1. INTRODUCCIÓN
Vivimos en tiempos “trans”: transgénero, transdisciplina, transetnias. Todo parece mejor en estas épocas si se combina, si se transgreden fronteras. Abundan las referencias en la mentalidad vigente de estas últimas décadas: abandonar la singularidad en los géneros artísticos, ha sido una consigna. Hemos visto, en la Argentina como eco de lo también sucedido en otras latitudes, a cantantes de rock en conciertos de música folklórica, a folkloristas cantando tangos, a tangueros haciendo música melódica. Y no sólo se ha realizado estos procedimientos -al comienzo experimentales o vanguardistas, con el paso del tiempo rutinarios-, sino que se los ha ensalzado, se los ha celebrado como muestras de usos audaces que han roto con las rutinas, como pretendidos atrevimientos, en épocas en que la renovación en general se ha vuelto problemática (porque se instaló el reino del simulacro desustancializado, según la versión de Baudrillard (1988), y ha quedado establecido que ya no existen originales, sino únicamente el generalizado reino de la circulación de copias).
La jerga trivializada que se impuso, por ejemplo, en la academia de las ciencias sociales latinoamericanas desde los años noventa fue elocuente: el auge que por entonces tuvieron los denominados “estudios culturales” (ideológicamente debilitados tras su inicio en el marxismo inglés, al hacer su paso por Estados Unidos y desde allí hacia el Sur) (Reynoso, 2000; Follari, 2002) se sostuvo, en buena medida, en una retórica de lo rupturista y anti-establecido, pero desde prácticas academizantes que carecían de relaciones con la efectiva militancia política de extramuros, y que buscaban exitosamente el buen suceso al interior del campo universitario, con los materiales y simbólicos beneficios que de ello se siguen. En dicha jerga, la pretensión de transdisciplina e interdisciplina era uno de sus principales recursos legitimatorios.
¿Por qué adscribir esta pasión por subvertir las fronteras delimitatorias que tan bien se sostuvieron por décadas y por más de un siglo en algunos casos? Entiendo que cabe atribuirla a lo típico de esta época a la cual, en sus inicios, se le dio la denominación de “posmoderna” (Jameson, 1995; Follari, 1990; Casullo, 2004). Época con rasgos que hoy se han continuado y radicalizado, aunque el debate al respecto ha desaparecido: y lo ha hecho -entendemos- en la medida en que las condiciones culturales que por entonces aparecieron como nuevas y contrastantes, han pasado a estar naturalizadas, siendo parte del paisaje histórico/presente en que estamos insertos.
¿Cuál fue la novedad por entonces? La del “yo saturado”, la del sujeto como pantalla final de la hiperestimulación mediática, la de la velocidad creciente y superficializadora de la experiencia cotidiana. Al ser humano con convicciones, propio de la mentalidad moderna, lo sucedía aquel que había perdido creencia en los “grandes relatos” (Lyotard, 1987), que hacía de la oscilación de la conciencia su principal relieve, que pasaba de un objeto a otro sin detenerse en ninguno, que ya no pertenecía a un ámbito de ideaciones claras y distintas, sino que vivía en el esfumamiento de las creencias fuertes y las ideologías universalizantes.
¿De dónde había sacado Lyotard su noción de lo posmoderno, para aplicar esta denominación a la condición de nuestra época? De la arquitectura, según se sabe. Autores como Jenks habían advertido de la nueva tendencia: hacer cierta parodia del paso del tiempo, ironizar sobre la moderna obsesión con la moda, con lo cada vez nuevo. De tal manera, esa fue una arquitectura de la mezcla, de ésa que al comienzo pudo ser advertida como estrafalaria: las columnatas griegas con el vidrio y el cemento. Esa conjunción “contra natura”, que se reía de la concatenación temporal y de la pretensión imperturbable en la modernidad de que lo que aparece último es lo más deseable, dio piedra libre para la mezcla en todos los órdenes, siendo el artístico el primero de ellos.
