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Ciencias Psicológicas
versión impresa ISSN 1688-4094versión On-line ISSN 1688-4221
Cienc. Psicol. vol.10 no.2 Montevideo dic. 2016
PROYECCIONES DE FUTURO Y VIDA FAMILIAR DE JÓVENES MUJERES DEL CAMPO
PROJECTIONS OF FUTURE AND FAMILY LIFE OF YOUNG RURAL WOMEN
PROJEÇÕES DE FUTURO E DA VIDA FAMILIAR DAS JOVENS MULHERES DO CAMPO
Adolfo Pizzinato
Magaly Uribe Calderón
Luiz Augusto da Costa Souza
Lígia Ferreira Burton
Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul. Brasil
Resumen: Este artículo discute las percepciones de un grupo de jóvenes mujeres del campo sobre la familia, sus roles y proyecciones a futuro a partir del análisis de fotografías y de entrevistas realizadas en el interior de Brasil. Se encontró que esas percepciones están enmarcadas por discursos tradicionales y patriarcales, que generan indecisión frente a quedarse al lado de su familia, con un proyecto de vida más tradicional, o emigrar a la ciudad y ampliar sus posibilidades de vida laboral, intentado mejorar su calidad de vida, enfrentándose a cambios, y nuevas costumbres evaluadas como muy distintas e inciertas y poco trabajadas en las escuelas rurales del entorno.
Palabras Clave: ruralidad; proyecto de vida; género; familia
Abstract: This article discusses the perceptions of a group of young women from the countryside about family, their roles and future projections based on the analysis of photographs and interviews performed in the inland of Brazil. It was found that these perceptions are framed by traditional and patriarchal discourses that create indecision about staying close to their family, with a more traditional draft of lifestyle, or migrate to the city and expand their possibilities of working life, trying to improve life quality, facing changes and new customs considered as very different and uncertain and little overseen in rural schools in the area.
Key Words: rurality; life project; gender; family
Resumo: O artigo discute as percepções de um grupo de jovens mulheres do campo sobre a família, seus papéis e projeções de futuro a partir da análise de fotografias e de entrevistas realizadas no interior do Brasil. Se identificaram que essas percepções estão marcadas por discursos tradicionais e patriarcais, que geram indecisão frente a permanecer ao lado de sua família, com um projeto de vida mais tradicional, ou migrar à cidade e ampliar sus possibilidades de vida laboral, intentado melhorar sua qualidade de vida, enfrentando-se a mudanças, e novos costumes avaliadas como muito distintas e incertas e pouco trabalhadas nas escolas rurais do contexto.
Palavras Chave: ruralidade; projeto de vida; gênero; família
Recibido: 07/2015 Revisado: 02/2016 Aceptado: 03/2016
Correspondencia: Adolfo Pizzinato, Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul. Brasil.
Correo Electrónico: adolfo.pizzinato@pucrs.br
Introducción
Las transformaciones que la sociedad capitalista ha ido experimentando con los procesos de globalización, cuestionan las relaciones entre territorios tradicionalmente comprendidos como muy distintos, el rural y el urbano. La ampliación de intercambios mercantiles y medios por los que se extraen los productos agrícolas, además del mayor acceso a los medios de comunicación en masa (tv, internet); lleva a que los límites entre estos dos territorios geosimbólicos se vayan atenuando, generando una integración a veces forzada, una transición de los complejos rurales tradicionales y familiares, a unos complejos agroindustriales profesionalizados (Siqueira, & Osorio, 2001), lo que implica nuevas formas de relacionarse, percibir la vida y proyectarse al futuro.
Entre el 2000 y 2010, por ejemplo, cerca de 2 millones de personas en Brasil, migraron del campo a las ciudades, dentro de los cuales la mitad eran jóvenes y mayoritariamente jóvenes mujeres, lo que acaba recrudeciendo una masculinización de la cultura y de la población rural (Menezes, Stropasola, & Barcelos, 2014). Por esta razón, este artículo hace una aproximación, a través de la integración de producciones fotográficas y narrativas, a las percepciones y planes que tienen algunas jóvenes del medio rural sobre la familia, sus roles y proyección a futuro, laboral o comunitario. Fue relevante proporcionar un espacio en el cual se generaran debates sobre las temáticas abordadas, debido a las relaciones de poder que circulan dentro de la dinámica familiar, rural y demás contextos en los que estas jóvenes estaban inmersas.
Este análisis permitió un acercamiento a las percepciones de las desigualdades de género en el campo, que aparecen como algo recurrente en las narraciones y en las fotos de las participantes, en particular en la división de las tareas, en donde la mujer debe realizar ciertas actividades consideradas típicamente femeninas, como cuidar del hogar. Tareas que desde la perspectiva patriarcal se clasifican como más simples y menos calificadas, por lo cual no son igualmente valorizadas que las labores del hombre (Bonfil, 2001). Como afirma Torrão Filho (2005) la historia de las mujeres y su actuación está vinculada al ámbito privado y, por eso, pasó a ser entendida como la historia de los aspectos domésticos: de la familia, de la reproducción y de la crianza de los hijos. Esta feminización del espacio privado, ha hecho que se opere una desvalorización del espacio privado y de las relaciones que se construyen en él, dentro del marco capitalista, donde sólo el trabajo “productivo” (el que genera la plusvalía) es bien valorado. Para comprender mejor el panorama actual de estas jóvenes, ha sido importante retomar lo que se entiende por rural y urbano, por familia y tradiciones rurales y, sobretodo, cómo las ciencias humanas y en especial la psicología, conciben la juventud en el campo.
