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Revista Uruguaya de Ciencia Política
versión impresa ISSN 0797-9789versión On-line ISSN 1688-499X
Rev. Urug. Cienc. Polít. vol.24 no.spe Montevideo jul. 2015
Del joven militante al viejo sabio. Relatos sobre el pasado reciente y ethos discursivo en Néstor Kirchner (Argentina, 2003-2007) y José Mujica (Uruguay, 2010-2015)
From a young activist to a wise old man. Narratives about the recent past in Néstor Kirchner (Argentina, 2003-2007) and José Mujica’s (Uruguay, 2010-2015) discourses
Ana Soledad Montero*
Resumen
El objetivo de este trabajo es interrogar, desde una mirada comparativa, las memorias discursivas y los relatos sobre el pasado reciente en los discursos políticos del ex presidente argentino Néstor Kirchner (2003-2007) y del ex presidente uruguayo José Mujica (2010-2015) y su incidencia en la configuración del ethos discursivo de cada uno de ellos. A partir de la idea de que el ethos discursivo se vincula con la constitución de la identidad política, sostenemos la hipótesis de que mientras el ethos de Kirchner se identifica con la figura del joven militante setentista, la imagen de Mujica se configura mediante un gesto de distanciamiento con respecto a su rol como líder tupamaro. Así, sus posicionamientos actuales se explican, en gran parte, por los vínculos que estos discursos establecen con el pasado reciente.
Palabras clave: relato, pasado reciente, ethos discursivo, identidad política
Abstract
The aim of this paper is to interrogate, from a comparative perspective, discursive memories and narratives about the recent past in political speeches of former Argentine President Néstor Kirchner (2003-2007) and former Uruguayan President JoséMujica (2010-2015)and its influence on theirethos configuration, that is, the self-image that is projected by their speeches. Based on the idea that discursive ethos is linked to political identities,we argue that while Kirchner’s ethos is identified with the figure of the young activists of the 1970s, Mujica’s image emerges from a disaffection with his role as atupamaro leader. Thus, their different leadership styles and their current standings can belargely explained throughtheir links with the recent past.
Key words: narrative, recent past, ethos, political identities
1. Introducción
Tal como Aristóteles lo concibe en la Retórica, el ethos se revela como una categoría fundamental para el análisis político. Definida como la imagen que el orador construye de sí mismo en su discurso, la categoría de ethos permite, en efecto, analizar la configuración de la identidad político-ideológica de un discurso político, puesto que alude a la imagen de aquel que toma la palabra y, por esa vía, a sus posicionamientos enunciativos, argumentativos pero tambiénpolítico-ideológicos.
Como veremos en el siguiente apartado, aunque en la Retórica el ethos remite a la imagen que el orador transmite en su discurso para lograr credibilidad y adhesión, algunos autores reconocen, al mismo tiempo, la existencia de un “ethosprediscursivo” o “ethos previo” (Amossy 2010), que resulta particularmente relevante en el terreno político, donde los posicionamientos ideológicos o ciertos rasgos biográficos del orador pueden anticipar y generar expectativas en los destinatarios del discurso.En este artículo analizamosun conjunto de discursos del expresidente argentino Néstor Kirchner y del expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica1, con el propósito de abordar los modos de configuración de sus ethé discursivos, es decir, la imagen que ambos proyectan sobre sí mismos en sus discursos, y los efectos de esa imagen sobre la constitución de sus identidades políticas. En particular, nos proponemos examinar cómo incide, en la configuración del ethos discursivo de cada uno de estos actores, la dimensión narrativa, i.e., la construcción de relatos sobre el pasado. Para ello, muy particularmente en estos casos, parece necesario poner en tensión los aspectos estrictamente discursivos con la dimensión extra-discursiva, esto es, con el “ethos previo” de cada uno de ellos.
Así, nuestro trabajo busca contribuir a la reflexión sobre la configuración de la identidad política de Kirchner y Mujica mediante el análisis de la relación entre sus ethé discursivos y los relatos que ellos construyen sobre el pasado:¿qué lecturas “oficiales” sobre el pasado reciente se instauran en cada uno de estos discursos políticos? ¿Cuáles son los puntos comunes, y cuáles las diferencias y las tensiones entre esas dos interpretaciones oficiales sobre el pasado? ¿Qué ethé discursivos, y, más específicamente, qué identidades políticasse proyectan a partir de esos modos de apropiación del pasado?
Los discursos políticos de Kirchner y Mujica tienen un punto en común: ambos están fuertemente anudados a la memoria del pasado reciente argentino y uruguayo.De hecho, sea por los datos extra-discursivos sobre sus trayectorias o por sus posicionamientos actuales, es imposible deslindar las figuras de Kirchner y Mujica de ciertas representaciones sobre la militancia política y la dictadura militar que anclan en un imaginario “sesentista”/ “setentista”, por lo que, en estos casos, la memoria discursiva parece informar de forma constitutiva las identidades presidenciales.
La hipótesis que nos guía es que la configuración del ethos discursivo de Kirchner y de Mujica se realiza, siguiendo los términos de Amossy, mediante un “retrabajo” sobre su ethos previo, y esto en dos sentidos: en primer lugar, mediante un despliegue escenográfico distintivo que sitúa a cada uno de esos discursos en una escenografía específica: una escena testimonial en el caso de Kirchner, yuna memorial en el caso de Mujica. En segundo lugar, encontramos que las características genéricas de cada una de esas escenografías contribuye a la caracterización de la propia figura del locutor –esto es, a su ethos– mediante procesos diferenciales de identificación/des-identificación con respecto al ethos previo, y que esas modalidades se vinculan, a su vez, con modalidades diferenciales de configuración de las subjetividades políticas. Así, sien numerosas ocasiones el discurso de Kirchner se muestra como un “testimonio”, con fuertes huellas de identificación con la militanciasetentista, el de Mujica se figura como un discurso sabio, distanciado y evaluador, al modo de las memorias, cuyo efecto no es otro que el de una des-identificación con respecto a su generación.
