1. Introducción
Presentamos resultados de una investigación que indaga sobre las formas colectivas urbanas en zonas consolidadas de la ciudad de Montevideo, enmarcada en un programa interdisciplinario que integra la psicología social con la comunicación en el campo de los estudios culturales urbanos. Nos interesa adentrarnos en las formas que el pensamiento social asume en territorios barriales que surgen, específicamente, desde el segundo ensanche histórico de la ciudad de Montevideo, pues resultan de un momento fundacional de nuestra subjetividad, tan arraigada que muchas veces pasa inadvertida en sus cualidades constitutivas. Los resultados colocan a las bibliotecas populares en un lugar protagónico, portadoras de un imaginario letrado que promueve procesos autonómicos y críticos en la construcción de ciudadanía. Esto resulta especialmente relevante al considerarlo en relación a los desarrollos de una psicología social latinoamericana que se alimenta de las prácticas literarias:
La psicología social latinoamericana (…) viene del mismo lugar y la misma época que el boom literario latinoamericano, ése de Carpentier y Cortázar y Rulfo, que permite imaginar que al temperamento latinoamericano que quiera hacer una psicología social propia, no se le da tanto la literatura de revista de investigación indexada a menudo bastante iletrada, y que, a la mejor, para hacer una psicología social, no norteamericana ni europea, se podría intentar que fuera más literaria, ensayística y narrativa, que sería por supuesto una manera de hacer teoría de otro modo: no una psicología social de ciencia natural ni de ciencia social, sino una letrística, letrada, de humanidades. Esto suena a oponerse a lo que viene del norte desde la raíz, o desde sus propias raíces. Mientras que la psicología social europea comenzó siendo filosófica, y la norteamericana comenzó siendo científica, la psicología social latinoamericana comenzó, desde principios del siglo XX, siendo literaria: novelas y ensayos (Fernández Christlieb, 2019, p. 15).
Es así que, al trabajar desde los estudios culturales urbanos, nos interesamos por la dimensión estética del habitar colectivo, planteando un estudio cualitativo, de base empírica y corte etnográfico, que integra en el campo del habitar la estética social en cuanto mediaciones constitutivas de procesos subjetivos. Se enmarca en un contexto específico de exploración que implica zonas consolidadas de la ciudad de Montevideo, donde realizamos una serie de exploraciones de corte etnográfico, multisituadas, atendiendo a las narrativas e imaginarios que operan en la vida cotidiana, haciendo foco en algunas situaciones sociales urbanas. Valoramos el carácter procesual del conocimiento, integrando la dimensión histórica, contemplando el carácter relativo-contextual de producción (Ibañez, 2003).
En este artículo ahondamos en el análisis de dos bibliotecas populares que implican formas colectivas asociadas por intereses literarios, ideológicos y de participación social, promoviendo la apropiación crítica de la cultura. Comenzamos presentando las bases del proceso de investigación llevado adelante para dar lugar a los principales resultados referidos a las bibliotecas populares. En esta línea realizamos un abordaje histórico de las bibliotecas en América Latina y especialmente con relación a las bibliotecas populares en Uruguay, atendiendo los sentidos y significados asociados a estos espacios. Luego presentamos las dos bibliotecas populares con las que trabajamos, involucrándonos en su cotidianeidad, abordando la memoria colectiva de estos espacios y sus desafíos actuales. Los resultados que aquí presentamos anudan prácticas literarias e imaginarios colectivos a formas subjetivas constitutivas del Montevideo contemporáneo. Aportan a la comprensión de los procesos de construcción de ciudadanía que impulsan la integración en tramas locales, en un contexto globalizado de fragmentación social.
2. Investigando formas colectivas urbanas
2.1 Supuestos de partida
La ciudad es una expresión de las relaciones sociales y viceversa, lo social se expresa en las formas de construcción de ciudad (Fernández Christlieb, 1991). La región urbana de Montevideo ha venido creciendo sustancialmente, sin embargo, este crecimiento no se acompaña con un aumento de la población (Martínez Guarino, 2007; Martínez, 2012). Por ello, la disgregación territorial (Álvarez Pedrosian, 2014a ) es un fenómeno que da cuenta de procesos que caracterizan nuestra urbanidad actual, involucrando la producción de sentidos y prácticas concretas que integran aspectos culturales e identitarios. Este proceso constante de expansión territorial de la ciudad de Montevideo se acompaña de procesos de vaciamiento y abandono de las zonas históricamente más consolidadas, de hecho, el porcentaje mayor de casas en desuso o abandonadas se encuentra en barrios constitutivos del Montevideo histórico (Pérez & Soldo, 2013). Nos interesamos particularmente por los barrios creados a partir del segundo ensanche de la ciudad de Montevideo, los territorios comprendidos por el trazado de 1878 por el actual Bulevar Artigas, la que fue llamada Ciudad Novísima por los sectores técnicos de la planificación urbana, que integra barrios considerados emblemáticos en el conjunto de la ciudad que llamamos consolidada (Álvarez Pedrosian, 2015). El segundo ensanche de la ciudad de Montevideo se produjo por el aumento de población durante las últimas décadas del siglo XIX, generado principalmente por la inmigración trasatlántica que cuadruplicó la población. Este crecimiento sentó las bases de la identidad capitalina, signada principalmente por contingentes de italianos y españoles obreros que buscaban oportunidades en el Nuevo Mundo. A su vez, las relaciones con los procesos migratorios instalan modalidades vinculares propias, así como sentidos y prácticas aún vigentes en las construcciones identitarias (Boggio, 2008). Actualmente, esta zona expresa procesos urbanos diversos, que van desde el abandono a la gentrificación, incidiendo en las formas de habitar y sus expresiones colectivas. Tanto por sus características históricas como por las actuales, así como por su proximidad al centro y sus características poblacionales, esta zona resulta relevante para nuestro estudio, en especial por tratarse de una zona consolidada de la ciudad y por su carácter integrador de la urbanidad montevideana, tanto en sus dimensiones materiales como simbólicas.
