En estos tiempos en los que la eficiencia es la medida de todas las cosas, resulta un lujo leerse un buen libro y poderlo comentar. Por esta razón valoramos cada vez más el género de la reseña, injustamente tenido por tantos como menor. Vayan estas páginas, pues, en elogio de la reseña. Si hubiera muchas más, entiéndase que buenas y entiéndase que para leerse, sin duda los libros serían mucho mejores y muchos menos.
Entre el léxico y la sintaxis: la fase de los eventos se suma a esa línea de investigación que desde hace más de cuarenta años pivota acerca de la aspectualidad (Miguel, 1999: 2992-2993), fenómeno fundamental de la estructura oracional donde convergen cuestiones como las clases aspectuales, las combinaciones léxicas, la estructura argumental, la estructura léxico-conceptual y eventiva, la selección léxica y sintáctica, el sintagma aspectual, el cálculo aspectual...hasta el se llamado justamente aspectual.
En la sintaxis moderna, las combinaciones léxicas que constituyen las unidades sintácticas han solido verse desde arriba como el reflejo de estructuras superiores cuyos huecos son rellenados por las unidades inferiores. Frente a esta perspectiva sintactista, vertical, hace unas décadas ha surgido con fuerza un lexicalismo horizontal, según el cual “el léxico condiciona la sintaxis, de modo que el significado de las palabras permite que unas combinaciones sean posibles y no otras y, más aún, que en la lengua puedan establecerse combinaciones léxicas debido a la compatibilidad semántica entre los términos” (p. 61).
Este lexicalismo explica las combinaciones de las unidades léxicas por la armonía de unos rasgos proyectados a partir un predicado y ha relativizado el supuesto de que el reino de la sintaxis es el de la combinatoria libre (Bosque, 2004: LXXIX y LXXXIII-IV). El lexicalismo ha servido también para mostrar que las clases aspectuales léxicas no es un asunto tanto de verbos como de predicados.
El libro que reseñamos, significativamente titulado en su primera parte Entre el léxico y la sintaxis, es un ejemplo de atención a esta difusión de los rasgos en las combinaciones léxicas. M. Martínez-Atienza no es, precisamente, una recién llegada, ha transitado por esta vía gran parte de su trayectoria investigadora de la que es palabra clave la preposición entre en alguno de sus títulos. El muy reciente Martínez-Atienza de Dios (2022), abierto ahora a la pragmática, es un nuevo ejemplo de ello. Como bien ha señalado Fernández Martín (2021: 279), en una reseña anterior de este mismo libro, hay que saludar trabajos de lingüística interna como Entre el léxico y la sintaxis: la fase de los eventos, en estos tiempos de multidisplinariedad e interfaces con sistemas externos. Más abajo se volverá a esta cuestión.
La segunda parte del título, la fase de los eventos, es una referencia al supuesto de partida: “la distinción de fases en los eventos permite entender adecuadamente su funcionamiento” (p. IX). En efecto, esta propiedad de los eventos repercute en toda la oración a través de las combinaciones léxicas y sus restricciones (léxicas y sintácticas). El examen de las fases eventivas (o subeventos, porque también las fases tienen carácter eventivo) organiza el libro, pues los cuatro capítulos se ocupan de ellas y de problemas relacionados con ellas.
Las fases eventivas son observadas en cuatro problemas a los que dedica sendos capítulos: los predicados estativos relacionados con la cognición (saber, conocer, entender), las selecciones que impone la locución adverbial de sopetón, las perífrasis verbales ingresivas e incoativas (arrancar a + INFINITIVO / romper a + INFINITIVO) y las perífrasis verbales de final de fase o de discurso (acabar de / dejar de + INFINITIVO, acabar/terminar + GERUNDIO, acabar por/terminar por + INFINITIVO). Estos problemas generales, de gran interés teórico y claramente conectados, estructuran el libro de M. Martínez-Atienza, una de cuyas mayores virtudes es el cuidadoso y claro examen bibliográfico de aportaciones fundamentales, que ahorra al lector apresurado muchas y no siempre sencillas lecturas. Los mencionados cuatro capítulos los encuadran una presentación y una síntesis y conclusiones finales como completo y útil resumen.
