1. Introducción
Los estudios sobre la política latinoamericana comparada han vivido, en las últimas décadas, un marcado crecimiento gracias a la relevancia de temas como: el autoritarismo y la democracia; el presidencialismo y sus crisis; la estabilidad y cambio de los partidos y sistemas de partidos; la impronta del populismo; la alternancia ideológica en la región, entre otros (Munck, 2007; Lucca y Pinillos, 2015). Empero, esta situación no se condice con el desarrollo de una tradición de discurso comparado en América Latina, entendida como la continuidad en el tiempo de una manera de formular y contestar una pregunta de investigación con una aproximación comparativa (Lijphart, 1971; Wolin, 1993; Geary, Lucca y Pinillos, 2015).
Para explorar esta vacancia se estudiará particularmente el caso de México, dada su magnitud en el conjunto de los casos latinoamericanos, así como también por la centralidad que han tenido en el debate politológico de este país los argumentos sobre el parroquialismo y excepcionalismo mexicano, por un lado, y la americanización y cuantitativización de la ciencia política, por el otro (Altman, 2005, p. 4; Cansino 2007 y 2012; Rivera y Salazar, 2011; Barrientos del Monte, 2017 y 2012).
Pormenorizando en el derrotero histórico particular de este país cabe señalar que, si los primeros orígenes del análisis político tienen sus raíces en la construcción del Estado nación por un lado, y la configuración del México revolucionario por el otro (Valdez Vega, 2009, p. 5), la ciencia política en tanto profesión se instaura a mediados del siglo xx como estrategia para formar la elite capaz de modernizar al país con la creación de la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales en la unam (Acosta Silva, 2009, p. 105; Loaeza, 2005, p. 196). En estos inicios, lo que predomina es la versión europea continental de las ciencias políticas, en tanto disciplina emanada de tradiciones jurídicas, sociológicas e históricas, con mayor énfasis por instruir a la burocracia civil que profundizar la pesquisa empírica (Valdez Vega, 2009, p. 6; Flores Mariscal, 2011, p. 35).
Posteriormente, en 1975, se trata de disociar la ciencia política de la formación de la administración pública con la creación de la carrera de Ciencia Política en la uam- Iztapalapa, que tenía una clara influencia anti estatista y marxista (Loaeza, 2005, p. 198; Alarcón Olguín, 2011, p. 74). Sin embargo, durante los ochenta se produce un viraje dentro de la ciencia política mexicana: primero, al insertarse en el debate regional en torno al autoritarismo y la democracia, la democratización del régimen electoral, la gobernabilidad y la alternancia, que alentaba cierta vocación por la comparación con el resto de los casos (Acosta Silva, 2009, pp. 111-114); y, segundo, gracias a la proliferación de nuevos espacios de formación superior como el itam, el Colegio de México (Colmex), el cide, Flacso, el Instituto Mora, el Colegio de la Frontera Norte, el itesm, entre otros, que incluyeron nuevos andamiajes conceptuales vinculados a los principales desarrollos internacionales de la ciencia política, muy diferentes de los primigenios de la unam, o alternativos de la uam- i, en los que salir a conocer el mundo era una clave interpretativa central.
Estas características histórico institucionales del caso mexicano, en gran medida muy similares a las de sus pares latinoamericanos, ponen en tensión al desarrollo de una tradición de discurso comparada en dos direcciones: en primer lugar, porque un mayor interés por la política nacional, en tanto estudio de caso, derivaría en una propensión al parroquialismo que obstaculizaría la comparación; y, por el otro, porque la incidencia de Estados Unidos como torre de marfil al desarrollo politológico contemporáneo fortalecería una impronta comparativista de tipo cuantitativa, que a priori resultaría ajena al desarrollo histórico precedente de la ciencia política comparada en este país.
Por ello, el supuesto que atraviesa esta investigación es que, más allá de las argumentaciones politológicas y de la respuesta empírico-cuantitativa contrarias al parroquialismo y al americanismo de la política comparada mexicana, ambos elementos son aspectos paradigmáticos del imaginario construido y compartido por los/as propios politólogos/as con orientación comparativa en México; es decir, son parte de la respuesta empírico-cualitativa que ofrecen los/as comparativistas. Sería posible señalar que existe una imbricación entre el componente cognitivo -en tanto forma de concebir el mundo- y el social -en lo relativo a cómo se organiza la ciencia política mexicana- que resulta paradigmática al decir de Thomas Kuhn, si entendemos que un paradigma «…es lo que comparten los miembros de una comunidad científica y, a la inversa, una comunidad científica consiste en unas personas que comparten un paradigma» (Kuhn, 2006, p. 271). Por ende, sería posible afirmar que quienes comparan en México creen firmemente que el desarrollo general de la ciencia política en su país efectivamente es parroquial y americanizada, aunque ellos mismos busquen deslindarse o romper con este paradigma.