3. Objetivos
Nos propusimos estudiar el habitar colectivo urbano en zonas consolidadas de la ciudad de Montevideo. Específicamente nos interesa: explorar y analizar la dimensión estética en el habitar urbano y su vinculación con desarrollos teóricos en psicología social y ambiental; describir sentidos y prácticas del habitar en zonas consolidadas de la ciudad de Montevideo con relación a sus construcciones identitarias, y explorar la dimensión de lo colectivo en las formas y sentidos que adopta en la vida cotidiana de las zonas consolidadas de la ciudad de Montevideo.
Es así que nos preguntamos sobre la dimensión estética en el estudio del habitar colectivo: ¿qué forma adopta el habitar colectivo en zonas consolidadas de la ciudad de Montevideo? ¿Cómo se relacionan las formas del habitar con las identidades sociales? ¿Cuáles prácticas cotidianas se consideran colectivas en las formas de habitar la ciudad? ¿Cómo se definen y qué sentido adoptan estas prácticas para los habitantes?
4. Orientaciones teórico- -metodológicas
Desde una práctica investigativa que considera lo sensible y las narraciones para construir conocimiento a través de cartografías e itinerarios, resulta especialmente interesante problematizar la mirada cenital en el desarrollo de las urbes, similar a la que se genera desde los mapas tradicionales. Pensamos que esta perspectiva constituye una mirada que es intrínseca al posicionamiento monocular del saber y el poder, característicos de los sistemas modernos capitalistas, centrados en una racionalidad única y totalitaria. Para salirnos de una propuesta dicotómica, consideramos la convivencia dialógica tanto de estructuras determinantes como de expresiones singulares, más allá de racionalidades únicas, y para ello priorizamos las prácticas estéticas (Mandoki, 2006) y tomamos la noción de imaginario radical (Castoriadis, 1989), en la propuesta de recuperar la imaginación, la afectividad y lo sensible en el proceso de investigación.
En América Latina, las estéticas coloniales, propias del eurocentrismo, han instalado un tipo de ideal de belleza moderna, de herencia grecorromana, basada en la bipolaridad. La conciencia de esta imposición ha impulsado la propuesta de espacios críticos, tendientes a la descolonización (Dussel, 2018; De Souza Santos, 2018; Rolnik, 2019). Esto se vincula también con las nuevas epistemologías feministas que están nutriendo el campo social actual, desde una postura crítica de la ciencia (Calquín & González, 2018) y considerando el género como un factor sustancial en el análisis de los procesos colectivos, los comunes y la vida comunitaria (Federici, 2013; Lee Teles, 2021).
El estudio se enmarca en un contexto específico de exploración de las formas de habitar en las zonas consolidadas de la ciudad de Montevideo, donde realizaremos una serie de exploraciones de corte etnográfico, multisituadas, atendiendo a las narrativas e imaginarios que operan en la vida cotidiana, haciendo foco en algunas situaciones sociales urbanas. El método etnográfico sienta las bases de los estudios cualitativos, privilegiando la fenomenología y la hermenéutica en la producción de conocimiento con un carácter principalmente inductivo (Velasco & Díaz de Rada, 1997). El extrañamiento, en cuanto inmersión y distanciamiento simultáneos, constituye un elemento clave en el proceso de trabajo etnográfico que implica tanto el campo como la mesa en espacios-tiempos diferenciados e imbricados (Álvarez Pedrosian, 2011). La reflexividad propia de este método, junto con los aportes del socioconstruccionismo en una psicología social critica y la perspectiva crítica feminista, constituye una síntesis necesaria en nuestra tarea investigativa (Guber, 2001; Garay, Iniguez & Martínez, 2001) y especialmente acorde para los fenómenos urbanos (Estalella, 2015; Cruces Villalobos, 2007). En este marco metodológico realizamos lo que se define como observación participante y entrevistas en profundidad con actores sociales en distintos espacios de la ciudad consolidada. Asimismo, llevamos adelante un sostenido relevamiento documental que acompañó los relatos generados en el proceso de investigación.
Integramos la cartografía como herramienta de investigación generando trazos que se construyen en coordenadas de tiempo y espacio. En esta integración el movimiento es sustancial, ya que permite producir conocimiento a partir de procesos y no de estructuras estables o regulares. La elección de las prácticas cartográficas refiere a su cualidad para acompañar procesos (Passos, Kastrup & Escossia, 2009).
Las construcciones narrativas se configuran como un acto creativo que se ancla a estructuras míticas, y su enunciación conforma un acontecimiento. Las formas que adquiere el archivo etnográfico, sus estructuras, pueden ser muy variadas; desde nuestra experiencia, hemos valorado las producciones de diversos actores involucrados en situaciones sociales urbanas, ya sean agentes comunitarios, gestores políticos, usuarios, transeúntes o investigadores, que han generado múltiples materiales que van desde narraciones verbales, producciones audiovisuales, poesía, dibujos e imágenes varias, noticias, al diseño de espacios colectivos, redes y tecnologías. En este sentido, el archivo se torna un agente activo en la producción de conocimiento, dando lugar a formas alternativas e innovadoras de validación (Hess, 2007), y «añade un giro performativo al argüir que el archivo tanto produce como registra los eventos» (Estalella, 2014, p. 14).
Al integrar un enfoque participativo en el sustento mismo de la investigación, los saberes habitantes (Álvarez Pedrosian, 2018) construyen las narrativas que nos interesan. No se trata de la búsqueda de un relato único y coherente, sino de la composición afectiva desde la experiencia (Dewey, 2008), que prioriza el registro estético en cuanto agenciamientos colectivos (Mandoki, 2006).
