1. Introducción
Al comenzar la segunda década del siglo xxi, América Latina es escenario de un avance de las fuerzas políticas de derecha. El giro a la izquierda ha quedado atrás y más allá del debate sobre la existencia de un giro conservador, es evidente que las fuerzas de esa orientación se han visto fortalecidas en muchos países de la región. Al momento de escribir estas líneas la derecha gobierna en Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Paraguay, Perú y Uruguay. En algunos de estos países enfrenta poderosas protestas contra sus políticas, pero es claro que los movimientos conservadores dejaron de tener un lugar de retaguardia en la región. Parece oportuno preguntarse entonces por las construcciones partidarias de las derechas latinoamericanas, por sus variaciones en términos organizacionales e ideacionales, así como por los contextos históricos en los que emergen.
Los artículos reunidos en este número especial de la Revista Uruguaya de Ciencia Política abordan diferentes problemas de investigación relacionados con el desarrollo de partidos políticos de derecha en América Latina: construcción de partidos y electorados, reconfiguración/adaptación de partidos tradicionales, surgimiento de nuevas formas de derecha asociadas al fenómeno populista. Parece oportuno preguntar en qué medida el fin del giro a la izquierda ha implicado o debería implicar un cambio en la agenda de investigación sobre las derechas respecto de las agendas anteriores. En esta línea, el último artículo del número es una reflexión de los autores de un libro clave para el estudio de las derechas durante la primera década de los 2000: The resilience of the Latin American Right, publicado en 2014, cuando las izquierdas en el gobierno aún dominaban la escena en América Latina. El texto aquí publicado por Luna y Rovira Kaltwasser revisita la introducción de aquel libro, su diagnóstico sobre las derechas latinoamericanas y los cambios que sobrevinieron desde entonces.
Con el objetivo de contribuir a la construcción de esta agenda de investigación, en las páginas que siguen profundizamos algunas cuestiones que nos parecen centrales para el estudio de las derechas partidarias del presente. En primer lugar, repasamos, con base en las contribuciones de este número y a otros estudios de caso recientes, las coordenadas en que se enmarca el resurgimiento de experiencias de la derecha partidaria en América Latina. En la segunda sección nos ocupamos de las derechas personalistas radicales que se ubican a la derecha de la derecha mainstream. Esto nos permite discutir el fenómeno populista de derecha en la región y su relación con los debates clásicos sobre populismo en América Latina. En el tercer apartado evaluamos las transformaciones recientes en las derechas no electorales y el modo en que estas se combinan con las derechas electorales. Sostenemos que es necesario un estudio articulado de las derechas electorales y no electorales, en tanto las nuevas derechas electorales se basan en grupos sociales afines, en especial en empresarios y en grupos religiosos conservadores, que les permiten hacer atajos organizativos para la construcción de bases de apoyo y para obtener recursos económicos. Estos grupos constituyen las bases de las nuevas derechas regionales, tanto en su versión partidaria como no partidaria. Por esa razón, la distinción analítica entre vías electorales y no electorales de acceso al poder de las derechas no debe hacernos olvidar que, en la práctica, los casos exitosos se basan en la combinación de ambas estrategias. En las consideraciones finales dejamos abiertas algunas cuestiones de agenda para el estudio de las derechas partidarias en América Latina.
2. Viejas y nuevas derechas partidarias en América Latina
Construir partidos es una tarea dificultosa (Levitsky et al. 2016; Luna et al. 2020; Rosenblatt, 2018). En América Latina, son escasas las fuerzas partidarias que surgieron exitosamente desde los inicios de la llamada tercera ola de democratización (Huntington, 1991). El giro a la izquierda trajo un escenario aún más adverso para los partidos de derecha. Los consensos redistributivos y culturales progresistas generaron condiciones poco propicias para los discursos asociados con las derechas: la defensa de valores tradicionales en la esfera cultural y social; la defensa de los mecanismos de mercado como mejores asignadores de recursos en la esfera económica (Luna y Rovira Kaltwasser, 2014). Sin embargo, en los últimos años nuevos partidos de derecha emergieron, como Propuesta Republicana (pro) en Argentina (Vommaro 2017; Vommaro y Morresi, 2015). Otros vehículos electorales, nacidos como instrumentos personalistas, parecen haber iniciado un proceso de consolidación de líderes y de electorados, como Centro Democrático en Colombia (estudiado por Rodríguez-Raga y Wills-Otero en este número especial) y más recientemente, creo en Ecuador (analizado por Navia y Umpiérrez de Reguero en este número especial). La vía partidaria abre la pregunta por las condiciones en las que las fuerzas de derecha pueden establecer mecanismos de coordinación entre sus élites y de agregación de intereses de bases sociales amplias (Luna et al., 2020), que trasciendan el core constituency tradicional de las derechas, ubicado en las élites económicas y sociales (Gibson, 1996).
