¿Nos lavamos las manos…?
El negocio del tráfico de drogas empieza, sigue y nunca termina, porque encuentra enclaves donde se dan las circunstancias para que nadie vea o diga lo que todos saben o sospechan.
Es una historia que tiene siglos y en la que los beneplácitos y olvidos terminan funcionado para que quienes lucran tengan sobre sus figuras y almas un manto de piedad, y cuando alguien quiere destaparlo ya es tarde.
Son historias que se cuentan y analizan nunca en tiempo real, sino con un rezago que no se termina de saber qué tan largo es y con el que tampoco es posible conocer qué porcentaje de lo sucedido quedó por el camino.
¿Especificidades uruguayas?
La producción y comercialización de drogas es esencialmente internacional y requiere que los países por los que circula sean propicios o, en muchos casos, cómplices en permitir el lavado el dinero.
A medida que se desarrolla, va estableciendo entramados políticos y sociales en los que la mayor fortaleza radica en parecer ocultos e inocuos. Parece ser una estrategia tener a todos los actores implicados a la vista de todos, pero sin sospechar de ellos y, en caso de que alguien pudiera tener suspicacias, la denuncia y las formas de combatirlos estarán contrarrestadas por mecanismos que ya fueron creados.
Los protectores del capital. Las conexiones entre el tráfico de drogas mexicano y el lavado de dinero en Uruguay, de Gabriel Tenembaum Ewig, es un acertado análisis que surge de una profunda investigación de corte sociológico que tiene por fuentes información disponible en prensa, documentos judiciales y entrevistas a informantes calificados.
A pesar de tratar de estar parcialmente oculto y escondido, nada es casual. Las estructuras delictivas internacionales buscan y aprovechan las legislaciones nacionales preexistentes y al mismo tiempo van moldeándolas -o al menos influyendo en ellas- para que sean cada vez más perfectas y adecuadas a su “negocio”.
Desde 1948 existen en Uruguay las sociedades anónimas financieras de inversión (SAFI), creadas con fines de facilitar a los evasores las complejidades que tiene el control estatal en la circulación de capitales. Es a partir de la dictadura, y fundamentalmente en la década del noventa, que las SAFI se convierten en el instrumento más preciado de los traficantes de drogas internacionales y sus referentes locales. Fueron decisivas para la llegada de las organizaciones criminales al Uruguay.
La droga se produce lejos, pero las fronteras porosas entre Uruguay, Argentina y Brasil, y la cercanía con Bolivia, Colombia y Paraguay hacen propicios los enlaces y negocios de la región y extrarregión.
Cada país y su población tienen sus peculiaridades. En los países productores de drogas naturales los campesinos dejan parcialmente sus cultivos habituales para ingresar, queriéndolo o no, en nuevas siembras, por las cuales obtienen muchos más réditos. Pero los grandes acumuladores no son esos campesinos, sino los líderes de los grupos criminales, cada vez más poderosos y que van sofisticando sus prácticas e implicando a otros estratos de la sociedad, incluido el poder político.
No solo son los poderes políticos locales los que se adecuan para facilitar todas estas actividades, sino que también juega un rol clave la banca internacional. El libro permite ver cómo el aumento de los capitales y circulantes en la banca privada uruguaya puede ser un indicador de este nuevo flujo financiero que circula en el país.
La idea del Uruguayplaza financierano se generó para facilitar el lavado de los activos provenientes del tráfico de drogas, pero ayudó a su crecimiento. Importa destacar, como lo hace el libro, que la plaza financiera se creó y legitimó a través de un proceso político e ideológico.
Un inicio nada inesperado
El accionar de la Administración de Control de Drogas (DEA, por su sigla en inglés) en los países tradicionales de producción de drogas y distribución hacia los mercados ricos del norte hizo necesario que se buscaran nuevos puntos de salida. Pero esta internacionalización del negocio no solo requiere de puertos y aeropuertos para la salida de las sustancias, sino también que se formen estructuras locales que permitan el lavado y la legalización del dinero. Punta del Este fue uno de los primeros enclaves utilizados por colombianos y argentinos para este fin y como lugar de residencia. Esto refuta la convicción de que Uruguay era solo un país de paso y un mero eslabón secundario en la cadena. Cada vez más las organizaciones criminales fueron aprovechando las redes locales y el eco del sistema jurídico y policial del país para expandir sus acciones. Mexicanos y colombianos, con participación de argentinos, paraguayos y uruguayos, cada vez más adquirieron y construyeron propiedades y compraron establecimientos rurales en varios departamentos del país. Nadie preguntaba nada, y los que pudieran sospechar se hacían las preguntas a ellos mismos.