El resultado es un texto muy claro y coherente, sobrio, sin concesiones retóricas, detrás del que late una voluntad austera de estilo, centrada en lo esencial y la legibilidad. “El estilo es el hombre” (Le style c'est l'homme) reza el famoso aforismo del conde de Buffon. Este es el caso de Entre el léxico y la sintaxis: la fase de los eventos. Terminamos estos preliminares con la indicación de la procedencia de los ejemplos manejados en el libro: el CORPES XXI. Esto le da al trabajo una buena base empírica y, junto a ella, la apertura a lo panhispánico, aspecto importante en lo que se refiere a la gramática del verbo español.
El primer capítulo (“Sobre los predicados de estado y la distinción de fases en los eventos”) es el más general. Su eje está en el primero de los verbos de la taxonomía de Z. Vendler: los estados, y en la idea de que existen estados dinámicos, contrariamente a la postura inicial que contemplaba unitariamente los estados. Martínez-Atienza traza un panorama bien elegido de los investigadores que han propuesto distinguir dos tipos de estados sobre una base temporal (permanentes/ transitorios) o aspectual (fasales/ no fasales) (Cunha, 2011).
El recorrido concluye con la postura de la autora, basada en la estructura subeventiva de Pustejovsky (1991), de que algunos verbos de estado (conocer, saber, entender) presentan un dinamismo que implica un cambio de fase. Este hecho es posible dada su estructura compleja con dos fases: una de ingreso en el estado y otra de estado final (p. 25).
El segundo capítulo (“La focalización de la fase inicial del evento con la locución adverbial de sopetón”) es, en cierta medida, continuación del capítulo primero. No se abandona el análisis de los estativos, concretamente, de los verbos cognitivos saber, conocer y entender (pp. 39-41) y se continúa con la combinación con adverbiales (adverbios y locuciones) con que concluía el primer capítulo. El punto de mira de este segundo capítulo está en las restricciones de tiempo, aspecto gramatical y léxico que ejerce la locución de sopetón. En concreto, impone la telicidad del inicio del predicado, durativo o no (p. 123), lo que permite concluir con que de sopetón es un predicado complejo que selecciona alguna propiedad de los otros signos con que se combina (cf.Bosque, 2004: CIII y CXXIX).
El concepto clave es en este capítulo segundo el de incoatividad. Tras la revisión bibliográfica, la incoatividad se asocia con el cambio de estado sin más (p. 35), a diferencia de la ingresividad, que añade a la incoatividad la "referencia a la focalización del inicio de un evento" (p. 35). Estas precisiones llevan a la autora a sostener que de sopetón interpreta incoativamente el evento (p. 37). Además, existe una relación entre la incoatividad y el aspecto aoristo, manifiesta en la tendencia de de sopetón a combinarse con el pretérito indefinido. Concluye el capítulo con los verbos (la autora habla potterianamente de lexías verbales) con los que más frecuentemente va la locución: entrar(se), encontrar(se), soltar, decir y preguntar. No por casualidad, todos ellos son télicos. Esta propiedad de los predicados que se combinan con de sopetón explica que los ejemplos más frecuentes sean con las formas de aspecto aoristo (sobre todo, el pretérito indefinido), no con las de aspecto flexivo imperfectivo o perfecto. Es una demostración de esa relación, en la que se insiste en todo el volumen, del aspecto léxico con los otros componentes de la aspectualidad, sobresalientemente, el aspecto flexivo.
Si el capítulo segundo se quedaba en la incoatividad, el tercer capítulo (“La focalización de la fase inicial del evento: perífrasis verbales ingresivas e incoativas”) avanza hacia la ya definida ingresividad con la descripción de cuatro perífrasis verbales ingresivas: empezar a +INFINITIVO, comenzar a + INFINITIVO, arrancar a + INFINITIVO y romper a + INFINITIVO. En ellas el cambio de estado se sitúa en la fase inicial del evento, de ahí su doble condición de perífrasis incoativas e ingresivas.
De las cuatro perífrasis, arrancar a + INFINITIVO y romper a + INFINITIVO presentan unas limitaciones que las sitúan en la periferia de las perífrasis (Fernández Martín, 2018: 20): no admiten el ascenso del clítico o su verbo principal no puede pasivizarse (p. 89) y son menos productivas, con un número limitado de verbos principales. Del mismo modo que empezar a +INFINITIVO y comenzar a + INFINITIVO, arrancar a + INFINITIVO y romper a + INFINITIVO exigen que el verbo principal sea durativo, pero no pueden combinarse con estados, lo que sí es posible con empezar a +INFINITIVO y comenzar a + INFINITIVO.