Rural y Urbano
Existen diferencias geoeconómicas obvias entre lo rural y lo urbano; entre su forma de concebir lo que es trabajo, comunidad, familia y hasta medio ambiente, diferencias que por el camino han ido produciendo distintas perspectivas sobre lo que es ser alguien del campo y lo que significa ser alguien de la ciudad, en especial si este “alguien” es una mujer.
A finales del siglo XX, los ámbitos rurales y urbanos en Brasil comienzan a ser vistos como un continuo debido a la urbanización que parte de la ciudad hacia el campo, influenciando no solo en técnicas industriales de agricultura sino también en los modos de vivir de los habitantes del campo (Siqueira, & Osorio, 2001). Dicha expansión se ve reflejada en la ampliación de las actividades que realizan los habitantes del campo, “el incremento de la agricultura no tradicional, predominio de la fuerza de trabajo asalariada temporal, especialmente femenina y el rol residual de la economía campesina, entre otras” (Castro, 2012, p. 182). Este tipo de fenómenos afecta directamente a las jóvenes mujeres y sus proyectos de vida que a menudo sufren los efectos secundarios no deseados de las tecnologías modernas introducidas. Como afirman Satyavathi, Bharadwaj y Brahmanand (2010), el desarrollo de la tecnología y su difusión no es de género neutro y puede tener un impacto devastador en el acceso de las mujeres a los recursos y actividades que generan ingresos, así como en su control sobre su propio trabajo, dadas sus condiciones históricas de inserción social.
En el Estado de Rio Grande do Sul (RS-Brasil, donde ha sido realizada la investigación), el siglo XX trajo cambios en las actividades rurales, puesto que al inicio de esta época la economía rural era predominantemente familiar y la actividad principal de la región. Al final del siglo, la reducción de actividades para aquellos que tenían pequeñas propiedades fue un gran cambio que llevó a los agricultores y sus hijos a buscar ocupaciones urbanas alternativas (Stoffel, & Puntel, 2010). Este Estado (RS) se encuentra dividido en tres esferas geoeconómicas: la parte sur que se caracteriza por una gran concentración de posesión de tierras y los ingresos que éstas dan de alquiler; la parte nordeste que se encuentra más industrializada con pequeñas propiedades, y la parte de valles y mesetas donde el predominio es la agricultura familiar (Brumer, 2004).
De acuerdo con el censo del 2010, el Estado de RS tenía una población total aproximada de 10.906.115 habitantes, de los cuales 1.869.814 pertenecían al área rural, siendo 1.043.000 hombres y 925.000 mujeres (IBGE, 2010). En relación al sector educativo y de acuerdo al censo escolar de educación básica del 2014, en total se matricularon 1.367.027 de los cuales 660.591 eran mujeres y 706.436 hombres; y 1.218.026 pertenecían al medio urbano y 149.001 al medio rural (INEP, 2014). En relación a los índices sobre las familias rurales, en el Censo Nacional del 2010 se identificaron que de 1.192.331 familias con 2 o más miembros que residen en domicilios, 172.568 pertenecían al medio rural (IBGE, 2010).
Familia y herencia cultural
La familia es uno de los primeros entes de socialización y de transmisión de valores, cultura y tradiciones de las personas, aunque hoy en día los cambios en la sociedad lleven a estas familias a realizar ajustes, a reevaluar sus roles y tradiciones más naturalizadas. En relación a las familias rurales aún no hay suficiente información, lo que conlleva a lecturas basadas en las familias urbanas, sin tener en cuenta sus prácticas, organización y diferencias económicas y culturales propias de estas familias (Castro, 2012).
En Brasil, la historia de la institución familiar tuvo un modelo patriarcal, el cual fue reforzado a través de diferentes acontecimientos como la conquista de los portugueses, eminentemente masculina en sus principios y que permitía a estos hombres relacionarse con las indias y mujeres africanas, siendo ellas vistas como trabajadoras y objetos sexuales o de su propiedad. En la época colonial, con la llegada de mujeres europeas, se habría plasmado -al decir de Narvaz y Koller (2006)- un ” ideal católico de María”, es decir, un ideal de virtud doméstica de la mujer, con roles sociales vistos como más sumisos y sin referencia a la sexualidad –como era de uso en la época-, que tenían como tarea principal el cuidado de la casa y de los hijos, más allá de alguna lectura teológica más crítica.
Esta configuración histórica ha hecho que la familia rural muchas veces se haya percibido como una unidad que funciona desde una perspectiva autoritaria y patriarcal, que se apoya en algunas configuraciones religiosas e ideológicas, con características que la diferencian de la familia urbana, no solamente en el ámbito geográfico o económico, pero también en los ámbitos históricos e ideológicos (Zapata, 2002). Las lecturas sobre la familia rural, normalmente apuntan a que todos los miembros de la familia tienen una función importante dentro de la unidad familiar, puesto que hay un beneficio para todos; mostrando un modelo de organización aún paternalista, donde el hombre se encarga del sustento familiar (Brumer, 2004).
