Las relaciones entre hombres y mujeres han sido a lo largo de la historia un claro ejemplo de desigualdad estructural (Agarwal, 2018) ya que, al establecerse y regularse socialmente los roles entre ambos, las mujeres han sido circunscritas a la realización de tareas de menor jerarquía con respecto a los hombres (Eagly & Wood, 2016).
Latinoamérica en general y el contexto argentino en particular, no han sido ajenos a esa realidad (Camou & Maubrigades, 2017). Por ejemplo, en la vida colonial del Virreinato del Río de La Plata, aunque las esposas de los altos funcionarios tuvieran un mayor reconocimiento social, no ocupaban el mismo lugar que sus maridos en las ceremonias religiosas o civiles. Además, les debían la más estricta fidelidad, a la vez que soportaban la discrecionalidad moral de sus parejas. Durante el siglo XIX, se hizo extensiva la noción de peligro cuando se trataba del desempeño de las mujeres en actividades propias de la esfera pública, lejos de lo doméstico, como lo son los cargos políticos o de relevancia social, imprimiéndole a lo femenino características como la irracionalidad y la incapacidad para otro dominio que no fuera la ámbito privado (Barrancos, 2012). Por otra parte, previo a la sanción del código civil en el año 1869, las vidas de hombres y mujeres seguían delineadas por las normas del período colonial, fundadas por lógicas del catolicismo. Sin embargo, con la sanción del Código Civil se establecieron numerosas restricciones legales hacia las mujeres en materia profesional, económica y doméstica (Vain, 1989). Luego, con la iniciativa de organizaciones de mujeres, en el año 1926 se modificaron artículos del Código Civil mediante la ley N° 11357 de los Derechos Civiles de la Mujer. Si bien las mujeres solteras pudieron comenzar a gozar de una capacidad civil total, las mujeres casadas siguieron encontrándose bajo la tutela de sus respectivos maridos, pero teniendo la posibilidad de trabajar, administrar y disponer de sus bienes y formar parte de organizaciones civiles (Pecheny & Petracci, 2006).
Hasta el año 1947, no se declaró legalmente el derecho al sufragio femenino, siendo uno de los últimos países de la región en promoverlo (Barrancos, 2014). En 1951 las mujeres pudieron votar y ser elegidas por primera vez, y en 1952 acceder al Congreso, mientras que en 1954 la ley N°14394 incluyó un artículo que permitía el divorcio y la posibilidad de casarse nuevamente. Sin embargo, la aplicación del mismo fue suspendida por el gobierno de facto hasta el retorno de la democracia. En este sentido, si bien durante la dictadura cívico-militar Argentina se reforzó el rol tradicional de la mujer, con el retorno de la democracia las mujeres se incorporaron en diversas esferas de poder en el ámbito público, lo que daría cuenta del principio de un cambio en materia de equidad. Sin embargo, se ha puesto en duda que tal cambio se haya producido de forma efectiva, ya que en ocasiones se considera que se estaría asistiendo a un fenómeno de deseabilidad social, más que a una situación de mayor igualdad entre hombres y mujeres. En este sentido, las cifras oficiales en Argentina demuestran que una de cada diez mujeres ha sido víctima de violencia de género (INDEC, 2018) y que durante el tercer trimestre de 2017 se recibieron más de 16.000 llamados por violencia de género a la línea 144, siendo el 99.5% realizados por mujeres.
A pesar de que con el transcurrir de los siglos la labor social y política de las mujeres ha sido fundamental en la lucha contra la desigualdad de género (Freedman, 2002), es necesario preguntarse qué factores pueden estar influyendo para que esta disparidad continúe en la actualidad. Si bien el dominio practicado abiertamente por los hombres sobre las mujeres ha resultado en acciones colectivas de condena social y política, otras formas ideológicas más sutiles y creencias que ostensiblemente proporcionan ventajas para las mujeres podrían ganar su aceptación voluntaria e inhibir la oposición contra el orden establecido, al convertirlas en legitimadoras de las desigualdades de género (Eagly & Wood, 2016).