Ante estas limitaciones de arrancar a + INFINITIVO y romper a + INFINITIVO, Martínez-Atienza entra en la cuestión de si estos complejos verbales son estrictamente perifrásticos. Su respuesta es afirmativa apoyada en la gradualidad de la perifrasticidad. Aquí sigue a autores como Bertinetto, Gómez Torrego, Garachana… (p. 69)1. De esta última toma la interesante idea de que “la generalización de las perífrasis verbales como esquemas gramaticales productivos se produce mediante una extensión a través de piezas léxicas concretas” (Garachana, 2016: 136). En consecuencia, arrancar a + INFINITIVO y romper a + INFINITIVO representarían un estado anterior en el proceso constitutivo de las perífrasis verbales. Es muy verosímil, aunque, para cerrar la argumentación, se necesitan datos que muestren, al mismo tiempo, un incremento de los verbos principales con los que se combinan arrancar y romper (cf.Enghels y Vanhulle, 2018).
El cuarto y último capítulo (“La focalización de la fase final del evento: perífrasis verbales terminativas”) aborda unas nuevas perífrasis verbales, que comparten la nota de finalización (p. 96), unas de un evento y otras de un discurso (p. 127). En primer lugar, se examinan las perífrasis aspectuales acabar de + INFINITIVO (con su variante terminar de + INFINITIVO) y dejar de + INFINITIVO. En segundo lugar, el objeto de análisis son las perífrasis discursivas acabar/terminar + GERUNDIO y acabar/terminar por + INFINITIVO.
Acabar de + INFINITIVO y dejar de + INFINITIVO son sometidos a un análisis exhaustivo. El punto de partida es la ambigüedad de ambas. Acabar de + INFINITIVO “puede funcionar como perífrasis de eventualidad reciente o bien como perífrasis terminativa”, “solo en este segundo caso es una perífrasis verbal de fase” (p. 97). (1) sería un ejemplo de la eventualidad reciente y (2), de perífrasis terminativa:
1. Me acaba de decir que cuando nació su tercer hijo estaba lloviendo
2. Acabé de beberme el gin-tonic
Dejar de + INFINITIVO presenta igualmente dos interpretaciones posibles, como perífrasis de fase que indica ‘cese’, y como perífrasis de atenuación del evento con una función de lítote (p. 101):
Obviamente, estas lecturas están asociadas al tiempo del auxiliar. En lo que atañe al de Acabar de + INFINITIVO eventual, el auxiliar más frecuentemente va en presente e imperfecto de indicativo (p. 102). En el uso terminativo no hay restricciones, puede darse con cualquier forma verbal, aunque muestra preferencia hacia el pretérito indefinido y el pretérito perfecto compuesto (p. 103). Un aspecto clave en el análisis del comportamiento de ambas perífrasis se refiere a su relación con la negación, de la que se derivan diversos sentidos. La segunda parte del capítulo se centra en acabar/terminar + GERUNDIO y acabar/terminar por + INFINITIVO, a las que la autora ha dedicado diversos trabajos. La conclusión es clara: son perífrasis verbales discursivas que funcionan como ordenadores de cierre, dentro de los estructuradores de la información (p. 114).
Como todo buen libro Entre el léxico y la sintaxis: la fase de los eventos no vale solo por lo que está escrito en él, también por lo que sugiere y las preguntas que suscita, es decir, también por lo que no dice. Ese era el consejo de Ortega y Gasset: “siempre que enseñes, enseña a dudar de lo que enseñes” (“Prólogo para franceses”, La rebelión de las masas, 1937). A este respecto, el trabajo de Martínez-Atienza nos ha planteado algunas preguntas que enumeramos y comentamos brevemente.