Para poner bajo estudio a estos supuestos, metodológicamente se utilizará un diseño de investigación cualitativa ya que, en primer lugar, pone el énfasis en la descripción y comprensión interpretativa de la conducta humana, en el propio marco de referencia del individuo o grupo social que actúa; en segundo lugar, plantea una recolección de información flexible a partir de un muestreo teórico; y, tercero, apela tanto a la construcción de formulaciones teóricas a partir de la comparación como a una descripción profunda de las particularidades del caso (Glaser y Strauss, 1967, pp. 45 y 49; Forni, 1993, p. 60; Strauss y Corbin, 1998, p. 85).
Para ello, se trabajará sobre la base de entrevistas en profundidad con un criterio de selección de tipo intencional (docentes e investigadores/as abocados/as a la política comparada en México), siguiendo la técnica de bola de nieve, por lo que las unidades muestrales se escogen por las recomendaciones de los/as entrevistados/as (Corbetta, 2003). Para evitar posibles sesgos, se tomaron en cuenta tres cadenas de informantes (entidades públicas, privadas y de fuera de la cdmx), se entrevistaron 22 docentes e investigadores/as vinculados/as al área de política comparada, pertenecientes a: la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso, sede México), el Centro de Investigación y Docencia Económica (cide); la Universidad Nacional Autónoma de México (unam); la Universidad Autónoma Metropolitana (uam, sede Iztapalapa); el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (iteso, Guadalajara); la Universidad de San Luis de Potosí (uslp) y el Instituto Tecnológico Autónomo de México (itam).
2. México: la excepción, el parroquialismo y la comparación
I believe in American exceptionalism, just as I suspect that the Brits believe in British exceptionalism and the Greeks believe in Greek exceptionalism. B. Obama, 2009.1
Al igual que los demás países latinoamericanos, la política comparada en México ocupa claramente los segundos peldaños en importancia dentro de la producción académica, especialmente porque el énfasis parroquial por estudiar al propio país es lo que predomina. Para comprender la noción de parroquialismo en la política comparada, es necesario retrotraerse a los textos seminales de Arend Lijphart (1971) y Giovanni Sartori (1994). El investigador holandés al presentar las diferentes versiones de estudios de caso posible, apunta en primer lugar a aquellos de tipo parroquiales cuando tienen la condición de ser descriptivos y ateóricos, que sirven más para brindar información de los casos más desconocidos que para los estudios comparados y la construcción de teorías. Por su parte, Sartori (1994, p. 32) pone el acento en precisar los estudios, no tanto en relación con el número -uno o muchos-, sino más bien entre incomparables y comparables, siendo los parroquiales aquellos que priorizan caracterizar y adjetivar el caso por sobre una explicación con pretensión de generalidad (Lucca y Pinillos, 2016).
Estudios como los de Rivera y Salazar (2011, pp. 87 y 89) para el caso mexicano demostraron que la producción comparativa era un tercio (31,6 %) en las principales revistas de ciencia política. Inclusive, estudios complementarios señalan que este porcentaje es inferior en revistas de mediano impacto (cercano al 20 %); solo seis de cada diez artículos comparados corresponde a un/a politólogo/a con filiación institucional mexicana; y, que este porcentaje, varía sustantivamente a lo largo del tiempo, ello demuestra que la proporción comparativa no responde a una tradición de discurso, magnitud de la comunidad de comparativistas o incluso una política editorial (Vidal de la Rosa, 2015; Lucca, 2014; Barrientos, 2012).
Ahora bien, muchos autores/as al reflexionar sobre la acotada sensibilidad comparativa que tiene la ciencia política en general, y particularmente la latinoamericana, ponen el acento en la tradición parroquial o enfocada al propio caso. Cabe señalar que, en todos los estudios sobre la producción bibliográfica anteriormente señalados, más de la mitad de los artículos politológicos se aboca al estudio de México con una clara orientación descriptiva bajo el argumento de excepcionalidad2 de la política local (Buquet, 2015; Chasquetti, 2015; Munck y Snyder, 2007). Este interés por el propio caso de quien investiga es una característica innata al análisis político en general; sin embargo, la apelación a una singularidad o excepcionalismo solo puede ser tal, a posteriori de emprendida la aventura comparativa, ya que es en el tránsito entre lo conocido y lo desconocido que resalta lo especial o singular (Nohlen, 2012, p. 32).
Por ende, cabría preguntarse si la política comparada en México no es un espacio de producción incipiente dado el fuerte impulso parroquial amparado en un argumento de «excepcionalismo», o en todo caso si las chances de vencer la irrelevancia de la comparación no se sortearían gracias a los intentos de capturar esta singularidad de «los» México a lo largo y ancho de la variación espacial y temporal.