Estas nuevas derechas emergentes tienen relaciones de cooperación y competencia con las derechas tradicionales. ¿Cómo se adaptaron las derechas tradicionales al contexto adverso del posconsenso neoliberal, que en algunos países coincidió con el colapso de sus sistemas de partidos (Cyr, 2017)? Los estudios sobre partidos conservadores mostraron que los recursos organizacionales e ideacionales obtenidos por las derechas en su etapa formativa son cruciales para entender su capacidad de adaptación a nuevos y desafiantes contextos. Algunos estudios (Middlebrook, 2000) argumentaron que cuando las élites económicas y una iglesia católica poderosa sumaron esfuerzos para la construcción de partidos conservadores lograron asegurar la existencia de una derecha partidaria estable y electoralmente relevante capaz de enfrentar de manera exitosa los procesos de democratización. Trabajos más recientes (Loxton, 2016) han sostenido que los partidos de derecha que heredan su marca, organización y otros recursos valiosos de regímenes autoritarios tienen mayor probabilidad de éxito que aquellos surgidos en contextos democráticos. Sin embargo, los recursos heredados pueden perder vigencia, porque dejan de ser rentables en la lucha política -al representar clivajes debilitados o reemplazados por otros, porque se asocian con electorados envejecidos y cada vez más minoritarios-, o porque las élites de reemplazo de los líderes fundacionales no los utilizan de manera competente (Cyr, 2017) y «dilapidan la herencia».
Algunos de los artículos incluidos en este número especial también indagan qué ocurre cuando las derechas tradicionales no logran adaptarse al cambio de contexto. El caso de Centro Democrático analizado por Rodríguez-Raga y Wills-Otero da cuenta de un fenómeno menos estudiado: el reemplazo de derechas tradicionales por nuevos partidos de derecha, tanto por la vía de la oferta -la incorporación de las élites partidarias de partidos en crisis- como por la vía de la demanda, que es la que eligen los autores del texto recién citado. Centro Democrático ofrece un bien programático -la seguridad- que reorganiza la oferta partidaria de derecha en Colombia, y que logra a atraer a electorados conservadores desencantados con sus adhesiones anteriores. De esta manera, logra reactivar elementos de una identidad partidaria debilitada, pero lo hace en provecho de la adhesión a una nueva marca que encuentra allí una base electoral disponible para progresar en su desarrollo territorial.
Es sabido que la vía partidaria no es la única opción electoral para los grupos conservadores (Gibson, 1996; Luna y Rovira Kaltwasser, 2014; Middlebrook, 2000; Monestier, 2017). De hecho, hay casos recientes y muy resonantes de movimientos de derecha que llegaron al poder sin construcción partidaria previa. Basados en liderazgos personalistas con un discurso reaccionario en lo cultural y anti-establishment en lo político, consiguieron imponerse a los partidos establecidos en un contexto de deslegitimación de las élites tradicionales. Es el caso de Jair Bolsonaro en Brasil y de Nayib Bukele en El Salvador. Aunque no se trata de outsiders -Bolsonaro es un exmilitar de segunda línea con larga trayectoria parlamentaria; Bukele, un joven político ascendente de origen empresario, con un paso por el fmln y elecciones ganadas a nivel local-, utilizan partidos preexistentes como vehículos a medida para competir en elecciones. En términos organizativos, no invierten en construcción partidaria ni en institucionalización de los apoyos cuando llegan al poder. En términos programáticos, son la cara exitosa de otras derechas radicales emergentes, como es el caso del Partido Republicano de José Antonio Kast en Chile, estudiado por el artículo de Campos Campos en este número especial. Tomadas desde sus aspectos ideacionales, se trata de derechas personalistas que, en virtud de sus discursos anti-establishment y de su teórica reaccionaria, pueden ser abordadas con las herramientas conceptuales forjadas para el estudio de la extrema derecha europea, en especial a partir del concepto de populismo (Mudde, 2007; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017), como lo hacen Zanotti y Roberts en el artículo que abre este número especial. Para los autores, la vigencia de la agenda distributiva obstaculiza el éxito de estos partidos populistas radicales en América Latina, que solo logran hacer pie en coyunturas muy específicas, como la de Brasil en 2018.