El arte, al carecer de función utilitaria, puede descuidar por completo las exigencias de lo operativo. Siendo así, es más fácil “desordenar” lo que sucedería con una tecnología, e incluso con las ciencias -habida cuenta de que estas tienen fuerte relación con la aplicación técnica, al punto de promoverse “tecnociencias” en espacios de punta de la producción contemporánea- (Barbosa da Oliveira, 2003). Lo operativo presenta exigencias, restricciones que la realidad pone a las expectativas y decisiones humanas, lo cual no está dado de la misma manera en la producción artística, cuya finalidad estética libera -en considerable medida- de tales restricciones.
Hoy en día, quizás la celebración de l@s sujet@s transgénero es efecto de esta sensibilidad, motorizada desde los movimientos feministas. La tardía y necesaria visibilización de est@s sujet@s por tanto tiempo negad@s y discriminad@s se une a un cierto festejo respecto de su condición en espacios académicos y culturales, donde a menudo se piensa que lo no-binario resulta siempre superador, y que la transgresión de las fronteras definidas entre géneros implica un acontecimiento intrínsecamente reivindicable en cuanto ruptura de convenciones o delimitaciones.
Estamos, entonces, en tiempos “trans”. Y esto se expresa en teoría de la Comunicación. En cuanto a los objetos de la misma, dado que lo transmedial es hoy cotidiano, debido a la tendencia a la convergencia entre los medios que históricamente estaban en clara condición de exterioridad entre sí (cine, teléfonos, televisión, Internet): esta cuestión es hoy decisiva, y no será objeto de tratamiento en nuestro texto. Por otra parte, también se reaviva una añeja línea en la espinosa cuestión epistemológica respecto del estatuto de los estudios de Comunicación, sobre la cientificidad de los mismos, y su agrupamiento en una o en diversas disciplinas atinentes: ¿son los estudios en Comunicación “transdisciplinarios”?
2. LAS PERIPECIAS DEL OBJETO INESPECÍFICO
Las disciplinas han solido definirse por la remisión a un objeto determinado. Esto no es del todo fácil de establecer aún en las más constituidas: porque cabe sostener que el objeto “sociedad” construido por Marx es muy diferente del construido por Max Weber o el de Émile Durkheim (Bourdieu, Chamboredon & Passeron, 1975). Pero podemos convenir en que todos ellos coincidieron en que hay algo como “la sociedad”, de modo que a la hora de una investigación determinada, desde el enfoque de cualquiera de estos autores -o de otros reunidos por esa ciencia denominada Sociología- los límites del objeto que empíricamente deberá ser analizado, no son muy diferentes.
No es el caso en Comunicación. Allí puede tomarse como dignos de análisis los medios de comunicación o las redes, pero también las culturas dentro de las cuales tales medios se instalan, las características del lenguaje que allí se usa, la semiosis gráfica en cada caso, las políticas que los regulan, las modalidades de enunciación social no mediadas por medios, y otros fenómenos que muchos lectores pueden colegir o suponer.
Es decir: no hay acuerdo de cuál es el espacio empírico que podría delimitarse bajo la denominación de estudios de Comunicación. Y ello se asocia a la mucha dificultad para definir algún objeto teórico en común que pudiera orientar estos trabajos, los cuales no alcanzan consensos sobre los asuntos a tratar, y dan lugar a una considerable dispersión temática.
De allí en más, no extraña que exista opinión mayoritaria que considera que Comunicación requiere necesariamente de remisión a otras disciplinas para desarrollar sus investigaciones (Rizo, 2014; Da Porta, 2020). Esta constatación es compartida por diversos autores, y además forma parte de la experiencia vivida en el campo de la docencia y la investigación: hay que apelar a teoría política, teoría social, teoría antropológica, teoría psicológica, a veces teoría económica.
Se advierte, entonces, que la apelación a otras disciplinas es necesaria; por tanto, no es adventicia y forma parte de la constitución epistémica de los estudios sobre Comunicación. Sin duda, haber admitido esta premisa, es la base de algunas posiciones que consideran que la Comunicación está caracterizada por la transdisciplina. Y en el caso de quienes buscaron la reducción de los estudios de Comunicación a una ciencia única -la Comunicología- como lo fue el Grupo por una Comunicología posible (México, primera década del siglo XXI), encontraron finalmente que “se podían proponer distintas Comunicologías, nueve en total” (Rizo, 2014, p. 141). La llegada a un número tan alto de opciones muestra la imposible tarea de dar unidad a un espacio tan diversificado.