Desde una perspectiva psicológica, la emergencia y sostenimiento de estos fenómenos psicosociales han sido sistemáticamente estudiados a partir de los desarrollos sobre el sexismo ambivalente (Glick & Fiske, 2001). El sexismo ambivalente está compuesto por dos factores complementarios: por una parte, el sexismo hostil está basado en la creencia de que los hombres son más competentes que las mujeres y por lo tanto son merecedores de un estatus más elevado y mayor poder; este va acompañado del correspondiente temor de que las mujeres usen la sexualidad o la ideología feminista para subyugar y extraer poder de los hombres (Fiske, 2018; Glick & Fiske, 2001). Por otra parte, el sexismo benevolente es un sistema de actitudes subjetivamente condescendientes que se pueden ver reflejadas en expresiones cariñosas o caballerosas, caracterizaciones que las mujeres perciben como halagadoras, las cuales las motivarían a aceptar un sistema sexista (Fiske, 2018; Glick & Fiske, 2001).
En esta línea, al caracterizar al sexismo benevolente como potencialmente gratificante, diferentes investigadores (Barreto & Ellemers, 2005; Fiske, 2018; Glick & Fiske, 2001) han observado que, con frecuencia, existe resistencia por parte de hombres y mujeres a ver los actos halagadores y de cortesía como una expresión de discriminación de género, convirtiéndose así en personas activas del sostenimiento de las desigualdades de género.
En esta línea, la caballerosidad hace referencia a un código de conducta surgido inicialmente en el siglo XII (Houston & Thomae, 2016) y que aplicaba a los guerreros a caballo, que con el transcurrir de los siglos fue derivando en los comportamientos apropiados que se deben esperar por parte de los hombres, hasta llegar al uso moderno que connota patrones de comportamiento que se caracterizan por la cortesía o galantería hacia las mujeres. Actualmente, la caballerosidad ha sido definida por Altermatt (2001) como un guión cultural, un conjunto de expectativas de comportamiento que comparten los miembros de una sociedad y se caracteriza por el tratamiento diferencial que los hombres brindan a las mujeres en términos y acciones de protección, amparo y provisión. Estos guiones formulados en un lenguaje sencillo guían intuitivamente y a modo de atajo, qué hacer y decir en las relaciones interpersonales que tienen lugar en una cultura y sociedad determinadas (Goddard & Wierzbicka, 2004). Algunas investigaciones realizadas sobre los roles desempeñados socialmente según el sexo, encuentran que ambos sostienen creencias sobre la caballerosidad en un vínculo diádico (Eagly & Wood, 2016; Etchezahar & Ungaretti, 2014a), en particular cuando alguno busca obtener un beneficio del otro. La conducta valorada positivamente que surge de las creencias sobre la caballerosidad puede resignificarse en una forma de sexismo que sostiene la desigualdad entre hombres y mujeres (Fiske, 2018).
Caballerosidad y roles de género
De acuerdo con la teoría desarrollada por Eagly (ver Eagly & Wood, 2016), los roles son expectativas socialmente compartidas que se aplican a las personas que ocupan una determinada posición social o son miembros de una categoría social particular. De esta definición derivan los roles de género, los cuales se comprenden como las creencias socialmente consensuadas acerca de los atributos que las mujeres y los hombres deben poseer por ser miembros de cada categoría (Houston & Thomae, 2016). La teoría del rol social concibe la idea de que los roles de género incluyen dos tipos de expectativas o normas: por una parte, un conjunto de las expectativas descriptivas (expectativas consensuadas acerca de lo que los hombres y mujeres como miembros de un grupo realmente hacen) y por otra, expectativas prescriptivas (expectativas consensuadas sobre lo que las mujeres y hombres como miembros de una sociedad deberían hacer o idealmente harían). Estas expectativas, tal y como son compartidas dentro de las culturas, conllevan a la estereotipación de los sexos ya que se espera un comportamiento que se ajuste a sus creencias (Fiske, 2018). De esta manera, las formas condescendientes y subjetivamente positivas hacia las mujeres (por ejemplo, la caballerosidad), no sólo refuerzan las desigualdades de género, sino que también constituyen una forma de prejuicio (Altermatt, 2001; Glick & Fiske, 2001).