El parroquialismo mexicano, en tanto interés legítimo por estudiar lo propio sin que medie una sensibilidad comparativa, es un obstáculo cognitivo porque obnubila la tarea de parangón y, paradójicamente, refuerza los saberes aprendidos dentro de esta alegoría de la caverna en la que el sol es el fuego. Este secreto a voces es claramente sabido y compartido por la comunidad académica de comparativistas mexicanos, independientemente de la «mesa» -según Gabriel Almond (1999)- en que estén sentados, o la institución a la que pertenezcan, tal y como puede desprenderse de la polifonía de opiniones de los/as especialistas entrevistados/as:3
Yo creo que aquí en México la vocación comparativa es incipiente, minoritaria. El dogma de que México es sui generis ya se superó, pero todavía pesa. (Marván Laborde, cide, entrevista personal, 30 de mayo 2011)
Se enseña mucho que el caso de México es un caso desviado o único, pero eso se basa en un desconocimiento, porque creo que hay una visión muy endogámica de la ciencia política, que pasa igual en otros países latinoamericanos, donde pesa mucho el estudio particularista, o como aquí le dicen estudios rancheristicos, estudiar mi rancho. (Cerna Villagra, uslp, entrevista personal, 19 de octubre 2018)
Lo que yo creo y me parece imperdonable dado todo lo que tenemos, y que es una debilidad, es precisamente dos cosas: uno, la total y absoluta dedicación a la casuística, porque parece que todo lo que queremos entender y, por ende, explicar es lo que ocurre en México, y en esa medida nuestro interés parroquiano nos limita para contribuir teóricamente a la disciplina como en los incentivos que tendríamos para desarrollar técnicas y métodos adecuados para abordar no un caso, sino un problema. (Salazar, Flacso, entrevista personal, 25 de mayo de 2011)
Trabajamos mucho para consumo interno en algunas instituciones; aquellos (cide, El Colegio de México, itam, tec de Monterrey); miran hacia el norte y nosotros nos miramos mucho el ombligo. (Reveles, unam, entrevista personal, 24 de mayo de 2011)
Este argumento falaz de la excepción mexicana como fundamento para el parroquialismo se ha vuelto una regla perdurable a lo largo del tiempo y performativo de los análisis y cosmovisiones de los/as comparativistas mexicanos/as. Sin embargo, parafraseando a Maquiavelo, esto que parece un vicio puede ser pensado como una virtud. Es decir, cuando la frontera histórica y geográfica de México se torna un límite analítico, es necesario llevar adelante la tarea de clasificar de los acontecimientos mexicanos dentro de categorías más amplias o disponibles, lo que es una preocupación medular del enfoque comparado y, por ende, un acicate para salvar a Teseo del Minotauro del parroquialismo (Ragin, 2007).
Si la vivencia de atravesar el Río Bravo fue la manera elíptica de encontrar nuevas respuestas (como se verá en el próximo apartado), la profusa agenda que abrió estudiar «la singularidad mexicana», terminó por impulsar indirectamente otras respuestas comparativas, en este caso, ancladas en la varianza temporal y espacial de «los» México. Es decir que, ausente en el panorama disciplinar mexicano la impronta de las grandes comparaciones con otros países, la robustez del discurso «excepcional» que atrofiaba a la política comparada stricto sensu, fue generando un terreno fértil para una mirada enfocada en la variación entre las unidades subnacionales, por un lado, y las variaciones longitudinales sobre las diferentes etapas del juego político en este país, por el otro. Ambas salidas a la encerrona del parroquialismo del excepcionalismo, ya fuere al viajar al interior de México o a través de su historia, son aspectos fuertemente valorados por los/as entrevistados/as en la búsqueda de una «sensibilidad comparativa», como puede observarse a continuación:4
Algunos estudios sobre gobierno dividido se han abocado al análisis de casos subnacionales contiguos (df, Morelos y Chiapas), o bien comparando políticas públicas en municipios. Estos estudios son muy incipientes, desde fines de los noventa y los primeros años del nuevo siglo. Hay todavía muchos huecos por conocer del sistema político comparado (Gimatte-Welsh, uam- i, entrevista personal, 13 de junio de 2011)
Toda la gente que tengo en mente que hace análisis subnacional viene con una formación de política comparada de alguna manera (…) La gente que trabaja temas comparados subnacionales tienen gran variedad: política social comparada entre los estados, legislaturas estatales, gobernadores y autoridades centrales, partidos, instituciones… (Negretto, cide, entrevista personal, 27 de mayo de 2011)
México era muy centralista (…) pero cuando se instaura realmente el federalismo, que data de la década del ochenta, los estados adquieren importancia. Es un proceso que va muy de la mano con el cambio político. Y ahora sí hay interés en los estados, historias regionales, y comparación subnacional (Del Alizal, uam- i, entrevista personal, 13 de junio de 2011)
Este terreno a las exploraciones de «los» México que proliferó del discurso del parroquialismo es, paradojalmente, el terreno clave donde afloró implícitamente la comparación. Es decir, agotado el Estado nación y la historia mexicana al calor del argumento de la excepción y la singularidad, resurgió la variación de la multiplicidad de espacios y tiempos en los que aprehender la sensibilidad comparativa. Son los/as propios entrevistados quienes recuperan esta creciente variación subnacional y longitudinal como una forma de romper la propensión al estudio de esta única unidad (single unit) o estudio de caso en un sentido ateorético o interpretativo (Lijphart, 1971; Gerring, 2004).
Entonces, estudiar el caso de México de forma profusa sirvió: en primer lugar, como acicate para comprender lo político a partir del aumento de la información disponible y el número de variables explicativas (Eisenhardt, 1989); en segundo lugar, para construir generalizaciones a nivel teórico a partir de la situación mexicana, que luego pueden ser replicadas en otros casos de forma tal que estas hipótesis sean rectificadas o ratificadas (Yin, 1984); y, en tercer lugar, para abordar la diversidad intrarregional y la varianza temporal en un sinnúmero de unidades de análisis que, por antonomasia, implican una labor comparativa (Lucca, 2019).