También lo había dicho a su modo el académico brasileño Luiz Martino (2007), quien planteó que no se sabe si las teorías de la comunicación son demasiadas, por su alto número, o demasiado escasas, por su baja cantidad. Dicha perplejidad no surge de algún juego de palabras ni de alguna paradoja absurda: sucede que, en tanto el estudio de la Comunicación se relaciona con muchas disciplinas que -a su vez- remiten en su constitución a teorías diversas, las teorías que tienen relación con Comunicación son muchas y muy variadas: van desde las diferentes teorías lingüísticas (Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson, Noam Chomsky) a teorías semiológicas (Escuela de Tartu, Mijaíl Bajtín), teorías de la cultura (Clifford Geertz, Stuart Hall), teorías sociales (Karl Marx, Talcott Parsons), teorías filosóficas (Theodor Adorno, Michel Foucault).
Demasiadas teorías, ciertamente. Pero, ¿son ellas teorías de la comunicación? Pareciera que no: al menos, no exclusivamente, y en algunos casos, la respuesta es definidamente negativa. Es más, la confusión de asumir a teorías socio/filosóficas de la sociedad como pretendidas teorías de la Comunicación ha tenido lamentables resultados, como los de creer que puede evaluarse a la Escuela de Frankfurt y su decisivo aporte para pensar las sociedades de los siglos XX y XXI, sólo por el rechazo de Adorno a la música de jazz y la cultura de masas (se tomó como relevante exclusivamente aquello que de la teoría puede asociarse más con el espacio temático de Comunicación) (Follari, 2008).
Si se tomara a esas diversas teorías como propias de Comunicación, resultarían muchas. Y, ciertamente, todas ellas guardan alguna relevancia en relación con cuestiones que se han estudiado en este espacio académico. Pero no son exclusivas del mismo: por el contrario, a menudo su espacio principal de inclusión disciplinar es otro.
De modo que si pasamos a teorías que sean exclusivamente pertenecientes al área epistémica de la Comunicación, veremos que son escasas. Quizá pudiera ubicar allí a Mc Luhan (1969), alguien difícil de encasillar en otros espacios disciplinares. Pero incluso una figura tan emblemática para Comunicación como lo ha sido Jesús Martín-Barbero en Latinoamérica, perfectamente cabría también en análisis antropológico o sociológico de las culturas, dado su clara inscripción dentro de lo que se llamó “estudios culturales” (cultural studies): sus análisis tenían parentesco con los de autores literarios como el uruguayo Hugo Achugar o el analista de la cultura argentino/mexicano Néstor García Canclini, ambos asiduos compañeros en eventos, congresos y exposiciones diversas de quien ha sido el autor más citado en los textos de Comunicación del subcontinente.
De tal modo, las teorías en Comunicación son muchísimas o son muy escasas, según el cristal con que se quiera mirar. Pero en cualquiera de ambos casos, resulta evidente que es la apelación a teorías surgidas y legitimadas en otras disciplinas lo que permite construir la investigación y la discursividad en Comunicación.
3. LA APELACIÓN AL CAMPO Y A LO “TRANS”: EN BÚSQUEDA DE LA LEGITIMACIÓN ACADÉMICA
La búsqueda de legitimar las prácticas académicas en Comunicación fue promoviendo nuevas salidas ante las dificultades que surgen de su constitución epistemológica “no autónoma”. Una de ellas implicó un curioso salto conceptual, al considerar que Comunicación no es una disciplina, sino un “campo” (Vasallo de López, 2002); y para ello se apeló a la teoría de los campos de Bourdieu, que sería la base desde la cual pensar de este modo la cuestión.
