1. Presentación
En el año 1513 se produce un hito en la agricultura española al publicarse el primer tratado centrado exclusivamente en esta temática y, además, en castellano. De hecho, el Libro de agricultura del talabricense Gabriel Alonso de Herrera constituye la primera obra sobre geoponía redactada en una lengua romance, esto es, no en griego, latín o árabe -lo habitual hasta ese momento.
De esta forma, se entiende que en la confección de su trabajo el autor toledano tuviera muy en cuenta a aquellos especialistas que en materia agraria le habían precedido (cuyos correspondientes tratados, según acaba de exponerse, estaban redactados en una de las tres lenguas clásicas por antonomasia), a los que consultó infatigablemente y, en consecuencia, remitió y citó de forma constante a lo largo de su Libro de agricultura.
De hecho, fue de tal envergadura su labor de documentación que entre los investigadores que, en mayor o menor medida, se han ocupado de esta importante obra resulta un lugar común destacar, como uno de sus principales logros, su carácter compilador.
Así, aunque las labores de recopilación de la información previamente expuesta suelen ser consideradas lejanas, y hasta opuestas, al ideal de originalidad perseguido por cualquier creador, en este caso la mencionada propiedad compilatoria no deviene en un demérito, más bien al contrario, como ilustran las siguientes palabras:
La obra de Herrera es una compilación, no un tratado original, o, más bien, la originalidad reside en la forma en que está concebida la compilación. Herrera mezcla citas extensas de fuentes antiguas, medievales cristianas y musulmanas con sus propias observaciones (que son generalmente oportunas, introducidas para apoyar, y ocasionalmente para refutar, las afirmaciones hechas por sus fuentes) (López Piñero et al. 1983: s. v. Alonso de Herrera, Gabriel).
El Libro de agricultura de Alonso de Herrera constituye, sin duda, un hito dentro del ámbito de las obras de especialidad al haber conseguido reunir de manera armónica las viejas y tradicionales técnicas de labranza (clásicas y medievales) con las modernas (renacentistas), especialmente por lo que supuso para el avance de la disciplina agrícola en general y para la conformación de su tecnolecto en particular.
Respecto a su estructura, esta obra se compone, aparte de un prólogo general, de seis libros: Libro 1. Del conocimiento de las tierras. Libro 2. Las viñas. Libro 3. Los árboles. Libro 4. Huertas, hortalizas y hierbas. Libro 5. Los animales. Libro 6. El calendario agrícola. Como puede constatarse, Alonso de Herrera no solo da cuenta de todo lo concerniente al cultivo de la tierra, sino también del cuidado de los distintos animales domésticos y de la explotación de los productos obtenidos de ellos.
Por consiguiente, la obra del talabricense -el primer texto geopónico escrito en una lengua romance- destaca por su amplitud, riqueza y completitud temáticas, de ahí que nos hallemos ante una fuente de consulta ineludible en el estudio de la conformación del lenguaje agrícola español, especialmente de su vocabulario, en un momento, además, fundamental para la constitución en las lenguas romances de sus correspondientes tecnolectos de especialidad (Mancho Duque y Blas Nistal 2001). Pese a ello, son muy pocos, en realidad, los investigadores que se han ocupado del Libro de agricultura herreriano y, de hecho, resultan todavía escasos los trabajos que atienden sus particularidades léxicas.
En concreto, desde el punto de vista histórico, dicho tratado geopónico renacentista ha merecido la atención de Ynduráin (1982), López Piñero et al. (1983), Fradejas (1984), Baranda (1989) y Navarro Durán (2003); además, el primero de los estudios citados no alude a cuestiones léxicas, sino, en general, a su prosa, si bien en términos sumamente laudatorios, al calificar el Libro de agricultura como “una de las obras mejor escritas de todo el siglo XVI” (Ynduráin 1982: 26).
Precisamente, a intentar paliar esta carencia viene dedicando sus esfuerzos nuestro grupo de investigación, por lo que este trabajo sigue la estela de otros aparecidos recientemente o de próxima publicación, como ilustran los artículos de Quirós García (2017, 2020), Sánchez Orense (2019, en prensa-a, en prensa-b) y Sánchez Martín (2020).
2. Método de trabajo y objetivos
Como es conocido, en las lenguas de especialidad2 el elemento más singular suele constituirlo el vocabulario, el cual se compone de “las categorías gramaticales de nombres, adjetivos y verbos; porque las preposiciones, conjunciones, artículos… son los propios del lenguaje común” (Gutiérrez Rodilla 1998: 37). Aunque entre las clases nominal, adjetival y verbal la preponderante, tanto en número como en importancia, es sin duda la primera, no debe olvidarse que dentro de los vocabularios técnicos poseen igualmente relevancia los verbos. Por ello, en esta ocasión dirigimos nuestra atención a esta tipología de palabras.
Por otro lado, dada la imposibilidad de abarcar todo el léxico geopónico contenido en el Libro de agricultura -por su ambición y amplitud temáticas-, decidimos restringirnos solo al que arroja su parte IV, dedicada a las huertas, hortalizas y hierbas.