Sin embargo, es necesario advertir que esta vía de entrada a la comparación, es también una salida pavimentada por pocos kilómetros, puesto que lleva a reducir el rango de la comparación a una variación al interior de un caso nacional, adeudando por ende el tránsito desde esta proto sensibilidad comparativa, a una tradición comparativa que permita explorar los extramuros al incorporar los casos nacionales, subnacionales y longitudinales de otros países, áreas o regiones. Entonces sí, la sensibilidad se habrá vuelto tradición, y por ende encontrar la singularidad y la excepción una tarea (método)lógica para la comunidad politológica mexicana en el real sentido del término.
3. La política mexicana comparada y la impronta americana
Durante las primeras décadas del siglo xxi, diversos estudiosos manifestaron su descontento frente al desarrollo de la Ciencia Política desde la implantación de la vanguardia norteamericana a mitad del siglo xx. Además, de la crítica mordaz de Giovanni Sartori (2004) de que la ciencia política de corte norteamericana parece olvidarse de pensar o usar la lógica antes de contar, autores como Phillipe Schmitter (2003, p. 60) grafican esta panorámica con claridad:
(…) los Estados Unidos son vistos por muchos observadores (y especialmente por sus fans) como el jugador que ocupa simultáneamente el rol de director técnico, arquero, goleador y árbitro; mientras que Europa aparece como ocupante del medio campo, y el resto del mundo espera en el banco ser llamado a participar en el juego.
Este debate tuvo una fuerte réplica dentro de la comunidad de politólogos/as en México, especialmente a partir de la aseveración de Cesar Cansino sobre la «muerte de la ciencia política» habida cuenta de: la pérdida del vínculo entre ciencia política y filosofía política; el imperio del dato duro; la hegemonía del uso de métodos cuantitativos; la primacía del uso de modelos y formalización analítica; el viraje hacia miradas normativas o prescriptivas; entre tantos otros aspectos (Cansino, 2007).
Desde entonces, diversos/as estudiosos/as han debatido estas premisas aplicadas al contexto mexicano. En este sentido, Rivera y Salazar (2011) analizan las publicaciones científicas en dicho país, e infieren que la ciencia política mexicana dista en mucho del patrón americano, ya que predominan la descripción, el uso de los métodos cualitativos, la predilección por el estudio de caso y por construir hipótesis por la vía inductiva. Sin embargo, ambos autores no dejan de reconocer que los «…resultados arrojan una alta similitud entre publicaciones políticas mexicanas y norteamericanas en términos de agenda de investigación» (Rivera y Salazar, 2011, pp. 96-97).
Ahora bien, aunque el análisis de la producción científica tiende a contradecir el dogma de la norteamericanización de la ciencia política mexicana, en el campo de la política comparada, la cosmovisión de la comunidad politológica parece ir en sentido contrario. Es decir, si la respuesta empírico cuantitativa que observa la producción académica en las revistas científicas echa por tierra el dictamen de la americanización, ello no se condice con la respuesta empírico cualitativa que ofrecen los/as comparativistas al auto percibirse. Es por ello que, el supuesto a controlar en esta sección apuntaría a que: la política comparada en México es un espacio con el que se identifican principalmente
a) la generación de investigadores/as formados en Estados Unidos en los últimos treinta años, que
b) producen una ciencia política empírica con elevados niveles de tecnificación metodológica,
c) desde enfoques y agendas de estudios sincronizadas con la American Politics, y que
d) se insertan principalmente en instituciones universitarias mayoritariamente del ámbito privado.
Tomando en cuenta la mirada de los/as entrevistados/as, resalta claramente cómo, independientemente de cuál sea la valoración y pertenencia institucional, la mayoría señala que hacen política comparada quienes se formaron fuera del país, especialmente en Estados Unidos:5
En el posgrado, si uno revisa los últimos diez años de las tesis, son predominantemente cuantitativistas (…) lo que pasa es que los que dirigen el posgrado vienen de una corriente de la ciencia política y de formación vinculada al extranjero, como Notre Dame o el Colegio de México, donde en el área de rrii el enfoque comparativista y cuantitativistas es más fuerte. (Larrosa, uam- i, entrevista personal, 13 de junio de 2011)
La política comparada que se hace en México, exceptuando las instituciones privadas que tenemos una influencia mucho más norteamericana y exclusivamente estadounidense, si tuviera que definirla es de tendencia europea, estudios de área, especialidad en temas grandes como el presidencialismo, las instituciones comparadas y mucho verse a sí mismo en comparación con un caso clásico. (Hoyos, itam, entrevista personal, 18 de mayo de 2011)
Creo que la ciencia política en México, sobre todo en algunas instituciones como el cide o el itam, quizá en Flacso también -aunque es más heterogéneo- está ligado en buena medida a enfoques teóricos y metodológicos propios de la ciencia política norteamericana, sin ningún juicio de valor al respecto, como un dato descriptivo. Esto obedece a la trayectoria de los investigadores que trabajan en esas instituciones. (Del Tronco, Flacso, entrevista personal, 20 de mayo de 2011)
Yo creo que la mayoría de los politólogos que hacen política comparada en México es de los temas mainstream de la ciencia política (…) es gente que se formó en Europa o en Estados Unidos (…) La versión de la comparación que más existe y está más extendida es la comparada con pocos números de casos desde una perspectiva cualitativa. En cambio, la difusión de la comparación con métodos estadísticos se concentra en aquellos profesores que estudiaron en Estados Unidos y que se concentran como en tres universidades en todo el país, y en la Ciudad de México: el cide, el itam, quizás el tec. (Aguiar Aguilar, entrevista personal, iteso, 17 de octubre de 2018)
Independientemente de la posición axiológica sobre el vínculo entre la formación en Estados Unidos y la propensión al comparativismo, para la gran mayoría de los/as entrevistados/as esta relación implica una singular aproximación metodológica en la que el análisis empírico tiene una centralidad indiscutida, marcando a fuego una orientación hacia un comparativismo extensivo, paramétrico, orientado a valores o llanamente cuantitativa, a pesar de la pluralidad de técnicas disponibles (Della Porta, 2013, p. 223).