3. ¿Hay una nueva derecha partidaria en América Latina?
Los artículos que se incluyen en este volumen analizan distintas expresiones de la derecha electoral latinoamericana y dan cuenta de su gran heterogeneidad. Un repaso a los casos nacionales refleja que las victorias de las derechas que sobrevinieron al giro a la izquierda se produjeron a través de una gran variedad de etiquetas. En algunos países nuevos partidos vienen a desplazar a partidos tradicionales o a ocupar el espacio que ha quedado vacante por su colapso o su progresiva declinación. En otros, viejas y nuevas derechas operan simultáneamente. A veces complementándose y coordinándose eficazmente para enfrentar a la izquierda. En otros casos compitiendo entre sí y dividiendo sus esfuerzos. Del mismo modo, al interior de la derecha electoral es posible identificar casos en los que se ha invertido una gran cantidad de recursos en la construcción partidaria, pero también se reconocen fenómenos que parecen ser vehículos electorales creados con la única finalidad de viabilizar las candidaturas de líderes personalistas.
La inversión en organización -formal o informal (Levitsky, 2003), internalizada en el partido o construida a partir del vínculo con movimientos (Anria, 2018)- sirve para resolver dos tipos de problemas. Por un lado, favorece la durabilidad de los partidos y su resiliencia a contextos adversos, aunque desde luego la adaptabilidad no es un rasgo necesariamente asociado a los partidos de derecha (Cyr, 2017). Por otro lado, las derechas que construyen partidos pueden cumplir dos tareas fundamentales para las organizaciones políticas: la coordinación horizontal de políticos ambiciosos y la agregación vertical de intereses que hace que los partidos puedan ser entidades de representación democrática (Luna et al., 2020). En cambio, los vehículos electorales personalistas, que en este número especial Luna y Rovira Kaltwasser ven como indicador de la crisis de los partidos, no pueden cumplir esas tareas de manera cabal y, por tanto, aun cuando compitan con éxito en elecciones, son subtipos disminuidos de partidos (Luna et al., 2020).
La preocupación por la existencia de partidos de derecha como condición para la estabilidad democrática es constitutiva de los estudios sobre el tema desde los años 1970 (Di Tella, 1971) hasta la actualidad (Gibson, 1996; Middlebrook, 2000; Ziblatt, 2017). Sin embargo, esta diferenciación entre partidos y vehículos electorales, que le cabe tanto a las derechas como a las izquierdas, coloca un matiz en la postulada relación positiva entre derechas competitivas y estabilidad democrática: no todas las derechas competitivas logran agregar exitosamente los intereses de su core constituency y, por tanto, no todas resuelven el problema de la representación de las élites sociales y económicas en política.
Las preocupaciones sobre la sustentabilidad y la capacidad de representación de las derechas tienen fundamentos muy atendibles. Por una parte, la literatura sobre partidos políticos muestra que la trayectoria y las posibilidades de desarrollo de este tipo de organizaciones está severamente condicionada por las etapas iniciales de su proceso de formación (Panebianco, 1988). Al mismo tiempo, la investigación sobre los procesos de construcción de partidos en América Latina ha demostrado que el éxito o el fracaso de esta clase de emprendimientos es resultado de procesos relativamente largos y con alto grado de incertidumbre (Levitsky et al. 2016). Este es un buen motivo para actuar con cautela y evitar la tentación de juicios terminantes sobre la fugacidad o perdurabilidad, la relevancia o irrelevancia de organizaciones electorales que en muchos casos están compitiendo por primera vez. El análisis de los casos nacionales no permite identificar una tendencia clara.