Aun con la aplicación de estos dos rígidos criterios de selección -1) verbos de especialidad3 y 2) procedentes del libro IV-, el resultado obtenido depara un rico conjunto léxico compuesto por 60 formas verbales, las cuales es posible dividir, de acuerdo con las funciones semánticas que condicionan, en dos subgrupos, según queda reflejado en el siguiente cuadro:
En el primero, se encuentran las labores realizadas por un agente con el rasgo ‘persona’, frente al segundo, donde, si consta el agente, este posee el rasgo de ‘cosa’.
Por ejemplo, en una huerta, la acción de cavar ha de ser desempeñada por un agente humano, el labrador; en cambio, el proceso de madurar, experimentado por los propios frutos, si es gracias a algún agente, definitivamente no va a ser de tipo ‘animado’, sino que, al menos en este caso concreto, lo que subyace es el efecto de ciertos factores climáticos, como el calor del sol o la acción del agua4.
Como no se halla entre nuestros objetivos el estudio de la ortografía áurea, consignamos a través de sus grafías modernas los verbos seleccionados (véase cuadro 1). Para ello, ha resultado fundamental el recurso a los diccionarios del español5, especialmente los más relevantes de su historia, contenidos en RAE 2001. La consulta de los principales hitos lexicográficos hispánicos ha devenido igualmente en determinante a la hora de esclarecer los respectivos significados verbales y, en consecuencia, en lo que respecta a la clasificación del léxico considerado en una de las dos subcategorías semánticas establecidas.
Por lo expuesto, en esta ocasión hemos dejado igualmente de lado la tarea de cotejo de las distintas ediciones del tratado herreriano en vistas a detectar posibles cambios ortográficos de unas versiones a otras. A este respecto, procede comentar que, del Libro de agricultura de Herrera, editado por primera vez en 1513, existen hasta 24 ediciones, según cálculos efectuados por Quirós García (2015: 116)6. De entre sus muchas ediciones, sin duda, la más destacada es la sexta, publicada en Alcalá de Henares en 1539, al ser la última que pudo enmendar el talabricense antes de su muerte, como, de hecho, se reconoce en su correspondiente frontispicio. Así, como paso previo a la organización semántica de los verbos considerados, se procedió, a través del texto que arroja su sexta edición, de 1539, a la lectura minuciosa de los 37 capítulos que conforman el libro IV del tratado herreriano.
Por otro lado, y a propósito también de la forma en la que hemos dado cuenta en el cuadro 1 de los verbos previamente seleccionados, debe aclararse que aquellos que, aun siendo frecuente su combinación con pronombres, admiten igualmente empleos simples por parte de Herrera, finalmente han sido consignados de esta segunda manera; situación en la que se encuentran ahogar, curar, escaldar, podrecer, pudrir (así como su variante podrir), quemar y secar. En cambio, en lo que respecta a los verbos que solo adoptan -en sus correspondientes acepciones geopónicas- formas pronominales, la única naturaleza considerada ha sido precisamente esta, de ahí que hayamos apuntado abochornarse, extenderse y helarse.
Por tanto, como se constata, al igual que sucede en la lengua española en general (ASALE 2009: 3102), resultan mayoritarios los verbos pronominales alternantes, en detrimento de los inherentes. Es más, ninguno de los tres verbos citados como de uso exclusivamente pronominal -abochornarse, extenderse y helarse- parecen formar parte, en sentido estricto, de la tipología de los verbos pronominales inherentes, ya que, si no en las acepciones tratadas, al menos en otras, sí adoptan variantes simples (o no pronominales). Ahora bien, incluso en aquellas, son numerosos los diccionarios que admiten igualmente, junto al más común comportamiento intransitivo-pronominal, el transitivo-no pronominal. Por ejemplo, el sentido con el que extenderse (única forma en Herrera) es utilizado en el Libro de agricultura se corresponde con “tr. Hacer que algo, aumentando su superficie, ocupe más lugar o espacio que el que antes ocupaba. U. t. c. prnl.” (DLE).
Asimismo, Gutiérrez Cuadrado 1996, por citar otro repertorio, no solo contempla la acepción de “secarse o morirse <una planta> a causa del frío”, correspondiente a la forma helarse -la exclusiva en el talabricense-, sino también “hacer <el frío> que (una planta) se seque o se muera”, la cual, conforme a su correspondiente ejemplo (El frío heló los cerezos) incumbe ya a helar7.
En definitiva, de los tres verbos registrados junto al pronombre se en el cuadro 1, en realidad solo abochornarse -a tenor, al menos, de su recepción lexicográfica y únicamente en su acepción geopónica8- parece ajustarse al mencionado comportamiento pronominal inherente, además de intransitivo9.