Pero difícilmente Bourdieu autorizara, tras haber trabajado largamente asuntos epistemológicos referidos a ciencias sociales, que ellos se zanjaran en el plano de la teoría social (teoría/objeto) y no en el plano de la epistemología (meta-teoría, teoría sobre teorías). El desplazamiento de la cuestión epistemológica hacia la sociología disciplinar (sosteniendo que estamos ante un campo de actividades, no ante una disciplina epistémicamente definida) desnuda la impotencia para resolver la cuestión en el espacio pertinente, impotencia que de alguna manera se ha esbozado (Grimson, 2003).
No se resuelve la cuestión epistemológica con la apelación a las prácticas que se realizan en el campo. Disciplina y campo son conceptos muy diferentes, no incompatibles precisamente porque remiten a cuestiones muy diversas; una del orden del conocimiento, la otra del orden de las actividades profesional-académicas. No es que pueda decirse que hay de una parte disciplinas, y de la otra, espacios que se definen como campos: las disciplinas epistemológicamente justificadas, también se desarrollan en campos. De tal modo, decir que se forma parte de un campo, en nada resuelve la problemática abierta.
Dejemos entonces esta especie de atajo sin salida que es autodeclararse campo ante las dificultades epistemológicas, pues la cuestión no podría nunca resolverse en ese nivel: campo lo tienen también los ingenieros, los deportistas, los literatos, los plomeros: cualquier espacio de profesiones u oficios donde se disputa el capital simbólico y el acceso al prestigio y a los reconocimientos económicos (Bourdieu, 2002).
Otra pretendida solución a la cuestión, ha sido declarar “transdisciplinar” a la Comunicación (Da Porta, 2020; Vidales, 2015): no es que tal estatuto resulte simplemente falso -ciertamente, operan allí afluencias de diferentes disciplinas-, pero él poco contribuye a esclarecer la cuestión. ¿Eso significa que la Comunicación carece de toda especificidad? ¿Cualesquiera cuestiones serían de Comunicación, al menos si son cuestiones atinentes a las ciencias sociales?
Obvio que la respuesta a la última pregunta, es negativa. Hay que establecer las restricciones para que una determinada temática pueda ser de Comunicación. Vidales (2015) -cuyos trabajos expresan mucho cuidado conceptual-, toma la historia de los estudios comunicativos: pero al hacerlo centrándose en los del capitalismo central, se trata de una selección temática que resulta lejana a los problemas que se tratan mayoritariamente en Latinoamérica, lo cual explica que proponga como eje a una “cybersemiótica”. Por su parte, Da Porta (2020) propone marchar desde la noción de objeto a la de campo problemático o campo de problemas. Son problemas que van variando según el decurso de los hechos histórico-culturales, y que pueden trabajarse de manera transdisciplinar.
Pero salir de la noción de objeto, por lo que pudiera tener de rigidez eventual, no deja de traer aparejados inconvenientes: ¿cuáles hechos específicos son aquellos que la Comunicación va a trabajar? La apertura a problemas, es obvio que no puede ser a cualesquiera problemas, de modo que la delimitación sigue siendo necesaria, lo cual se cree haber de algún modo obviado al salirse de la necesidad de remitir a un objeto de la disciplina.
Es de destacar que, en la historia de los estudios sobre comunicación en Latinoamérica, la cuestión no ha sido menor ni secundaria. ¿Qué ocurrió durante el prolongado período en que la obra de Martín-Barbero orientó en buena medida los desarrollos temáticos y conceptuales -tiempo en que se llegó a estudiar al mexicano Carlos Monsiváis y al originalmente argentino García Canclini como si fuesen autores de estudios sobre Comunicación-? Aunque, como es sabido, Monsiváis fue un agudo literato, irónico estudioso de las costumbres, y García Canclini es un especialista en temáticas de la/s cultura/s.