En Argentina, la construcción del pro, su llegada el gobierno nacional, su capacidad para recomponerse de la derrota electoral y para funcionar como principal fuerza de oposición, marcó el final de un ciclo de casi cien años sin partidos competitivos de derecha y reconfiguró el sistema de partidos en un bipartidismo renovado (Vommaro, 2017). En Chile, si bien el retorno de la derecha al gobierno estuvo protagonizado por los partidos tradicionales (udi y rn), sus dificultades recientes para canalizar el malestar de amplios sectores de la población se combinan con la emergencia de un nuevo partido de derecha radical, el Partido Republicano (ver artículo de Campos Campos en este número especial). En Costa Rica, la derecha evangélica irrumpió exitosamente en la arena electoral a través de la candidatura de Fernando Alvarado, apoyado por un pequeño partido neopentecostal (Pignataro y Treminio, 2019). En Colombia, el partido Centro Democrático, que inicialmente fue el vehículo electoral de Álvaro Uribe, parece iniciar un proceso de construcción partidaria (ver Rodríguez-Raga y Wills-Otero en este número especial). Con un mayor énfasis personalista, el partido creo en Ecuador, liderado por el banquero Guillermo Lasso, logró un crecimiento electoral en la mayor parte de las provincias, aunque aún no está claro si avanzará en un proceso de construcción partidaria (ver el artículo de Navia y Umpiérrez de Reguero en este número especial). Por ahora, el apoyo del tradicional y conservador Partido Social Cristiano, con su bastión en Guayaquil, parece ser decisivo. En Uruguay, la derecha tradicional del Partido Nacional mostró capacidad de renovación de su oferta programática y de sus líderes y puso fin al giro a la izquierda luego de tres lustros de gobierno del Frente Amplio. Al mismo tiempo, el bloque de partidos de derecha y centro-derecha se fragmentó con la sorpresiva irrupción de Cabildo Abierto, una fuerza de derecha radical liderada por el ex comandante en jefe del ejército, que en menos de un año logró desplegarse eficazmente en todo el territorio, obtener 11 % de los votos en las presidenciales, y pactar con la derecha tradicional para formar la actual coalición de gobierno (Monestier, Nocetto y Rosenblatt, en prensa).
En términos programáticos, la diversidad de las derechas actuales también es evidente y permite reconocer al menos dos tendencias claras de renovación. Por un lado, el proceso de moderación programática que supuso aceptar una parte de las políticas distributivas del giro a la izquierda y de la agenda cultural progresista. Es el caso de pro en Argentina (Vommaro, 2019) y de rn y udi en Chile (Madariaga y Rovira Kaltwasser, 2020). Estas derechas exitosas tras el consenso neoliberal tuvieron que adaptarse a los consensos propios del giro a la izquierda lo que implicó una ruptura con las tradiciones de derecha en que se asentaban. Al mismo tiempo, encontraron en tópicos abandonados por las izquierdas, terrenos propicios para instalar una agenda más favorablemente conservadora. Por ejemplo, en cuestiones de moralidad pública y, en especial, en materia de seguridad. Por otro lado, una derecha radical emergió a la derecha de las derechas mainstream, con éxito dispar en los diferentes países. En todos los casos esta tendencia se apoyó en el movimiento de reacción cultural a la agenda de género y derechos sexuales, y a los consensos distributivos del giro a la izquierda, en especial en cuestiones de incorporación social de grupos excluidos. Esta derecha adopta así, en algunos casos, posiciones más o menos abiertamente racistas. Es el caso de la derecha bolsonarista en Brasil, pero también de la derecha evangélica en Costa Rica y de la nueva derecha radical en Chile. Los casos del Centro Democrático en Colombia y de Creo en Ecuador, por razones diferentes, parecen ser híbridos. En el caso del uribismo, su alianza con los evangélicos y su discurso punitivista radical en materia de seguridad, lo colocan del lado de las derechas radicales, aunque el discurso cultural no ocupa el centro de su programa -se trata, más bien, de una alianza estratégica con los sectores conservadores- y en aspectos económicos tiene posiciones asociadas con la defensa de políticas sociales distributivas. En el caso de Creo, el componente religioso no ocupa un lugar central, pero en materia económica parece representar una clara reacción al estatalismo del giro a la izquierda de los gobiernos de Rafael Correa. Derechas pragmáticas o moderadas y radicales comparten no obstante un uso estratégico del miedo a Venezuela como incentivo para la movilización electoral (Vommaro, 2017), aunque esto es más marcado y central en el caso de las derechas radicales. Asimismo, parecen ser las derechas menos radicales las que más experimentaron, en los últimos años, manifestaciones populares de descontento por recortes y aumentos de impuestos y de tarifas de servicios públicos, lo que marca, en estos casos, los límites de los consensos mayoritarios para un giro conservador en materia de políticas.