La discriminación de género se identifica en la división tradicional del trabajo, donde los hombres se encargan de actividades que requieren mayor fuerza física y las mujeres asumen actividades domésticas, además de hacerse cargo del mantenimiento de los animales más pequeños (Brumer, 2004). Las tareas denominadas femeninas tienen una connotación de ser “más suaves”, sin importar cuales sean los trabajos realizados por las mujeres, ni el esfuerzo exigido en ellos, cumpliendo una doble jornada: dentro del hogar y en la agricultura, lo que genera un doble desgaste (Paulilo, 2004).
Desde el modelo patriarcal hay una culpabilización de la madre por apartarse con su trabajo del núcleo familiar y así promover la degradación de la familia, pues el papel que ellas desempeñan aún debe ser el de madre y cuidadora, mientras el padre es quien deberá sustentar a la familia y ser la figura de autoridad; lo que le confiere a la mujer una posición de trabajadora complementaria, aunque muchas veces ella sea la real proveedora del sustento familiar (Fonseca, 2000).
Las crisis económicas en los sectores agrícolas, corroboran esa designación histórica de la mujer como cuidadora y mantenedora de relaciones dentro del espacio doméstico/privado, pues el empleo no agrícola es buscado por las familias para ayudar a la sobrevivencia económica. En muchas comunidades, las esposas trabajan fuera de las propiedades rurales para aumentar los ingresos familiares y mantener el modo de vida. Sin embargo, esos empleos no afectan los papeles de género tradicionales, pues no hay evidencias de que ellas cambiaran de papel en relación al acogimiento de los niños o del trabajo doméstico, pero sí adicionalmente ese trabajo aumentó la fatiga y las mujeres sufrieron más presiones por falta de tiempo (Kelly, & Shortall, 2002; Machum, 2006; Shortall, 2006; Trussell, & Shaw, 2009). Las mujeres suelen trabajar más que los hombres, pues además de las tareas de la casa deben cumplir con el trabajo que adquirieron (Satyavathi, Bharadwaj, & Brahmanand, 2010). Las jóvenes del medio rural aún viven ese tipo de discriminaciones, pues se considera que para el trabajo agrícola, “no tienen fuerza” o que “no pueden trabajar en condiciones adversas” (Zapata, 2002). Lo que puede influenciar a que después de terminar su ciclo escolar básico, pretendan vivir en un medio urbano, visto éste como un espacio de nuevas oportunidades, para cursar una profesión y obtener un trabajo formal con remuneración mensual más cercana a la realidad que se impone en su medio económico (Weisheimer, 2009).
Juventud y medio rural
La juventud es considerada como un proceso socio-histórico del ser humano, el cual se ve influenciado por los diferentes contextos donde crece la persona y las diferencias sociales que lo rodean. Pensar en la construcción de la adolescencia en las áreas rurales, es enfrentar algunas especificidades propias del medio, el cual en ocasiones no cuenta con toda la estructura social esperada para atenderlos (Martins, Trindade, & Almeida, 2003). De acuerdo con el Censo Nacional del Instituto Brasileiro de Geografía y Estadística (IBGE), los jóvenes brasileros representan el 20% de la población del país, comprendiendo un rango de edad entre los 12 y 21 años (IBGE, 2010).
A medida que disminuyen las diferencias socioeconómicas entre el medio rural y urbano, aumentan las relaciones entre los dos entornos y se facilitan los intercambios culturales. Lo que puede estar dando fin a las grandes diferencias entre estos dos medios y permitiendo la convivencia de los jóvenes en un mismo espacio social (Weisheimer, 2009). Esto lleva a que sean más frecuentes los deseos de los jóvenes de salir de su pueblo natal y querer obtener empleos en ciudades más grandes que la suya; donde por un lado, se encuentra el sueño profesional y por el otro, el continuar con la vida agrícola que es tradición en su familia. “Lo que parece una actitud de indecisión podría significar la aceptación de una realidad ‘naturalizada’ que en este caso sería la permanencia en el campo” (Wanderley, 2007, p. 30).
De acuerdo con algunas investigaciones sobre jóvenes rurales realizadas en Rio Grande do Sul (Carneiro, & Castro, 2007; Siqueira, & Osorio, 2004; Weisheimer, 2009), existen diferencias de género en relación al valor de la educación: las jóvenes mujeres invierten más en la educación que los hombres, principalmente con el objetivo de prepararse para un trabajo en el mercado formal urbano (Brumer, 2004). Sin embargo, los programas de capacitación y extensión técnicos están más dirigidos a los hombres y no dan cuenta de las expectativas y particularidades de las mujeres, lo que acaba por negarles oportunidades de mejorar sus habilidades para acceder a nuevas oportunidades laborales y a los servicios de apoyo patrocinados por el Estado (Satyavathi et al., 2010). La educación en el campo, aún necesita revaluar su rol social mejorando y ampliando el presupuesto de los programas relacionados a la educación en este medio para que haya más escuelas rurales y una mayor oferta educativa, especialmente a niveles medio y superior dirigidas a esta realidad social. La falta de una política educacional propia sobre entorno rural, que promueva más la valoración del espacio rural y el desarrollo sustentable del campo, puede ser uno de los estímulos que genera un éxodo rural, especialmente femenino, pues las mujeres muchas veces son poco consideradas y solo vistas como ayudantes, lo que las motiva a salir de casa y estudiar más que los hombres y no tener ganas de volver al campo (Menezes, Stropasola, & Barcelos, 2014).