Durante casi un cuarto de siglo -a partir del comienzo de los años noventa- se tomó la versión local de los cultural studies como si fuera paradigmática en estudios de Comunicación. La confusión al respecto se hizo casi total, y bastaba remitir a temáticas de cultura, para que por ello quedaran justificadas como propias de Comunicación. Estudios de los hábitos juveniles (sus ropas, sus reuniones, sus temas de conversación) se volvieron propios de Comunicación, aun cuando ni siquiera se buscaba establecer qué aspecto parcial de ellos podía contener alguna dimensión que pudiéramos pensar como comunicacional.
Estudiar comparativamente a las ciudades latinoamericanas fue parte del programa de investigación de especialistas en Comunicación. Esta laxitud en determinar qué es lo que se estudia en la disciplina ha tenido efectos epistémicos de peso, así como también los tuvo en el plano ideológico.
Es bien sabido que los estudios de Comunicación en el subcontinente, de la mano de autores como Ramiro Beltrán o Antonio Pasquali (y bajo la influencia del gran pedagogo Paulo Freire), se iniciaron con una fuerte impronta político-ideológica, ligados a los procesos de organización popular de los años 60 y 70 del siglo pasado, acompañando las luchas y los movimientos liberacionistas que proliferaron en dicha época. Tal tesitura crítica se interrumpió bruscamente con el auge de los “estudios culturales”. La deriva de estos, que habían comenzado en el marxismo inglés de la mano de Richard Hoggart, Edward Thompson y Raymond Williams, pasó por su amansamiento en la academia de los Estados Unidos, donde se cambió el análisis de las clases sociales por el de los movimientos de etnia o género, y donde se “academizó” radicalmente la actividad, desanudándola de las bases materiales y sociales de sustentación que había tenido en sus inicios.
Esa deriva que orientó ideológicamente hacia la aceptación de lo dado, ha sido considerablemente estudiada (Reynoso, 2000; Mattelart & Neveu, 2004; Follari, 2002). Lo cierto es que la llegada a Latinoamérica se operó a través de un libro sin duda inteligente y atractivo (Martín-Barbero, 1987), que llamaba a dejar de creer que los aparatos ideológicos como la radio y la televisión pudieran ser omnipotentes. Frente a la versión unilateral del primer Althusser (1971), esta apuesta al receptor activo y a las comunidades de interpretación fue leída como la liberación de un corsé inmovilizador, y como un aliento a la acción política como lucha por la constitución y la apropiación del sentido.
Pero no pasó mucho tiempo hasta que el intérprete activo dio lugar a un intérprete omnipotente y arbitrario, y se concluyó con alegre irresponsabilidad que el emisor no tenía poder alguno, de modo que los medios -previamente pensados como dueños totales de la significación social- pasaron a ser pensados como débiles, cuando no insignificantes. De tal manera, se llegó al absurdo de que en el momento en que la televisión alcanzó nuevo peso social por vía de la satelización -años 90 del siglo XX-, fue cuando más se supuso que ella carecía de importancia. Y en el siglo XXI, cuando la presión mediática fue central para organizar oposición a los gobiernos nacional-populares que surgieron en aquellos años (Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Lula Da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia), el predominio de esta posición en los estudios sobre comunicación del subcontinente, dio lugar a una lamentable paradoja: cuanto más importaban políticamente los medios según la opinión de cualquier ciudadano o ciudadana, incluso según la de los investigadores de cualquiera de las demás ciencias sociales, menos importaban dentro de la docencia y la investigación en el específico campo de Comunicación. De tal modo hoy, en tiempos de la post-verdad y del lawfare, si bien ya el anterior predominio casi absoluto de los estudios culturales ha cedido, no encontramos suficiente presencia conceptual de temas tan centrales a la política, dentro de lo que se trabaja en espacios de Comunicación.
LO TRANSDISCIPLINAR TAMBIÉN REQUIERE TEORÍA
La solución transdisciplinar a los dilemas epistemológicos de los estudios sobre Comunicación se encuentra con un escollo importante: no es claro a qué se refiere con esa denominación (Sarale, 2012). De tal manera, la transdisciplina exige por sí misma una serie de precisiones y fijación de criterios que raramente se traen a cuento, de modo que con esa apelación parece que se podría dar por cerrado un problema, cuando en realidad se ha llegado a un punto que por sí mismo tiene que ser también tematizado y esclarecido.
