Introducción
El 2 de enero de 1492, Mohammed XII de Granada, también llamado Boabdil, deformación castellana de Abû Abdil-lah, se rindió, poniendo así fin a la reconquista española después de unos siete siglos de invasión árabe. Liberada del yugo islámico, la Corona española, a su vez, se propuso conquistar el Nuevo Mundo para evangelizarlo. Reforzados en esta tarea por la bula Inter caetera o de donación del papa Alejandro VI, del 3 de mayo de 1493, los españoles llegaron a América. Un episodio destacado de esta aventura fue la conquista del Imperio azteca. Duró de 1519 a 1521 y fue una verdadera tragedia humana. Hernán Cortés con un puñado de hombres derrotó a la más brillante civilización de Abya Yala (América). El desmantelamiento acelerado del Imperio azteca y la rápida victoria de los conquistadores fueron atribuidos a las muy diferentes concepciones de la guerra y sus estrategias (Soustelle, 1955; Canseco Vincourt, 1966; Bueno Bravo, 2007), las formidables armas de los españoles (Salas, 1950; Sullivan, 1972), los conflictos entre los aztecas y ciertas ciudades vecinas, la diferencia profunda entre los dos sistemas de pensamiento y las epidemias1 (León-Portilla, 1962, p. 93; Lévi-Strauss, 1987, p. 17), entre otras causas.
Al analizar la derrota azteca, nos damos cuenta de que este pueblo mesoamericano comparte con los baulé, pueblo marfileño, una de las razones de la derrota contra los conquistadores. En 1521, época de la conquista española, los aztecas ocupaban un territorio de 300.000 kilómetros cuadrados, con una población estimada en unos 7 millones de habitantes. Tenían un gobernante supremo (Huey Tlatoani), un idioma (náhuatl) y sus propias creencias y divinidades, que incluían a Quetzalcóatl, dios fundador y organizador del Imperio azteca. En cuanto a los baulé, formaron parte del reino Ashanti, en el actual Ghana. Migraron hacia Costa de Marfil debido a las guerras de sucesión que estallaron después de la muerte de Oséi Tutu, fundador y rey (Ashantihene) de la confederación Ashanti en la década del setenta del siglo XVIII. Hoy los baulé ocupan una vasta área de más de 32.000 kilómetros cuadrados en el centro de Costa de Marfil y son aproximadamente 1.400.000. En su cosmovisión, el blôlô desempeña un papel central.
Los pueblos azteca y baulé son muy distantes en el tiempo y espacio. La elección de estos dos pueblos se debe a la convergencia de ciertos aspectos de la conquista, a pesar de la especificidad de las experiencias vinculadas a la historia y al medioambiente. Esta comparación permite cruzar las perspectivas para mostrar la dimensión del mito en las derrotas azteca y baulé a manos de los conquistadores respectivos. Todos fueron mistificados y derrotados por sus propios mitos. Los aztecas, por el mito de Quetzalcóatl, y los baulé, por el dogma del blôlô o más allá. Sobre esta base, este trabajo propone, desde la visión de los pueblos conquistados, una nueva tabla de lectura de su derrota fundada en los mitos locales. En otras palabras, se trata de saber cómo los mitos del blôlô y de Quetzalcóatl, dentro de las creencias de esos pueblos, facilitaron las respectivas conquistas.
El análisis de estos mitos, dadas sus raíces sociales, se hará desde la perspectiva de la sociología del lenguaje. Este enfoque tiene por objeto la comprensión de las prácticas y comportamientos sociales, e incluso ciertos aspectos de la historia, en la óptica del lenguaje. La elección de esta metodología se debe, por un lado, a que en esta investigación las lenguas baulé y náhuatl se presentan como dos traductores culturales y, por otro lado, a que la lengua, genio creador de estos pueblos, aparece como la mediación más cabal para su entendimiento.