A pesar de la naturaleza condescendiente de los estereotipos ostensiblemente positivos contenidos en las creencias sexistas benevolentes como la caballerosidad, estas pueden socavar de forma efectiva la resistencia de las mujeres a la desigualdad de género (Altermatt, 2001). Fiske (2018), por ejemplo, ha descrito cómo los estereotipos positivos y el comportamiento paternalista caballeroso proporcionan el entorno adecuado para que los grupos dominantes puedan persuadir dulcemente en lugar de usar la fuerza de la hostilidad para mantener su posición de poder. Por lo expuesto, pareciera ser que a pesar de la naturaleza condescendiente de estas creencias sexistas, al interpretarse como expresiones de afecto positivo hacia las mujeres que traen consigo beneficios personales y grupales, son prácticas que permiten justificar sistemas que mantienen la desigualdad, legitimando así desde el apoyo colectivo, ideologías que favorecen el status quo (Jost & Kay, 2005) tales como la ideología del rol de género (Eagly & Wood, 2016) y el autoritarismo del ala de derechas (Altemeyer, 2006).
Caballerosidad y autoritarismo
Tradicionalmente, el autoritarismo ha sido entendido como una variable de personalidad (Altemeyer, 2006), un conjunto de disposiciones que determinan el comportamiento de las personas y que las lleva a asumir posiciones de dominancia o sumisión frente a los otros a raíz de una básica inseguridad del yo. No obstante, la conceptualización del autoritarismo del ala de derechas propuesta por Altemeyer (2006) cuenta con mayor consenso en la actualidad debido a su capacidad predictiva y de asociación con otros constructos psicosociales (Duckitt & Fisher, 2003). Para Altemeyer el autoritarismo del ala de derechas se compone de tres conglomerados actitudinales que covarían: sumisión autoritaria, agresión autoritaria y convencionalismo. La sumisión autoritaria supone la tendencia al sometimiento en alto grado a las autoridades que son percibidas como legítimas (Etchezahar, 2012) -padres, fuerzas de seguridad, líderes políticos o religiosos-. Las personas autoritarias valoran positivamente el respeto y la obediencia, considerándolas necesarias para el orden social y ven a quienes se oponen o critican el orden establecido como personas o grupos que buscan desestabilizar y destruir la sociedad constituida (Etchezahar, Ungaretti & Costa, 2015). La agresión autoritaria hace referencia a la predisposición a la hostilidad hacia las supuestas o potenciales amenazas al orden social, ya sean personas o grupos, hacia aquellos que son percibidos como diferentes al endogrupo o al canon establecido por las autoridades. Esta predisposición está acompañada de la creencia de que las autoridades establecidas aprueban esa hostilidad, siendo el castigo la forma de controlar los comportamientos disruptivos que amenazan el orden social (Altemeyer, 2006). Por último, el convencionalismo refiere a una fuerte aceptación y compromiso con las convenciones sociales, ya sea de la sociedad en general o de un grupo particular, percibidas como avaladas por la autoridad vigente y la sociedad (Altemeyer, 2006). El autoritario se resiste al cambio, manteniendo mediante sus creencias y conductas los valores y normas propios de las formas tradicionales y será quien se oponga al desarrollo de creencias que estén por fuera de lo preestablecido.
El rol de la mujer en la sociedad autoritaria se enmarca en la estructura familiar tradicional, ocupando oficios de cuidadora y de bajo estatus (Eagly & Wood, 2016). En línea con estudios recientes (Makwana et al., 2017), podría pensarse que el fenómeno del autoritarismo esté relacionado con el sostenimiento de las actitudes sexistas benevolentes como la caballerosidad y en consecuencia, con los roles de género. Teniendo en cuenta esta cosmovisión rígida que intentaría mantener el autoritario, una de las creencias que podría sostener sería la referida a los estereotipos o ideologías del rol de género, que estructuran las conductas, ocupaciones y relaciones que mujeres y hombres mantienen entre sí. Estos determinan entonces quién es cada uno en función de su género y lo que está socialmente habilitado a hacer, pensar o decir (De Lemus, Moya, Bukowski & Lupiáñez, 2008). De esta manera, la mujer suele ser pensada como sensible y afectuosa, mientras que el varón se asocia más a conductas dominantes, controladoras e independientes (Etchezahar & Ungaretti, 2014b).