En este sentido, algunas de estas jóvenes al idealizar sus salidas del campo quieren resistirse al rol de pasividad impuesto por su tradiciones familiares y comunitarias, aunque de cierta forma, continúan repitiendo los roles que han sido asignados en general al género femenino y la concepción sobre los tipos de trabajos y profesiones adecuadas para las mujeres. Como afirman Quitete, Vargens y Progianti (2010) en el siglo XVIII la mujer se volvió símbolo de fragilidad, la cual debía ser protegida del mundo exterior y, por eso, confinadas en espacios privados, se les asignaban tareas domésticas y relacionadas al cuidado de la familia. De esta manera, muchas mujeres aun llevan estas marcas en sus proyectos de vida, reproduciendo muchas de estas normas sociales y vinculándose a profesiones y trabajos que se relacionan a las actividades antes realizadas en el interior del hogar, como las actividades relacionadas al cuidado humano y animal. Éstas son autodiscriminaciones, derivadas de los modelos patriarcales que se vuelven naturales y, en ocasiones, interpretadas como autodeterminación y no como elecciones que fueron inducidas por las normas sociales aprendidas en el medio rural, así como también las “elecciones” de profesiones y ocupaciones poco prestigiosas y mal remuneradas (Quitete et al., 2010).
Método
Este artículo parte de los datos generados del análisis hecho en base a la producción de fotografías y entrevistas en una investigación1 cualitativa más amplia, que tiene como objetivo general analizar si las entrevistas integradas a la producción de fotografías, era un buen recurso para conocer los proyectos vitales (educacionales, familiares y laborales) de jóvenes mujeres del medio rural.
Participaron 24 jóvenes mujeres estudiantes de bachillerato con edades entre los 14 y 18 años, pertenecientes a cuatro municipios de RS de la zona rural de Brasil. Esta selección se realizó a través de un sorteo en el que se eligió el municipio e intencionalmente una escuela de ciclo fundamental y otra de ciclo medio que contaran con este tipo de población. Las participantes de la investigación fueron contactadas por conveniencia por los responsables de cada escuela y el criterio de inclusión era que vivieran en una zona rural del municipio y que estuvieran cursando la enseñanza básica (hasta el noveno año) o la enseñanza media (del décimo al décimo segundo año).
En la segunda etapa de la investigación cada una de las jóvenes recibió una cámara desechable con la que debía tomar fotos relacionadas con su trayectoria educativa, sus relaciones sociales y su proyecto de vida. En esta etapa se utilizó la fotografía como una herramienta investigativa que buscó una implicación mayor y más simbólica de las jóvenes. De acuerdo con Maurente y Tittoni (2007) la fotocomposición posibilita un espacio de desafío y de producción, aprendiendo los significados que los participantes de los estudios tienen de sus espacios y vidas, además de utilizar una forma alternativa de investigación y de acceso al mundo subjetivo de las personas.
Posteriormente ellas respondieron a una entrevista narrativa, la cual contó con algunas preguntas guías que permitieron ahondar en la temáticas de las fotos que aquellas jóvenes habían tomado (familia, comunidad, ciudad, campo, pasado, futuro, escuela, femenino, masculino). Como afirman Pizzinato, Cé y Oliveira-Machado (2012) las narrativas visuales ayudan en la comunicación interpersonal al estar cargadas de valor simbólico, con un lugar y tiempo determinado. En este estudio fue una estrategia valiosa que generó un contexto más familiar para las jóvenes, facilitando el conocimiento sobre sus realidades y percepciones a futuro.
Todas las participantes o sus responsables (en el caso de las participantes menores de 18 años) han firmado un término de consentimiento para el uso académico de los datos de entrevistas y las fotografías sacadas por ellas. Todos los nombres de las participantes han sido cambiados por nombres ficticios.
Para este estudio el proceso de análisis de las imágenes se inicia con la organización y categorización en el que los autores de este artículo nos reunimos para dar orden a las imágenes recopiladas, las cuales fueron escogidas de acuerdo con su contenido intencional, obvio o manifiesto (Banks, 2009; Barthes, 1984). Dicho contenido estuvo relacionado directamente con nuestro objetivo específico: las percepciones de estas jóvenes sobre la familia, los roles que desempañan y sus posibles decisiones hacia futuro. De esta manera, se realiza una categorización de las imágenes, en donde se agrupan las fotografías que más se relacionan visualmente, es decir, se percibió que dentro de las imágenes que habían fotografiado las jóvenes aparecían ciertos patrones repetitivos, como un colegio representando la educación, un tractor como sinónimo de trabajo del hombre rural. Se terminaron estableciendo tres categorías principales de análisis: 1. Rural/urbano, 2. Familia: padre/hombre, madre/mujer y 3. Futuro, sueños y educación.