4. ¿Una nueva derecha populista en América Latina?
La emergencia de vehículos personalistas de derecha radical en algunos países, como Brasil, El Salvador y Chile, permitió vincular a América Latina al debate del Norte global sobre los populismos de derecha. Los estudios sobre el populismo inspirados por el surgimiento de la extrema derecha europea definieron a ese fenómeno como una ideología delgada que puede articularse con tradiciones ideológicas diversas, y cuyo componente principal es un discurso antiélite, basado en una división binaria de la sociedad entre el pueblo puro y las élites corruptas (Mudde, 2007). Sin embargo, mientras en Europa emergía un populismo de derecha nativista y antinmigrante, en América Latina, luego de la crisis del consenso neoliberal, se produjo el giro a la izquierda, con gobiernos que en algunos casos fueron caracterizados como populistas y que se asentaron en programas redistributivos. Más recientemente, el ascenso de Bolsonaro y el surgimiento de nuevas fuerzas políticas a la derecha de la derecha en otros países despertó interrogantes sobre la posibilidad de que una derecha populista radical se expanda en la región.
En este contexto, una pregunta abierta para futuras indagaciones refiere a la forma en que dialogan estas definiciones de la derecha populista radical con la tradición clásica de estudios del populismo en América Latina. En las ciencias sociales de América Latina la noción de populismo remite a una de sus primeras y más fértiles preguntas de investigación. En el caso de Argentina, por ejemplo, es imposible reconstruir el proceso de construcción de las ciencias sociales sin considerar los aportes de autores como Gino Germani sobre el concepto de populismo. Por esa razón, parece pertinente preguntarse cómo esa literatura puede combinarse con los estudios contemporáneos sobre la derecha radical de la región. Este diálogo podría sumar algunas pistas de interpretación sobre el origen, las características y las posibles trayectorias de las nuevas expresiones de la derecha radical latinoamericana. Si como sostenía Germani (1962), el populismo clásico fue el resultado de la interacción entre el cambio en el régimen de acumulación capitalista, la movilización social y el cambio político que permitió la incorporación política de sectores previamente excluidos (Pérez, 2017), ¿será posible reconocer factores equivalentes en la coyuntura política actual? Desde esa perspectiva ¿hasta qué punto la nueva derecha radical puede considerarse populista? Recuperando un análisis que combine factores estructurales y el rol de los agentes ¿es posible pensar las expresiones electorales actuales de la derecha como resultados de la movilización política de sectores sociales amenazados por los cambios de la estructura económica?
5. La derecha no electoral en América Latina (y sus vínculos con la derecha electoral)
Como observaron oportunamente Luna y Rovira (2014), una característica fundamental de la derecha latinoamericana es su resiliencia o capacidad de ejercer una influencia política relevante y permanente a través del tiempo, incluso cuando es derrotada electoralmente. En ese sentido, las múltiples formas de actuación política que no implican un involucramiento directo en la arena electoral han jugado y continúan jugando un papel central para las fuerzas conservadoras.
A lo largo de los siglos xix y xx tres actores no electorales tuvieron un rol especialmente destacado en la derecha latinoamericana: las élites económicas, las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica. Estos actores desplegaron sus recursos para incidir sobre los procesos políticos, especialmente para evitar o reducir los riesgos de políticas redistributivas interactuando con partidos conservadores más o menos institucionalizados en los diferentes países. Los años de democratización parecieron colocar a las Fuerzas Armadas en un lugar secundario. El consenso neoliberal de los años 1990, en tanto, hizo que las élites económicas vieran sus intereses y visiones representadas en las políticas públicas. Sin embargo, las amenazas percibidas en el giro a la izquierda y en los avances de las agendas culturales progresistas crearon incentivos para la movilización política abierta de sectores que antes priorizaban estrategias de influencia indirecta. En la actualidad parece haber procesos de creciente imbricación entre élites económicas, fuerzas armadas, sectores religiosos y partidos.
