pero nunca pensé que la ausencia de mujeres trans y travestis nacidas en la ciudad iba a ser un dato relevante. En efecto, me encontré con que todas las transfeminidades de la zona roja donde realicé mi trabajo de campo eran migrantes. Pero migrantes en su mayoría de otros países, como, por ejemplo, Perú, Ecuador y Brasil.
Esta realidad impactó fuertemente sobre mi subjetividad, ya que también soy migrante, es decir, soy nacido en otra provincia del Argentina, y vine a vivir a la ciudad en busca de un contexto social mucho más amable y más inclusivo respecto a mi sexualidad y mi identidad.
El relevamiento del dato de la migración, en algún sentido, me hizo prestarle atención a cómo se construía, con sus diferencias, nuestros movimientos geográficos. Claramente existen puntos en común: ellas, al igual que yo, migraron para buscar mejores oportunidades laborales, para escapar del control familiar y poder vivir su identidad libremente de contextos más represivos y tradicionales (léase religiosos, culturales, entre otros). Sin embargo, al momento de analizar sus desplazamientos siempre intenté marcarlos como movilidades trans, ya que existen algunas diferencias en relación a cómo migré yo y cómo lo hicieron (y lo hacen) ellas.
La primera de las diferencias es la recepción y aceptación de la sociedad. Más allá de ser una persona del mismo país, poseo algunos privilegios, que me permitieron insertarme mejor en la sociedad y acceder a diferentes tipos de recursos sociales (educación, trabajo formal, vivienda) que me permitieron ascender socialmente. Ellas si bien pueden acceder a contextos sociales y culturales menos hostiles, todavía existen dificultades para su real inserción y captación de recursos en la sociedad receptora.
La segunda diferencia entre mi movilidad y las de las personas trans y travestis se relaciona con la modalidad. Ellas migran en cadenas, es decir, eligen lugares a donde ya vivan amigas, conocidas, o madres (Darouiche, 2019), y que sean de ayuda para presentarles el país o la ciudad. Muchas veces, también, estas amigas, conocidas o madres, abonan el pasaje, le prestan el dinero. En mi caso la migración fue solitaria. No conocía a nadie, pero sabía que la aceptación y la posibilidad de conocer personas no iba a ser una dificultad.
La tercera diferencia es que la movilidad trans está marcada por los varios destinos. Ellas son personas altamente migrantes, ya que la mayoría de ellas eligen moverse de acuerdo al calor de las permisividades y al calor del mercado sexual. Yo tuve un solo movimiento, mientras que mis sujetas de campo habían estado viviendo en muchas ciudades distintas antes de llegar a Mar del Plata. Incluso algunas volvieron a sus ciudades o se fueron a vivir a otra ciudad debido a la persecución policial.
La posibilidad de haber vivido una experiencia parecida a mis sujetas de campo, me posibilitó encontrar las especificidades y las propias dinámicas de sus realidades y sus prácticas. Esto sirvió para poder construir un concepto y un corpus denominado movilidades trans (Gudiño, 2021; Darouiche, 2024) que sirva para discutir la propia realidad de los desplazamientos geográficos de las personas trans y travestis, sin agruparlos en lo que la academia ha denominado migración queer, o migración por orientación sexual (Pichardo, 2003; Fortier, 2003).
Consideraciones finales
En este trabajo intenté reflexionar sobre las dinámicas y los modos de hacer trabajo de campo etnográfico, con el fin de contribuir a la solidificación de una forma de hacer etnografía en donde la identidad, la sexualidad, los sentimientos y las emociones, también son parte de la construcción de conocimiento. El objetivo principal de este escrito fue discutir con aquellas teorías en donde esos marcadores sociales serían en el antimétodo de hacer un trabajo de campo objetivo y racional (Guber, 2012).
Este escrito posibilitó a discutir y pensar que el trabajo de campo etnográfico involucra no sólo tiempo, sino también, sentimientos, parte de la subjetividad del quién está investigando, como así también, una identificación con experiencias de las sujetas del campo. Estas situaciones son parte fundamental de la recolección de datos, y del posterior análisis de los mismos, que contribuyen a la construcción del conocimiento sobre lo social.