De acuerdo con algunos autores (ver Houston & Thomae, 2016), parece evidente que los individuos que respaldan creencias sexistas de naturaleza condescendiente hacia las mujeres, como es el caso de la caballerosidad, sean más propensos a respaldar las actitudes y comportamientos tradicionales que buscan establecer y mantener la seguridad colectiva y que, a su vez, sostienen el grado de sumisión al endogrupo (Altemeyer, 2006; Jost & Kay, 2005). Además, resulta esperable que finalmente estos individuos se vuelvan menos tolerantes con aquellos que van más allá de los límites asignados a su propia categoría social (Eagly & Wood, 2016).
Los hombres y mujeres que sostienen creencias sexistas benevolentes como la caballerosidad ayudarían al sostenimiento de las relaciones desiguales entre hombres y mujeres, convirtiendo a las mujeres en objeto de prejuicio y manteniéndolas circunscriptas a lazos y líneas divisorias que se encuentran determinadas por las ideologías que establecen y regulan las responsabilidades y roles sociales (Agarwal, 2018). Así, las mujeres ocuparían los roles de menor jerarquía con respecto a los hombres (Eagly & Wood, 2016) y se verían reforzadas sus actividades tradicionales en la esfera doméstica y familiar.
De acuerdo a lo expuesto, el presente estudio examina la hipótesis de que la naturaleza condescendiente y subjetivamente benevolente de un fenómeno cultural como es la caballerosidad está relacionada con la ideología de roles de género tradicionales y con el autoritarismo del ala de derechas, siendo ambas expresiones favorecedoras de la desigualdad de género (Fiske, 2018; Glick & Fiske, 2001).
Método
Participantes
Se realizó un muestreo no probabilístico, intencional, compuesto por 303 sujetos adultos residentes en la Provincia de Buenos Aires, con edades comprendidas entre los 18 y los 53 años de ambos sexos (M = 25,7; DT = 9,13). Del total de participantes, el 21,6% eran hombres y el 78,4% mujeres en cuanto a su género percibido. Además, el 1,7% se auto posicionaron ideológicamente en la derecha, el 10,3% en la centro-derecha, el 61,9% en el centro, el 19,9 en la centro-izquierda y el 6,2% en la izquierda. Por último, la distribución de la clase social auto percibida se observó que un 3,4% indicaron estar en la clase Baja, el 22% en la clase media-baja, el 67,8% en la clase Media y el 6,8% en la clase Media-alta. Ningún participante se auto posicionó en la clase Alta.
Técnicas de recolección de datos
Los datos fueron recolectados a través de un instrumento de evaluación de índole autoadministrable. El mismo estuvo compuesto por escalas para indagar las siguientes variables en los participantes del estudio:
Escala de caballerosidad (EC): Se utilizó una versión de la escala adaptada al contexto local (Etchezahar & Ungaretti, 2014a) de la evaluación desarrollada por Altermatt (2001). La escala es de carácter unidimensional, conformada por 10 afirmaciones acerca de la caballerosidad, con un formato de respuesta tipo Likert de cinco anclajes que van de 1 = “Totalmente de acuerdo” a 5 = “Totalmente en desacuerdo”. Las propiedades psicométricas de la escala fueron adecuadas en cuanto a su consistencia interna (α = .85) y validez de constructo (X 2 (27) = 69.5182; p < .001; CFI = .921; IFI = .923; RMSEA = .074 (.053 - .095)).
Escala de Autoritarismo del ala de derechas (RWA por sus siglas en inglés): Para la evaluación de este constructo se utilizó una versión reducida de la escala RWA original (Altemeyer, 2006), adaptada y validada al contexto argentino (Etchezahar, 2012). Dicha evaluación presenta un formato tipo Likert con 5 anclajes de respuesta que van desde 1 = “totalmente en desacuerdo” a 5 = “totalmente de acuerdo”. Las propiedades psicométricas de la adaptación argentina resultaron adecuadas para todas las muestras con las que se trabajó, tanto en términos de consistencia interna (.73 < α < .83), como de validez de constructo (.98 < CFI < .99; .04 < RMSEA < .07; Etchezahar, 2012).