En un contexto de alta desigualdad, las élites económicas han sido actores fundamentales en las estrategias no electorales de actuación política de la derecha. Su lugar de privilegio en la estructura social los hace especialmente sensibles a cualquier amenaza redistributiva y les asegura los recursos de poder estructural e instrumental necesarios para proteger sus intereses, incluso en contextos de gobiernos hostiles y partidos conservadores débiles. A pesar de los cambios en la estructura económica que provocaron transformaciones en la composición de las élites y en sus formas específicas de actuación política, su poder se ha mantenido relativamente constante.
Luego de un período de auge durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, las ciencias sociales disminuyeron su interés por avanzar en la conceptualización, descripción y explicación de la acción política no electoral de las élites económicas. En los años ochenta y noventa las transiciones a la democracia y la reactivación de los partidos políticos pasaron a ocupar el centro del interés de la ciencia política muy influenciada por el institucionalismo. Sin embargo, en la última década la producción académica sobre estos fenómenos se ha multiplicado y ha diversificado sus preguntas de investigación (Schneider, 2004; Fairfield, 2015; Campello, 2015; Shadlen, 2017; Svampa, 2019; Ondetti, 2021). Sobre la base de estos avances es necesario continuar sumando enfoques que permitan comprender mejor las múltiples dimensiones de las formas no electorales de actuación política de estos grupos. Pero también es necesario profundizar los estudios sobre la manera en que estas élites se involucran en procesos de construcción partidaria y de movilización electoral. Así como hubo esfuerzos por explicar la relación entre la existencia de partidos conservadores electoralmente viables y la estabilidad democrática (Chalmers, Souza, y Borón 1992; Gibson, 1996; Middlebrook, 2000), parece imprescindible avanzar en la comprensión de la relación entre élites económicas y coyunturas electorales en contextos de polarización. Al mismo tiempo, parece necesario profundizar la indagación del vínculo entre democracias electorales relativamente estables y el despliegue de diversas formas de captura de la democracia (a través del lobby, think tanks, financiamiento de campañas, control de medios de comunicación, etc.) por parte de las élites económicas nacionales y trasnacionales (Monestier, Piñeiro, y Rosenblatt, 2019).
También las Fuerzas Armadas fueron actores muy importantes de la derecha no electoral latinoamericana durante los siglos xix y xx. Su intervención directa a través de golpes de estado puso fin a muchos regímenes más o menos democráticos que no lograban asegurar la estabilidad política o amenazaban los intereses de las élites. Sin embargo, esta estrategia de actuación política pasó a ser excepcional luego de la tercera ola de democratización. Los cambios en el contexto regional e internacional, y el desprestigio de las Fuerzas Armadas en algunos países hicieron momentáneamente inviable esta forma de intervención política. Sin embargo, en muchos países latinoamericanos las fuerzas de seguridad del Estado mantuvieron su poder político intacto. En un contexto caracterizado por el aumento de la inseguridad pública y las denuncias de corrupción, las fuerzas de seguridad del Estado parecen recuperar progresivamente el protagonismo sin que ello se vea adecuadamente reflejado en la agenda de la ciencia política. En Chile, el papel de las fuerzas de seguridad del Estado y su efectiva subordinación al poder civil ha sido un punto clave del debate político desde la transición a la democracia hasta la actualidad. En Colombia la prolongación del conflicto armado reforzó la centralidad política de las fuerzas de seguridad del Estado, sus vínculos con las fuerzas de seguridad de los Estados Unidos y sus ramificaciones paramilitares. En Brasil, la Fuerzas Armadas jugaron un papel determinante en la crisis política que culminó en la destitución de Dilma Rousseff y en el triunfo electoral del exmilitar Jair Bolsonaro.
Históricamente, la iglesia católica fue el tercer actor principal de la derecha no electoral latinoamericana. Ese papel se desdibujó parcialmente y con variaciones importantes en cada país, entre los años sesenta y ochenta del siglo xx, cuando la renovación teológica llevó a parte de la iglesia católica a cuestionar las estructuras sociales y económicas y acercarse a movimientos sociales y políticos de izquierda. A fines del siglo xx este proceso había sido casi completamente revertido. Sin embargo, ni el breve giro progresista, ni la reacción conservadora fueron capaces de resolver las dificultades cada vez más notorias de la iglesia católica para sostener su capacidad de convocatoria e influencia en sociedades cada vez más secularizadas.