2. Acerca del ethos
Dice Aristóteles que el orador puede persuadir a su auditorio por medio de distintos tipos de “pruebas”: el logos (las pruebas racionales), el pathos(las pruebas emocionales) y el ethos: se persuade por el ethos “cuando el discurso se dice de tal manera que hace digno de fe al que lo dice, pues a las personas decentes las creemos más y antes [...]. También esto es preciso que ocurra por el discurso, mas no por tener los oyentes prejuzgada la calidad del que habla” (2005:44). Aunque, como muestra Eggs (1999), en Aristóteles el ethos remite, por un lado, a los rasgos proyectados por el orador en su discurso y por otro, a sus cualidades morales, valores y virtudes, los trabajos situados en el marco del análisis del discurso tienden a subrayar el primero de los aspectos, aquel que atiende al ethos en tanto imagen o “puesta en escena del yo”. Sin embargo, como sugerimos en otro trabajo (Montero 2012b), la noción de ethos no se agota en su aspecto enunciativo o argumentativo. Esa categoría comporta también–ya desde la tradición aristotélica pero, sobre todo, en sus acepciones sociológicas y teórico-políticas– una dimensión fuertemente político-identitaria que vale la pena explorar.
Es este aspecto, el político-identitario, el que las lecturas contemporáneas sobre el ethos intentan subrayar mediante la incorporación de la noción de “ethos previo” o “prediscursivo”. Si bien en su ya célebre definición Maingueneau sostiene que el ethos “está ligado a la enunciación y no a un saber extra-discursivo sobre la enunciación” (1999: 76), al mismo tiempo destaca la relevancia del ethosprediscursivo, que remite a los posicionamientos ideológicos, a la reputación, a los dichos anteriores o alas cualidades mediáticas del locutor, que pueden ser anticipados por y generar expectativas en el auditorio. En este mismo sentido,Amossy señala que “la imagen previa que el auditorio se hace del orador […] puede tener una eficacia decisiva en la eficacia de la presentación que hace de sí mismo” (2010:72). En otro estudio sobre la(s) identidad(es) del sujeto de la enunciación, Adam (2002) distingue dos niveles que interactúan permanentemente: por un lado, un “ethos previo” que opera a nivel extra-textual; por otro lado, a nivel textual, un ethos explícito y mostrado, y otro implícito y no mostrado.
Desde nuestro punto de vista, el ethos previo no constituye solo un dato extra-textual sino que deja huellas en la propia enunciación: si el ethos, esto es, la imagen que emana de un determinado discurso, se asocia al “yo” responsable de la enunciación2, el ethos previo aparece en el discurso como una figura o personaje al que el enunciador refiere en tanto sujeto del enunciado. Así, especialmente en los relatos de corte autobiográfico, el enunciador habla de o refiere a un personaje cuya identidad real coincide con la del enunciador, pero que se sitúa en un tiempo remoto, y que cristaliza los atributos propios de ese ethos previo o prediscursivo asociado al enunciador. La configuración de la propia imagendiscursiva surge, entonces, de un proceso de “retrabajo” sobre eseethos previo: “construir una imagen de sí mismo es siempre involucrarse en un diálogo con lo que otros han dicho sobre nosotros, y con la idea que otros se forjan sobre nuestra persona” (Amossy 2010: 72).
Pero esto no es todo: el ethos no solo surge de las imágenes previas, las implícitas y las explícitas, sino que, además, se inscribe en una determinada escenografía de habla. Si todo discurso debe incluirse en una escena englobante (un tipo de discurso: en nuestros casos, discursos políticos) y en una escena genérica (i.e., un género discursivo: en nuestros casos, arengas, alocuciones, entrevistas), este también presenta una cierta escenografía, el dispositivo de habla que la propia escena instituye. La escenografía no es un simple decorado: es el marco del cual se deprende el ethos discursivo, el tono, la disposición específica que el discurso evoca.Así, como veremos, en el caso de los discursos de Kirchner y Mujica que aquí analizamos, más allá de su tipo y género, encontramos una diferencia significativa en términos de escenografía: mientras Kirchner establece un dispositivo de habla que se emparenta con el género testimonial, el dispositivo de Mujica evoca, en cambio, el género de las memorias. Esa divergencia acarrea consecuencias en términos de construcción identitaria.
De modo que la construcción del propio ethosen un discurso político consiste, en buena parte, en reforzar, matizar o simplemente transformar aquellas representaciones circulantes sobre sí mismo, y en poner a jugar imágenes explícitas e implícitas sobre la propia persona mediante una puesta en escena del decir que “haga lugar” al ethos. ¿En qué sentido esta operación discursiva se vincula con la categoría de “identidad política”? Si bien esta noción es más abarcativa que la de ethos, en la medida en que apunta a identificar prácticas sedimentadas configuradoras de sentido que definen solidaridades, afinidades y diferencias (Aboy Carlés 2001) y que incluyen, pero al mismo tiempo exceden, la figura del líder político, aquí nos interrogamos por la identidad política en tanto instancia articuladora de un cierto lazo político representativo a través de lo que Rodríguez (2014) denomina, siguiendo a Novaro (2000), figura representativa3. En ese sentido, el ethos posee una dimensión representativa en la medida en que se hace efectivo mediante un proceso de “incorporación” (Maingueneau 2002): esto sucede cuando el destinatario (auditor o lector) del discurso se apropia del ethos (de su corporalidad, de su tono) y se reconoce en él, constituyéndose así el cuerpo de la comunidad imaginaria de aquellos que quedan representados por ese discurso.