Ideología de género: Para evaluar este constructo se administró la versión reducida de la escala, compuesta por 12 ítems (Moya, Expósito, & Padilla, 2006) con un formato de respuesta tipo Likert con 5 anclajes que van de 1 = totalmente de acuerdo a 5 = totalmente en desacuerdo. Tanto los indicadores de validez de constructo (CFI = .91; RMSEA= .06) como de consistencia interna (α = .82) resultaron adecuados.
Cuestionario de variables sociodemográficas (ad-hoc): Por último se realizaron una serie de preguntas para indagar por el sexo, la edad, el auto posicionamiento ideológico-político y la clase social auto percibida de los participantes.
Procedimiento
Los sujetos fueron invitados a participar de la investigación de forma voluntaria, en la Estación Constitución (central de transporte que conecta la Provincia de Buenos Aires con la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires), durante el tiempo de espera de los participantes para tomar un tren o autobús y solicitando previamente su consentimiento. El cuestionario requirió un tiempo medio de respuesta de 15 minutos. Asimismo, se les hizo saber que los datos derivados de esta investigación serían utilizados con fines exclusivamente académico-científicos, bajo la Ley Nacional 25.326 de protección de los datos personales.
Resultados
En primer lugar, se procedió a analizar la Escala de Caballerosidad (Altermatt, 2001) comenzando por los estadísticos descriptivos de cada uno de los ítems que la componen (Tabla 1).
Nota: M = Media; DT = Desviación Típica; rjx = Correlación ítem-total; α -i = Alpha de Cronbach si se elimina elemento.
Como se puede observar en la Tabla 1, todos los indicadores analizados resultaron adecuados, contribuyendo cada uno de ellos a la escala total. El coeficiente Alfa de Cronbach para el total de la escala también resultó adecuado (α = .85), no aumentando la consistencia interna de la misma en caso de eliminar alguno de los ítems. Con respecto a la validez de constructo de la escala, la misma se estudió a través de un análisis factorial confirmatorio (X 2 (27) = 69.5182; p < .001; CFI = .921; IFI = .923; RMSEA = .074 (.053 - .095)), siendo todos los indicadores adecuados, similares a los informados por Etchezahar y Ungaretti (2014a).
Una vez analizadas las propiedades psicométricas de la Escala de Caballerosidad, se analizaron sus relaciones con la ideología del rol de género (IRG) y el autoritarismo del ala de derechas (RWA) (Tabla 2).
Como se puede observar en la Tabla 2, todas las relaciones entre las variables resultaron significativas, positivas y elevadas. Posteriormente, se desglosaron los resultados de dichas correlaciones y se analizaron según el sexo de los participantes del estudio (Tabla 3).
Por último, se analizó si la caballerosidad podría interpretarse como una variable mediadora entre el autoritarismo y la ideología del rol de género para el total de la muestra (GFI = .96; CFI = .91; SRMR = .04), así como también desglosando su poder mediador de acuerdo con el sexo de los participantes (Figura 1).
Como se observa en la Figura 1, los coeficientes estandarizados son significativos (tanto para la muestra total, como para hombres y mujeres), con un porcentaje de varianza explicada media en todos los casos. Sin embargo, se puede observar un mayor efecto de la caballerosidad sobre la ideología de roles de género en la muestra de mujeres en comparación con los hombres, así como un mayor aporte del autoritarismo hacia la caballerosidad en los hombres, con respecto a las mujeres.
Discusión
En el presente estudio se ha propuesto probar la hipótesis principal de indagar si la naturaleza condescendiente y subjetivamente benevolente de la caballerosidad como fenómeno cultural, está relacionada con la ideología de roles de género tradicionales y con el autoritarismo del ala de derechas, ambas expresiones favorecedoras de la desigualdad de género (Fiske, 2018; Glick & Fiske, 2001). Luego de contrastar la validez y confiabilidad de la escala de caballerosidad y obtener resultados afines a los informados por Etchezahar y Ungaretti (2014a), se pudo dar cuenta, tal como se observó en estudios previos (De Lemus et al., 2008; Makwana et al., 2017), de la existencia de relaciones estadísticamente significativas y positivas entre todas las variables: a mayores niveles de caballerosidad, mayores niveles de ideología del rol de género y mayores niveles de autoritarismo, fenómeno que sucede tanto en los hombres como en las mujeres que participaron de este estudio.