Es que a menudo se entiende transdisciplina como sinónimo de multi o plurisdisciplina. ¿Qué es esta última? Diríamos que la convergencia de categorías, leyes, métodos, incluso teorías, provenientes de diversas disciplinas, que operan en relación con una misma temática, pero sin combinarse sistemáticamente entre sí (Apostel et al., 1975). Es decir: lo multidisciplinar es una especie de sumatoria, de yuxtaposición, entre diferentes aproximaciones disciplinares que operan en relación con una temática determinada. Pero no está supuesta, en este caso, ninguna composición orgánica entre las tematizaciones posibilitadas por cada una de las diferentes disciplinas intervinientes.
Esta noción debería distinguirse -pero no se lo hace- de lo implicado en la inter y la transdisciplina. Estos dos términos a veces se utilizan de modo inverso a cómo lo hacemos algunos autores: por mi parte, entiendo la interdisciplina como el más acabado logro en cuanto a potenciación entre disciplinas diversas, pues implicaría que leyes, categorías, métodos y otras cosas provenientes de disciplinas diferentes, puedan confluir en la constitución de un conocimiento radicalmente nuevo, que esas disciplinas por sí mismas previamente no proveían. Es decir: sería la síntesis orgánica de determinados insumos surgidos de las disciplinas relacionadas en la producción de un conocimiento nuevo.
Entendemos por transdisciplina, en cambio, el uso por una o varias disciplinas, de métodos, leyes, categorías y otras cosas provenientes de alguna disciplina inicial. Sería el “paso” de métodos o contenidos de alguna disciplina a otra u otras, asumidas las modificaciones parciales que quepa hacer en relación con el nuevo objeto de análisis. Un caso muy importante de hace medio siglo atrás, fue el de la noción de estructura -producido por Levi-Strauss en relación con el análisis etnológico-, que pasó a los estudios literarios, al psicoanálisis y a la interpretación althusseriana del marxismo.
Como se ha señalado en varios casos, las nociones “inter” y “trans” se utilizan de manera invertida a como las he planteado: lo “trans” sería la composición orgánica entre diversas disciplinas previas, lo “inter”, el paso de insumos de una disciplina a otra o varias otras.
No importa demasiado cómo se entienda esa distinción si nos centramos en Comunicación, dado que allí no suele hacerse precisión alguna para diferenciar entre pluri, trans e interdisciplina: de modo que el eje semántico con que se enfrenta la cuestión se limita habitualmente a la oposición binaria entre disciplina y transdisciplina. En tal versión, es de esperar que se entienda por transdisciplina lo que hemos llamado “inter”: la convergencia entre insumos de disciplinas varias hacia la producción de un conocimiento nuevo que reúna coherentemente esos insumos anteriores.
LO TRANSDISCIPLINAR ES POST-DISCIPLINAR
La falta de teorización sobre la cuestión disciplina/transdisciplina se hace sentir en la enorme indeterminación que estas nociones alcanzan en el debate comunicológico. Por ejemplo: ¿Una disciplina para ser tal, no podría configurarse con fuertes aportes de otras disciplinas pre-constituidas?
A veces aparece una premisa implícita, que supone que toda disciplina científica es siempre una disciplina “autónoma”: de esas que tienen relaciones con otras, pero que no necesitan de ellas para la configuración principal de su objeto de análisis. Se piensa en Física o en Sociología, por dar algún ejemplo.
Pero no sólo las tecnologías no se componen de esa manera (Medicina o Ingeniería, por ejemplo), y ello no les quita su valor en tanto “ciencia aplicada”, sino que hay muchas ciencias -y algunas de muy larga tradición- que están constituidas orgánicamente desde la apelación a otras ciencias que colaboran en la explicación de aquello a lo que se avocan.
De tal modo, ciencias conformadas fuertemente a partir de otras, las hay variadas, y ello no lanza a las mismas al oscuro espacio de los “campos”, esos que epistemológicamente nada significan. Unos estudios tan asentados históricamente como los de educación se ubican en esta misma configuración epistémica (Follari, 2021), así como los de Trabajo Social y hasta los de una disciplina tan valorada socialmente como es el Derecho.