Además del análisis literal de las fotografías, se retomaron las entrevistas narrativas realizadas, donde se pudo hacer un acercamiento mayor a las perspectivas de las jóvenes frente a dichas temáticas a través del análisis del discurso, lo que permitió construir una perspectiva amplia de las percepciones de las jóvenes desde la imagen y desde su lenguaje y terminar reduciendo las tres categorías iniciales a dos, debido a que en las narrativas la categoría Futuro, sueños y educación se manifestó y relacionó tanto en las concepciones de ellas sobre 1. Rural/urbano, como también en las percepciones sobre la 2. Familia, por lo tanto, la categoría futuro fue analizada dentro de las otras dos categorías.
De esta manera, para el análisis de los datos, además del análisis de las fotografías, también se utilizó el análisis del discurso por el que se pretende indagar los contenidos de las interpretaciones que se hacen sobre ciertas temáticas -sin solo reparar en aspectos linguísticos-. También se integra un anàllisis de los procesos y de las construcciones plasmados en las transcripciones (Flick, 2009).
Resultados y Discusión
A través del análisis de los aspectos discursivos y semióticos de las producciones de las participantes, se pueden realizar diferentes interpretaciones que permiten identificar los discursos sobre las percepciones que tienen las jóvenes del campo sobre lo que es la familia y los roles que conlleva, entre los que se encuentran: el papel del padre y de la madre y lo que significaría para ellas su futuro, los cuales aún se ven atravesados por tradiciones culturales y creencias propias de sus contextos.
Para Barthes (1984) el acto de leer una imagen es un proceso interpretativo resultado de la interacción entre el lector(a) y el material. Así se debe entender que el sentido dado a la imagen va a variar de acuerdo con los conocimientos culturales de quien interpreta, pudiendo ser universal dentro de una cultura dada, pero idiosincrático en otra (Barthes, 1984). Es de esta forma que se intentó comprender las percepciones de las jóvenes, contemplando los contextos en los que ellas estaban inmersas.
Al intentar desarrollar las temáticas de discusión en el mismo orden en que fueron planteadas teóricamente dentro de la introducción, se vio la necesidad de unificar algunos de estos apartados debido a la proximidad con que fueron explicitados por las jóvenes tanto en las fotografías que tomaron como en sus discursos, es por esto que en la categoría de lo rural y lo urbano se entrelaza también la perspectiva a futuro que tenían estas jóvenes. De igual forma, dentro de la categoría de familia también se encuentran las narraciones que dan cuenta de la diferenciación que aún se marca entre los roles que debe desempeñar una mujer y un hombre, dentro del contexto rural.
Rural/urbano
Al igual que como ha acontecido a través de la historia, en las narraciones y fotografías de estas jóvenes se percibe cierta ambigüedad frente a lo que significa el medio rural y el medio urbano. Como afirman Siqueira y Osorio (2001), lo rural y urbano son conceptos construidos a partir de representaciones que se hacen de cosas cotidianas, con las cuales se está en constante interacción, es decir, dependiendo de las oportunidades, de sus experiencias y sus proyecciones a futuro es que estas jóvenes se expresan y se identifican con estos dos contextos.
Como se puede percibir en la figura 1 y en varias de las imágenes, se reflejaban percepciones tradicionales sobre el medio rural y el medio urbano. Para muchas de estas jóvenes, lo rural es sinónimo de costumbres, familia y soporte emocional, pero no de muchas posibilidades diferentes a la vida en el campo y los trabajos domésticos. Es por esto que, para varias de ellas, aparece el deseo de irse a la ciudad, así, en ocasiones, dependan del auxilio de los padres para poder desenvolverse en ese nuevo contexto (Brumer, 2004).
“yo sé que el campo es bueno, pero la ciudad también tiene su valor, puede haber cosas malas en ella, pero allá está mi futuro” (Miriam, 15 años, Región centro oriente)
“no me gusta la ciudad… no me hallo mucho en la ciudad, es mucho movimiento, es mucha cosa y me quedo medio sonsa” (Juana, 14 años, Región suroeste)
Sus afirmaciones dan cuenta de cierta ambivalencia por la que varias de estas jóvenes pasaron, al confrontar las informaciones aprendidas durante toda su vida. Realidad que en ocasiones se mezcla con algunas influencias provenientes del entorno urbano más próximo a la zona rural donde ellas viven y que puede generar la idealización de una vida que se pueda transitar entre ambos mundos (Silva, 2002).
“Quien no estudia y vive en el campo se tiene que conformar con plantar tabaco o algo parecido, mientras quien vive en la ciudad puede conseguir un mejor empleo” (Flavia, 15 años, Región sureste).
En las narrativas de estas jóvenes se puede observar la interacción que ocurre entre lo que tradicionalmente han aprendido y lo que están recibiendo del medio urbano próximo a ellas, como pueden ser demandas de producción económica y desarrollo profesional, aunque sin romper con todos los modelos o expectativas culturales, como el matrimonio.
