Transcurre el año 2021 y ya llevamos más de un año y medio desde que la pandemia de la infección por SARS-CoV-2 COVID-19 irrumpió en el mundo, lo que provocó múltiples cambios, impensables meses antes. Junto con la sociedad en su conjunto y en especial con el personal de salud, los pediatras nos vimos enfrentados de repente a una nueva realidad. Debimos aprender y reformular modalidades de atención a los pacientes, con la telemedicina como herramienta fundamental. Debimos capacitarnos rápidamente en el manejo de niños y adolescentes en el contexto de COVID-19. Debimos aprender sobre el SARS-CoV-2, sobre todo lo que acerca de la enfermedad COVID-19 se iba comunicando desde los lugares que transitaban antes que Uruguay por la pandemia. Debimos aprender sobre medidas de protección y cómo evitar el contagio del virus, así como los distintos protocolos de prevención. Y todo esto formando parte de la comunidad toda y también viviendo el impacto socioeconómico y sanitario global.
A la hora de reflexionar sobre estos aprendizajes queremos compartir con ustedes las siguientes consideraciones.
Los pediatras tuvimos un rol fundamental a la hora de facilitar la comprensión del rol de los niños y adolescentes en la pandemia y la dinámica de transmisión; y de ese modo contribuir al reinicio de las clases presenciales, intentando mitigar los efectos adversos del confinamiento.
En el marco de la incertidumbre general y lógica en una situación como esta, inicialmente y por considerar similares a la COVID-19 otras infecciones virales como la gripe, se creía que los niños podían ser responsables de una intensa transmisión del virus en la comunidad. Sin embargo, a través de las experiencias generadas en el mundo y también en nuestro país fuimos aprendiendo que la prevalencia de la infección y la enfermedad en niños es baja y aumenta con la edad. Los niños se contagian y enferman de COVID-19 en menos proporción que los adultos. Cuando lo hacen, se presentan con mayor frecuencia como casos leves o asintomáticos. Siguen siendo poco frecuentes los casos graves, de hecho, mucho menos frecuentes que otras enfermedades que, sin embargo, no han motivado el cierre escolar. Los datos epidemiológicos disponibles indican que, en comparación con los adultos, la transmisión de la infección a partir de los niños hasta ahora ha sido menor. Los contagios en niños, tanto en el mundo como en Uruguay, se producen generalmente a través del contacto con un adulto. Los niños no son grandes transmisores. La probabilidad de contagio de los niños es mayor en los hogares, en entornos fuera de los centros educativos. No está demostrado que el cierre escolar haya tenido impacto sobre el control de la transmisión. Asimismo, el impacto de la apertura de las escuelas en la transmisión es por lo menos discutible.
Se sigue confirmando que los casos en niños reflejan la curva epidémica poblacional, y acompañan la circulación del virus en la población adulta. Sin embargo, se dan algunos contagios en centros educativos y el uso de medidas de prevención es necesario.
Por otra parte, en la medida en que la epidemia avance y que la población adulta se vaya inmunizando, ya sea a través de la vacuna o por haber cursado la enfermedad, es esperable que ocurra un desplazamiento de las edades afectadas hacia edades menores. Además, en la edad pediátrica específicamente se ha constatado la existencia de síndromes específicos, como el síndrome inflamatorio multisistémico pediátrico asociado a COVID-19. En varios lugares del mundo se reporta actualmente un significativo aumento de casos y también de internaciones hospitalarias en niños y adolescentes, en el contexto de repiques de la epidemia y aparición de variantes más contagiosas, como la variante delta. Todo esto hace que sea especialmente importante avanzar en la prevención de la infección en estas edades.
Los pediatras en todo el mundo tuvimos la oportunidad única de advocar por la inclusión de los niños y adolescentes en los estudios epidemiológicos, clínicos, sobre tratamiento y pronóstico, así como de elaborar guías de diagnóstico y seguimiento COVID, lo que claramente era necesario para optimizar los cuidados específicos en estas edades.
En relación con COVID en niños y adolescentes los pediatras tenemos varios desafíos.
Es necesario continuar actualizándonos permanentemente; aprendemos en forma continua sobre esta enfermedad. Debemos saber diagnosticar y tratar COVID-19 en todo el espectro de severidad, así como sus complicaciones incluyendo el síndrome inflamatorio multisistémico pediátrico, y complicaciones neurológicas cerebrovasculares e inmunomediadas. También, y cada vez con más frecuencia, nos enfrentamos a casos de COVID persistente (síntomas por más de 4-12 semanas) y a casos de long COVID (aparición de nuevos síntomas o persistencia de síntomas luego de las 12 semanas), con lo que se hace indispensable el abordaje del seguimiento de pacientes en equipos multidisciplinarios.
La situación es dinámica y cambiante y debemos estar atentos, ya que el ingreso de nuevas variantes puede generar brotes que afecten en mayor medida a los no inmunizados, donde se encuentra nuestra población preadolescente.