La contracara de la progresiva declinación del poder de la Iglesia católica fue el crecimiento sostenido de las Iglesias evangélicas, especialmente neopentecostales, en toda América Latina, inclusive en los países más secularizados. Un estudio de la opinión pública latinoamericana realizado en 2014 mostraba que el 84 % de los entrevistados habían sido educados como católicos, pero sólo el 69 % se identificaban como tales. Al mismo tiempo, el 19 % de los entrevistados se declaraban evangélicos pese a que sólo 9 % habían sido educados desde la infancia en esa religión (Goldstein, 2020, p. 12).
La politización de la agenda cultural durante los años del giro a la izquierda abrió una oportunidad para que los grupos religiosos conservadores se convirtieran en organizadores de la reacción cultural. La movilización contra la «ideología de género» y la legalización del aborto dejaron de ser asuntos de minorías que funcionaban como resabios de un proceso de secularización inacabado, pero constante, y se volvieron expresión de masas que veían en los avances en derechos de género y reproductivos una amenaza a valores tradicionales. Estos temas se volvieron issues centrales en ciertas coyunturas latinoamericanas, como el Plebiscito de los Acuerdos de Paz de 2016 en Colombia, las elecciones presidenciales en Brasil y en Costa Rica en 2018.
La ciencia política ha prestado atención a este fenómeno, en especial desde que los líderes evangélicos comenzaron a incursionar directamente en la arena electoral creando sus propios partidos o incorporándose a partidos ya existentes. En este sentido, el caso más extraordinario es el de Alvarado en Costa Rica (Pignataro y Treminio, 2019) pero también el del apoyo evangélico a Bolsonaro en Brasil (Smith, 2019). Sin embargo, parece necesario profundizar la investigación sobre otras dimensiones de este fenómeno, por ejemplo, en su desempeño como agentes económicos, sus redes internacionales, sus vínculos con las élites tradicionales, su actividad como propietarios de grandes conglomerados de medios de comunicación y la manera en que su trabajo de base puede redundar en la construcción de redes políticas de traducción electoral.
6. Consideraciones finales
El inicio del siglo xxi fue un momento difícil para la derecha en América Latina. Dos décadas más tarde, la derecha parece haber recuperado terreno en la mayoría de los países de la región. Para algunos autores (Luna y Rovira en este número especial) se ha producido un giro a la derecha atenuado, que no implica un giro ideológico sino el voto castigo a gobiernos desgastados por el fin del ciclo del boom de los commodities y el malestar generado por el aumento de la inseguridad, problemas de corrupción y el rechazo de parte de la población frente a la llamada nueva agenda de derechos. Además, el giro a la derecha estaría atenuado por las restricciones que enfrentarían los nuevos gobiernos conservadores para poner en tela de juicio el consenso distributivo que se habría producido durante el ciclo de gobiernos de izquierda y centro-izquierda (Niedzwiecki y Pribble, 2017). Aunque esto es indudable, los casos nacionales analizados en los artículos que componen este número especial sugieren otras vías de exploración sobre el futuro de las derechas en relación con sus orientaciones programáticas y con los contenidos de sus políticas una vez en el gobierno. Aunque algunas derechas moderadas aceptaron las políticas sociales distributivas y hasta, en algunos casos, las expandieron, otros partidos crecen electoralmente cuestionando la eficacia y la legitimidad de estas políticas, por lo que permanece como interrogante cómo operarán desde el gobierno en este terreno. Naturalmente, los incentivos para la implementación de políticas sociales de transferencia de dinero aumentan como resultado de las consecuencias económicas de la crisis sanitaria provocada por la pandemia del covid-19, pero también podemos asistir a la intensificación de un conflicto distributivo en el que las posiciones conservadoras busquen producir recortes severos en el Estado.
Por otro lado, este contexto de aumento de la conflictividad se entrelaza también con derechas que promueven agendas reaccionarias en materia cultural, y que fomentan visiones maniqueas y estigmatizantes de minorías y sectores sociales subalternos. Las consecuencias sociales y económicas de la pandemia del covid-19 es probable que constituya un escenario aún más propicio para que estas visiones que se basan en la definición de chivos expiatorios y amenazas identitarias encuentren eco en poblaciones que no logran que las políticas públicas resuelvan sus problemas, y que ven a las élites políticas como sectores privilegiados desenganchados de la suerte de sus sociedades.