3. Representaciones sobre el pasado reciente en Argentina: la configuración de un ethos militante
Como es sabido, desde su inesperada llegada al gobierno en mayo de 2003, Néstor Kirchner comenzó a tejer un vínculo estrecho con la memoria del pasado reciente –el período que va desde los años previos al inicio de la dictadura militar (principios de los años ‘70) hasta la crisis del 2001–. Recuérdese que Kirchner, un peronista “outsider” (Torre 2005; Cheresky 2004) proveniente de la remota provincia de Santa Cruz, que había sido designado como candidato del Partido Justicialista por Eduardo Duhalde, asumió con un bajo caudal de votos (22%) tras un ballotage fallido, por lo que debió impulsar medidas de gran impacto para revertir su imagen de debilidad y falta de autonomía (Montero y Vincent 2013). Es así como, rescatando un dato biográfico específico –su participación, aunque breve, en las movilizaciones previas al retorno de Perón a la Argentina a inicios de la década del ‘70 y en agrupaciones universitarias vinculadas a la Juventud Peronista– y dejando de lado otros datos vinculados a su trayectoria política –que revelan, por cierto, escasos puntos de continuidad con aquella militancia juvenil4–, durante los años de su presidencia Kirchner emprendió un “retrabajo” de su ethos previo con el fin de delinear una imagen de sí creíble y con sello propio.
Así, ya desde los inicios de su gestión, Kirchner impulsó numerosas medidas de intenso contenido simbólico y político (Montero 2009; Jelin 2007), una estrecha alianza con organismos de derechos humanos y una nueva narrativa sobre el pasado que fue consolidándose durante los primeros años de gobierno en casi toda la producción discursiva presidencial: en efecto, en sus distintos registros (protocolares, formales, informales, de ocasión) los discursos de campaña, los discursos de atril, los discursos de apertura de sesiones, los discursos partidarios y aquellos estrictamente asociados a la gestión (inauguraciones, presentaciones, actos protocolares, etc.) están plagados de alusiones y referencias al pasado cercano.
Como mostramos en trabajos anteriores (Montero 2012a), la narrativa kirchnerista del pasado reciente se organiza en torno a dos grandes relatos complementarios y convergentes sobre los últimos treinta años de historia argentina5: por un lado, se delinea la imagen de un pasado rechazado, denostado y demonizado, definido como una unidad en la que existe una continuidad y una identidad política, económica, ideológica y simbólica entre la última dictadura militar y la instauración (y despliegue) de un régimen económico –el neoliberalismo– cuyo corolario y máxima expresión se habrían manifestado en la década del noventa y en la crisis del año 2001. En ese bloque “dictadura–neoliberalismo” que va desde el año 1976 hasta la propia llegada de Kirchner al poder, definido casi sin matices ni ambages, se homologan las prácticas dictatoriales con el modelo económico neoliberal:
“Vivimos el final de un ciclo, estamos poniendo fin a un ciclo que iniciado en 1976 hizo explosión arrastrándonos al subsuelo en el 2001” (2 de septiembre de 2003).
Es así como gran parte del dispositivo adversarial del discurso kirchnerista remite metonímicamente al pasado dictatorial: los adversarios de hoy son, en última instancia, o bien los mismos adversarios de ayer, o bien epifenómenos de estos. La prensa, las “corporaciones” (empresarias, judiciales, etc.) o los sectores “desestabilizantes” tienen, en distintos grados y niveles, vínculo con ese pasado demonizado cuya estela tiñe los grandes debates del presente.
En paralelo a esta primera interpretación del pasado, en el discurso kirchnerista se identifica un segundo tipo de relato, más intimista, más personal, más testimonial y subjetivo que el anterior, que tiene al militante político y a la “generación” de militantes setentistas como protagonistas casi excluyentes. Así lo explicitaba en el discurso de asunción de mando:
“Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada” (25 de mayo de 2003).
Inscripto en una escena vinculada al género “testimonial”, en este relato predomina un tono narrativo y realista-romántico (Sarlo 2005), con múltiples anécdotas, homenajes y testimonios, y numerosas marcas de identificación y subjetividad-afectividad que remiten a la posición de enunciación del propio presidente como narrador pero también, en ocasiones, como protagonista. El militante político, con el que el enunciador establece un vínculo de identificación, aparece retratado como un héroe, como un sujeto joven, transgresor, valiente y sacrificado, humilde, simple, alegre y emotivo, como una persona animada por sueños, ideales y convicciones, amante del pluralismo y la diversidad. Como señala Altamirano (2007), este relato del pasado parece establecer una visión idealizada o estilizada sobre la militancia setentistaque destaca algunos aspectos ysilencia otros, igualmente constitutivos: la lucha armada, la violencia revolucionaria o el horizonte del socialismo son algunos de esos tópicos ausentes del relato kirchnerista. Todos los atributos ponderados en el pasado aparecen como tópicos y gestos que Kirchner incorpora en su discurso y sobre los cuales erige su propia imagen, que se configura, de ese modo, como un ethos militante.
Así quedó plasmado en el célebre discurso del 25 de mayo de 2006, en ocasión del festejo del tercer año de gobierno, en una fecha emblemática para la Juventud Peronista6 que, además, coincide con la celebración de la independencia nacional:
“¡Y al final un día volvimos a la gloriosa Plaza de Mayo a hacer presente al pueblo argentino en toda su diversidad! Hace 33 años yo estaba allí abajo, el 25 de mayo de 1973, como hoy, creyendo y jugándome por mis convicciones de que un nuevo país comenzaba, y en estos miles de rostros veo los rostros de los 30 mil compañeros desaparecidos, pero igual veo la Plaza de Mayo de la mano de todos nosotros” (25 de mayo de 2006, Plaza de Mayo).
En el también recordado discurso pronunciado el 24 de marzo de 2004 (fecha en que se conmemoraba un nuevo aniversario del inicio de la dictadura militar) en la ex Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) en ocasión de la inauguración del Museo de la Memoria, Kirchner se definía a sí mismocomo “compañero y hermano de tantos compañeros y hermanos que compartimos aquel tiempo”, como parte de una “generación que creyó y que sigue creyendo en los que quedamos que este país se puede cambiar”, una generación con “muchas ilusiones, sueños, creímos en serio que se podía construir una Patria diferente”. La figura presidencial queda fijada entonces como la de un heredero y un continuador del legado de sus compañeros:
“Era el 11 de marzo del 73, una generación de argentinos nos incorporábamos a la vida democrática con la fuerza y el deseo de construir un nuevo país. Después nos tocó vivir tantas cosas, nos tocó pasar tantos dolores, nos tocó ver diezmada esa generación de argentinos que trabajaba por una Patria igualitaria, de inclusión, distinta, una Patria donde no sea un pecado pensar, una Patria con pluralidad y consenso como el que tenemos hoy aquí, que el hecho de pensar diferente no nos enfrentara sino por el contrario, nos ayudara a construir una Argentina distinta” (11 de marzo de 2004, Acto por el día de la militancia)7.