Es difícil cuantificar, fruto de las especificidades de estas actividades, cuánto dinero entró en la región y en el Uruguay. Los mecanismos existentes y la habilidad de los extranjeros y los profesionales uruguayos que le dieron cobertura hacen muy difícil seguir el rastro de todas y cada una de las que pudieran ser situaciones sospechosas. Lo que resulta evidente es que la permisividad, tanto legal y policial como cultural y política, favoreció la implantación de una raíz sólida de la cual no se sabe cuántos árboles germinaron.
El libro va nombrando, uno por uno, a todos los protagonistas locales e internacionales, directos e indirectos, que constituyeron o participaron, sabiéndolo o no, de las operaciones de lavado de dinero proveniente del tráfico de drogas. Son nombres de personas y organizaciones que a lo largo de los años aparecieron en la prensa y en los estrados judiciales. El hecho de ordenarlos y sistematizarlos es más que elocuente en mostrar que no se trata ni de situaciones aisladas ni de comportamientos erráticos.
Desde la dictadura en adelante ningún gobierno estuvo libre de tener que lidiar con esta nueva realidad. Algunos lo hicieron con más ímpetu y eficacia que otros, pero ninguno pudo evitar ser permeado y contrarrestar a cabalidad todo el poder implícito y explícito de estas organizaciones. Y para que estas funcionen, tanto como la logística y la corrupción, necesitan contar con los mecanismos adecuados para el lavado del dinero.
Primero fueron Medellín y Cali, luego los de Juárez, Sinaloa y más recientemente los Cuinis de Jalisco. Las organizaciones han idoevolucionando.Ya los líderes no son los que están en contacto directo con los campesinos que producen, sino que son empresarios, algunos con carreras en las mejores universidades de sus países, de Estados Unidos y Europa. Estados Unidos, con todo su potencial, nunca pudo liquidar definitivamente estas actividades. La incapacidad de la primera potencia mundial también puede ser excusa, en medios locales, para resignarse y perder todo optimismo en la viabilidad de erradicar el tema del lavado. Quizás esto sea así porque la propia jurisdicción estadounidense se da sus permisos para hacer circular el dinero.
¿Inocentes y culpables?
El libro evidencia la participación directa de los protectores del capital en las actividades ilegales. Todos ellos con mucho predicamento, se encuentran en diversas ramas de actividades económicas, desde políticos, banqueros, estudios contables, el mundo del futbol, el espectáculo y el modelaje en distintos países. No sabremos tampoco qué tanto sabía o sabe cada uno de ellos del entramado fraudulento del que participaron. Parece claro que esta “ignorancia” generalizada se alimenta del propio mecanismo de aceptación y legitimación social, en los ámbitos donde se movía cada uno. Pretender sospechar de estos ámbitos es poner en tela de juicio a los sectores dominantes de la sociedad con la culpabilización implícita o explícita que genera haber dejado pasar por alto todo lo que sucedía. Es también poner en cuestión la política económica que ha recorrido el país en las últimas décadas.
Si todos somos culpables, ¿todos somos inocentes? ¿Un país pequeño puede resistir a un embate generalizado fruto de un problema sin resolver a nivel mundial? Son preguntas que muchas veces es mejor no formularse para que la inocencia nos valga, al tiempo que siempre les termina costando muy poco a los culpables.
En suma, el libro evidencia el esfuerzo de investigación de varios años. Tuvo el desafío de articular muchísima información y, al mismo tiempo, controlarla y ordenarla para ofrecer un relato fundamentado en evidencia empírica. Seguramente la obra será la inauguración de una línea de investigación a profundizar, de la que se necesitan más datos, nuevas teorizaciones y más investigaciones.