Posteriormente, con la finalidad de obtener mayor precisión en los resultados, se procedió a analizar mediante análisis de senderos, el poder mediador de la caballerosidad en los efectos que el autoritarismo del ala de derechas tiene sobre la ideología de roles de género. Así, los resultados del presente estudio permitieron arrojar evidencia a favor de dicha mediación, según se observa en los adecuados índices de ajuste de los tres modelos de ecuaciones estructurales testeados: para la muestra general; para hombres y para mujeres. En línea con estudios previos (Houston & Thomae, 2016), los resultados aquí expuestos indicarían que aquellos individuos que respaldan la caballerosidad como expresión de creencias sexistas condescendientes, presentan mayor propensión al sostenimiento de actitudes y comportamientos tradicionales para mantener, entre otras cosas, la seguridad colectiva y la sumisión de las mujeres al endogrupo (Altemeyer, 2006; Jost & Kay, 2005).
Sin embargo, cuando se analizan en detalle los coeficientes estandarizados para cada uno de los modelos, se observa que a diferencia de los modelos para la muestra general y de mujeres, los efectos del autoritarismo sobre la caballerosidad resultan ser más elevados para la muestra de hombres. Estos hallazgos indicarían la presencia de una cosmovisión más rígida propia del rasgo autoritario en los hombres, con mayor resistencia al cambio, manteniendo mediante sus creencias y conductas los valores y normas propios de las formas tradicionales (Houston & Thomae, 2016). El sostenimiento de estas creencias tradicionales para la muestra de hombres y su oposición al desarrollo de creencias que estén por fuera de lo preestablecido podría deberse a que, como fue mencionado (Barrancos, 2012), desde el siglo XIX en Argentina se comenzó a promover la idea de peligro cuando se trataba del desempeño de las mujeres en actividades propias de la esfera pública, lejos de lo doméstico.
Por su parte, cuando se analizan los efectos que la caballerosidad tiene sobre la ideología de roles de género en la muestra masculina, si bien los mismos resultaron significativos, fueron inferiores a los coeficientes observados tras analizar solo la muestra femenina. Esto permitiría dar cuenta que, en el caso de los hombres, la ideología de roles de género se encuentra influenciada en menor medida que para las mujeres por los niveles de caballerosidad. Podría pensarse que las mujeres que aprueban la caballerosidad apoyarían en mayor medida los roles de género porque no estarían dispuestas a cambiar su papel en el guión de caballerosidad para proporcionar a su propio grupo independencia económica y autonomía, condiciones que podrían percibirse como sustitutos desfavorables de los beneficios de trato preferencial que, según su percepción, ofrecen las relaciones tradicionales (Altermatt, 2001). En este sentido, el estímulo que representa la exposición a creencias culturales de carácter benevolente y condescendiente como la caballerosidad podría impedir la percepción acerca de la injusticia que trae consigo el sostenimiento de las relaciones de género por parte de las mujeres, lo que a la vez las llevaría a no tomar parte de acciones sociales y políticas para crear conciencia sobre la desigualdad de género, ya que aumentaría la percepción de que el sistema que promueve y sostiene los roles de género es justo y de que brindaría ventajas válidas y justas por ser mujeres (Glick & Fiske, 2001).
Conclusiones
Teniendo en consideración las cifras oficiales en el contexto argentino que dan cuenta de elevados niveles de violencia de género (INDEC, 2018), los resultados encontrados en este estudio intentan contribuir a la erradicación de la violencia contra las mujeres mediante el análisis de las variables psicosociales que podrían estar involucradas en este tipo de hechos. No obstante, en primer lugar es necesario continuar indagando acerca de las relaciones entre las variables aquí consideradas, a partir de la inclusión de una muestra mayor, representativa de la población bajo estudio y en diferentes contextos, dado que el fenómeno bajo estudio es multicausal y variable de acuerdo con el contexto en el que se indague. Por consiguiente, futuros trabajos deberían estudiar las relaciones entre el autoritarismo y otras variables psicosociales relevantes que puedan ser incorporadas al modelo aquí testeado, tales como el sexismo ambivalente, determinados rasgos de personalidad, la necesidad de cierre cognitivo y las actitudes hacia el feminismo, entre otras.