Quetzalcóatl y el blôlô en las cosmogonías azteca y baulé
Según el mito de asentamiento de los aztecas, Huitzilopochtli, dios del sol y de la guerra, ordenó que se establecieran y fundaran su ciudad donde estuviera “un águila parada sobre un nopal devorando una serpiente”. Siguiendo este designio, los mexicas deambularon por varios lugares en busca de la señal. Una vez encontrada la tierra de las promesas, esta imagen profética se refiere a Quetzalcóatl, el dios protector de los aztecas. El nombre se compone de quetzal y de coatl. Quetzal significa en náhuatl ave, vuelo, pluma, y coatl, serpiente. Quetzalcóatl es entonces la “serpiente emplumada” (Esquivel, 2006, p. 93). La serpiente representa la tierra, los ríos, los poderes fecundadores, y el águila, el cielo,
por su capacidad de elevarse encima de las nubes y acercarse al Sol. Por ello, y por tener además un plumaje dorado, ha sido considerada ave de luz y de iluminación, así como encarnación del fuego y del propio Sol, de la altitud y de la profundidad del aire. Su vuelo descendente, a gran velocidad y en picada, significa el caer de la luz sobre la tierra, el advenimiento de la energía vital, el poder fecundante del Sol (De la Garza, 2001, p.106).
El águila es también el ave tutelar posada en la cima del árbol cósmico, que, desde su posición elevada, vigila para remediar todos los males, para proteger al héroe. Simboliza la trascendencia, por ser capaz de traspasar volando las barreras de un mundo al otro y por su capacidad de elevación. Con las alas extendidas, delimita los cuatro sectores cósmicos. Por ello, encarna la soberanía y el poder. En este sentido, encarna la fuerza, el poderío, el dominio sobre los otros.
El águila es, por lo tanto, el ser que sacraliza a los guerreros y les permite realizar la “Guerra florida” o Xochiyaoyotl. Así, la sangre de los prisioneros puede alimentar a Huitzilopochtli, el dios supremo. Aquí, el águila posada sobre el nopal ya no está comiendo una serpiente, sino un pájaro, lo cual representa al hombre mexica, guerrero y conquistador. Matar se convierte en un acto ritual y religioso. Quetzalcóatl, dios al comienzo del más grande imperio de Mesoamérica (Paz León, 2015), llegó a ser un dios central de la cosmogonía mexica.
Del mismo modo que Quetzalcóatl, el blôlô desempeña un papel importante en la cosmogonía baulé. Blôlô viene de be blô lô o be blô kè lô ti sa y significa ‘se habla mucho al respecto’. Esta expresión contiene todo el misterio de lo desconocido o su imaginario. Es una de las tres principales realidades que componen el universo baulé. El blôlô es el dominio del alma de los ancestros. Las otras dos realidades son el cielo, que es el mundo de Dios, Annangaman Nyamien (el indecible), Yamien-Kpliy (el señor supremo), Asasi (el omnisciente) o Aedua (el todopoderoso), y la tierra, asiè, dominio de los seres vivos humanos, animales, vegetales y genios, asiè usu o bloningue (Kouakou, 2014, p. 185). Sin embargo, al contrario de lo que muchos piensan, las tres realidades no están tan separadas, están interconectadas.
El blôlô, Nanwrê klô (pueblo de la perfección) o Klô dan (el verdadero pueblo o pueblo real) es el pueblo de los ancestros. Es el país de origen de los baulé, con el que permanecen constantemente en contacto. En el blôlô, universo paralelo, invisible para el hombre común, todo individuo, hombre o mujer, tiene su verdadero esposo (blôlô bian) o verdadera esposa (blôlô bla). El blôlô bian es el esposo del más allá y la blôlô bla, la esposa del más allá. Este “místico cónyuge” tiene el privilegio de la “permanencia” en relación con el cónyuge terrenal (Boyer, 2007 y 2008). Si un hombre tiene problemas sexuales, una disfunción eréctil, por ejemplo, el adivino (kô mien2 o ko mian3) decreta que su mística esposa (blôlô bla) está descontenta por su mal comportamiento y quiere vengarse. Para calmarla, el kô mien o ko mian le pide al marido que haga tallar una estatuilla femenina de madera (waka sran). Este objeto con forma humana o blôlô bla es el hábito del cónyuge místico. Si, por otro lado, una mujer aborta o es estéril, el adivino (kô mien o ko mian) pedirá la escultura de una estatuilla masculina, un blôlô bian, símbolo humano de su mística esposa. La estatuilla, blôlô bian o blôlô bla, colocada en la habitación, envuelta en un paño, es honrada y alimentada. Un día a la semana, el cónyuge terrenal debe desayunar solo para estar en intimidad con su blôlô bian o blôlô bla. Incluso cuando se casan, una noche a la semana uno debe dormir solo con su estatuilla. Con respecto al blôlô, el mundo aquí abajo es solo un pálido reflejo (Kouadio, 2016). El blôlô interactúa con el mundo terrenal. Los ancestros son tan poderosos que pueden negar la entrada al blôlô (Paraíso) a los humanos que hubieran sido malos en la tierra. Cuadro 1
Tienen el destino en sus manos. Pueden hacer que las cosechas tengan éxito, curar a los enfermos, obtener hijos para las mujeres estériles, proporcionar cazas para los cazadores. Por eso se les ofrecen animales para apaciguarlos y pedir su bendición (N’Guessan, 2017). El baulé cree que la muerte no es un fin en sí misma ni un fin en absoluto; piensa que, una vez muerto, el ser reencarna en otro mundo (blôlô), manteniendo una estrecha relación con el mundo terrestre. El blôlô es, pues, la sede de los antepasados (m’mien), blôlô bian y blôlô bla. Además, los baulé creen en el destino (blôlô usu), es decir, que su vida depende de la voluntad de los m’mien o del blôlô usu, espíritus del blôlô (N’guess Bon Sens, 2012).