Por otro lado, dado que basar cualquier análisis léxico únicamente en el concepto de función semántica no parece constituir la mejor opción10, trasladamos nuestro objetivo en este punto a la determinación de las funciones sintácticas dependientes o requeridas por los 60 verbos considerados típicos de contextos hortenses. De acuerdo con sus propiedades sintáctico-combinatorias, como refleja el siguiente cuadro, adscribimos los verbos analizados o bien a la categoría de los verbos transitivos o bien a la de los intransitivos e, incluso, ya que algunos admiten ambos comportamientos sintácticos, al grupo específico de los que exhiben un doble régimen:
En esta investigación nos centramos en los verbos que aceptan más de una actuación sintáctica -esto es, en aquellos que conforman la última de las tres categorías establecidas-, los cuales pertenecen a ella no solo porque así lo afirmen los diccionarios, sino también porque, en efecto, tal es su funcionamiento en el Libro de agricultura de Herrera.
Por consiguiente, se parte de las posibilidades combinatorias de cada verbo en la prosa herreriana, si bien se han corroborado el estilo y el manejo sintácticos del talabricense con la información sintáctica proporcionada por los repertorios lexicográficos consultados.
Además de para ratificar el doble funcionamiento de ahogar, curar, escaldar, madurar, podrecer, podrir, pudrir, quemar y secar, el minucioso análisis realizado de las ocurrencias de estos 9 verbos en el texto del toledano ha servido también para alcanzar otro tipo de conclusiones sintácticas, entre ellas, el tipo de propiedades exigidas a los sintagmas que los acompañan y, en términos de frecuencia de uso, cuál de sus dos posibles regímenes verbales resulta preponderante. El estudio sintáctico se complementa con el análisis lexicológico de dichos verbos12. En esta otra parcela, ha resultado igualmente útil el manejo de los más relevantes diccionarios generales13 de nuestra historia lexicográfica, lo que ha posibilitado confirmar lo pertinente del empleo de los 9 verbos seleccionados en referencia al cultivo de las tierras. No obstante, aun tratándose de voces habituales en contextos agrícolas, no todos constituyen, en esencia, tecnicismos geopónicos, como veremos.
Por último, el auxilio lexicográfico nos ha permitido también entrever la existencia de numerosos vínculos semánticos dentro del conjunto léxico analizado, cuestión a la que igualmente atenderemos.
En resumen, si bien nuestro principal objetivo lo constituye el análisis de las 60 formas verbales prototípicas de contextos hortenses seleccionadas desde el Libro de agricultura de Alonso de Herrera -y, así, poder contribuir a un mejor conocimiento de esta obra fundamental de la historia de la lengua española, especialmente en lo que respecta a sus características léxicas-, en esta ocasión, nos centramos exclusivamente en los 9 verbos pertenecientes a ese conjunto léxico capaces de funcionar tanto transitiva como intransitivamente. En definitiva, la presente investigación nace con el propósito específico de realizar un estudio, tanto sintáctico como lexicológico, de los verbos de doble régimen ahogar, curar, escaldar, madurar, podrecer, podrir, pudrir, quemar y secar, el cual viene a sumarse al realizado ya en Sánchez Orense (en prensa-b) sobre las restantes 51 formas verbales.
3. Análisis lexicológico y sintáctico de los verbos hortenses herrerianos de doble régimen
La ASALE considera que poseen doble régimen aquellos “verbos transitivos que tienen usos o correlatos intransitivos” (ASALE 2009: 2595), los cuales no deben confundirse con los “verbos transitivos que pueden omitir su complemento directo sin dejar por ello de serlo” (ASALE 2009: 2595).
En efecto, muchos verbos transitivos se usan a veces sin su correspondiente complemento directo; se dice, entonces, que actúan como verbos absolutos (Gómez Torrego 2009: 430). Las razones de este comportamiento pueden ser de tipo semántico, al sobrentenderse de qué se está hablando14, o sintáctico15.
Varios de los verbos hortenses catalogados en el anterior apartado (véase el cuadro 2) como transitivos cuentan, en efecto, con ocurrencias en las que no van acompañados de ningún objeto directo; no se trataría de usos o correlatos intransitivos, sino de empleos transitivos absolutos, de ahí que arar, coger, regar y trasponer, entre otros16, formen parte de la primera categoría establecida en el cuadro 2 y no de la tercera, principal interés de la presente investigación:
1. Y por abril tornen otra vez a arar, de suerte que la tierra quede muy mollida y sin yerva, y quede igual, sin terrones (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXVIv).
2. Y aun dizen los agricultores que si los ponen (los ajos) cuando la luna está en el otro hemisferio (que es que no parece, sino que está so tierra), que no serán tan quemajosos en el sabor ni olerán tan mal, y que lo mismo hagan al tiempo de coger17 (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIVv).
3. Assí mismo, para regar ha de ser el agua medianamente fría, que la que está algo callente, en lugar de refrescar, escalda la hortaliza (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIr).
4. Mas el mejor trasponer es en tiempo ñublado y húmido, que molline un poco, y assí no se pararán lacias ni marchitas, lo cual es assí en todas las ortalizas (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIIIv).
Por tanto, consagramos este trabajo a los casos en los sí se detectan, bajo el mismo verbo, usos transitivos e intransitivos evidentes, con las consiguientes diferencias de significación.
En primer lugar, cuando esto sucede, lo más habitual es encontrar, como variantes intransitivas, formas pronominales. Esto es, entre los verbos que admiten tanto el comportamiento transitivo como el intransitivo destacan los llamados pronominales alternantes, los cuales, sin el correspondiente pronombre, generalmente son transitivos.