En primer lugar, identificamos singulares niveles de organizaciones y situaciones colectivas en el habitar, a partir de experiencias que se nos presentaron desde distintas miradas. Realizamos relevamiento documental de antecedentes y observaciones en la identificación de espacios colectivos en la ciudad. Esta tarea implicó la generación de documentos de trabajo y cartografías que sistematizan las características del territorio estudiado e identifican primeras categorías de análisis. A partir de ello, se discriminaron áreas diferenciadas dentro de la macrozona en función de características primordiales de uso del espacio: residencial, comercial, industrial y formas híbridas. Para ello se tomaron estudios estadísticos y urbanísticos actuales e históricos, se realizaron recorridas de observación, análisis de prensa, documentos y archivos fotográficos. También, a partir de una primera categorización teórica y documental, se definieron categorías en función de tipos de espacios colectivos, como ser colectivos nucleados en base a una definición espacial-territorial como asociaciones barriales, colectivos nucleados en base a fines específicos y colectivos convocados por características singulares, con diferente grado de formalidad. A partir de esto, se realizaron observaciones participantes en espacios colectivos donde se valoraron formas colectivas singulares, se realizaron entrevistas individuales y colectivas a referentes de cada espacio. Como rasgo distintivo y criterio de inclusión en la investigación consideramos que los espacios de exploración se distinguieran por expresar claramente procesos de transformación. De este modo, llegamos a dos bibliotecas populares que comparten una misma trama histórica y estructura organizativa desde expresiones y sentidos diferenciados. Participamos en ambos espacios regularmente durante un período de tiempo aproximado de tres meses en cada uno. Estas bibliotecas populares emergen como espacios portadores de emblemas culturales que definieron una forma de participación en el Montevideo contemporáneo.
5. Resultados: las bibliotecas populares como espacios colectivos
En este artículo nos centraremos en el análisis de dos bibliotecas populares que ya cumplieron más de veinticinco años en barrios emblemáticos capitalinos. Sus signos característicos refieren a la participación social, desde colectivos de base barrial, con un fuerte compromiso social y son llevadas adelante principalmente por mujeres vinculadas al ambiente educativo, literario y cultural.
Nos sumergimos en la Biblioteca Popular Juan José Morosoli, situada en la emblemática plaza Parque Líber Seregni ―en los límites del Cordón y Tres Cruces― y en la biblioteca popular El Cántaro Fresco, en el barrio Larrañaga, que lleva por nombre una de las emblemáticas obras de Juana de Ibarbourou. Las dos bibliotecas surgen de dinámicas de participación de base barrial, a partir de colectivos nucleados por problemáticas específicas del territorio, durante el período de la apertura democrática posterior a la última dictadura cívico-militar (1973-1984). Se trata de una etapa de profunda crisis, experimentada con especial énfasis en sectores vinculados a los campos de la educación, la literatura y el arte, fuertemente ideologizados. La llegada de las políticas de izquierdas al gobierno municipal propició nuevas formas de participación, impulsando iniciativas colectivas basadas en la solidaridad y en vínculos estrechos, a partir de las territorialidades barriales y las organizaciones de base. En este devenir, se destaca el papel de las bibliotecas populares tendiendo puentes de integración cultural, de difusión de diversas corrientes de pensamiento, con su carácter político y emancipatorio, vinculado a la lectoescritura (Szafran, 2016). Asociadas, entonces, a una política cultural promotora de lo local, las bibliotecas populares configuran espacios de democratización en medio de la vida cotidiana, a partir de la apropiación crítica de la cultura y, desde allí, la producción de ciudadanía.
En las entrevistas realizadas a diversas protagonistas relativas a la historia del colectivo no encontramos tránsitos errantes entre localidades o zonas de la ciudad, sus narraciones se centran en la construcción y cuidado de incipientes territorios barriales. Estos espacios resultaron ser tierra fértil para la generación e implementación de proyectos colectivos. Luego de la etapa de promoción de la descentralización de la gestión política de la ciudad, y fruto de las grandes transformaciones de las últimas décadas en términos tecnológicos y comunicacionales, estos colectivos se enfrentan a desafíos importantes, cuestión que abordamos conjuntamente con la intención de colaborar desde la producción de conocimiento en el marco de nuestra investigación.
La coyuntura de la pandemia por covid-19 nos exigió buscar alternativas y plegarnos al uso de redes sociales y plataformas digitales, lo que nos permitió incluir la temática de los efectos de la pandemia en la ciudad y las formas de habitar de manera más amplia, en especial en el contexto latinoamericano. Ciertamente, si la migración de los archivos tradicionales al mundo digital ya era una cuestión de gran interés, junto con la expansión de una cibercultura y sus implicancias para la producción de sentidos y el ejercicio de la política (Lévy, 2004), este contexto de pandemia exigió mucho más, al tiempo que se planteó como una oportunidad para sostener y revitalizar las acciones de estos colectivos.
Para analizar el presente, la proyección a futuro debe dialogar con el pasado, en un trabajo sobre la memoria, desde las narraciones construidas y sus marcos interpretativos (Mendoza García, 2004), considerando cómo las experiencias subjetivas son parte de entramados sociales más amplios (Calveiro, 2006). A su vez, nos interesó especialmente colaborar en la construcción de un relato que integrara la perspectiva de género en estos espacios de participación, entendiendo la potencia y las complejidades implícitas en los silencios y ocultamientos que históricamente lo han determinado (Troncoso Pérez & Piper Shafir, 2015). Estas narrativas pueden materializarse en diversos formatos, en registros escritos, orales y audiovisuales, los cuales agencian diversas formas comunitarias de experiencias, sentidos y tramas colectivas.
6. Discusión: las bibliotecas populares en Uruguay
6.1 Retomando sentidos históricos
Las bibliotecas en América Latina surgen desde una matriz colonial, formándose inicialmente en base a colecciones acotadas a modelos sociales, culturales e ideológicos propios de Occidente. En su devenir, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, las élites intelectuales latinoamericanas paulatinamente fueron accediendo a un rol protagónico en el Estado e impulsaron desde allí proyectos de educación popular, en la línea de avanzar en la alfabetización y sostener estos procesos en base a bibliotecas escolares, municipales, barriales y populares. En esos momentos, la acumulación de libros se asociaba al prestigio, con base en el concepto de capital simbólico, y se convierte en un indicador de estatus y de poder político. Posteriormente, esto se traslada a los movimientos y grupos subalternos, que incorporan estas lógicas de adquisición de capital simbólico en la búsqueda de la consolidación de sus agendas. Así, diversos gremios obreros y sociedades de ayuda mutua formaron pequeñas y medianas bibliotecas que sirvieron para cohesionar cultural e ideológicamente el movimiento obrero. En esta línea, el estudio del devenir de las bibliotecas nos instruye sobre las prácticas imperiales y los movimientos emergentes relacionados, comprendiendo así cómo han operado en la construcción de ciudadanía (Aguirre & Salvatore, 2018).