Quetzalcóatl jugó un papel importante en la caída del Imperio azteca durante la empresa de conquista del Nuevo Mundo. El mito del blôlô tuvo el mismo rol en la derrota del pueblo baulé contra los conquistadores franceses.
El lugar del blôlô y de Quetzalcóatl en la derrota contra los conquistadores
Quetzalcóatl, rey tolteca, es el hijo de un legendario guerrero (Mixcóatl) y de una diosa (Chimalma). Durante el reinado de este soberano, hombre-dios4 y sacerdote (López Austin, 2016), fueron prohibidos los sacrificios humanos. En lugar de sacrificar a hombres, ofrecía flores y mariposas a los dioses. Fue traicionado por uno de sus parientes, que quería volver a las antiguas tradiciones porque decía que los dioses necesitaban sangre.
Repudiado por su corte y expulsado de la ciudad primordial, es decir, de Tollan-Teotihuacán, tuvo que irse y renunciar a todo lo que poseía. La humillación fue tan grande que prometió volver un día escoltado por los dioses del este para reclamar su reino. La llegada de Hernán Cortés, un blanco con barba, vestido extrañamente, en un año Ce-Acatl, fecha de nacimiento y salida de Quetzalcóatl, rodeado de fabulosos animales (caballos), viajando en “montañas móviles”, hizo pensar que Cortés era el dios. Quetzalcóatl, la serpiente emplumada en la tradición mesoamericana, está asociada a la resurrección, al cambio, ya que cada año la piel de la serpiente se regenera.
Las supersticiones y predicciones en relación con el regreso de Quetzalcóatl hicieron que los españoles fueran muy pronto integrados al esquema simbólico y a la estructura mítica preexistente. Cortés y sus hombres fueron confundidos con Quetzalcóatl, que habría regresado de su estancia entre los muertos para recuperar su reino. Su llegada anunció a Moctezuma, tlatoani (soberano en náhuatl, lengua azteca), el fin de su reinado. Por ello, los mexicas llamaban a los españoles “dioses que vienen del cielo” y a los negros que los acompañaban, “dioses sucios” (Launey, 1980, p. 372-373; López Gomara, 2002, p. 137). Incluso Moctezuma dio un discurso de despedida antes de recibir a los españoles. Los indígenas pasaron su tiempo interpretando signos anunciadores de un orden cósmico al que estaban sometidos y en el que el hombre no tenía la iniciativa.