Todo esto se suma al contexto de las enfermedades pediátricas habituales, considerando a las infecciones respiratorias ocasionados por otros agentes fuera del SARS-CoV-2 que, a diferencia de lo que ocurrió en 2020, volvieron a circular; en el caso del virus sincitial respiratorio (VRS) actualmente con gran intensidad.
En especial, los pediatras tenemos el desafío de atender las situaciones generadas por el impacto de la parapandemia. En el inicio de la epidemia en nuestro país, tanto la interrupción de clases presenciales y la reorganización del sistema educativo como los cambios en el sistema de atención a la salud (disminución de atención presencial, postergación de controles en salud y de patologías, interrupción de tratamientos y rehabilitación en el área de desarrollo y salud mental) determinaron como consecuencia problemas de salud de niños y adolescentes, entre otros: pérdida de oportunidades de detección de situaciones de riesgo o problemas de salud mental y del neurodesarrollo, aumento de frecuencia de trastornos internalizados y externalizados, aumento de violencia doméstica y vulneración de derechos, trastornos del sueño, alimentarios y sedentarismo, problemas odontológicos, patología oftalmológicas, trastornos posturales, retrasos en diagnósticos y acentuación de problemas en enfermedades crónicas debido a dificultades en acceso a tratamientos e identificación de complicaciones evolutivas. Sumado a esto, cayeron las coberturas vacunales, lo que trae como amenaza la posibilidad de reemergencia o aumento de enfermedades inmunoprevenibles.
El mayor desafío y contribución de la pediatría, a diferencia de la medicina de adultos, no estará centrado en las secuelas poscovid, sino en atender y reclamar condiciones, recursos y políticas de salud destinadas a detectar y rehabilitar los trastornos del neurodesarrollo y de la salud mental generados y postergados por la situación de emergencia sanitaria.
Como se ha observado en situaciones similares graves de estrés, como desastres naturales, actos de terrorismo u otras pandemias, los niños y adolescentes, especialmente de contexto vulnerable, son los más afectados. Una intervención eficaz, oportuna y centrada en el niño y su entorno puede minimizar los efectos negativos en el neurodesarrollo y salud mental a largo plazo.
Los pediatras, docentes y profesionales que atienden dichos trastornos son claves en generar mecanismos de resiliencia (proceso complejo de interacción de múltiples sistemas biológicos, psicológicos, sociales y ecológicos que ayuda a las personas a recuperar, mantener o mejorar su bienestar mental cuando se enfrentan a situaciones de riesgo)
Con este objetivo, el pediatra, como médico de referencia del niño y su entorno, debe no solo derivar sino acompañar, monitorear e intervenir con pautas y recomendaciones eficaces en el hogar y comunidad educativa. Para ello debe reivindicarse el tiempo destinado a la consulta, imprescindible para una mejor calidad asistencial.
Finalmente, los pediatras tenemos un rol muy importante a la hora de promover la vacuna contra COVID-19. A esta altura hay evidencia suficiente y sólida sobre la efectividad y seguridad de las vacunas contra la COVID. La información internacional y también la generada en investigaciones en nuestro país permitió posicionarlas como una de las principales herramientas para el control de la pandemia. Si bien la campaña en Uruguay es exitosa, es necesario continuar avanzando y lograr que se vacunen quienes aún no lo han hecho, tanto adultos como adolescentes. La vigilancia permanente de la efectividad y también de los efectos adversos es fundamental para brindar seguridad sobre esta estrategia. Y a través del análisis permanente de la situación y de datos que vayan surgiendo, podremos saber cuando se aprueben las vacunas para menores de 12 años.
En Estados Unidos y Europa a partir de la emergencia de variantes virales de SARS-CoV-2 de preocupación, como la variante delta, que es más contagiosa, se están reportando aumentos de casos en niños y adolescentes. Aunque las situaciones de los países no son comparables, es imprescindible estar atentos y seguir muy de cerca la situación epidemiológica para identificar oportunamente cambios en el comportamiento del virus en la población pediátrica.
En definitiva, los pediatras tenemos la oportunidad histórica de continuar avanzando en aprendizajes y el desafío de abordar las multifacéticas situaciones generadas a partir de la pandemia de SARS-CoV-2, COVID-19. Y seguimos confirmando que solo a través del trabajo comprometido, en equipo, aprendiendo de todas las disciplinas y especialidades, compartiendo experiencias y promoviendo la solidaridad podemos seguir caminando.
Coordinadores Pediátricos del Grupo Asesor Científico Honorario para el manejo de la pandemia por COVID-19 en Uruguay ORCID 0000-0002-6396-5163 Gabriel González ORCID 0000-0002-9375-0913
Coordinadores Pediátricos del Grupo Asesor Científico Honorario para el manejo de la pandemia por COVID-19 en Uruguay