En Uruguay, Szafran (2002) ha identificado tres etapas en el desarrollo de las bibliotecas populares. Una primera está asociada a la figura de José Pedro Varela, precursor y referente de la laicidad, la gratuidad y la obligatoriedad de la educación pública primaria en el Estado. Dentro de su concepción, se colocaba a las bibliotecas populares junto a las escuelas, como herramientas principales para forjar la educación universal, en una propuesta que garantizara el acceso a libros en «todos los vecindarios, por pobres y reducidos que sean» (Varela, 1874, p. 205). Varela va a defender las bibliotecas populares por una de las características que aún en la actualidad es valorada como de suma importancia: el préstamo a domicilio.
Se han calificado con justo motivo de Bibliotecas-Panteón esas grandes bibliotecas nacionales, cuyos libros no pueden leerse, sino yendo a la misma biblioteca y aún precisamente, en aquellas horas del día generalmente dedicadas al trabajo, y en las que pocas personas pueden dedicarse a leer, está pues, en que el suscriptor tenga el libro como si fuese suyo, y lo lleve a su casa para leerlo en la hora y en el tiempo en que más le convenga o en que pueda hacerlo (Varela, 1874, pp. 203-204).
La siguiente etapa definida en este esquema refiere al Ciclo Ateneísta (Szafran, 2002), entre 1882 y 1912, centrado específicamente en el Ateneo de Montevideo. Este había surgido a partir de un modelo liberal de formación nacional, en la unión de varias sociedades científico-literarias que ya operaban en la ciudad, entre ellas la de Amigos de la Educación Popular y la Universitaria. Estas asociaciones jugaron un rol relevante en el sostenimiento y desarrollo de la educación superior durante la dictadura de Latorre (1876-1879), cuando fue suprimida la enseñanza media pública, quedando reducida a los emprendimientos privados. En este contexto entonces, se organizaron numerosos cursos de niveles medio y superior, en letras y en ciencias, en los que fueron docentes quienes a la postre se convertirían en grandes figuras del panteón del imaginario nacional uruguayo (Trigo, 2000): «En sus salones congréguese entonces todo cuanto la ciudad contaba de más ilustre y gentilicio (…) se trataron los más palpitantes problemas de la filosofía y la literatura contemporánea» (Zum Felde, 1930, p. 213). Se dieron arduas discusiones en las que se polemizaba sobre el rol de la religión católica en la sociedad y los ideales del racionalismo progresista, plasmadas en los Anales publicados por el Ateneo y en los diversos periódicos aparecidos por entonces, como La Razón o El Bien Público. Este período, por su impulso, representó un momento significativo para la consolidación de espacios colectivos de producción cultural, incrementando el acceso a libros de las más variadas fuentes y tipos editoriales, incluyendo los de bajo costo, que comenzaron a circular en mayor número. Sin embargo, también se limitó más que nada a una elite ilustrada, correspondiente con la nueva burguesía local (Szafran, 2002). Se trata de un proceso de gran incidencia en el desarrollo local, indispensable para comprender los vínculos de retroalimentación entre cultura y ciudad (Arêas Peixoto & Gorelik, 2016). Los periódicos, las conversaciones en los cafés o en los clubes políticos, los cines consolidan la urbanidad latinoamericana (Romero, 2001). Son los años inmediatamente posteriores al proyecto y aprobación de la serie de decretos que dan forma a la Ciudad Novísima (Carmona & Gómez, 2002, pp. 29-31).
Un tercer período identificado alude a los primeros centros obreros (Espinosa, 1968). En sus órbitas se abrieron pequeñas bibliotecas populares que contenían principalmente obras de autores revolucionarios, generando espacios de producción propia con la edición de periódicos. No es fácil separar las bibliotecas en categorías excluyentes como «popular», «obrera» o «sindical», al estar íntimamente vinculadas a «ateneos» y otros espacios de socialización y formación (Porrini, 2016). Los destinatarios de estas pequeñas bibliotecas eras los afiliados, quienes generalmente contaban con muy poca escolarización, alcanzando como máximo la enseñanza primaria, pero con una fuerte iniciativa e intereses firmes que los llevaron a un rol protagónico en la cultura montevideana de entonces. Posteriormente, se identifica un período de crisis para las bibliotecas populares, marcado en especial por la pérdida de autonomía, al ser absorbidas por otras instituciones, principalmente del sistema educativo formal (Szafran, 2002).
Estos espacios de socialización tan significativos para las formas del habitar urbano, desde la creación cultural y las prácticas educativas sostenidas por colectivos organizados, se posicionan como protagonistas de las transformaciones experimentadas en las últimas décadas. En particular, como planteamos más arriba, constituyen ámbitos protagónicos con relación a la reapertura democrática en la salida de la última dictadura cívico-militar desde 1984, y como agentes de descentralización municipal en la nueva gobernanza que se ha querido implementar a partir de la última década del siglo pasado. Para los fines de esta investigación, resultó muy importante poder conocer desde dentro la dinámica de funcionamiento de algunas bibliotecas de esta red compleja de entidades de variada índole y alcanzar a plantear actividades colaborativas de coproducción y búsqueda de alternativas frente a los desafíos contemporáneos.