Se delinea así una imagen idílica de la generación de jóvenes militantes setentistas –en la que el propio enunciador se incluye–, una “generación diezmada” por “pensar distinto” y destacada por sus ideales, sus convicciones, su voluntad de construir un país democrático y plural. En esta lectura “romántica” de la experiencia de la militancia, que elude toda referencia a las prácticas militaristas o a la cuestión de la violencia, prácticamente no existenpasajes autocríticos, sino que prima la celebración y el elogio del carácter heroico de la juventud militante, en un tono entre epidíctico y testimonial. Tal vez el que sigue, pronunciado en el mensaje frente a la Asamblea Legislativa del 1 de marzo de 2006, sea el único pasaje en el que se esboza una autocrítica sobre aquellos años:
“Como argentino, como militante comprometido en aquel tiempo y en aquella época, que no eludo mi historia, era joven como tanto jóvenes, y no me quito mi responsabilidad por la edad que tenía porque sería un acto de reduccionismo histórico, asumo mi responsabilidad, la edad que tenía y el tiempo que tenía con esa generación que acertó y se equivocó, pero que tuvo la dignidad de depender, de creer, de acceder, de plantear sus ideas ante la sociedad para tratar de aportar al cambio que la Argentina necesitaba, y que fue mancillada por los violentos, por los que no entendían que la Argentina se construía con paz, con amor, con pensamientos superadores. Por eso, en el cierre de este discurso que me toca, el anteúltimo como Presidente de la República en mi mandato que termina el 10 de diciembre de 2007, si ustedes me permiten señores legisladores, yo quiero rendir un homenaje grande y sincero a la Argentina, a esos 30 mil argentinos –que no me importa cómo pensaba cada uno– en este Congreso de la Nación, para que esto quede escrito en las páginas de la historia, que nunca más vuelva a suceder y que ellos sean el contenido espiritual en la diferencia y en la pluralidad de los tiempos en que la Argentina nos necesita”. (1 de marzo de 2006, Apertura de sesiones legislativas)
Este mensaje presidencial plantea, aunque de manera imprecisa, la responsabilidad histórica de la generación de jóvenes homenajeados –muchos de ellos desaparecidos–,al tiempo que celebra sus valores (coraje, dignidad, convicciones), valores opuestos a los de “los violentos” que “no entendían que la Argentina se construía con paz, con amor, con pensamientos superadores”.
En síntesis, puede decirse que en el discurso kirchnerista ambas lecturas –la que demoniza la dictadura vinculándola con la introducción del modelo neoliberal, y extiende ese bloque histórico hasta entrados los años 2000 por un lado, y la que idealiza la militancia y, de alguna forma, la hace extensiva, en términos simbólicos,a las luchas del presente, por otro– contribuyen a delinear una imagen presidencial, fuertemente identificada con la generación militante en la que dice inscribirse. Esta apuesta discursiva cobra aún más protagonismo si consideramos las condiciones de posibilidad de emergencia de un discurso político que rescatara la imagen de la militancia setentista, habida cuenta de la “crisis de sentido” en que la política argentina estaba sumida en 2003: la inscripción en un imaginario anti-imperialista, latinoamericanista y fuertemente transformador8, que además operara como rasgo distintivo en marco de las disputas intra-partidarias del peronismo (Ollier 2005) fue la piedra de toque del proceso de construcción del ethoskirchnerista en tanto “figura representativa”.
4. Las memorias sobre el pasado reciente en el discurso de Mujica y la configuración de un “ethos sabio”
Desde la llegada del Frente Amplio al poder, también en Uruguay el tema del pasado reciente volvió a estar en el centro de escena. Luego de la incipiente reactivación del tema desde los años 2000, durante las gestiones de Tabaré Vázquez (2005-2010) y de José Mujica (2010-2015) la cuestión de la memoria y de los derechos humanos fue adquiriendo cada vez mayor centralidad en las políticas públicas, los discursos y la opinión pública en general (Allier Montaño 2010; Demasi 2013). En particular, las disputas en torno al tratamiento –judicial, político, cultural y simbólico– del pasado reciente adquirieron un nuevo rumbo a partir de la asunción de Mujica, un reconocido ex dirigente tupamaro, fuertemente asociado, en el imaginario colectivo, con esa experiencia política radicalizada. De allí que los relatos e interpretaciones sobre el pasado uruguayo en el discurso de Mujica tengan, esperablemente, una singular incidencia en la configuración de su ethos.
Un dato merece ser mencionado: existe una diferencia menor, pero no insignificante, entre las modalidades de producción/circulación del discurso presidencial en Argentina y Uruguay. En oposición a la masividad y la inmediatez de los discursos de Kirchner, los discursos públicos de Mujica se producían habitualmente –aunque no únicamente– en el marco de audiciones radiales y, salvo excepciones, no se abocaban a la coyuntura, sino a grandes tópicos de la historia, la política, la economía nacional e internacional y la sociedad uruguaya (Buisán 2015: 101).