Ahora bien, esta impronta aprendida en el país del norte, contrariamente a diseminarse capilarmente por todo el territorio universitario mexicano, en un primer momento tendió a concentrarse en algunos centros o instituciones extra radios de la unam con capacidad o intencionalidad de recibir a los/as recientemente formados/as politólogos con esta perspectiva, como podía serlo el cide, el itam, el tec, Flacso, entre otros. Esto, en principio, no solo creaba un contrapunto con la dinámica politológica que irradiaba la unam o las vías alternativas propuestas desde las uam, sino también fue el puntal para plantear la cisura entre dos formas de ser, entender y practicar la ciencia política comparada y el valor de la comparación. Con fuerte claridad, esta impronta puede observarse en los/as entrevistados, independientemente de la lejanía o cercanía a la unam o los centros receptores de politólogos/as formados en Estados Unidos, como puede verse a continuación:6
Los de la uam nos son tan diferentes a los de la unam. Entre nosotros y el cide, El Colegio de México o Flacso si hay diferencias en cuanto ese tipo de metodologías más cuantitativas y enfoques teóricos importados más bien de Estados Unidos y Europa. Eso es muy marcado en los estudios legislativos y electorales. (Reveles, unam, entrevista personal, 24 de mayo de 2011)
La diferencia es que en el cide hay mucha metodología, principalmente cuantitativa, y en otras escuelas no. (Inclán, cide, entrevista personal, 26 de mayo de 2011)
Al mirar qué, cómo y quiénes enseñan ciencia política, las grandes escuelas o universidades estatales están muy enfocadas en México. La unam está bastante centrada en métodos cualitativos y estudios de caso (…) Además, la unam mira mucho más hacia Europa y América Latina, mientras que la parte estadounidense es mirada por el cide, Flacso, el Colmex. La uam tuvo una generación que salió al norte, pero no se advierte que eso se trasladó a las demás generaciones. (Gilas, unam, entrevista personal, 5 de febrero de 2020)
Yo creo que en la comparación hubo un giro, de salir de mirarnos el ombligo aquí en México (…) La americanización de la ciencia política y, en cierta medida, emular los estudios que se hacen allá, que es lo que hace el cide, Flacso, alguna gente de la unam, el Colmex, tienen un viraje hacia lo cuantitativo, porque estamos cerca de los Estados Unidos. (Cerna Villagra, uslp, entrevista personal, 19 de octubre de 2018)
Ahora bien, señalar la impronta de la politología americana sobre la mexicana -a sabiendas de la simplificación y homogeneización que se hace de ambas- nos enfrenta a la pregunta en relación con el carácter periférico y dependiente de la ciencia política de tipo comparativa en México. Hebe Vessuri (1983) plantea que uno de los principales indicadores de esta condición se observa en la labor conceptual independiente, la formulación de temas de investigación de manera autónoma, y la institucionalización disciplinar de forma autárquica y continua.
Retomando los términos propuestos por Vessuri en el caso mexicano, a pesar de la larga tradición de estudios políticos y de la administración pública, la ausencia de un sentido de comunidad y la proliferación de «mesas separadas» en términos políticos y científicos, son una constante a lo largo del tiempo, lo que alude a una difícil institucionalización disciplinar que poco tendría que ver, a primera vista, con la americanización de las ciencias sociales en las últimas décadas (Aguilar Rivera, 2009; Ortiz, 2005).
En cuanto a las temáticas de investigación, en México los tópicos estudiados fueron producto del entrecruzamiento de varios factores: primero, las impronta de las agendas, miradas y paradigmas provenientes del cuadrante noroccidental (Bejarano, 2015; Buquet, 2015; Rivera y Salazar, 2011, pp. 96-97); en un segundo lugar, los avatares históricos de la política mexicana que focalizó en la hegemonía partidaria, alternancia política, la dinámica electoral y el proceso democrático, entre otros aspectos; y, en tercer lugar, la posición relativa e impronta de las instituciones mexicanas al interior del campo científico, que parte en los inicios con una unam indisputada, continúa luego con una creciente pluralidad de voces, y en los últimos años adquiere una fuerte segmentación temática, teórica y metodológica.