6.2 Sentidos actuales de las bibliotecas populares
Nos adentramos en las tareas cotidianas de estas bibliotecas, realizando también entrevistas colectivas y generando espacios de encuentro. Quienes llevan adelante estos espacios son mujeres y pertenecen a una generación para la cual el pensamiento crítico estuvo en auge durante su juventud en las décadas de 1960 y 1970. Muchas fueron partícipes de los movimientos revolucionarios que implicaron proyectos sociales de democratización. Podemos rastrear una suerte de transformación y renovación de la idea de «ciudad letrada» (Rama, 1998), fundante de la matriz urbana y vigente a través de los cambios paradigmáticos que se fueron suscitando a lo largo del siglo pasado y comienzos de este. Desde la presencia en las aulas de la considerada alta literatura al fenómeno del grafiti, el papel de las letras es crucial: «la escritura construyó las raíces, diseñó la identificación nacional, enmarcó a la sociedad en un proyecto» (Rama, 1998, p. 97). A su vez, las construcciones literarias narran devenires subjetivos de territorios cargados de sentidos colectivos (Blanco Latierro, Giudicelli & Irazoqui, 2019).
Tanto El Cántaro Fresco como la Juan José Morosoli comenzaron como proyectos colectivos inspirados y orientados por estas «matrices de pensamiento popular» (Argumedo, 1993). En el primero de los casos, cuenta con un local otorgado por la municipalidad en la Plaza Altamirano, junto a un complejo de instalaciones que era una antiguo mercado municipal y que ahora incluye una policlínica de salud y el salón de la Comisión Fomento del barrio Larrañaga, y en una de las calles laterales funciona la feria vecinal de la zona semanalmente. El llamado barrio Larrañaga, donde se encuentra la biblioteca, se define como un intersticio triangular entre dos ensanches históricos: entre el segundo y el tercero, el último en definirse en términos urbanísticos. El sector norte del barrio Larrañaga es especialmente relevante por el proceso de transformación en el que se encuentra inmerso, donde incluso se está procurando construir una nueva identidad: la de barrio Cervantino, asociada a una política cultural nacida desde la red de colectivos involucrados en su histórica biblioteca popular e inspirándose en una figura literaria presente en la denominación de sus calles (Quijote, Dulcinea, Galatea, Sancho Panza). En su formulación se articularon estos colectivos junto con autoridades municipales y agencias internacionales de promoción de la cultura y la ciudadanía entorno a la figura de Cervantes, cuando, en 2015, Montevideo se integra a la Red de Ciudades Cervantinas, junto a otras ciudades regionales e internacionales (Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, s/f).
La biblioteca que allí se emplaza surge en 1991, como decíamos, en el marco de las políticas de descentralización que comenzara a implementarse en Montevideo con el primer gobierno departamental de izquierda. Como antecedentes, el colectivo que la gestiona ubica sus orígenes entre las décadas de 1970 y 1980, en asociación, como hemos visto, a la conformación de comisiones vecinales con miras a la resolución de problemas compartidos en los duros momentos de implementación de las políticas neoliberales, durante y luego de la última dictadura cívico-militar. La biblioteca popular El Cántaro Fresco surge de la unión de varias de estas comisiones, integrando en un mismo espacio varias referentes de barrios linderos.
En el proceso de descentralización municipal, la figura de los centros comunales zonales, primero, y de los municipios, después, fueron implicando a la entidad colectiva en diversos asuntos territoriales, ampliando sus marcos de actuación, no sin dificultades, con los desafíos propios de un proceso institucional que procura promover las relaciones de horizontalidad (Veneciano Esperón, 2005). Se generan ciertos malestares y nuevas necesidades a ser resueltas, en un reposicionamiento que conlleva transformaciones en la identidad colectiva, la resignificación de los fines, las tareas específicas, las formas de participación y el horizonte de referencia. Para las integrantes del colectivo, esta experiencia de descentralización del poder municipal implicó toda una revolución social y cultural. Recuerdan que durante la primera década del milenio estuvieron integradas a redes programáticas a través de las cuales eran convocadas para realizar diversas actividades a escala barrial, participando, por ejemplo, en talleres de formación comunitaria y generando otras instancias formativas. Consideran que actualmente no son convocadas de la misma manera, así como no logran convocar a su vez a usuarios de la biblioteca como entonces lo hacían. La narración de este proceso queda cargada de cierta nostalgia, con relación a una etapa en la que la biblioteca popular tuvo un rol protagónico en el territorio, sosteniendo una participación importante y una alta demanda.
Montevideo, 5 de julio de 1999 Sr. Intendente Arq. Mariano Arana De nuestra mayor consideración: Por la presente deseamos recordarle la historia y cómo fue el funcionamiento de la Biblioteca Barrial “El Cántaro Fresco” de sus inicios. La Biblioteca tiene su origen en 1990, siendo uno de los primeros proyectos que emprendimos vecinos y CCZ en conjunto. En aquél momento coincidimos vecinos de más de una Comisión Barrial (Mercado Modelo, Congreso de Tres Cruces, Blanqueada Sur, Paysandú, etc.) y CCZ en el entusiasmo y objetivo de brindar y disfrutar de un nuevo servicio al barrio. La Biblioteca funcionó desde marzo del 91 (la inauguración formal fue el 26 de mayo) de lunes a viernes de 15 a 18 hs., siendo atendida por dos vecinas cada día, en el local del CCZ 4. Algunas vecinas de este grupo somos de la zona del CCZ 6 puesto que cuando se cambiaron los límites en el año 93 quedamos fuera de la zona 4. Sin embargo, sentimos que la Biblioteca es un servicio que trasciende esos límites municipales puesto que el barrio sigue siendo el mismo y el proyecto surgió cuando la realidad zonal era otra. En diciembre del 94 se formalizó la cogestión entre la IMM y el grupo de Biblioteca representado por el Concejo Vecinal a través de la firma de un convenio (ver anexo). A principios de 1995 en la elaboración del plan quinquenal el grupo de Biblioteca solicitó el local del Mercadito Municipal Larrañaga Bosch para trasladar el servicio. Esta nueva ubicación le daba la posibilidad de estar en un lugar más visible para la comunidad, así como tener más espacio para desarrollar actividades de extensión cultural. Fue así que la IMM dio respuesta a esta solicitud y hoy contamos con este local. El tiempo trascurrido, entre el cierre de la Biblioteca en el CCZ 4 (por la refacción del local del CCZ 4 en noviembre de 1997) y el acondicionamiento del nuevo local de Mercadito, resultó ser mucho mayor al esperado: de dos meses se prolongó a un año y medio, tiempo que la misma no tuve lugar donde funcionar. Esto desgastó y fracturó el entusiasmo del grupo, por lo que actualmente el grupo de Biblioteca se redujo a cinco vecinas. Por este motivo se trata de re-fundar la Biblioteca, por lo que necesitamos más que nunca el apoyo de la IMM en los siguientes aspectos imprescindibles: Limpieza y mantenimiento del local de la Biblioteca (prioridad) Apoyo técnico de Bibliotecóloga Dos estufas eléctricas Queremos destacar el cálido apoyo y compromiso del Equipo Social del CCZ 4 con nuestra gestión. Esperamos la misma respuesta de parte suya. Afectuosamente, por el Grupo de Biblioteca “El Cántaro Fresco” (Transcripción de misiva enviada al entonces Intendente de Montevideo).