De modo que el estar compuesto por un fuerte aporte de otras disciplinas, no quita la posibilidad de constituirse como disciplina. Será una disciplina “con aportes multidisciplinares”; pero es una disciplina específica, pues se ocupa de fenómenos que otras disciplinas no se ocupan. En este caso, se ocupa de los fenómenos comunicativos; que podrían pensarse como aquellos relativos a la emisión, circulación y recepción de mensajes, un recorte que no es a-teórico (porque ello nunca es posible a cabalidad, siempre hay algún margen de mediación en el conocimiento de la realidad), pero que no depende de una composición teórica sistemática, y que -por tanto- puede ubicarse en el espacio de lo que Bourdieu denominó -de modo no muy afortunado- objeto real (Bourdieu, Chamboredon & Passeron, 1975).
Podemos recortar Comunicación de otras disciplinas por ocuparse de dicho “objeto real”, para el cual se requiere de diversos “objetos teóricos” (ya sean de Sociología, Antropología, Psicología, entre otras disciplinas), pero que a la vez configura un background propio de problemas o desarrollos que configuran entonces su particular singularidad: la de disciplinas que se constituyen desde otras disciplinas.
De modo que podemos pensar la comunicación como una disciplina específica. Y ello nos permite pensar, a la vez, la cuestión de la transdisciplina de una manera más definida. Es que lo transdisciplinar -si se lo entiende en la tesitura de ser conjunción orgánica de disciplinas previas- remite a esas disciplinas como ya constituidas. Se implica, en dichos casos, la relación entre diversas ciencias (si nos limitamos a “disciplinas científicas”) que, por vía de representantes de cada una de ellas, trabajan sistemáticamente en común para producir un conocimiento colectivamente construido, que no estaba presente por sí en ninguna de las disciplinas participantes.
Claramente, no es eso lo que quiere decirse cuando se remite a Comunicación como trabajo científico transdisciplinar: en este caso se está señalando una relación de disciplinas “al interior” de una de ellas (Comunicación), y no al efecto posterior que se daría si un investigador de teoría de la Comunicación formara parte de un grupo transdisciplinar junto con un sociólogo, un politólogo, un antropólogo, un psicólogo, y si configurara con ellos equipo para constituir un conocimiento original.
Ojalá podamos haber esclarecido la cuestión: la transdisciplina es post-disciplinar, y no puede remitir a la constitución interna de una disciplina (en este caso, Comunicación). Establecer esa distinción no responde simplemente a un prurito formal, basado en definiciones estáticas que pudieran impedir la fluidez de nuevos experimentos epistémicos. Lo que queremos señalar es que la síntesis sistemática entre insumos de ciencias diversas, requiere explícitamente la presencia y la actividad de personas que conozcan cada una de esas disciplinas. La transdisciplina es grupal, colectiva: por ello, sería contradictorio que un pedagogo o un comunicólogo, por haber asumido en su propia formación insumos de disciplinas diversas, pudiera ser considerado transdisciplinar por sí mismo.
Un estudiante de Comunicación aprende sobre Sociología y Psicología, pero ello no lo transforma en transdisciplinar: está configurando el espacio constitutivo de su propia disciplina. Y ello no sólo porque él aún no maneja ninguna disciplina propia como para formar un colectivo transdisciplinar, sino porque no tiene los elementos como para producir una síntesis entre disciplinas diferentes, que dieran a estos insumos la configuración orgánica suficiente para establecer un único haz de referencias teóricas interconectadas.
De tal modo, no hay transdisciplina en la constitución de Comunicación, sino multi o pluridisciplina de un nivel 1, que es diferente de la que se da en el nivel de relación entre disciplinas constituidas (llamémosla de orden 2). En esta segunda, un comunicólogo ya formado podría reunirse con colegas sociólogos, politólogos, etc., y todos ellos producir, por ejemplo, un estudio sobre la Argentina actual, que analizara las diversas facetas del país según cada una de estas aproximaciones disciplinares, pero que no implicara en ello una combinación sistemática de los diversos puntos de vista ejercitados.