De allí que, a diferencia del caso argentino, no sea factible identificar, en los discursos oficiales de Mujica en su rol de Presidente de la Nación, una narrativa integral, sistemática y homogénea con respecto al pasado reciente: contrariamente a lo esperado por su trayectoria político-partidaria, y probablemente en parte debido a su necesidad de mostrar una cara “pluralista” y republicana (Garcé 2010a) menos asociada a su pasado guerrillero y a su carácter de partidario del FA que a una imagen de estadista imparcial y plural9, tanto la dictadura como la experiencia de la militancia radicalizada son poco tematizados en el corpus de discursos oficiales uruguayos. Sí se encuentran, en cambio, referencias sistemáticas y abundantes a la cuestión del pasado en entrevistas –un género que Mujica cultiva asiduamente10 y que, contrariamente, Kirchner prácticamente no frecuentaba– y en algunas alocuciones específicas vinculadas con la coyuntura (fechas alusivas, sanción de leyes, discursos de apertura de sesiones parlamentarias). Por lo demás, la extraordinaria discusión (partidaria, gubernamental, ciudadana, mediática, jurídica) acarreada por los intentos de anulación de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado11, así como el cada vez más intenso movimiento social y ciudadano en torno a los derechos humanos y a la revisión del pasado reciente, exceden ampliamente las intervenciones presidenciales (este es, además, un “dato de fondo” que podría explicar –aunque ello exceda los límites de nuestro trabajo– las diferencias y matices entre nuestros dos casos de estudio).
De modo que, aunque no es un tema central en la producción discursiva de Mujica, en diferentes declaraciones, entrevistas y alocuciones el expresidente uruguayo ha elaborado una suerte de “relato” sobre el pasado cercano, relato que contribuye a la definición delethos discursivomujiquista.
Un primer rasgo de este relato es que en su lectura sobre el pasado reciente Mujica presenta oscilaciones, tensiones y deslizamientos entre el olvido y la memoria, entre el pasado y el futuro. La necesidad de “aceptar” o “vivir” con el pasado así como la importancia de aprender del pasado y mirar hacia el futuro, son algunos de los tópicos recurrentes: “No se puede vivir del pasado, la vida continúa. Y bueno, lo que fue, fue. Pero hay un compromiso que es permanente y está hacia adelante”, “hago añicos los recuerdos y vivo para adelante. […] Trato de no remover el pasado”, afirmaba en una entrevista (Gilio 2010: 49 y 59). Esta visión “superadora” del pasado se esboza también en sus discursos públicos:
“Una nación no se construye ignorando el pasado, una nación aprende como un niño, crece con sus vivencias a pesar del dolor. Una nación madura cuando adquiere la auténtica virtud de superar y construir sin repetir errores engrandeciendo a su gente con la frente limpia y la reserva de memoria de sus viejos que le transfieren su inevitable sabiduría. Mirar para adelante sin dejar de recordar.Como dije un día ante este Cuerpo: el pasado no es excusa. Cargamos con ese pasado, y debemos aceptarlo. […] Hemos repetido asimismo nuestra convicción personal de que ese doloroso capítulo de nuestra historia era de conclusión imposible, que hay heridas de magnitud tal que quizás no cierren nunca, pero también reiteramos en múltiples oportunidades que debemos aprender a convivir con esas heridas, convivencia que no significa aceptación o resignación, simplemente intentar que las mismas no nos impidan avanzar como sociedad”. (1 de marzo de 2011, Discurso de apertura de sesiones parlamentarias).
En este mismo sentido, en el contexto de los intensos debates en torno a la anulación de la Ley de Caducidad,Mujicapidió mantenerse “al margen” de la discusión y se mostró como el “presidente de todos los uruguayos”12, postura que reabrió nuevamente las disputas interpretativas sobre el pasado.Por este tipo de declaraciones, Mujica ha sido acusado –especialmente desde las filas de izquierda– de recrear una nueva “teoría de los dos demonios”13: aunque en su discurso Mujica no establece de manera explícita un paralelismo entre la violencia estatal y la revolucionaria, las referencias a la reconciliación y a la necesidad de “dejar atrás el pasado” se han vinculado con una voluntad de no revisar las responsabilidades que caben a unos y otros.
En segundo lugar, a diferencia del relato kirchnerista, en el discurso de Mujica no encontramos una lectura “demonizante” del pasado, en tanto tiempo imaginario frente al cual se erigiría la propia identidad: en el discurso de Mujica el adversario está menos ubicado en el pasado que en el presente (en el plano local, la prensa y la oposición política; en el plano global, el sistema capitalista, el mercado, la desigualdad, la pobreza, el materialismo, el hiperconsumo y la destrucción del planeta). Sí existen, ciertamente, referencias generales a los “años de violencia, de enfrentamientos, de muertes. Años de dolores inauditos. De dolores en el cuerpo y en el alma de toda nuestra sociedad” (19 de junio de 201014), referencias a un pasado oprobioso, que, en ese mismo discurso, se opone a “las tres cosas más valiosas que una sociedad puede tener. Primero y por lejos, la libertad. Después, enseguida, casi a la vez, la paz, la paz que precisa, para ser sustentable en el tiempo, desarrollo con equidad”.
Sin ser nombrado, en el discurso de Mujica el objeto discursivo “dictadura” se construye en tres ejes opositivos: dictadura vs. libertad, dictadura vs. paz, dictadura vs. desarrollo con equidad (supeditada a la paz). A diferencia del discurso kirchnerista, no encontramos en Mujica una lectura histórica de la dictadura como proyecto político-económico15 sino como un período de violencia y enfrentamientos, una violencia que, además, no es visualizada de forma unilateral.
En tercer lugar, es evidente que en el discurso de Mujica hay un reconocimiento público y explícito de pertenencia a una “generación” política, la generación de militantes y guerrilleros de los años 60 y 70. En su discurso de asunción de mando, por caso, decía:
“Pertenecemos a una generación de la cual quedan algunas reliquias de los que quisimos tocar el cielo con la mano, desesperados de amor por las tragedias de nuestro pueblo soñamos con construir como pudiéramos sociedades mejores” (Discurso de asunción de mando, 1 de marzo de 2010).
También se encuentran referencias a los años de prisión durante la dictadura:
“Es un gusto, amigos, saludarlos, hoy corriendo el riesgo de no poder ser comprendido por aquellos a quienes no les tocó vivir alguna de las cuestiones de nuestra peripecia ya lejana. Hace muchos años, como 50, medio siglo, fui clandestino, cuando queríamos cambiar el mundo. Uno de los problemas de aquel tiempo era ir presos, torturados y que nos quitaran información. […] Quedé como bloqueado por el efecto de aquella disciplina enorme del compromiso de aquellos años” (audición del 11 de abril de 2013).