Actualmente, la biblioteca opera como un espacio abierto al público, el cual recibe todo tipo de consultas, pedidos, recomendaciones y comentarios de variada índole, constituyéndose en un verdadero nodo de comunicación comunitaria, tanto por la información que allí fluye como por el tipo de afecto con que es investida. A la biblioteca asisten lectores y referentes comunitarios, muchos vinculados a la comisión vecinal que funciona en el local contiguo y que opera en forma directamente coordinada con ella. La cuestión de la participación y la situación actual de la biblioteca, y en un futuro próximo, son temas de gran preocupación. El colectivo de vecinas que gestionan la biblioteca nos plantea que es difícil lograr el compromiso voluntario que entiende necesario para sostener las tareas. Mucho de ese tiempo y energía puestos por ellas es posible gracias a que se encuentran jubiladas, según dicen, aunque también les implica una serie de dificultades para cumplir con los compromisos asumidos, ya sea por el cuidado de sus nietos u otras responsabilidades familiares como por cuestiones de salud particular. Más allá de ello, consideran que mantener este espacio colectivo sigue siendo muy importante para ellas mismas y para la red vecinal generada, en cuanto territorio de afectividades, reciprocidades y trama de cuidados (Sluzki, 1995), bases del habitar (Álvarez Pedrosian & Blanco Latierro, 2013). En ese espacio se encuentran, reconocen, escuchan; se sostienen emocionalmente desde el compartir experiencias, signadas por la educación y la cultura literaria, puestas al mayor alcance posible de los públicos más amplios. También se intercambian alimentos ―muchos de elaboración casera―, especialmente cargados de cariño, y se entablan diálogos sobre la vida personal de cada una.
Si bien la biblioteca y la Comisión Fomento del barrio Larrañaga son órganos distintos, la retroalimentación es central. El proyecto urbano de transformación identitaria asociado a un «barrio cervantino» emprendido por esta última, se sostiene en el universo cultural de las letras, procurando generar algo así como un «barrio temático» inspirado en la figura más sobresaliente de nuestra lengua:
C.: En un congreso cervantino internacional, que se hace cada tantos años, se resolvió declarar a Montevideo «Ciudad Cervantina». Es muy especial el nombramiento: se estudian cosas, y se resuelve a partir de ahí. ¿Qué se evaluó? Primero, que el Quijote está en el imaginario de todos los uruguayos. Todo el mundo sabe quién es el Quijote y Sancho Panza. Parece que en todo el mundo no es así, que no se estudia… Después, que existe la biblioteca cervantina más grande del mundo. Un hombre cualquiera, un empleado de banco, que era fanático y empezó a comprar libros del Quijote y a leer… Bueno, y está ahí, con sede en la Universidad de Montevideo. Y la otra razón: ¡es la única ciudad en el mundo que encontraron que tenía aglutinados todos los nombres de Cervantes en un barrio! R.: Nuestra idea es que el barrio tenga «entradas», que estén marcadas con símbolos cervantinos. Por eso la escultura de El Molino en Bulevar Artigas y Avda. Luis Alberto de Herrera [a un lado del vértice donde el bulevar cambia de dirección, antiguo límite oficial del segundo ensanche]. C.: Y queremos inculcar a la población del barrio que está en «el barrio Cervantino». Queremos dejarlo bonito, hacerle intervenciones, que no hemos tenido mucha fuerza para hacer, pero vamos camino a eso. Lo primero fue la plaza Alcalá de Henares, patria de Cervantes. La plaza ya estaba para remodelar. Pero bueno, vino la denominación de «capital cervantina», y con una arquitecta, que fue fantástico el apoyo que tuvimos con ella, Cecilia Fernández, y el escultor Octavio Podestá hicimos una conjunción de fuerzas. Nosotras «peleando» en la Intendencia para que nos dieran presupuesto, y bueno, desde la Dirección de Arquitectura del Centro Comunal fue fantástico, y Octavio que hizo esa intervención. Fue todo un esfuerzo, con nosotros atrás «peleando con Dios y el mundo» para que saliera la plaza (eEntrevista colectiva a integrantes de la Ccomisión Ffomento del bBarrio Larrañaga, realizada en la Biblioteca El Cántaro Fresco, jJulio de 2019).
Es destacable la profunda articulación de los elementos de la cultura letrada con la planificación urbana, algo que, como vimos, viene de lejos, pero que encuentra a su vez nuevas oportunidades para actualizarse y proyectarse hacia el futuro. No sabemos cómo y cuándo se designaron ese conjunto de calles ubicadas allí con nombres de personajes del Quijote y a la plaza como «Cervantes», antes de rebautizarla con el nombre de la localidad madrileña de donde era oriundo el escritor. Pero lo cierto es que desde allí hay una huella, una dirección semiótica señalada, un paisaje urbano concreto y una oportunidad en potencia para futuros posibles como el que en estos últimos años se ha ido materializando en la denominación de «barrio Cervantino», integrando imaginarios de desarrollo en la articulación de lo cultural con lo urbano, obteniendo resultados diversos (Franco, 2014; Keheyán, 2017).