Sin duda, se adscribe a esta categoría el verbo ahogar, que, a juzgar por los ejemplos 5 y 6, extraídos del tratado herreriano, sí parece contar con una acepción especializada dentro del tecnolecto geopónico:
5. Y no me parece bien lo que el Crecentino dize: que los pueden (a los cardos) bien trasponer por otubre entre las haças del pan que está nacido, porque claro es que le ahogarán y ocuparán mucha tierra (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIIv).
6. Y siempre en las ortalizas que pusieren, y en todas las yervas, quede el cogollo descubierto sobre tierra, porque si queda cubierto con tierra ahógase, como no tiene por dónde brotar, y perece (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIVr).
Efectivamente, esta voz designa, entre otras realidades, “dañar una planta o una simiente por exceso de agua, por apiñamiento con otras o por la acción de otras plantas nocivas” (DLE: s. v. ahogar 1 ), definición que los académicos completan con las marcas gramaticales “tr.” y “u. t. c. prnl.”, que acotan el doble funcionamiento sintáctico de ahogar.
Aunque, claramente, nos hallamos ante una voz técnica, ello no se traduce en el empleo por parte de los diccionarios consultados del recurso de la marcación de especialidad; así, solo en el de Terreros (Terreros y Pando (1786-1793) 1987) y, además, en referencia exclusiva a la forma pronominal y específicamente hablando de semillas18, puede leerse, dentro de la definición, la contextualización de tipo diatécnico “entre los labradores”.
Asimismo, quemar se trata, como ahogar, de un verbo geopónico especializado con doble régimen permitido, lo que, de nuevo, testimonia el Libro de agricultura:
7. Y si las quisieren poner en fin del otoño para que vengan al invierno, sea en lugares abrigados y callentes y solanas, y bien estercoladas con estiércol muy podrido, que aunque a las lechugas no las queme tanto el yelo como a las otras verduras, no nacen si haze grandes yelos, y no medran tanto después de traspuestas (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXIVr).
8. Para que el invierno las aya (las borrajas), que no se quemen del yelo, échenles a bueltas estiércol de establo que sea reziente, y con su calor las defenderá del yelo, lo cual hagan a las otras ortalizas que se suelen elar, como yerbabuena (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIIr).
Según Terreros (Terreros y Pando (1786-1793) 1987, quemar “se dice en la agricultura de las plantas que se abrasan y paran negras con el yelo y escarcha”. No obstante, aparte del frío, también el calor puede quemar una planta o semilla: “Y cuando vienen los grandes calores cubran la copa del alcarchofa con algunas hojas, que el sol quema la simiente” (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIIv). El diccionario académico sí contempla esta otra posibilidad, como ilustra la definición de quemar: “Dicho del calor o del frío excesivos: Secar una planta” (DLE). Respecto a su comportamiento sintáctico, al igual que en ahogar, este se acota con las marcas gramaticales “tr.” y “u. t. c. prnl.”. Ahora bien, en esta ocasión, el repertorio académico ofrece dos ejemplos, uno por cada régimen verbal: “La helada ha quemado el rosal”, correspondiente al uso transitivo y no pronominal de quemar, y “El césped se quemó este verano”, que muestra su otro posible funcionamiento, intransitivo y pronominal19.
Por su parte, el término escaldar, frecuentemente empleado en el Libro de agricultura20, también funciona o bien de manera transitiva o bien de manera intransitiva. Según manifiestan los diccionarios -por ejemplo, el Seco et al. 1999: “tr 1 Someter (algo) a los efectos del agua hirviendo (…). b) pr Quemarse con agua hirviendo”-, este verbo implica siempre la presencia de un líquido. En efecto, dicha restricción semántica resulta especialmente palmaria en su empleo transitivo21:
9. Assí mismo, para regar ha de ser el agua medianamente fría, que la que está algo callente, en lugar de refrescar, escalda la hortaliza, y es muy cierto que la hortaliza que con agua fría se regare estará más alegre y será más sabrosa (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIr).
10. Y rieguen bien la mata con agua un poco tibia, como no escalde la mata, lo cual hagan dos vezes al día, y sea desque la mata á echado la hoja (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXXIVr).
En cualquier caso, también en su uso intransitivo y pronominal consta la participación, en mayor o menor grado, de un líquido, generalmente agua:
11. Y en cogéndolos (los ajos), estén un poco al sol por que se enxuguen22 y después los passen a la sombra, porque si están mucho al sol, el sol los recueze y escáldanse y son de poca tura (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIVv).
12. El regar d’ellas (de las cebollas) ha de ser por la noche, cuando aya resfriado el tiempo, y muy mejor es después de aver passado la medianoche que antes, porque se escaldan si se riegan con calor (como dixe de los ajos) (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXIr).
Tampoco secar parece tratarse de un verbo especialmente técnico, al menos por lo que respecta a su significado en pasajes como los siguientes:
13. La simiente d’ello (del asensio) se coge cuando están llenos los vasillos d’ella, y séquenla al sol, como el sol no la queme ni desubstancie (Alonso de Herrera 1539: fol CXVv).