“… primero quiero estudiar, graduarme y después casarme” (Rosane, 17 años, Región suroeste)
En este sentido, algunos aspectos de la ciudad y el estilo de vida a ella asociado, se tornan en ocasiones una meta para las jóvenes rurales, como el ser profesionales, lo que puede generar cambios no solo en sus pensamientos sino en el funcionamiento de su entorno familiar y sus proyecciones a futuro y familias, llevándolas, en ocasiones, a reorganizar su funcionamiento de acuerdo con las nuevas demandas de desarrollo de sus miembros (Faco, & Melchiori, 2009).
“… yo voy a trabajar en la ciudad porque quiero ser pediatra y en el campo no hay hospital, aunque ahí tenemos más contacto con el medio ambiente y está mi familia” (Rosane, 17 años, Región centro oriente)
Es así, que tanto en las narrativas como en las fotografías (figura 2) se encuentran percepciones que dan cuenta de esa ambivalencia entre lo que ellas deseaban, sus expectativas de vida y deseos de progreso, frente a lo que han aprendido de sus familias. Por esta razón, estas jóvenes pretenden vivir en un medio urbano, visto éste como un espacio de nuevas oportunidades, como la continuación de una profesión y la obtención de un empleo con remuneración mensual asegurada (Weisheimer, 2009).
“… yo estoy estudiando, porque sin estudio yo no voy a conseguir tener el futuro que yo quiero” (Miriam, 15 años, Región centro oriente).
Muchas jóvenes del medio rural coinciden en sus discursos sobre el deseo de mejorar su bienestar a través de la expectativa – no muy consolidada en términos de estrategia- de adquisición de un buen empleo o estudio en la ciudad, lo que significaría para ellas un paso más para su desarrollo personal, aunque aún tengan muy arraigado ese aprendizaje social adquirido en el contexto en el que están inmersas.
Como afirman Rodríguez y Muñoz (2015) esta elección está limitada por algunos factores de relevancia sociocultural, marcados por un persistente tradicionalismo.
De acuerdo con Bonfil (2001), los programas de educación y capacitación para el trabajo dirigidos a las jóvenes del medio rural, aun no se orientan a resolver sus necesidades, sino que refuerzan los roles y funciones tradicionalmente asignados a las mujeres en las jerarquías tradicionales de lo productivo y lo reproductivo, además de reproducir, sin mucha crítica los modelos y planes educacionales de las escuelas urbanas.
“… yo hice un curso de artesanía y a veces ofrecen de sistemas” (Carla, 16 años, Región sureste)
“…yo quiero ser enfermera, me gusta cuidar de las personas” (Juana 14, años, Región suroeste)
Como afirma Zapata (2002), la educación del medio rural, como las carreras técnicas ofrecidas a la juventud, no responde a todas las demandas y necesidades del entorno rural y, por lo tanto, incrementa una idealización de la vida urbana. Estas jóvenes dentro de sus discursos reflejaron esa preocupación por continuar una profesionalización de su educación, lo cual implica desplazarse para la ciudad más cercana a su localidad, pues consideran que si continúan ahí, su educación va ser muy limitada o nula, una vez que las opciones casi no existen en los modelos tradicionales de vida del campo.
“… aquí no tienen cursos, las personas tiene que ir a otro lugar”. (Rosane, 17 años, Región Centro oriente)
Es por esta razón, que sólo en la medida en que la oferta educativa responda a las necesidades concretas de esta población, ésta podrá contribuir a revertir las condiciones de subordinación o de desigualdad de estas jóvenes (Bonfil, 2001). Como se pudo identificar, hay un deseo de progreso pero ese deseo está constantemente relacionado con la acción de migrar de su lugar de origen y aunque sus afirmaciones tienen validez, desde la perspectiva de no contar con muchas ofertas educativas, también, este discurso puede ser la repetición y el aprendizaje de una educación descontextualizada, desarrollada desde una perspectiva urbana, la cual en ocasiones no retoma la vida rural como aspecto importante de la historia. Como afirman Menezes et al. (2014) es necesaria una educación contextualizada con mayor acceso a la tecnología, inserción digital y oportunidades para los jóvenes.
Familia
Dentro de los discursos de estas jóvenes es notoria la concepción que tienen de familia, como unidad tradicional donde la voz del padre aún sigue teniendo un valor relevante dentro de sus vidas. La organización familiar se fundamenta en la autoridad del padre y obediencia por parte de los hijos que deben continuar con las pautas de socialización enmarcadas desde una postura machista, la cual coloca al hombre como proveedor y protector de la familia (Castro, 2012).
“Familia es estar siempre conversando juntos, ayudándonos” (Rosane, 17 años, Región centro oriente)
“Mi papá en la familia es el jefe” (Maira, 15 años, Región suroeste)
La imagen de la figura 3 refleja lo capturado en la mayoría de las fotografías que tomaron estas jóvenes sobre lo que significa para ellas la familia, donde se puede observar un modelo nuclear tradicional predominante, compuesto por papá, mamá e hijos. En el cual el padre sigue siendo considerado el responsable por todos los miembros de la familia, es decir, de sustentar y proteger a su esposa e hijos. Así, todos los miembros de la familia tienen una función importante dentro de la unidad familiar puesto que hay un beneficio para todos, denotando el modelo aún paternalista (Brumer, 2004).