La biblioteca popular Juan José Morosoli nace en 1992, también por iniciativa de un grupo mujeres, algunas jubiladas, en especial del magisterio y el profesorado, con la voluntad de participar en actividades de socialización generadoras de tramas barriales. Varias de ellas eran amigas, incluso familiares, algunas residentes de un mismo edificio. Según recuerdan, en el marco del proceso de descentralización del gobierno municipal y con el surgimiento de los consejos vecinales, se sugiere incentivar la participación de vecinos y colectivos organizados en la instalación de tres locales con fines sociales: un Centro de Atención a la Infancia y la Familia (CAIF), una policlínica de salud y una biblioteca. Ellas optaron por esta última. En sus comienzos se encontraba ubicada en un amplio sótano de la sede comunal, a pocos cientos de metros de la gran manzana ocupada entonces por los galpones de mantenimiento de las flotas de camiones de la Intendencia, predio que actualmente alberga el Parque Líber Seregni.
En sus comienzos, la biblioteca popular abría cuatro días a la semana, sujeto a la disponibilidad de las integrantes del equipo. El grupo que gestionaba la biblioteca se configuraba en base al liderazgo de unas y el sostén afectivo de otras. Las líderes tenían la cualidad de la permanencia y la responsabilidad de tener las llaves del local, lo que implicaba su mantenimiento diario. El resto del equipo se encargaba de acudir regularmente a la biblioteca como acompañantes y ayudantes, si bien podían ausentarse por cortos períodos de tiempo a causa de otras cuestiones, generalmente vinculadas a los requerimientos de sus respectivas familias. Pasados veinticinco años, la biblioteca cuenta actualmente con 19.000 títulos a su disposición, según la estricta contabilización que llevan a cabo. La mudanza al nuevo local construido en la emblemática plaza trajo ilusión al comienzo, pero su dimensión, mucho menor en comparación al anterior espacio, y la falta de un mantenimiento sostenido, según lo narrado, generaron dudas. Incluso una parte del techo se rompió durante una lluvia copiosa y aún no se ha arreglado. El grupo responsable de la biblioteca se ha ido disolviendo. Algunas de sus integrantes han pasado a residir en otras zonas y han dejado de ir; otras, ya muy mayores en edad, no pudieron sostener las tareas; algunas han fallecido. Sin embargo, el sentimiento de grupo permanece con fuerza en las prácticas cotidianas, aunque solo unas pocas siguen concurriendo esporádicamente. Realizan actividades recreativas, como salidas al cine o reuniones en la rambla costera. Una sola de las referentes sostiene y asume la responsabilidad completa, con la asistencia regular de una bibliotecóloga retirada y el apoyo afectivo de algunos de los lectores habituales.
La biblioteca “Juan José Morosoli” Señor Director: Por la presente, la Comisión de Fomento Cordón Norte-Tres Cruces, a través de su prestigiosa publicación, manifiesta su profunda desazón a todos los vecinos, ante la posibilidad de la desaparición de la Biblioteca Popular Juan José Morosoli. Hoy ubicada en el subsuelo de la Dirección de Salubridad de la IM, junto al CCZ Nº 2, en la calle Eduardo V. Haedo 2046. Dicha Biblioteca surgió hace ya dieciocho años por el trabajo voluntario de notables mujeres que acudieron al llamado a participar en una nueva forma de relacionamiento entre los vecinos. Siendo muchas de ellas maestras, docentes o simplemente de vocación solidaria, eligieron hacer realidad esta Biblioteca Popular. Con la sola retribución de creer que era lo mejor que podían aportar a la comunidad. Fueron años de planificación, crecimiento, mantenimiento con miles de horas de voluntariado. Siendo hoy una de las organizaciones de mayor prestigio y convocatoria a la hora de participar en actividades culturales. Por todo ello es para nosotros, vecinos de la Alcaldía B, la más clara expresión de todos estos años de gobierno participativo. Es el cumplimiento del mandato histórico de ser más ilustrados. Muchos de nuestros hijos no solo encontraron lo que buscaban en un libro. Encontraron una mano amiga y amorosa para guiarlos en el más profundo sentido humanístico. Fue así que el gobierno municipal y los vecinos expresados a través de nuestro Consejo Vecinal, elegimos el mejor lugar para su reubicación: la Casa de los Vecinos, en el Parque Seregni, aumentando su metraje acorde al crecimiento de nuevas prestaciones: 125 m. cuadrados. Hoy nos enteramos que ese compromiso no va a ser hecho, reduciendo a menos de la mitad esa cifra. No solo nos parece un incumplimiento de gestión comprometido con los vecinos, sino lo que consideramos más grave, el desconocimiento de años de trabajo voluntario de todas estas mujeres que parieron a veces con dolor esta magnífica creación solidaria, y no queremos que vean con resignación que todo está perdido. Por todo lo anterior, hacemos pública nuestra solicitud a la intendenta de Montevideo, Ana Olivera, en nombre de la cultura y un barrio: la reconsideración de la modificación del área de extensión de uso de la emblemática Biblioteca Popular Juan José Morosoli. Clarisa Tutor - Concejala Luis Piedra Cueva - Concejal (Transcripción de carta al editor, publicada en El País, 30 de marzo de 2011).