14. Guárdanse bien los puerros quitándoles la camisa y hojas, colgándolos a la sombra, que se sequen, y después molido uno d’ellos y echado en la olla le da sabor de especias (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXXIv).
Además, como queda demostrado, nos hallamos nuevamente ante un verbo susceptible de más de un comportamiento sintáctico, ya que al transitivo-no pronominal (13) se suma el intransitivo-pronominal (14).
Ahora bien, frente a los verbos con doble régimen ya tratados -ahogar, quemar y escaldar-, en su uso transitivo quien realiza la acción de secar es normalmente un agente con el rasgo ‘persona’23, lo que vincula secar con curar:
15. Dixe que los blancos se quieren mucho alimpiar, mas los colorados con ninguna lavor abonan tanto cuanto con quemarlos estando viejos. No digo que por esso los dexen de cavar cada año, que si esto no se haze llevan pocas rosas y chicas y desmedradas, y de no tan perfecto olor. Y si las queman, sea de cinco en cinco años, y por los meses de noviembre o deziembre, porque se estercolan y mejoran mucho con su ceniza y con el agua que llueve. Y los que assí fueren curados llevarán más rosas y mejores, y si los dexan de labrar házense montesinos y perecen (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXXIIIv).
Este último verbo puede funcionar igualmente de manera intransitiva, aparte de acompañado del correspondiente pronombre:
16. Pues de las gordas se coja la simiente (de las alcaparras) al tiempo que están maduras y bien sazonadas, y no se han de coger antes que abran aquellos alcaparrones y, desque abiertos, ténganlos a enxugar al sol por que se curen, y así curados los deven sembrar (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIr).
Ciertamente, tampoco en este caso parece intervenir un sentido especialmente técnico; así, abogamos por considerar que este se corresponde con el que Diccionario de autoridades (s. v. curar) define como “beneficiar alguna cosa, de suerte que adquiera su perfección, o se conserve largo tiempo sin corromperse”24.
Volviendo a secar, y de acuerdo con los ejemplos 13 y 14 citados, tampoco aquí parece implicada ninguna realidad específica de la geoponía, lo que nos permite concluir que en ellos el sentido subyacente es el general de “dejar sin agua, sin líquido, sin jugo o sin humedad” (Maldonado 2012); en esta ocasión, además, los diccionarios generalmente admiten el doble funcionamiento transitivo e intransitivo. Por otro lado, en estos casos, secar(se) no denota algo perjudicial, sino una acción, sin más, necesaria (como la implicada en la extracción de la humedad, por ejemplo, de las semillas)25.
No obstante, este mismo verbo cuenta con otras ocurrencias en el Libro de agricultura en las que, ya sí, resulta evidente la naturaleza negativa del resultado al que se alude:
17. Házense mejor (las alcaparras) en solanas que en umbrías. En el estío tienen flor, y en entrando el invierno se secan y consumen so la tierra (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIv).
18. Mas si las trasponen (a las coles) en tiempo frío o fresco, que no haze soles grandes, bien las pueden trasponer grandezitas; mas si es tiempo caloroso mejor es ponerlas pequeñuelas, que no se sequen antes que prendan (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIIIv).
De hecho, Maldonado 2012 recoge como segunda acepción de secar “referido a una planta, quitarle su verdor o causar su muerte”, sentido también presente, entre otros repertorios, en el DLE26 y en Gutiérrez Cuadrado 1996 27. Ahora bien, para estos dos últimos, la realidad especializada definida solo tendría cabida en la forma secarse. En cambio, e Maldonado 2012 vuelve aquí a catalogar secar como un verbo de doble régimen, y, de nuevo, recurriendo a ejemplos: “Tanto calor secará los rosales. En otoño se secan las hojas de los árboles y caen al suelo” (Maldonado 2012: s. v. secar). Concluimos, pues, que al menos por lo que respecta al ámbito hortense -al que Herrera dedica el libro IV de su tratado-, resultan relevantes, en secar, dos acepciones: la primera, mucho más general, con doble régimen permitido, es decir, transitivo-no pronominal (en este caso, además, normalmente con agentes ‘persona’, si bien cabrían igualmente los de clase inanimada28) e intransitivo-pronominal; la segunda, mucho más especializada, con preferencia por el comportamiento intransitivo-pronominal, al ser este, en efecto, el único que muestra el Libro de agricultura, aparte de que la mayoría de los repertorios lexicográficos consultados expresamente así lo manifiestan29.
Por otro lado, la mayor trascendencia de este segundo sentido por lo que respecta al vocabulario de la agricultura explica nuestra decisión de incluir secar dentro de las “transformaciones o procesos experimentados por las plantas o sus frutos”, frente a curar, consignado, en cambio, como una “labor agraria” (véase cuadro 1). En definitiva, si bien ambos verbos admiten el régimen transitivo (con preferencia por los agentes con el rasgo ‘persona’) más el intransitivo-pronominal, no pertenecen, finalmente, en virtud del concepto de función semántica, a la misma categoría, ya que, en secar, se ha decidido primar su acepción más especializada -“prnl.