“Yo espero que cuando me case, mi marido también ayude en la educación de los hijos, como mi papá que me da todo” (Rosane, 17 años, Región centro oriente)
Este modelo hace que aún se mantenga esa división del trabajo en el medio rural, en la que los hombres se encargan de las actividades que requieren de mayor fuerza física y las mujeres asumen las actividades domésticas y se hacen cargo del mantenimiento de pequeños animales (Brumer, 2004).
“mi mamá casi siempre está en el lavadero lavando las ropas” (Luana, 14 años, Región suroeste).
“El hombre es quien manda a los hijos, la mamá es más la ama de casa” (Daniele, 14 años, Región centro oriente).
La figura 4 refleja las percepciones que estas jóvenes tienen sobre los roles que desempeña el hombre y/o padre, las cuales se relacionan directamente con las actividades que requieren más de fuerza física y/o actividades tradicionalmente desempeñadas por ellos, como lo es conducir un tractor, vacunar y alimentar los animales.
“el hombre se enfoca más en el trabajo que la mujer, la mujer debe estar en la casa” (Francine, 16 años, Región centro oriente).
“… a mi papá le gusta trabajar con la leña y mi hermano siempre le ayudar a vacunar los animales” (Luana, 14 años, Región suroeste)
Esa visión de hombre como encargado principal del trabajo agrícola, existe a través de un tradicionalismo de pensamiento en el que el trabajo femenino en el campo no tiene una visibilidad y valorización equivalente al masculino. Volviéndose injusto en la herencia del patrimonio de los descendientes, que funciona como una recompensa por haber participado de su manutención y ampliación, ignorando la dedicación a los quehaceres domésticos que demandan mucha inversión física y tiempo por parte de las “amas de casa”, que podrían ser destacadas como una forma de preservación del colectivo, pero que no sucede por no ser una tarea que acarrea bienes económicos (Paulilo, 2004).
“el hombre solo es bueno con la fuerza” (Rosane, 17 años, Región centro oriente)
“Papá en la familia es el jefe” (Maíra, 15 años, Región suroeste)
El proceso de socialización del joven hombre suele ocurrir lejos del ambiente doméstico, buscando compañías de su edad y estableciendo relaciones sociales públicas que confirman su estatus social (Weisheimer, 2009). Por otro lado, el padre es percibido por estas jóvenes, como quien decide sobre el futuro de ellas y las puede estimular para continuar con los estudios más que respecto a los hijos varones, como afirma Paulilo (2004) las hijas mujeres ganan los estudios como consecuencia de no heredar tierra, pues el acceso a los bienes territoriales se da la mayoría de las veces por intermedio del matrimonio.
“mi papá dice que tengo que estudiar, yo no he decidido si estudiar medicina o enfermería, pero él dice que debo seguir estudiando” (Miriam, 15 años, Región centro oriente)
“Mi hermano comenzó desde pequeño a trabajar con mi papá y a mí solo me dice que debo ayudar en casa y estudiar” (Maíra, 15 años, Región Suroeste)
En el funcionamiento de muchas de las familias rurales, se continúa ejerciendo una diferenciación entre el hombre y la mujer y los roles que deben desempeñar dentro de la familia y en los contextos en los que ellas están inmersas. Todavía se percibe un modelo paternalista dentro de un contexto familiar y comunitario, el cual les habla de ciertas funciones que deben realizar, que son parte de las tradiciones familiares. Como afirman Satyavathi et al., (2010) las mujeres rurales rara vez son consideradas dentro de los programas de investigación y desarrollo agrícola. Los sistemas tradicionales limitan el acceso de las mujeres a los recursos e imponen una división sexual del trabajo, asigna a las mujeres el trabajo más tedioso, mano de obra y mal recompensado, factores que limitan a las mujeres y afectan su capacidad para beneficiarse del cambio.
La mujer sigue siendo percibida como aquella figura cuidadora que se dedica al hogar y a velar por el bienestar de los miembros de la familia. En la figura 5 se pueden ver algunas de las percepciones que ellas plasman sobre qué es ser mujer y madre, relacionadas con las actividades domésticas o estereotipos sociales sobre las mujeres, con imágenes de hornos, cocinas, tanques de lavar ropa y/o accesorios de belleza (maquillaje, tacones, bolsos).
“pienso que la mamá es compañera, es amiga pienso que la mejor amiga que se puede tener” (Francine, 16 años, Región centro oriente)
“mi mamá adora lavar ropa... la mamá es el espejo de uno” (Luana, 14 años, Región suroeste)
Según Weisheimer (2009), parte de la socialización de las mujeres, comienza desde muy pequeñas donde ellas deben ayudar en la labores del hogar, estando del lado de aquellas más viejas y para así aprender los oficios tradicionales del hogar, volviéndose “pequeñas madres”. Este proceso de transmisión de valores de género lleva a que varias de estas jóvenes se proyecten a futuro, en relación a lo que han aprendido en sus hogares, junto con su abuela y madre, es decir, proyecciones relacionadas con la continuación de la vida en el campo, la conformación de un hogar, el matrimonio y ser madres.