“Muchas cosas, muchos elementos que son constitutivos de mi discurso contemporáneo, son hijos de los 10 años que pasé solo dentro de una pieza (Giglio 2010: 48).
Sin embargo, lejos de idealizar aquella experiencia, desde una posición distante –casi lindante con el pragmatismo– Mujica le quita a su encarcelamiento todo carácter mítico, y afirma haber caído preso por un azar: “Mirá qué simple: porque me agarraron. Hay una manía de poetizar con esto y con lo otro. ‘Pobre tipo, pobre, lo reventaron’. No, te la jugaste y perdiste. Te agarraron, mala suerte” (Giglio 2010: 49).
La generación militante en la que Mujica se incluye es, también en este caso, asociada al voluntarismo (“quisimos tocar el cielo con las manos”, “queríamos cambiar el mundo”, “construir como pudiéramos sociedades mejores”16), al idealismo y la utopía (“no podremos jamás abdicar de soñar que algún día podrá haber arriba del planeta sociedades donde lo mío y lo tuyo no nos separen, con menos egoísmo y más solidaridad”17), al compromiso (“aquella disciplina enorme del compromiso de aquellos años”), pero también –como veremos– a una vocación democrática, que se expresaba no sólo en su voluntad de enfrentarse a la dictadura sino también en el apoyo explícito al Frente Amplio como partido legal18. En ese sentido, encontramos un paralelismo con la perspectiva kirchnerista: en ambos casos, la experiencia de la militancia radicalizada es releída en clave democrática y pluralista, en línea con la “metamorfosis de la memoria” que Marchesi (2002) atribuye al discurso del MLN-T (Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros). Se establece así una continuidad, o tal vez un deslizamiento –más explícito en el caso de Mujica que en el de Kirchner– entre la lucha (revolucionaria) de aquellos años y la lucha democrática, aunque ciertamente con matices, mutaciones y olvidos.
En cuarto lugar, y aquí encontramos la diferencia más significativa entre la narrativa mujiquista y la interpretación kirchnerista de la militancia, observamos que, además de representar la práctica militante como un ámbito de utopía, compromiso y voluntarismo, en el caso de Mujica las intervenciones sobre el pasado guerrillero contienen siempre elementos de autocrítica. Una autocrítica en varias capas y niveles, que apunta a los errores en el plano táctico y estratégico, pero también en el ideológico. En un sentido más amplio, en no pocas ocasiones Mujica reconoció haber acumulado una larga lista de “fracasos sobre todo, una enorme colección de fracasos” (Gilio 2010: 48) y afirmó, en tono poco triunfalista, no tener “legado ni herencia”19, al tiempo que ha expresado reiteradamente, desde una visión pragmática y desencantada, las dificultades de la izquierda para llevar adelante cambios profundos (Merklen 2014).
Dejando de lado las representaciones folclóricas y pintorescas que se han forjado alrededor de la figura de José Mujica, podemos decir que, en lo que refiere a la configuración del propio ethos discursivo, Mujica se muestra, por un lado, como “neutral” en referencia a las disputas por el pasado reciente. Por otro lado, su enunciación remite a la de un viejo sabio (Buisán 2014), capaz de mirar “las peripecias ya lejanas” del pasado con distancia y autocrítica, manteniendo una dosis de utopía e idealismo que, sin embargo, permanece en un terreno más teórico que práctico. En el célebre discurso pronunciado en la Cumbre Río+20 Mujica se definió a sí mismo como un “viejo reumático” al que “se le fue la vida”; y en una entrevista en el año 1999, se definía como “un viejo manso pero no amansado”20:
“Pepe Mujica es un veterano, un viejo que tiene unos cuantos años de cárcel, de tiros en el lomo, un tipo que se ha equivocado mucho, como su generación, medio terco, porfiado, y que trata hasta donde puede de ser coherente con lo que piensa, todos los días del año y todos los años de la vida” (Gilio 2010: 48).
En suma, en el entrecruzamiento entre su ethos previo, aquello que dice explícitamente sobre sí mismo y aquello que queda en el orden de lo implícito, el ethos discursivo de Mujica se delinea entonces como el de un viejo sabio, idealista y coherente con sus ideales, y al mismo tiempo crítico y distante.
5. El ethos discursivo de Kirchner y Mujica, entre el testimonio y las memorias
Como ya señalamos, tanto el discurso de Kirchner como el de Mujica se inscriben en una escenografía que remite a los discursos autobiográficos(una macro-escena genérica que incluye el género testimonial pero también las memorias, las autobiografías, los diarios, los relatos de viajes, los epistolarios, etc.) (Arfuch 2002): en efecto, tanto Kirchner como Mujica tematizan, aunque en diferentes frecuencias e intensidades la cuestión del pasado y lo hacen situándose al mismo tiempo como narradores (sujetos de la enunciación) y como protagonistas (sujetos del enunciado) del relato.Pero, dentro de esa macro-escena que remite a la enunciación biográfica, el discurso kirchneristase asimilaa los relatos testimoniales, mientras que el de Mujica evoca un tipo de narración más cercana a las “memorias”21.
Según Sarlo (2005) la “retórica testimonial” apunta a una circulación y legitimación pública, y en ese sentido –agregamos– se vincula con el discurso político en tanto opera en el dominio público. Su estructuración narrativa tiende a construir relatos basados en explicaciones teleológicas basadas en un principio organizador que simplifica y homogeniza los hechos; tiende a ofrecer más “certezas” que preguntas o hipótesis; tiene una pretensión “realista” de “fidelidad” a lo sucedido (2005: 27) y adopta una modalidad “realista-romántica”, que recurre a la primera persona y a la rememoración de la propia experiencia, y encuentra su fundamento en la figura de la “juventud” como protagonista indiscutida (2005:74-75). Este protagonismo del “yo” y de la experiencia vivida provee a los discursos testimoniales un sentido de apuesta identitaria, reparatoria y reivindicativa. De allí la imbricación de esta modalidad con el género epidíctico –vinculado al elogio, a la exaltación y la ponderación de personajes y hechos– y con discursos cargados de pasión, afecto y emociones.