Dicho de una planta: Perder su verdor, vigor o lozanía” (DLE)-, la cual es siempre en Herrera intransitiva-pronominal, además de construirse solo, cuando estos se especifican, con agentes de tipo inanimado.
Obsérvense, además, las evidentes relaciones semánticas entre secarse, en su sentido más técnico, y escaldar y quemar -verbos de doble régimen y, por ello, analizados minuciosamente en este trabajo-. También, entre secarse y abochornarse y helarse, formas que, aunque en virtud de su régimen sintáctico exclusivo, finalmente no han constituido nuestro principal objeto de interés, creemos conveniente traer a colación también en este punto. Ciertamente, todos los términos citados designan realidades cercanas, aunque en ningún caso equivalentes.
Abochornarse, por ejemplo, -según ya fue señalado- únicamente es empleado por Herrera en forma pronominal30, al igual que le sucede a helarse31. En cambio, quemar, aparte de dar cabida tanto al frío como al calor, admite igualmente el régimen transitivo-no pronominal (7).
Escaldar, por su parte, se asemeja bastante a quemar, por cuanto ambos verbos resultan ser pronominales alternantes; sin embargo, en el caso de escaldar, se requiere siempre la presencia de un líquido -y, además, caliente-, frente a quemar, donde lo que subyacen son el calor o el frío excesivos.
Secarse, finalmente, en el sentido de “perder <una planta> la fuerza y el verdor” (Gutiérrez Cuadrado 1996), parece poner el foco de atención, más que en el origen o en la causa, en el resultado -negativo, pues, por lo general, las plantas que se secan mueren-; quizá, por eso, en el Libro de agricultura adopte solo la forma pronominal. En cualquier caso, a tenor de sus correspondientes ejemplos, este efecto negativo pueden provocarlo tanto el calor como el frío, de ahí que exhiba vínculos más estrechos con quemar, al menos desde el punto de vista semántico. Pese a ello, por sus diferentes comportamientos sintácticos, principalmente, pero, también, por los diferentes matices de significado implicados, tampoco en este caso resultan voces intercambiables.
Como último verbo susceptible de funcionar tanto de manera transitiva (no pronominal) como intransitiva-pronominal ha de citarse pudrir32:
19. Assí mismo, muchas ortalizas mejoran mucho trasquilándolas, como vemos en las cebolletas; mas si las cebollas tresquilan sea en tiempos serenos, porque si llueve entra el agua por las cortaduras y las pudre (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIIIr).
20. Mas en las tierras muy frías y húmidas y lluviosas, donde se riegan, dévenlos sembrar (los ajos) por enero y hebrero, porque con la lluvia y humor púdrense de antes puestos (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIVr).
Procedente “del lat. pŭtrēre ‘pudrirse’” Corominas y Pascual 1980-1991: s. v. pudrir o podrir), consta de una variante, podrir, de gran arraigo en español, especialmente en época clásica -Nebrija da podrir, pero ya Autoridades ofrece como normal pudrir, según Corominas y Pascual 1980-1991 (s. v. pudrir o podrir)-, como testimonia el Libro de agricultura; así, si bien no son escasas las ocasiones en las que Alonso de Herrera prefiere las formas en u, realmente despuntan las ocurrencias de podrir33. Junto a estas variantes, también se documenta en la obra herreriana podrecer -del lat. putrēscĕre, forma incoativa, además de más corriente que pŭtrēre (Corominas y Pascual 1980-1991: s. v. pudrir o podrir)-, elemento verbal prototípico de la etapa medieval que, con menor vigor, aún sigue utilizándose en época clásica. Precisamente, este proceso de obsolescencia léxica se coteja en la obra de Herrera, al verificarse una escasa presencia de podrecer: de hecho, ha sido necesario recurrir al libro II para ilustrar su comportamiento transitivo (21), mientras que el fragmento 22, donde consta el régimen intransitivo-pronominal, ha sido tomado de la parte I del Libro de agricultura:
21. Estas tales no se quieren ni deven plantar sino en tierras muy sueltas, que en lloviendo trascuele el agua, que no pare en la sobrehaz por que no podrezca la uva, como son tierras areniscas y cascajales (Alonso de Herrera 1539: fol. XXIIIr).
22. La cevada, según el Crecentino, se quiere sembrar en tierras gruessas, porque en las tales hará buen grano, grande y bien pesado, con tal que las tales tierras sean sueltas, no lodosas, ante secas que húmidas, porque esta simiente, por tener la caña hueca, tierna y flaca y mucha hoja, si con el mucho vicio se echa, no tiene fuerça para levantarse como el trigo, y, por ende, fácilmente se podrece (Alonso de Herrera 1539: fol. IXv).
En este sentido, en el libro IV únicamente consta una ocurrencia de podrecer (23), en la que además interviene un nuevo funcionamiento sintáctico, el intransitivo-no pronominal:
23. Hanlas de coger (las cebollas) cuando las porretas estén bien enxutas y en menguante de luna, y en día reposado y claro, y después de mediodía, y assí se guardarán más tiempo. Y si las dexan estar más tiempo tornan a tallecer o podrecen (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXIr).