La primera de ellas es global y tiene que ver con la demarcación de lo extralingüístico y lo lingüístico (cf.Bosque, 2004: XCVI-CII). Acorde con los presupuestos de la gramática formal (cf.Mendívil Giró, 2019), la autora encuentra en las combinaciones en el interior del sistema aspectual la causa de la gramaticalidad o agramaticalidad de los ejemplos. Sin embargo, algunos de estos son dudosos y su aceptación se hace depender del contexto (p.e.? En el momento en que pusimos la película el niño se estuvo callado, p. 24). Lo mismo, las interpretaciones de secuencias ambiguas también dependientes de contexto (Enrique no acaba de perdonar a Juan por su crítica hacia él de la semana pasada, pp. 106-107).
Aunque la autora se mueve claramente en el interior de la lengua y no mira afuera, ejemplos como estos sacan el análisis del sistema estricto y lo llevan al uso y con ello a preguntar por el peso de la pragmática en interpretaciones y adecuación de los ejemplos. Amenós Pons, otro gran especialista en el aspecto, reconoce que, en efecto, «las clases aspectuales son muy sensibles a la influencia de otras informaciones lingüísticas", pero también, "al conocimiento del mundo” (Amenós Pons, 2020: 171). Las coacciones que se dan en el seno de la aspectualidad es un campo privilegiado para ver cómo un determinado factor se impone a otro para solucionar un conflicto semántico y para comprobar cómo no puede olvidarse a la pragmática (Amenós Pons, 2020: 175).
La idea tradicional de que los estados son refractarios al modo imperativo (p. 5), queda desmentida por la presencia, según los análisis, en los estados dinámicos de los rasgos (+agente) y (+controlador) (pp. 5-7) (Estáte quieto, Conócete a ti mismo), pero hay más. Ser es el ejemplo prototípico de ausencia de estos rasgos (+agente) y (+controlador) y, consecuentemente, de estatividad (y permanencia), de ahí que sería de esperar la incompatibilidad absoluta con el modo imperativo.
Sin embargo, ahí están las admoniciones nietszcheanas Sé el que eres o Atrévete a ser2 o la ambigua duda de Hamlet en su traducción española ser o no ser, ¿ser es sustantivo o verbo? Si es lo último, cabría la interpretación como mandato. Los tres ejemplos, sobre todo, los dos primeros (Sé el que eres y Atrévete a ser), se explican por la coacción, con un efecto de sentido posible por la propia semántica del verbo ser (lo que nos devuelve a la distinción entre verbos de estado estáticos y dinámicos) y por factores pragmáticos. Estos genéricamente aluden al “entorno (textual y cognitivo)” y al modo en que se adapta la interpretación a “las representaciones mentales de los hablantes” (Amenós Pons, 2020: 175)3.
La segunda cuestión que nos ha surgido tiene que ver con el análisis en los dos primeros capítulos de saber y conocer como verbos estativos dinámicos. El análisis está justificado, también, que ambos verbos no siempre son sinónimos ni se comportan siempre igual (Ramírez, 2009: 131-145). Quizá la diferencia entre ambos pueda plantearse en términos de atelicidad/telicidad. Saber supone la conclusión de todo el proceso, mientras que conocer, solo su comienzo, acorde con su origen como verbo incoativo (Palancar, 2000: 343-344).
Es solo una pequeña intuición que tenemos, procedente no de la lingüística, sino de la reflexión del poeta Vicente Aleixandre en su última poesía. Aleixandre relacionó conocimiento y juventud, por tanto, con lo imperfectivo; y sabiduría, vejez y consumación (Carnero, 1981. Cf.Ramírez, 2009: 132, 137-141). Esta intuición que descansa en el análisis del significado fuera de contexto de ambos verbos no se contempla en el análisis de Martínez-Atienza (p. 40), quien propone para saber y conocer una estructura donde el estado en que se ingresa no está delimitado.
Concluimos la reseña con la última cuestión. El análisis de Martínez-Atienza en el capítulo 2 sobre las restricciones que impone la locución adverbial de sopetón al verbo con el que se combina es muy minucioso. Nuestra sugerencia sería completarlo analizando también el comportamiento de otras locuciones como de golpe (y porrazo), de repente, de buenas a primeras o de pronto con las que comparte de sopetón el rasgo de ‘de manera repentina’4.
Quizá pudiera formarse con todas ellas y su verbo una construcción. Quizá solo, porque para estar seguro de que es así hay que analizar estas locuciones con el mismo rigor que el aplicado por Martínez-Atienza con motivo de sopetón.