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InterCambios. Dilemas y transiciones de la Educación Superior

versión impresa ISSN 2301-0118versión On-line ISSN 2301-0126

InterCambios vol.11 no.1 Montevideo jun. 2024  Epub 01-Jun-2024

https://doi.org/10.29156/inter.11.1.7 

Reseñas

Alché, M., y Naishtat, B. (2023). Puan La universidad en plano secuencia

1 Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, Universidad de la República, Uruguay. Sistema Nacional de Investigadores (categoría Inicio). Contacto: juan.queijo@fhce.edu.uy


Buenos Aires, 2023. Muere el profesor titular de la cátedra de Filosofía Política de la UBA. Se abren una vacante y una disputa. Marcelo Pena es uno de los pretendientes, un hombre que ha sido discípulo directo del recientemente fallecido desde sus años de juventud. El otro es Rafael Sujarchuk, un joven que se ha doctorado en la Universidad de Fráncfort (cuna de la filosofía política más influyente del siglo XX) y que regresa a Argentina para ganar ese puesto.

Naishtat y Alché logran hacer de esta película un escenario sumamente familiar para quienes pasamos gran parte de nuestro tiempo en las universidades. La universidad se muestra en una atmósfera decadente, sumamente precaria, politizada, pero también se respira pasión filosófica, pensamiento, debate. Hay un evidente conocimiento en el detalle de lo que implica la vida académica en las universidades públicas de América Latina, un conocimiento que -presumo- tiene mucho que ver con que Benjamín Naishtat, uno de los directores del film, es hijo de Francisco Naishtat, un profesor universitario de filosofía política que ha pensado mucho los modelos universitarios contemporáneos.1

Ambos personajes representan una tensión presente en nuestras universidades, que se ilustra, de forma un poco caricaturesca, como la de dos tendencias sobre cómo concebir la vida académica. Marcelo Pena encarna la vieja tradición: aquella cuasimedieval en que la relevancia de la formación está dada por la compañía sumisa del discípulo a su maestro. Una compañía que tiene mucho de reverencia y poco de crítica, pero que también encarna el trabajo sistemático, constante y riguroso sobre la literatura canónica en un campo, en este caso el pensamiento filosófico-político. Entonces Pena solo trabaja sobre los autores clásicos, ignora la producción contemporánea porque, en definitiva, lo que se suele asumir desde esta tradición académica es que -como dijo Whitehead- toda filosofía occidental es una serie de notas al pie de página de los diálogos platónicos. Y su labor es como la del evangelista, llevar la filosofía a cualquier rincón y circunstancia: a los estudiantes en las aulas universitarias, a privados de libertad e incluso a adineradas mujeres de clase alta. No importa cómo ni dónde, su oficio es el de llevar filosofía.

Por otro lado está Sujarchuk. Él representa al mundo académico contemporáneo. Atareado, gobernado por la lógica de los proyectos, nómade entre universidades, su papel está precisamente en discutir y derrumbar tradiciones. Él no sigue a nadie -busca su propio camino-, se forma en diálogo con muchos ambientes, disciplinas y nuevas interrogantes. Habla fluidamente muchos idiomas, publica en revistas de alto impacto y transita su derrotero académico con una buena dosis de elegancia y coolness.

El éxito de la película, o uno de ellos, está en mostrar cómo estos dos mundos pueden entrar en disputa en una pobre universidad latinoamericana, donde otras cosas están en juego -quizás más importantes que la mera contienda por un cargo-. A pesar de ser parte de mundos académicos tan diversos, la película no deja de ocultar el hecho de que la contienda sea entre dos varones gobernados por sus egos irracionales, sus inseguridades y fragilidades. La película, que comienza como comedia pero termina como tragedia política, tampoco oculta que, más allá de la relevancia del conflicto personal entre ambos, existe un conflicto social y político que los excede -un gobierno que quiere cerrar la universidad pública- y que es mucho más importante que esas pequeñas miserias en las que a veces nos vemos envueltos.

La película tiene dos finales. Marcelo Pena pierde el concurso y la Universidad de Buenos Aires es forzada a cerrar por falta de presupuesto. Son dos acontecimientos que se dan casi paralelamente. Lo interesante de la primera resolución del conflicto central de la película, el concurso, es que los directores deciden no mostrar nada de esa instancia. Es como que podemos conocer todo de la vida de los postulantes, sus defectos y virtudes, encariñarnos con ellos u odiarlos, pero cómo se desempeñan en el concurso, ese momento decisivo de la película, nos es totalmente negado. El concurso, el momento de la evaluación, es una caja negra en la que sabemos reside el destino de ambos, pero nos está vedado el acceso a ella. Esto me resultó extremadamente paradójico: si de algo se jacta el sistema académico de evaluación es de la transparencia de sus resoluciones y la argumentación pública y fundada de los criterios tomados, pero nada de eso aparece en la pantalla. Hay algo de esa elección de los directores que, me parece, nos dice de cómo evaluamos actualmente en las universidades y de cómo ese proceso supuestamente transparente siempre está cargado de sombras y terrenos oscuros.

El otro gran desenlace es el cierre de la universidad. Allí los docentes, junto con los estudiantes, son llamados a tomar las calles para alzar su voz de protesta. Con la universidad cerrada, ese espacio que nos resguarda para poder hablar libremente y expresarnos sin que nadie nos censure, los académicos deben enfrentarse a la hostilidad de las fuerzas de coacción del Estado. Esa seguridad que otorgan las universidades desaparece cuando estudiantes y profesores deben salir a la calle y se encuentran con la política estatal, el poder del Estado, en su más dura y autoritaria expresión. Si el concurso por el cargo incluyese un ítem de “compromiso con los valores de la universidad”, allí seguramente hubiese ganado Marcelo: es quien conoce y practica mejor la filosofía política en la vida real, no a través de textos sino poniendo el cuerpo. Porque una característica de nuestras universidades es precisamente esa, que nos obliga a no ser meros empleados de turno, nos obliga a decidir y pelear por su legitimidad y -como en este caso- su propia existencia.

Nuestras universidades, me gusta creer, nos llevan a no alejarnos de la realidad, a no alejarnos de problemas que existen ahí afuera y que muy a menudo solemos ignorar. Transitar la vida académica tan por dentro de la institución, sin reconocer los problemas que la rodean, tiene el peligro de no detectar cuando las amenazas contra la universidad acechan y hacen peligrar su viabilidad y existencia. Por su propia composición, forma de gobierno y naturaleza históricamente conformada, y a pesar de sus muchos errores y deficiencias, vicios y problemas, nuestras universidades son espacios que se resisten a vivir alejados de la sociedad. Ellas nos solicitan algo más que nuestras habilidades intelectuales para ocupar vacantes en cátedras.

Las universidades latinoamericanas, públicas, abiertas y cogobernadas, ponen a sus docentes en esa triple tensión, y la película es exitosa en mostrarlo con humor y crudeza: la de atender a una creciente masa de jóvenes que hoy más que antes pueden llegar a la universidad, la de producir un conocimiento en diálogo con el mundo para desafiar el conformismo endógeno y la de defender su propia identidad, el propio modelo de universidad latinoamericana, que aunque siempre debe estar bajo crítica y revisión, no claudica en su compromiso social y político en nuestros países.

1Recomiendo el libro compilado por Naishtat: Genealogías de la universidad contemporánea: Sobre la Ilustración o pequeñas historias de grandes relatos (Buenos Aires, 2008).

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