En efecto, según el DLE (s. v. podrecer), con régimen intransitivo, caben tanto podrecer -de ahí la marca gramatical “u. t. c. intr.”- como podrecerse -en este caso, indicado mediante la abreviatura “u. t. c. prnl.”-. De hecho, de acuerdo con Corominas y Pascual 1980-1991 (s. v. pudrir o podrir), durante toda la Edad Media podrecer es casi siempre intransitivo (no pronominal)34, lo que, en opinión de Corominas y Pascual, les sucede igualmente a podrir/pudrir35; en cambio, desde los clásicos -por ejemplo, en Cervantes- dicho régimen queda reservado para la acepción ‘estar muerto y sepultado’36.
Por tanto, en el Libro de agricultura se atestiguan restos del antiguo régimen de podrecer e, incluso, de podrir/pudrir:
24. Y si estiércol para estercolar las tierras no pueden aver (…), dize Crecentino que en el invierno echen paja de cualquier suerte (…), en lugares donde passa gente o en los corrales donde duermen o huella ganado, y allí se embolverá con el lodo y agua; álcenlo dende a III o IV días en montones y, en enxugándose bien, bótenlo en el campo o tierras que se han de estercolar (…). Y si es lugar donde ay helechos y yezgos y cegutas puédenlos echar a podrir, o cualquier otra cosa, como cardos, yerva (Alonso de Herrera 1539: fols. CXIIr-CXIIv).
25. Y los (melones) que han de llevar fuera córtenlos algo antes que estén maduros, que ellos maduran después perfetamente, con tal que no los calen con hierro, que los calados con hierro no maduran bien después y antes pudren que maduran (Alonso de Herrera 1539: fol. CXXVIIIr).
De hecho, ejemplos como el de 26 permiten situar la obra de Herrera en una etapa de transición del paso de un régimen verbal a otro, al convivir dentro del mismo pasaje el funcionamiento intransitivo-pronominal (normal en la actualidad) con el intransitivo-no pronominal (típico de la antigüedad):
26. Pues el repollo que vieren que está muy bien cerrado y duro, antes que comience a podrirse córtenle toda la parte de arriba como corona y crúzenle las hojas con un cuchillo, y assí no podrirá y echará los pimpollos o bretones de la simiente» (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIXr).
Realmente, en la lengua española es posible documentar también este último comportamiento sintáctico, si bien restringido diatópicamente: “En el español hablado en la zona noroccidental de España tienen variantes no pronominales algunos verbos que no las poseen en otras áreas” (ASALE 2009: 3110)37.
Esto es, en el español actual “unos pocos verbos intransitivos son o no pronominales en función de factores geográficos (enfermarse ~ enfermar)” (ASALE 2009: 46).
Por tanto, teniendo en cuenta las correspondientes cronologías de podrecer esbozadas, por un lado, y de podrir/pudrir, por otro, parece plausible plantear que del comportamiento preponderante -además de primigenio- intransitivo-no pronominal (Las lechugas podrecen/podren/pudren con el calor) surgiría el transitivo causativo38 (El calor podrece/podre/pudre las lechugas). De esta forma, en un primer momento, estos verbos pertenecerían a la categoría 3 (ASALE 2009: 3107)39, la cual acoge los verbos causativos idénticos en su forma a los intransitivos de cambio de estado, también llamados medios: podrecer/podrir/pudrir ~ hacer podrecer/podrir/pudrir40.
Si bien es posible nombrar una serie de verbos que todavía hoy mantienen dicha alternancia -entre ellos, madurar, del que seguidamente nos ocuparemos- ciertamente, resultan mucho más numerosos los inscritos bajo la clase 241: “El verbo causativo se diferencia morfológicamente del pronominal, puesto que no incorpora la forma se: secar ~ hacer secarse” (ASALE 2009: 3107). Así, probablemente, en una segunda fase, del uso transitivo causativo se pasaría al intransitivo y, ya sí, pronominal, el dominante en la actualidad (Las lechugas se pudren con el calor)42.
Al margen de la situación ciertamente compleja de podrecer/podrir/pudrir, de lo expuesto hasta ahora se deduce que, a propósito de los verbos de doble régimen, tras los pronominales alternantes, deben atenderse igualmente los que conjugan el uso intransitivo-no pronominal con el transitivo causativo, esto es, aquellos “verbos que actuando como intransitivos se usan asimismo como transitivos, pasando el sujeto a c. directo y añadiendo un actor o agente que haga de sujeto del verbo en uso transitivo” (Gómez Torrego 2009: 431). Por ejemplo, La fruta madura > El calor madura la fruta.
En efecto, madurar, justamente, constituye una muestra de esta segunda posibilidad sintáctico-semántica, ya que en él la alternancia “uso intransitivo-no pronominal / uso transitivo causativo” es la única posible, a diferencia de pudrir, donde, como hemos visto, entra también en juego la transitiva causativa / intransitiva-pronominal.