En cuanto a los conceptos, claramente los/as comparativistas mexicanos/as tuvieron que apelar al acervo de estudios teóricos e ideográficos disponibles, y en todo caso el problema recurrente fue el de abandonar los lugares de certezas locales (como el parroquialismo del «excepcionalismo mexicano») en pos de las certezas ajenas como, por ejemplo, aprehender las perspectivas de los transitólogos para pensar el caso mexicano, a pesar de sus enormes diferencias (Schedler, 2000).
A pesar de la potencia de la agenda de la política comparada latinoamericana y de la aproximación de los/as comparativistas mexicanos/as en clave de American Politics a partir de la década de los ochenta, la fuerza de los acontecimientos nacionales fueron el acicate principal para la selección de los conceptos empuñados por los/as comparativistas. Por ello, los vestigios de americanización en este punto radican principalmente en el acervo de teorías y métodos utilizados.
En cuanto a la distinción propuesta por la hipótesis de trabajo que reconoce una mayor sensibilidad comparativa en instituciones de gestión privada -como el cide, Flacso, itam, tec, entre otras-la explicación radica en el circuito de formación de posgrado de sus profesores/as, generalmente vinculado a Europa en un primer momento, y a las universidades americanas marcadamente en los últimos tiempos. Los/as mexicanos formados en el exterior se convierten en comparativistas a pesar suyo, ya que -como sucede en la mayoría de los/as latinoamericanos/as- salir del propio país implica poder escaparle al parroquialismo y, por ende, descubrir la comparación y América Latina (Bejarano, 2015, p. 141).
Asimismo, en el tránsito de formación en las academias americanas, estos/as estudiantes mayoritariamente quedan por fuera del dominio de la American Politics y, por ende, pasan a formar parte de quienes estudian el «resto del mundo» bajo el título de comparativistas (Murillo, 2004, p. 5). Ahora bien, conviene resaltar que las universidades de gestión privada sí tuvieron una política deliberada de contratación de docentes con este perfil de formación en el exterior, así como también es real que la impronta de la comparación en términos teórico-metodológicos encuentra en los Estados Unidos su mayor desarrollo desde su «invención» a mitad del siglo xx.
En resumidas cuentas, la forma en que percibimos el mundo, poco nos dice de su forma, lindes o características; sin embargo, paradójicamente, es solo a partir de nuestra cosmovisión que podemos dar respuesta a la pregunta por su morfología, fronteras y atributos. Es decir, aunque los/as entrevistados/as no tengan la evidencia empírica para dar cuenta fehacientemente de la americanización de la política comparada mexicana, sus voces son las únicas autorizadas para dar entidad a la cosmovisión sobre la morfología de la comunidad académica al respecto. Parafraseando a Thomas Kuhn (2006, p. 271), sería posible decir que el debate sobre la americanización de la ciencia política mexicana es constitutivo a la comunidad de politólogos/as mexicanos/as y, a la inversa, son comunidad en tanto se debaten en torno a esta cosmovisión.
Asimismo, independientemente de los estudios previos sobre la producción académica que debatían estas presunciones, las perspectivas de los/as propios comparativistas señalan que el desarrollo de la política comparada mexicana tiene un impulso exógeno, una pertenencia institucional acotada y una impronta metodológica definida. Esto, nos permite dar cuenta que («gracias a…» o «a pesar de…») la americanización es parte de lo que le da sentido y, por ende, entidad a la política comparada mexicana en tanto y en cuanto se encuentran múltiples voces en disputa en este campo científico (Bourdieu, 2000; Knorr-Cetina, 2005).
4. Obstáculos y alicientes para la política comparada mexicana
La política comparada en México dispone de un fértil terreno de recursos humanos y materiales disponibles para configurar una tradición de discurso con capacidad de desplegarse más allá de sus propias fronteras o los límites de su vocación parroquial. Claramente, ni la histórica impronta del excepcionalismo, por un lado, ni la huella reciente de la americanización, por el otro, son estigmas insorteables en pos de la proliferación de una sensibilidad comparativa. Sin embargo, la posibilidad de construir a la política comparada como un dominio de pertenencia, de referencia y labor científica dentro de la ciencia política mexicana, se encuentra obturada por la delimitación de fronteras invisibles que fragmentan (cuando no enemistan o son constitutivas) a la comunidad politológica.
Tanto la caída en desuso del Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública como espacio de diálogo, como la tardía formación de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas (amecip) en el año 2012, podrían ser ejemplos que manifiesten con claridad cómo la ciencia política mexicana adolece de la falta de institucionalización del diálogo entre pares, inclusive entre quienes comparan en un sentido metódico. Al recuperar las voces de los/as entrevistados/as es posible advertir cuatro motivos que obturan la configuración de una comunidad politológica en general y, por ende, la formulación de una tradición de discurso comparativa en particular: el centralismo, la sobreabundancia de recursos, la fragmentación teórico-metodológica y la especialización temática.