“Siempre que pienso en una mujer, yo pienso en mi mamá, en alguna mamá, o mi abuela” (Francine, 16 años, Región centro oriente)
“Ser mujer es ser la base de otra vida, tener el placer de generar otra vida” (Miriam, 15 años, Región centro oriente)
Por último, se puede percibir dentro de esta categoría de familia, cómo dentro de las mismas se continúa reproduciendo un patrón familiar, en el que la mayoría de las responsabilidades y funcionamiento laboral está a cargo del hombre y a las mujeres les toca el soporte de este escenario social. La composición familiar determina la forma en cómo se asumirá la división sexual del trabajo agrícola, culturalmente establecida (Weisheimer, 2009), en la que el proceso de trabajo familiar es coordinado por el hombre, que asume el papel de jefe y las mujeres se hacen cargo de las actividades domésticas.
Conclusiones
Se puede ratificar que las jóvenes en el contexto rural y específicamente dentro de las familias tradicionales del campo, aún son interpeladas por ciertos roles estereotipados, cargados de jerarquías y desigualdades de género que las llevan todavía a seguir aceptando actividades destinadas solo para las mujeres, reproduciendo muchas veces el modelo patriarcal.
Aunque haya movimientos de resistencia y subversión de estas normas tradicionales, muchos elementos de sus historias y proyectos de futuro se enmarcan a través de la relación con una figura masculina, quien designa posibilidades existenciales, sea en el campo o en la ciudad, pero dentro de las cuales ellas se deben encargar de las labores del hogar.
La familia sigue siendo percibida por estas jóvenes, como aquella que les aporta valores, tradiciones y seguridad emocional, que ayuda en su educación y formación personal. En ocasiones se generaron tensiones entre los roles que desempeñan dentro de su contexto y sus proyecciones a futuro, pues por un lado se encuentran sus deseos de salir del hogar, adquirir independencia y buscar un futuro mejor y por el otro, está su familia, la cual le provee todo lo necesario para su sustento, además de relaciones emocionales seguras.
De esta manera, se percibió en estas jóvenes momentos de ambivalencia, viviendo una doble tensión frente a continuar en un medio rural con pocas expectativas para ellas o salir a buscar otras opciones sin olvidar su entorno rural y enfrentar un contexto distinto, como la ciudad, en el que no saben desenvolverse ni conocen bien y el cual a veces consideran muy peligroso, pero que para algunas de ellas resulta ser la mejor opción, debido a la falta de ofertas educativas y oportunidades dentro de su propio contexto rural.
La ciudad, entonces, se vuelve para la mayoría de las entrevistadas una forma de huir de un patrón de vida sin muchas posibilidades de desarrollo educativo y profesional, además de la vida tradicional en el hogar. Eso genera casi una idealización de migración rural-urbana enaltecida a una calidad de vida mejor, olvidándose de aquellas implicaciones típicas de la vida de la ciudad, como lo es asumir diferentes rutinas que pueden ser estresantes para estas jóvenes y que en ocasiones pueden llevar a que ellas dejen de lado sus costumbres culturales.
Parte de la responsabilidad de esta idealización del modo de vida de la ciudad y, por lo tanto del entorno urbano, puede que se deba también a los modelos educativos que aún siguen recibiendo las jóvenes del campo, pues éstos continúan siendo impartidos desde una lógica citadina que se encarga de enseñar a estas mujeres estilos de vida descontextualizados, cargados de acciones y discursos creados desde un entorno diferente al rural. Cuando planean estudiar, muchas de estas jóvenes, acaban eligiendo profesiones más relacionadas al cuidado, las cuales tradicionalmente se relacionan a los quehaceres del hogar y protección de la familia y dejan de lado otras posibilidades relacionadas a su contexto, como podría ser el trabajo con la comunidad, con el medio ambiente y/o rural, en profesiones que impliquen y ayuden a mejorar el medio rural y las políticas que lo rodean.
Finalmente creemos que se debe continuar con las planificaciones acerca de los modelos educativos que se reproducen en el campo y un actuar, además, enfocado en particularidades de género, que tengan en cuenta el impacto de las políticas y programas sobre las mujeres, que comprendan sus necesidades en especial las necesidades del medio rural. Además de generar modelos educativos contextualizados con las realidades de los pueblos y comprometido con el fortalecimiento y desarrollo de la agricultura familiar y campesina.
Evidentemente la presente investigación no pretende ser definitiva, tampoco representativa de todas las posibilidades existenciales de las jóvenes del campo. Hay mucho más que conocer, sobre todo desde la Psicología, ciencia que desde siempre ha obviado la ruralidad como eje particular de construcción personal de muchos individuos. Sólo se ha pretendido con estas investigación abrir paso a una mayor sensibilización acerca de la necesidad de pensarse con más detalle en la intersección entre género y entorno, en la formulación de políticas educacionales específicas, sobre todo por el impacto que el éxodo rural puede tener en la precarización de las posibilidades existenciales asociadas a la agricultura familiar en Brasil.
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Para citar este artículo:
Pizzinato, A., Uribe Calderón, M., da Costa Souza, L.A., & Ferreira Burton, L. (2016). Proyecciones de futuro y vida familiar de jóvenes mujeres del campo. Ciencias Psicológicas, 10(2), 143 - 155.