En cualquier caso, de los dos posibles funcionamientos de madurar, el preponderante en el Libro de agricultura es, sin duda, el intransitivo, lo que resulta lógico si tenemos en cuenta que seguramente de este deriva, con posterioridad, el transitivo causativo:
27. Si ponen las coles o repollos hazia mediodía házense más presto, mas si los ponen hazia el cierço o setentrión, aunque no crecen ni maduran tan aína, mas son mayores y de mejor sabor, que el frío y el yelo dan mucha gracia y sabor a cualquier linage o manera de verças y las enternece mucho (Alonso de Herrera 1539: fol. CXVIIIv).
28. Mas muy mejor es con tierra gruessa y muy estercolada con estiércol muy podrido, y házense bien en sombrías y maduran más (las lechugas) si el invierno es pluvioso (Alonso de Herrera 1539: fol CXXVr).
En los ejemplos 27 y 28 previos, madurar designa “llegar un fruto a su madurez o perfección”, de acuerdo con la definición ofrecida por Terreros (Terreros y Pando (1786-1793) 1987).
Ahora bien, de acuerdo con este lexicográfico, “madurar es también verbo activo, llevar a madurez, conducir a su perfección alguna cosa” (Terr.). En resumen, en su uso transitivo, el significado de madurar equivale a ‘hacer madurar’43, lo que subyace de forma patente en el siguiente fragmento del tratado herreriano:
29. Y algunos árboles que se riegan con agua tibia (que no escalde) maduran más presto su fruto, mas los tales árboles piérdense presto y el tal fruto no es de buen sabor, por no ser sazonado naturalmente (Alonso de Herrera 1539: fol. CXIv).
4. Conclusiones
Como se ha reivindicado en este trabajo, el Libro de agricultura constituye un hito sin precedentes para la historia del lenguaje geopónico al facilitar -con la aplicación, en la sociedad de su época, de los más destacados saberes acerca de las tierras y su cultivo procedentes de la tradición- una transición armónica entre la agricultura clásica y la moderna; y, además, sirviéndose para ello, como vehículo de comunicación, de la lengua española.
De lo afirmado se colige la importancia del vocabulario contenido en esta obra.
Plenamente convencidos de la conveniencia de conjugar los estudios lexicológicos con los métodos sintácticos -según han reivindicado, entre otros, Pascual Rodríguez y García Pérez (2007: 28-33, 63)-, se ha procedido a clasificar el corpus inicial, compuesto por 60 verbos hortenses herrerianos, en tres categorías, de acuerdo con sus respectivos comportamientos sintácticos: verbos transitivos, verbos intransitivos y verbos de doble régimen. En esta catalogación, aparte del auxilio proporcionado por los diversos diccionarios consultados, ha resultado determinante el detenido análisis efectuado del libro IV del texto de Herrera. Por consiguiente, el régimen establecido para cada uno de los 60 verbos considerados responde a su funcionamiento real, cotejado en el Libro de agricultura.
Nuestra principal aportación radica en el análisis sintáctico-semántico de 9 verbos hortenses documentados con régimen sintáctico doble: ahogar, curar, escaldar, madurar, podrecer, podrir, pudrir, quemar y secar. Así, debe destacarse, en primer lugar, que la mayoría pertenece a la clase de los llamados verbos pronominales alternantes, lo que concuerda con la preponderancia de esta tipología, frente a otras, entre las formas verbales con más de un comportamiento sintáctico (ASALE 2009: 3107). En efecto, 8 de los 9 verbos analizados se adscriben a esta modalidad, mientras que solo madurar es incapaz de combinarse con pronombres44.
En segundo lugar, concluimos igualmente que solo ahogar, madurar, quemar y secarse ‘perder su verdor o vigor una planta’ constituyen auténticos tecnicismos geopónicos45, mientras que curar, escaldar, podrecer, podrir, pudrir y secar ‘dejar sin agua o sin humedad’ no son voces exclusivas de la geoponía, como nuestro estudio ha podido confirmar, pese a que su presencia resulte altamente frecuente en contextos agrícolas.
En este sentido, frente a los verbos con régimen exclusivo (bien transitivo, bien intransitivo), en los que sí sobresale un alto nivel de especialización -pues, de los 51 que integran esta categoría sintáctica, hasta 46 son, con diferentes niveles de abstracción, según se muestra en Sánchez Orense (en prensa-b), tecnicismos geopónicos-, en los que admiten más de un comportamiento sintáctico se colige justamente lo contrario, esto es, su proximidad con la lengua general. Ahora bien, por lo que respecta a la técnica lexicográfica, ello no parece traducirse en una mayor explotación del recurso de la marcación diatécnica en el registro de aquellos verbos, los de mayor especialización, frente a estos segundos, más generales, ya que de los 46 tecnicismos geopónicos con régimen verbal exclusivo contabilizados, solo en 11 (9 transitivos y 2 intransitivos) pudieron localizarse, en al menos un diccionario, advertencias sobre sus restricciones diafásicas de uso (cfr. Sánchez Orense en prensa-b), lo que, ciertamente, no supone un conjunto especialmente significativo.