Lo que anotamos no se trata de un detalle menor, ya que implica que los insumos disciplinares que se disponen en Comunicación, no necesariamente están sintetizados en alguna unidad, lo cual sí es requerido en aquello que suele tomarse como transdisciplina. De tal modo, al denominar transdisciplinar a la Comunicación se está suponiendo una configuración de síntesis entre los diversos aportes teóricos receptados, que es prácticamente imposible de conseguir. Debe asumirse la existencia de inconmensurabilidad inter/teórica que se plantea desde cierta filosofía de la ciencia (Kuhn, 1980), la que sólo puede ser atenuada a través de un enorme trabajo sistemático de producción de investigación colectiva, y sólo para temas de investigación localizados y singulares, no para el desarrollo general de una disciplina determinada.
En síntesis, sí hay una disciplina de Comunicación, y tiene la singularidad -como Educación o Trabajo social- de constituirse con fuerte aporte de otras disciplinas, pero trata cuestiones que otras disciplinas no trabajan específicamente (producción/circulación/recepción de mensajes). Es, en todo caso, una disciplina que a su interior tiene aporte multidisciplinar. Y que no es en ningún caso transdisciplinar, pues no ha configurado una síntesis orgánica de los diferentes aportes disciplinares ni puede tomar el lugar de una actividad que en realidad es post-disciplinar, y se hace vía equipos de investigación con profesionales y académicos de otras áreas de estudio.
COLOFÓN SOBRE SIGNIFICACIÓN Y COMUNICACIÓN
Una última cuestión: se sabe que fijar un determinado objeto real para la disciplina comunicativa es entrar a un campo muy debatible. He ensayado la referencia a los mensajes, porque aunque parezca limitada, para ser explicada remite a teoría lingüística, social, cultural y otras. Obviamente que en nuestro tiempo esto implica cierta concentración en el análisis del funcionamiento y los efectos de los medios y las redes, y sabido es que mientras hay quienes creen que centrarse en su análisis es quedar en coto muy cerrado, en realidad lo que se desconoce en estas áreas es todavía enorme, y la necesidad de dilucidarlo resulta muy urgente, pues allí se juegan dilemas decisivos para lo ético, lo político y lo cultural de nuestra actualidad.
Aquí no se procuró ubicar toda la cuestión de la significatividad como objeto de la Comunicación en tanto disciplina. Porque en ese caso la difusividad del objeto se vuelve tal, que volvemos a la situación de “ciencia transdisciplinar” que puede ocuparse de todo genéricamente a la vez que de nada específicamente, tal es el grado de amplitud e indeterminación de su espacio de pertinencia.
La significatividad es, de alguna manera, central en la filosofía hermenéutica (Paul Ricoeur, Hans-Georg Gadamer), a la vez que en la fenomenología que abrió Husserl: tiene un camino andado en la teoría, que nada debe a la Comunicación. Y es, por cierto, de otro modo, objeto de la Lingüística y la Semiótica, ciencias con alto desarrollo y formalización, las que deben ser tomadas como insumos necesarios de la Comunicación, pero que también la preceden largamente. Lo mismo ocurre con la cuestión del sentido desde el punto de vista de la pluralidad cultural, desarrollada desde el siglo XIX por la Antropología; que fue a menudo desconocida abiertamente por los “estudios culturales” (Reynoso, 2000) tan presentes en los estudios de Comunicación latinoamericanos.
De tal manera, no parece razonable que la Comunicación (que ha llegado tardíamente a una problemática que tiene largos y consolidados desarrollos en otras disciplinas) pretenda tomar como objeto a la significación en general. Es deseable que el entendimiento de la Comunicación como transdisciplinar no lleve en nuevas ocasiones a esa especie de “todología” que puede tomar a cualquier temática como parte de su propio acervo: y para ello, es decisivo asumir que en ningún caso lo transdisciplinar puede pensarse como un no poner límites al objeto de análisis disciplinar.