En oposición, puede decirse que las “memorias” se ubican menos en el terreno del discurso público-político que en el campo de la experiencia singular, experiencia que es narrada retrospectivamente en relación con determinado contexto histórico (lo que distingue el género de las memorias de la simple autobiografía, más centrada en el mundo interior o privado del narrador-héroe) (Lejeune 1975). De allí que este tipo de relato memorial se articule desde un lugar de distanciamiento desapasionado que, en el caso de Mujica, da lugar a la reflexión autocrítica.
Por sus características genéricas, esa escenificación específica del relato sobre el pasado contribuye a la caracterización de la propia figura de aquel que toma la palabra. Si en todo relato autobiográfico hay una presunta identidad entre autor, narrador y personaje/ héroe, estas instancias enunciativas ocupan diferentes roles en cada uno de los casos. En el discurso “testimonial” de Kirchner, el sujeto de la enunciación –el yo responsable de ese discurso que narra hechos del pasado– se asimila y superpone con el héroe protagonista del relato (o sujeto del enunciado). En el caso del discurso “memorial” de Mujica, en cambio, se verifica un desdoblamiento: aunque el yo que narra refiere a un yo-héroe, el primerose posiciona en un lugar de distanciamiento y evaluación crítica con respecto alprotagonista del relato ubicado en el pasado.
En esto radica, desde nuestro punto de vista, la diferencia central entre Kirchner y Mujica en lo que refiere a la construcción de su ethos, y por lo tanto de su identidad política. En efecto, como afirmábamos al inicio, las “imágenes de sí” que sus discursos proyectan surgen de un “retrabajo” sobre su ethos previo –aquellos datos que forman parte de su historia, en particular su pertenencia a una generación de jóvenes militantes– mediante un relato sobre el pasado en el que ese ethos previo aparece como personaje/protagonista, pero bajo modalidades diferentes.
Ese “retrabajo” implica en efecto y en primer lugar una relectura sobre los propios datos biográficos: si en el discurso de Kirchner la militancia setentista aparece idealizada y no cuestionada ello se debe, probablemente, al hecho de que su participación efectiva en las organizaciones políticas de los años setenta fue breve y esporádica. En el discurso de Mujica, en cambio, es la vivencia efectiva de la prisión y su protagonismo en la guerrilla uruguaya lo que delinea su relato sobre la militancia y la dictadura. De este modo, los posicionamientos singulares de cada uno de ellos en el pasado sobredeterminan sus posicionamientos e identidades en la actualidad.
Así, mientras Kirchner resignifica su ethos previo proyectando una identificación testimonial y romántica con la figura del joven militantesetentista, Mujica “reelabora” su ethos previo –aquel que evoca su rol como dirigente tupamaro– vía la escenificación de un discurso distanciado, más cercano a las memorias que al relato testimonial. De modo que, lejos de mostrarse como un militante, un guerrillero o un activista político, de su discurso emerge un ethos sabio, reflexivo, viejo, superado, autocrítico y distante: es la imagen de quien está “de vuelta” de todo, que se articula con una imagen de estadista imparcial y neutral.Ese distanciamiento implica, aventuramos, una des-identificación, proceso que, siguiendo a Rancière (2007), es el punto de partida en la constitución de toda subjetividad política.Según Rancière, la subjetividad política resulta siempre de una identificación imposible, de un nombre “impropio”, del rechazo de las identidades particularistas que tienden, por el contrario, a ocluir la potencia de lo político. En este punto, se abre un campo de interrogantes acerca del carácter político o despolitizador de uno y otro mecanismo de construcción de las identidades políticas, interrogantes que dejamos planteados para futuras indagaciones.
En síntesis, si en la configuración ethica de Kirchner observamos una afirmación a ultranza de esa identidad particular que remite a un conjunto estable de nombres y protagonistas(la generación militante setentista y sus grandes figuras heroicas) y a una experiencia que no es sometida a interrogación ni cuestionamiento, en los discursos de Mujica podemos identificar, contrariamente, que el ethos surge de un proceso de des-identificación, de un despojo de toda identidad previamente fijada, de una puesta en suspenso de las evidencias,gestos que ponen en escena la radical indeterminación de lo político.
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** Investigadora Asistente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CONICET) y docente-investigadora en la Universidad de Buenos Aires (Argentina).
1En este trabajo seleccionamos una serie limitada de alocuciones presidenciales para ilustrar nuestro análisis, desde un criterio temático. En el caso de Kirchner, tomamos algunos fragmentos de discursos presidenciales oficiales descargados oportunamente de la página www.presidencia.gov.ar y actualmente disponibles en http://www.casarosada.gob.ar/discursosnk. En cuanto a Mujica, seleccionamos fragmentos de entrevistas y de audiciones radiales y algunos discursos oficiales descargados oportunamente del sitio oficial de la presidencia www.presidencia.gub.uy/presidente/audiciones-del-presidente.
2Es Ducrot (1984) quien señala que el ethos está asociado al responsable de la enunciación –figura que el autor denomina Locutor–, el que dice “yo” y se hace cargo de las “consecuencias jurídicas” de su decir y de los actos de habla que su enunciación realiza. En un sentido semejante, según Maingueneau (1999) el ethos es el “garante” de la enunciación.
3Esta visión se distancia de los estudios sobre liderazgos políticos –de los que sin embargo nos servimos– en la medida en que, por un lado, no intenta establecer motivaciones estratégicas o voluntarias a los actores en términos de construcción de poder, sino simplemente describir modalidades de configuración de las “imágenes de sí” en el discurso político. Por otro lado, el estudio de la identidad política, vista desde este ángulo, no incluye mecanismos de construcción del poder del líder tales como las estructuras partidarias o los anclajes territoriales, sino que se concentra en la dimensión simbólica de los colectivos identitarios. En ese sentido, resulta productiva la idea desarrollada por Rodríguez (2014) acerca del liderazgo como una “relación social” entre representantes y representados, perspectiva que incluye la dimensión discursiva como elemento constitutivo.