Actualmente se avizora como horizonte el mantenimiento de la biblioteca, pero no se encuentran las posibilidades para transmitir a nuevas participantes el saber hacer y la responsabilidad de su funcionamiento. Según nos relata su principal referente, las posibles lectoras interesadas en colaborar no tienen disponibilidad ni formación adecuada, lo que hace aún más difícil proyectar líneas a futuro. A su vez, las dificultades locativas se perciben como un obstáculo infranqueable, al no contar con espacios destinados para actividades grupales ni poder atesorar nuevos volúmenes. Asimismo, al no estar vinculadas a otras redes de acción colectiva, con el acompañamiento y apoyo que eso implica ―como sí ocurre en el caso de la otra biblioteca popular aquí presentada―, el mantenimiento del proyecto depende exclusivamente de las autoridades municipales. Ni su referente ni las lectoras más asiduas se han familiarizado con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, lo que también acarrea dificultades para el sostenimiento del funcionamiento a distancia, lo que se agudiza en el contexto generado en la pandemia por covid-19 desde 2020. En esta línea hemos trabajado en el fortalecimiento de la memoria colectiva, generando movimiento también a nivel de las redes territoriales. En este sentido, a mediados del año 2021, el Municipio comunica la intención de otorgar un nuevo local a la biblioteca, más amplio y en la misma plaza Líber Seregni. Este proyecto de próxima mudanza impulsó la conformación un grupo de apoyo que alimenta las fuerzas colectivas, impulsando nuevos horizontes en el diseño de futuros posibles.
7. Conclusiones: devenir ciudadanías letradas
Si, como hemos visto, la génesis de estos espacios de socialización barrial centrados en la cultura letrada montevideana fue potenciada gracias a que se los consideró medulares en la articulación y puesta en práctica de una nueva gobernanza urbana, apostando a una ciudadanía activa en el ejercicio de la democracia inserta en los territorios, su presente y futuro vuelve a depender de las bases de las que emergieron. El rol de los diversos colectivos asociados a intereses literarios y del saber en general, afinidades ideológicas y prácticas de resolución de problemas de la vida cotidiana en los territorios que les son propios, pasó a ser relevante en la gestión municipal, instaurando una red de espacios de participación que priorizó la articulación de intereses (Subirats, 1992). A su vez, ello posicionó de otra manera a sus protagonistas, en la reconfiguración de dichas prácticas, así como alimentó una gestión que ha dado un papel significativo al voluntariado político:
No se percibió que la identidad de los montevideanos no pasaba por la de «vecino» sino por la de «ciudadano-votante» o «militante» partidario o sindical en el caso de la izquierda ni que era necesario una reconversión de la militancia que implicaba una transformación cultural de envergadura, ya que significa nada menos que cambiar lógicas de acción colectiva (Veneziano Esperón, 2005: 69).
En Montevideo, las bibliotecas populares también se vinculan históricamente a las cooperativas de vivienda por ayuda mutua y a instituciones sociales barriales, en muchos casos asociadas a otros servicios comunitarios, como centros para la primera infancia y policlínicas del primer nivel de atención en salud. En todos los casos, han sido gestionadas por voluntarias desde las prácticas de participación comunitaria y a partir de necesidades concretas. Se han fortalecido principalmente con el proceso de descentralización municipal, pero eso mismo conlleva un desafío con vistas a su presente y futuro cercano, en tanto que los vínculos entre las fuerzas sociales inmanentes de las bases territoriales y las acciones gubernamentales ejercidas desde otras instancias requieren de un tratamiento específico para su efectiva consideración. En los pocos estudios realizados sobre el tema, se ha focalizado en la figura del mediador, quien se ha constituido en el actor más relevante, singularizando el servicio específico del que se trate en base a sus motivaciones y posibilidades personales, «el amor por los libros y las bibliotecas y el fomento de la lectura» (Szafran, 2016, p. 167). El perfil que surge en nuestra exploración etnográfica en el marco de esta investigación es el de mujeres adultas y adultas mayores, jubiladas, con estudios secundarios completos y amplia autoformación complementaria. Las tareas que realizan son totalmente honorarias, y no existe en el horizonte el planteo de un cambio de condiciones al respecto. Poder contar con una organización estable en horarios y tareas específicas, con tiempo y espacio para reuniones periódicas de coordinación, formación permanente y actualización continua de conocimientos ―especialmente bibliotecnológicos―, resulta de suma importancia para sostener y potenciar las prácticas llevadas a cabo.
Que las tareas sean sostenidas principalmente por mujeres resulta sumamente significativo, como hemos visto: se inscribe en una trama de significación históricamente construida en torno a las bibliotecas populares. La participación en las redes políticas comunitarias se asocia a procesos emancipatorios, implicando prácticas de empoderamiento que resignifican lógicas colonialistas, vinculadas al capitalismo y al patriarcado (Fraser, 2008; De Souza Santos, 2018). Asimismo, estas prácticas comunitarias implican una política afectiva del habitar, que es necesario tener en consideración para comprender los sentidos presentes en las formas de participación de las mujeres en estos espacios (Federici, 2013; Lee Teles, 2020).
En el contexto latinoamericano, por el acumulado de saber político y memoria colectiva, las bibliotecas populares se constituyen como fuentes de poder simbólico a ser compartido, diseminado y potenciado desde anclajes comunitarios (Ghiso, 2001). Implican la existencia de espacios de apropiación crítica de la cultura, en cuanto no son meros repositorios de material escrito, sino focos de creación y recreación sostenidos en una educación amplificada y entrelazada en la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad:
El mito de la neutralidad de la educación, que lleva a negar la naturaleza política del proceso educativo y a tomarlo como un quehacer puro, en que nos comprometemos al servicio de la humanidad entendida como abstracción, es el punto de partida para comprender las diferencias fundamentales entre una práctica ingenua, una práctica “astuta” y otra crítica (…) Desde el punto de vista crítico es imposible negar la naturaleza política del proceso educativo, como negar el carácter educativo del acto político (Freire, 2008, p. 109).
Lo que se denomina «cultura popular» solo puede ser valorado en relación al conjunto de ámbitos y campos de lo social, en cuanto proceso de apropiación y reproducción desigual de formas tradicionales y hegemónicas, formas híbridas que integran posiciones ideológicas, cosmovisiones mitológicas y creencias de otra índole, incluyendo las formas científicas (García Canclini, 2001). Si a estas bibliotecas les conviene el apelativo de populares es por estas razones. Los desafíos contemporáneos son provocadores. Su existencia nos demuestra la vigencia de la necesidad de estos espacios colectivos, a un tiempo que su habitar depende de la incorporación de nuevos lenguajes y tecnologías de la información y la comunicación, en una red cada vez más densa de infraestructuras culturales y educativas.