En primer lugar, es recurrente entre los/as entrevistados/as hacer referencia a la génesis y desarrollo de la ciencia política vinculada al derrotero político institucional de la unam, como se vio inicialmente. Inclusive después de la década de 1970 y 1980 en las que proliferan nuevas (y diferentes) ofertas de ciencia política, el rol de la unam en el concierto politológico sigue siendo preponderante por su tradición, magnitud e impronta.
Asimismo, este centralismo de la unam, se refuerza aún más si tenemos en cuenta el carácter metropolitano del desarrollo de la ciencia política, anclado principalmente en la Ciudad de México, lo cual convertía a esta institución en el principal faro. Inclusive, paradojalmente en aquellos rincones del país donde proliferó la ciencia política -con algunas excepciones como el tec de Monterrey o la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (buap)- lo que se buscaba era formar a la elite política local, con lo cual el referente institucional era una vez más la unam, reforzando así su centralidad inclusive fuera del territorio capitalino. Algunas opiniones de los/as entrevistadas al respecto aducen:
No hay nada de comunidad… porque tal vez una vez al año la unam organiza algo, y nosotros vamos (…) Solamente hay una práctica de una comunidad, muy pequeña, localizada, muy en el centro del país, en el df. (Inclán, cide, entrevista personal, 26 de mayo de 2011)
Los estudios comparados a nivel nacional o subnacional se concentran, sobre todo en la Ciudad de México. Somos unos cuantos perdidos o desviados los que hacemos política comparada en provincia. Cuando te dan el financiamiento, te dicen: tu estudia tu localidad o región; y a lo sumo haces estudios diacrónicos o de varios partidos. (Cerna Villagra, uslp, entrevista personal, 19 de octubre de 2018)
El primer problema de la ciencia política en México es que es muy asimétrica y hay poca conexión, porque como en Argentina le dinámica federal hace que haya circuitos universitarios en la capital y el estado de México en todo caso, y por otro las universidades estatales. Y luego está lo privado y lo público, porque por ejemplo nuestro contacto aquí en el itam con la unam es casi nulo, salvo en la amep, que es un microcosmos. (Magar, itam, entrevista personal, 20 de mayo de 2011)
En segundo lugar, el desarrollo de la ciencia política en México no se hizo en las sombras o con la dificultad del acceso a los recursos públicos, puesto que esta disciplina fue considerada inicialmente el semillero de la elite de gobierno y, luego, el terreno para la formación de nuevos cuadros técnicos, burocráticos o intelectuales. En ese sentido, la posibilidad de traccionar recursos para las universidades y sus investigadores/as, posibilitó que cada quien tuviese que preocuparse por continuar haciendo lo que hacía, sin la necesidad de «competir o compartir» abiertamente en una situación de suma cero con(tra) otros, lo que habría llevado a una lógica colaborativa dentro de la misma temática, área o subdisciplina.7
En tercer lugar, si bien el fraccionamiento por posiciones teórico metodológicas es habitual en el desarrollo histórico de la ciencia política en otras regiones, lo interesante del caso mexicano es la superposición de este clivaje a los anteriormente señalados. Es decir, que además de plantear la diferencia entre la unam versus el resto, y disponer de recursos para que cada nuevo espacio de proliferación de carreras de ciencia política no perezca o sea fagocitado por la unam, asimismo se superponían diferencias teórico metodológicas ancladas en la distinción entre una ciencia política de tradición sociológico-jurídica y el anclaje europeo continental que enfatizaba en el carácter interpretativo o cualitativo del análisis político, por un lado; versus una ciencia política de tradición económico neo institucional y anclaje anglosajón que ponía el ahínco en el carácter explicativo y cuantitativo del análisis político, por el otro. Esta fractura se consolidó en tanto y en cuanto se ancló institucionalmente, puesto que son contadas las unidades académicas que logran conjugar ambas tradiciones y, por ende, un pluralismo que sirva de mesa común para convocar a estos, cada vez más, primos lejanos en términos teórico metodológicos.8
Por último, si la división teórico metodológica no era suficiente para dividir a la comunidad politológica, esta se profundizó gracias a la formación de múltiples colonias o pequeñas comunidades articuladas en torno a estudios temáticos como, por ejemplo, la de los estudios electorales (somee), a los estudios parlamentarios (amep), o a la calidad de democracia, solo por mencionar tres de las más destacadas.9 Estos espacios fueron clúster contenedores de la diversidad y pluralidad de la politología mexicana, lo que elevaba aún más los muros para el diálogo y debate en el conjunto de la ciencia política, independientemente de los intentos endebles de la amecip por unir los fragmentos. Algunos/as entrevistados/as señalan al respecto:
Si hay una comunidad de comparativistas, la desconozco, todavía no hay un diálogo entre los comparativistas más allá de sus instituciones. Eso tiene que ver por la competitividad entre los recursos. Todavía se tiene la idea de que, si los dos estudiamos lo mismo, somos competencia y no que podemos estar dialogando (…) no se nos piensa como que formamos parte de una escuela o metodología en específico y que podríamos dialogar. (Cerna Villagra, uslp, entrevista personal, 19 de octubre de 2018)
Nos encontramos, teniendo perspectivas diferentes, más por temas. El que ve elecciones tiene cierta interlocución, revisa los trabajos, le sirve una parte de un trabajo de uno u otro, de elecciones. El que ve partidos recibe también retroalimentación de diferentes perspectivas. Y los que vemos historia política, instituciones, constituciones, pues si esta lo comparado con América Latina y los comparativistas que han profundizado en los sistemas presidenciales, pero también pues tienes que estar interactuando cuestiones de historia e instituciones políticas. (Marván Laborde, cide, entrevista personal, 30 de mayo de 2011)
Ahora bien, si los cuatros factores anteriormente señalados debilitaran la ciencia política mexicana en su conjunto, son paradojalmente aspectos que fortalecen a los/as comparativistas de este país en tanto subgrupo. En primer lugar, porque si bien la concentración de las instituciones educativas en el centro del país colaboró a la vinculación interpersonal entre los/as comparativistas, la proliferación de estudios políticos en los estados necesariamente fue un acicate para la comparación de «los» México, como se señaló anteriormente.