4En este punto, vale la pena una aclaración: dado que aquí no estamos juzgando la “coherencia” entre los discursos y las biografías personales de los actores, no nos preguntamos por la “veracidad” de los datos extra-discursivos, sino que intentamos sustraernos de la reproducción mecánica de la distinción discurso/extra-discurso para concentrarnos en las imágenes, las representaciones y las ideas que surgen del análisis de los discursos, bajo la hipótesis de que estos tienen, por sí mismos, eficacia práctica en el plano político e ideológico. Sin embargo, es evidente que la consideración de las trayectorias individuales de cada uno de los actores es una variable que forma parte de sus “ethos previos” en tanto y en cuanto constituyen datos de partida sobre sus figuras; el ethos o las identidades políticas son, de hecho, el resultado de un “retrabajo”, desde el presente, sobre esas ideas previas.
5En este trabajo dejamos de lado las lecturas y los vínculos entre el discurso de Kirchner y la transición democrática (ver Montero 2012a) para concentrarnos en los relatos sobre la dictadura y la militancia.
6El 25 de mayo de 1973 asumió la presidencia el candidato peronista Héctor Cámpora, que había sido abrazado por la izquierdista Juventud Peronista. Luego de 17 años de exilio y ante la imposibilidad de presentarse él mismo como candidato (debido a la proscripción impuesta por la dictadura), Perón había designado a Cámpora. Electo democráticamente en marzo de 1973, asumió el 25 de mayo y renunció el 13 de julio del mismo año, para dar lugar a la elección del propio General Perón. La figura de Cámpora permanece en el imaginario peronista como la encarnación del ala “joven” e “izquierdista” del movimiento. Tanto es así que, actualmente, “La Cámpora” es el nombre de una agrupación integrada por jóvenes kirchneristas.
7En el Día de la militancia se conmemora, en efecto, la fecha de las elecciones en las que Cámpora resultó ganador, tras una intensa campaña de afiliación y militancia encabezada por la Juventud Peronista conocida como “Luche y vuelve”.
8Acerca de las resonancias entre el discurso kirchnerista y el de la militancia setentista, ver Montero (2012a).
9Sobre la trayectoria político-partidaria de Mujica, sus distintas caras y estrategias, ver Garcé, 2010b.
10En efecto, además de las numerosas entrevistas ofrecidas a distintos medios de comunicación, existen varios libros que compilan conversaciones y entrevistas con José Mujica: Blixen (2009), García (2009) y Giglio (2010) son algunos de los más renombrados, además de las entrevistas publicadas por los semanariosBúsqueda y Brecha.
11Tras un plebiscito realizado en 2009 cuyo resultado fue desfavorable a la anulación de esta ley que impedía el enjuiciamiento de responsables de delitos de lesa humanidad durante la dictadura, en 2011 el Frente Amplio impulsó un proyecto reinterpretativo que fue rechazado en el Parlamento, para luego proponer un proyecto de ley, aprobado en el mes de octubre, que declara como delitos de lesa humanidad a los crímenes cometidos por el Estado durante la dictadura cívico-militar y restablece “la pretensión punitiva del Estado” para todos los delitos cometidos por agentes del aparato estatal entre 1973 y 1985. Sobre los vaivenes de la Ley de Caducidad, ver Abraham y Mattei (2012) y Marchesi et al. (2013).
12Hay que señalar que Mujica ha distinguido, más de una vez, su “opinión personal” de la postura adoptada en calidad de Presidente de la Nación: “El gobierno, el Poder Ejecutivo como tal, teniendo opinión, en el campo de la decisión se va a mantener afuera. […] No vamos a jugar el poder institucional. Necesitamos sostener unidad” (audición del 12 de mayo de 2011).
13En una entrevista reciente con la Agencia Nacional de Noticias de Argentina (TELAM) el diputado frenteamplista L.W. Puig, por ejemplo, reconoció que Mujica es “un compañero íntegro y honesto”, pero tiene una “deuda pendiente” con los derechos humanos, por cuanto da mensajes contradictorios que reproducen la Teoría de los dos Demonios (Télam, s/f: “Luis Wilfredo Puig: ‘Pepe Mujica tiene una deuda pendiente: hacer algo por los derechos humanos’”.
14Este discurso fue pronunciado por cadena nacional en ocasión del aniversario del nacimiento de José Artigas, que en Uruguay coincide, además, con el “día de la memoria” (Iglesias 2010).
15Las referencias a la relación entre dictadura y neoliberalismo son escasas: por caso, en una vieja entrevista realizada en los años ‘90 el programa español El perro verde, Mujica se refiere al hecho de que la dictadura Pinochet fue un “banco de prueba del proyecto neoliberal”.
16Discurso de asunción de mando, 1 de marzo de 2010.
17Discurso de asunción de mando, 1 de marzo de 2010.
18Como bien indica Garcé (2010b), el recorrido histórico por los distintos posicionamientos ideológicos que los propios tupamaros han ido adoptando desde la vuelta de la democracia da cuenta de un acercamiento cada vez más explícito a las formas institucionales de la democracia republicana. En efecto, en diversas entrevistas en las que –por fuera de la investidura presidencial– hizo referencia al accionar de la organización política que lideraba, Mujica destacó el carácter democrático del MLN-T, su vocación de detener el avance de la dictadura (más que de conformarse como una organización orgánica destinada a transformar el sistema), su afán por institucionalizarse mediante la incorporación al Frente Amplio, etc.
19Entrevista en Brecha, 26 de mayo de 2012.
20Entrevista en Brecha, 8 de octubre de 1999.
21El libro Memorias del calabozo de Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro (1998), por ejemplo, sería un caso paradigmático de ese género narrativo.