Atrapados en el mito del regreso de Quetzalcóatl y el frenesí interpretativo de los signos, Moctezuma y su pueblo no supieron aprovechar la única información que les podía permitir reaccionar eficazmente: la extrema vulnerabilidad de los españoles en el momento de su arribo. Después de perder esa oportunidad, la tardía reacción de los aztecas parecía un suicidio colectivo. Igual que los aztecas, los baulé se equivocaron con los conquistadores franceses. Pensaban que venían del blôlô. De ahí el término blôfuè, deformación de blôlô-fuè, que significa ‘venido del más allá’ en lengua baulé. Así, fueron considerados enviados de los dioses. ¿Por qué fueron mitificados los conquistadores franceses? Varias razones explican esta mitificación. Los baulé desconocían esa categoría de color de piel, lo que se infiere de los vacíos lingüístico y léxico. Solo existían entre los baulé las categorías siguientes: cuadro 2
Los baulé tuvieron que recurrir a sustitutos terminológicos en su propio campo léxico para nombrar a quién no conocían. Se trataba de integrar lo desconocido en su sistema de pensamiento, darle un significado e incorporarlo a la estructura mítico-simbólica habitual. Blôfuè o blôlô-fuè es el blanco, ser de color extraño y de otro universo, objeto de mitificación, incluso de deificación (Yapi, 2018). Otro factor de mitificación es la función reguladora del blôlô con respecto a la vida en la tierra. En la cosmovisión baulé, un m’mien (ancestro), un asiè usu (genio), un amuen (espíritu o fetiche) o las divinidades de la cosmogonía pueden tomar forma humana para poner a prueba a los humanos.
Un ejemplo es el mito del “pueblo maldito”. Los habitantes de Soutilé, un rico pueblo conocido por su inhospitalidad, fueron convertidos en piedra por su maldad hacia un hombre muy pobre (Djandué, 2020; Kajeem, 2016; Fanny, 2013). Este mito existe entre todos los pueblos de Costa de Marfil. Si Soutilé está en el oeste, otros pueblos de este tipo se encuentran en otras regiones. Es el caso de Dida Amoin Su, otro pueblo maldito, en Bocanda.5 El baulé cree que el blôlô, universo paralelo, interfiere con el mundo de los vivos. Esta creencia les hizo pensar que los franceses eran gente de ultratumba, del blôlô .
Los mitos de Quetzalcóatl y del blôlô han alimentado las creencias y representaciones de los pueblos azteca y baulé, motivando su comportamiento inhibidor frente a los conquistadores. Pero los acontecimientos que llevaron gradualmente a los pueblos respectivos a la independencia muestran que dejaron de creer que los conquistadores eran dioses. En México, uno de estos acontecimientos es la Noche Triste, noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, fecha histórica que marca la dramática salida de Cortés y sus oficiales de Tenochtitlán, la capital azteca, bajo presión de las fuerzas de Moctezuma.
En Costa de Marfil, estos acontecimientos son la revuelta de los abbey y attié en enero de 1910 (Viti, 2016) y la resistencia de los baulé de 1893 a 1910 (Viti, 2018). Otros son el regreso de los veteranos de las dos grandes guerras (guerras mundiales) y de los primeros africanos estudiantes en Francia (Federación de Estudiantes Africanos Negros en Francia (FEANF), 1951-1980) (Blum, 2015). En la perspectiva de esta independencia, los mitos que han permitido comprender la apatía de estos pueblos en una situación de adversidad como la conquista plantean interrogantes sobre su actualidad en las sociedades respectivas.
Quetzalcóatl y el blôlô: simbolismo y reinterpretación
En la actualidad, Quetzalcóatl es el símbolo por excelencia de la nación mexicana. La “serpiente emplumada” está en la bandera del país. Varias razones explican esta recuperación o reapropiación del mito. Una de ellas es el sincretismo. El concepto de sincretismo, en relación con el mito, nace con la confusión entre Quetzalcóatl y Cortés. Este concepto se consolida con el discurso preindependiente que reescribe el mito de Quetzalcóatl en su búsqueda de una identidad nacional. Es el caso de Teresa de Mier Noriega y Guerra, que asimila Quetzalcóatl a Santo Tomás, evangelizador y civilizador del Nuevo Mundo. Es importante señalar que Quetzalcóatl, rey de Tula, hizo abolir los sacrificios humanos. El descontento provocado por esta medida fue el motivo de su exilio.
Otra explicación está en relación con el propio mito de asentamiento. Esta profecía hace de Quetzalcóatl el mito fundador del Imperio azteca y legitimador de su espacio (Long, 1984, p. 384). Es la señal de la tierra prometida que buscaban los mexicas. Por lo tanto, es de suma importancia. Quetzalcóatl, mito organizador y fundador del mundo mesoamericano, es muy conocido. Para Enrique Florescano (1999) y Román Piña Chan (1996), el mito ya existía en la cultura olmeca.6 La figura mítica de Quetzalcóatl influye en las imágenes y representaciones de los personajes de Kukulkan, fundador de Chichén Itzá en el mundo maya, y de Topitzin Quetzalcóatl, fundador de Tula entre los toltecas.
