Justamente en la medida en que nos tornamos capaces de intervenir, capaces de cambiar el mundo, de transformarlo, de hacerlo más bello o más feo, nos tornamos seres éticos. La tarea fundamental de educadores y educadoras es vivir éticamente, practicar la ética diariamente. Paulo Freire (El grito manso)
En el pasado mes de mayo, falleció la profesora Marta Demarchi, integrante de una generación destacada de educadores uruguayos.
Quienes tuvimos la suerte de tenerla como docente la vamos a recordar siempre, reconociendo su importancia como figura puntal en la construcción de las políticas de enseñanza universitaria. Sabemos también que en la raíz de nuestra identidad como docentes están presentes sus enseñanzas, sus principios, su defensa de la educación pública en todos los niveles, manifestados en la enseñanza directa, en la autoría de artículos, integrando el cuerpo editorial de la revista Quehacer Educativo y el Grupo de Reflexión Educativa (GRE) junto a otras destacadas figuras de la educación nacional.
Marta se formó como maestra y como profesora de Filosofía y Ciencias de la Educación en un momento fermental del país. En su ejercicio profesional como docente, eligió caminos que la llevaron a la permanente mirada desde lo pedagógico y a inculcar la importancia de la formación docente. Desde sus comienzos tuvo militancia gremial activa, que mantuvo en distintos ámbitos, e integró órganos de cogobierno universitario.
En la Universidad de la República cumplió una intervención destacada en la Facultad de Humanidades y Ciencias (posteriormente, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación) y en la constitución de la Comisión Sectorial de Enseñanza (CSE).
En Humanidades, después del restablecimiento democrático, como profesora titular y como directora del Departamento de Ciencias de la Educación (luego Departamento de Historia y Filosofía de la Educación en el Área de Ciencias de la Educación). Aquí jugó un rol fundamental en la caracterización del área, en la resignificación de la Licenciatura en Ciencias de la Educación, creada en dictadura, y en la reformulación de su plan de estudios. En ese aspecto, también tuvo decisiva participación en la configuración institucional de la actual Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Después de jubilarse, reconociendo el valor de sus aportes, fue nombrada docente libre por el Consejo de la Facultad de Humanidades.
En la CSE, fue gestora de su creación como organismo asesor central encargado de las políticas de mejora de la enseñanza universitaria, volcando la labor del Grupo Central de Formación Docente, del que fue fundadora. Además presidió la CSE durante varios años, guiando la conformación de la Unidad Académica y promoviendo dos líneas características que continúan hasta el presente: los llamados a proyectos de innovación educativa y la creación y el fortalecimiento de unidades de apoyo a la enseñanza en los servicios universitarios. Llevó adelante esta ardua tarea fundacional disponiendo de muy pocos recursos humanos, pero con ideas claras y firmes, con la entereza y la generosidad que la caracterizaron. Sabiéndose referente, tuvo la humildad de ponerse en segundo plano, de acompañar con alegría el crecimiento académico de los demás.
Otro hito de la CSE donde quedará su referencia es el impulso a la creación de la Maestría en Enseñanza Universitaria, posgrado en el que colaboró tanto en la redacción del primer plan de estudios como en la dirección de tesistas, siempre dispuesta a dar un consejo, una sugerencia, a acercar el último libro sobre el tema, que ya había leído y tenía en su amplia biblioteca.
La recordaremos serena, siempre escuchando con atención, desafiando a dar un paso más en la reflexión sobre la formación y la práctica docentes.
Muchas gracias, Marta. Hasta siempre.