En segundo lugar, si bien es inherente a la comparación tener que lidiar con «recursos escasos», la disponibilidad y abundancia de recursos humanos y materiales posibilitaba sortear uno de los sempiternos obstáculos de la política comparada (Lijphart, 1971).
En tercer lugar, a pesar de la pluralidad de mesas separadas o inclusive producto de las orientaciones interpretativas o explicativas dentro de los/as politólogos/as, la comparación es cada vez más un terreno fértil para interligar miradas cuantitativas y cualitativas (Ragin, 1987).
Por último, si bien la tendencia a la división temática es un dato de la historia de la comunidad politológica en este país, la posibilidad de aglomerar a aquellos que se definen por el método -antes que por el objeto- resulta una bisectriz capaz de atravesar a la comunidad en su conjunto y, por ende, el mejor de los caminos para trazar puentes entre las diversas islas o mesas en las que se encuentra dividida la ciencia política mexicana (Aguilar Rivera, 2009).
5. Conclusiones
Tomando en cuenta todo el panorama cualitativo planteado, es posible concluir que la política comparada en México es un retrato con claros y oscuros, tensiones y obstáculos que atraviesan por doquier su evolución y configuración como campo de análisis. Por ello, en consonancia con la perspectiva de quienes son agentes dentro de este dominio intelectual, es posible trazar un retrato de la política comparada en México que dé cuenta de las buenas y malas noticias que atraviesan su presente, como también de las agendas necesarias para el desarrollo futuro de la comparación en la ciencia política de este país.
Entre las «buenas noticias», es posible destacar:
1) que la sintonía de la ciencia política comparada mexicana con la agenda americana facilita la inserción en el debate global en los mismos términos;
2) que ello compele cada vez más a la tarea de la precisión metodológica y actualización teórica, que son un freno al parroquialismo y las perspectivas tradicionales;
3) que el saber experto sobre el caso mexicano ha vuelto a los/as especialistas mexicanos/as en referencias obligadas para una comparación con saber situado;
4) que la apertura de instancias de la sociedad civil y gubernamentales -especialmente a nivel subnacional- en las que el saber comparativo es relevante y alentado con recursos, promete configurar un escenario futuro de desarrollo.
Entre las «malas noticias», es posible reseñar:
1) que la geopolítica del saber dentro de la política comparada que se desarrolla sobre América Latina en general y México en particular, constriñe directamente a aquella que se desarrolla desde México;
2) que la parsimonia teórica y epistemológica entre la mayoría de los/as comparativistas mexicanos, tendió a reforzar el imperio de los consensos paradigmáticos que atraviesan esta subdisciplina;
3) que la propensión parroquial al saber situado sobre el caso mexicano desdibujó las innovaciones teóricas de rango medio a partir de miradas comparadas en sentido estricto;
4) que muchas veces la dependencia financiera de los intereses gubernamentales y privados ha sido un elemento que reforzó los obstáculos apuntados con anterioridad.
Por ello, entre los aspectos a tener en cuenta para una agenda futura de la ciencia política comparada en México habría que considerar:
1) vincular la descripción densa de la realidad nacional con una vocación regional y comparativa;
2) alentar perspectivas críticas en torno a la base epistemológica de la política comparada que se realiza en el país y cómo ello incide en las opciones teóricas y metodológicas;
3) fortalecer la innovación conceptual y las formulaciones teóricas ancladas en el estudio de caso con perspectiva comparada;
4) articular el diálogo de los/as comparativistas en México, especialmente en torno a como se enseña, investiga y circula el conocimiento de este tipo.
En definitiva, en este escrito, al recuperar las voces de los/as comparativistas, fue posible otorgarle, por un lado, densidad al diagnóstico contemporáneo de ciencia política en un territorio determinado y, por el otro, reconocer los límites y posibilidades latentes que tiene el desarrollo de la comparación como tradición de discurso en México. En el futuro inmediato solo restará por conocer -parafraseando a Albert Hirchmann- si una vez que resuene la voz de los/as comparativistas, el derrotero de la política mexicana comparada circundará los senderos del éxito o bien derivará en un callejón de salida.