El blôlô desempeña un papel eminentemente simbólico en el universo akan en general y baulé en particular. Una de sus representaciones es el taburete. Simboliza el culto a los ancestros. Entre los akan hay dos tipos de taburete. Uno es el m’mien bia o taburete de los ancestros. Es el taburete adorado por los akan, en el que se sacrifican animales. Otro es el Adja bia, el trono. Este es el signo de la realeza y nobleza, la encarnación del rey, reino, estado y nación, el poder espiritual y temporal del soberano reinante. Eso para decir que entre los baulé y los akan el poder del rey viene de los ancestros. Quizás por ello la arquitectura del palacio presidencial tiene la forma de un taburete akan. Otras cosas que simbolizan a los ancestros en el palacio presidencial son el tam-tam pârleur, tam-tam hablante de los akan y la reina Abla Poku y su corte de honor. Estos elementos sacralizan y vigilan el lugar (Presidencia de Costa de Marfil, 2011).
Mediante estos elementos, Quetzalcóatl y el blôlô todavía están vivos en los imaginarios nacionales. En México, el mito de Quetzalcóatl permitió a los españoles conquistar y ser conquistados (Torres Martínez, 2013). Quetzalcóatl, profeta de la conquista española, se convierte en el símbolo del sincretismo religioso y cultural. Así, se vuelve el mediador entre el “Nuevo Mundo” y el “Viejo”, el pasado y el presente, la brecha histórica y cultural entre ambos espacios y tiempos (Lafaye, 1974, p. 205). De ese modo tranquiliza la conciencia de todos, españoles y mexicas. A diferencia de Quetzalcóatl, que hoy en México es un avatar espiritual de la formación de la conciencia nacional, el blôlô sigue siendo un universo paralelo sin conexión con el heredado del conquistador.
Al igual que el sincretismo, el mestizaje fue mal vivido. Los colonos franceses no quisieron “mezclarse” con los nativos. Los niños de esta miscegenación fueron llevados a orfanatos. Un ejemplo fue el orfanato de Bingerville, “pabellones” de la Francia colonial donde se encontraban los mestizos, que luego fueron abandonados. De la misma manera que el blôlô, las lenguas y otros elementos identitarios asociados fueron invisibilizados. Esta visión maniquea ha sido adoptada por las élites marfileñas que oponen “lo arcaico” al progreso, lo folclórico a lo oficial (Massire, 2018), rechazando la tradición a favor de una cultura internacionalizada, legitimada por el tiempo, de la que Francia sería el centro. Por eso, incluso se habla de autocolonización.7
Conclusión
El análisis en la perspectiva de la conquista de los mitos de Quetzalcóatl (serpiente emplumada) y del blôlô (el más allá) entre los aztecas y baulé ha permitido, por medio de la comparación, traer a luz el papel desempeñado por ellos en la derrota de los pueblos respectivos contra los conquistadores. Sin embargo, los dos mitos tuvieron diferentes fortunas. Quetzalcóatl en Mesoamérica fue reinterpretado para simbolizar el afán del pueblo mexica, brutalmente arrancado de sus raíces espirituales, de recuperar su pasado. El resultado observable es el nacimiento del sincretismo cultural y religioso que hoy da a la nación mexicana una identidad única, estrechamente ligada a su trayectoria histórico-mítica. Al contrario de México, en Costa de Marfil, el blôlô, una cosmovisión compartida por todos los marfileños, está relegado a un segundo plano, porque siguen predominando los falsos estereotipos coloniales construidos sobre las culturas locales. También es el caso de muchas estructuras que Costa de Marfil heredó de Francia, que no se adecuan a las características de su población y que, sin embargo, se han conservado. En la actualidad, no se puede regresar el tiempo, pero sí se pueden emprender medidas para revertir y atacar estos problemas. El modelo mexicano de recuperación gradual de su pasado indígena indica a Costa de Marfil el camino para un renacimiento y regeneración social.