1. Introducción
En primer lugar, quiero agradecer de todo corazón la invitación del profesor Fernando Andacht para tomar parte en este número monográfico de Informatio sobre la intersección de información y comunicación en la semiótica de Charles Sanders Peirce (1839-1914). En esta ocasión me he permitido adoptar un tono quizás algo más personal, un poco más alejado del estricto rigor académico, no solo por el afecto que me une al profesor Andacht, sino, sobre todo, porque en el pasado agosto (2023) me jubilé como profesor de la Universidad de Navarra después de 45 años de trabajo universitario, muchos de ellos dedicados precisamente a la investigación sobre el pensamiento y la figura del científico y filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce.
A título anecdótico puedo iniciar mi exposición recordando que cuando hacia 1992 comencé a interesarme en este autor era con el propósito de intentar desarrollar una teoría de la comunicación siguiendo en líneas generales el pensamiento de Umberto Eco, que se alimentaba en buena medida de algunas ideas clave de la semiótica de Charles S. Peirce. Pronto descubrí la ingenuidad de aquel propósito mío tanto por la complejidad y riqueza del pensamiento de Peirce como por el difícil estatuto disciplinar de la semiótica (Sebeok, 1991, y Conesa y Nubiola, 2002). Treinta años después -como muestra este dossier de Informatio-, la situación ha cambiado notablemente, se han ensanchado los estudios sobre la comunicación en sus muy diversos aspectos, pero -me parece a mí- no se ha logrado todavía una cabal comprensión de la comunicación humana en toda su riqueza y plenitud.
Por este motivo, quiero limitar mi aportación aquí a tres elementos, que aunque puedan parecer dispares, estoy persuadido de que pueden ofrecer luz a quienes -con más fuerzas que las mías- acometan el estudio de una teoría de la comunicación siguiendo a Peirce: 1) en primer lugar, unas referencias bibliográficas, destacando sobre todo el excelente trabajo desarrollado por Wenceslao Castañares (1948-2018); 2) en segundo lugar, me gustaría insistir en la importancia de la noción peirceana de experiencia colateral (collateral observation); 3) finalmente, pienso que la concepción clave de cuño antiindividualista o anticartesiano para comprender a Peirce es la de que la mente es social: utilizaré dos bellas metáforas de Peirce para ilustrar esto.
2. Algunas claves bibliográficas: la obra de Wenceslao Castañares
Para quienes estén interesados en desarrollar una teoría de la comunicación, el primer libro que les recomendaría es el volumen de John Durham Peters, profesor de la Universidad de Iowa, Speaking into the Air, cuyo subtítulo es A History of the Idea of Communication (Peters, 2000). Aunque Peters no sea un scholar de Peirce, la amplitud de su enfoque y el buen conocimiento histórico que posee lo hace un libro valiosísimo para quienes quieran comprender cabalmente los problemas que ha de abordar una teoría general de la comunicación. A quienes estén particularmente interesados en las aportaciones de Charles S. Peirce para una teoría contemporánea de la comunicación les recomendaría las tesis doctorales de Mats Bergman Meaning and Mediation. Toward a Communicative Interpretation of Peirce’s Theory of Signs (2000) y de Ignacio Redondo El signo como medio: Claves del pensamiento de C. S. Peirce para una teoría constitutiva de la comunicación (2009), que tuve el honor de dirigir.
Sin embargo, quería destacar aquí muy en especial el trabajo durante décadas de Wenceslao Castañares, profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Complutense, fallecido en el año 2018. Wenceslao Castañares -por delante y por encima de cualquier otro- fue la persona clave para el descubrimiento del pensamiento de Peirce en el mundo hispánico. No solo logró que se le llegara a conocer, sino que contribuyó decisivamente a la comprensión de la obra peirceana y al desarrollo de las cuestiones que el pensamiento de Peirce planteaba en muy diversas áreas. La profunda formación filosófica y la amplia erudición histórica de Castañares aportaron un excelente rigor académico y una solidez intelectual a los estudios semióticos en España y en todo el mundo de habla española (Barrena y Nubiola, 2020).
Wenceslao Castañares fue el primero en realizar una tesis doctoral sobre Peirce en España. Su trabajo, titulado El signo: problemas semióticos y filosóficos, fue defendido en 1985 en la Universidad Complutense de Madrid. En ese trabajo, Castañares situaba a Peirce en el contexto de la historia de la semiótica, comparándolo acertadamente con otras tradiciones y teorías, como por ejemplo la de Saussure. Destaca especialmente su capacidad de vislumbrar el futuro de los estudios sobre Charles S. Peirce, que apenas estaban empezando, y de hacerse una acertada idea de la proyección que tendría en el futuro el pensamiento peirceano, capaz de explicar no solo el signo en cuanto tal, sino el conjunto de la razonabilidad y de la acción humana. Como escribe en la introducción:
La semiótica que hasta ahora se ha desarrollado ha sido en gran medida una semiótica lingüística. Pero no debe limitarse a ese campo. Debe abrirse a otros ámbitos no específicamente lingüísticos como pueden ser los estéticos, los éticos, los científicos, etc. (Castañares, 1985, pp. viii-ix).
La tesis doctoral supuso para Castañares el inicio de una trayectoria de muchos años en la que, como él mismo afirmaba, sucumbió al «efecto Peirce» (Castañares, 1996). La lectura detenida y rigurosa del pensamiento de Peirce constituye, en palabras del propio Castañares (2019, p. 191), una «aventura intelectual con sentimientos encontrados que hacen de ella una experiencia nada fácil de olvidar». De entre sus publicaciones, es preciso destacar también su magnífico libro De la interpretación a la lectura (Castañares, 1994), en el que aspira a aplicar las tesis semióticas en el campo de la comunicación. A partir de una impresionante erudición y de un conocimiento a fondo de muchos autores contemporáneos, apunta a
la posibilidad de integrar las aportaciones realizadas desde teorías de la interpretación y la lectura en las investigaciones que es necesario llevar a cabo en el contexto de la comunicación de masas. Se aboga, pues, por la conveniencia de realizar una investigación de los procesos de recepción que, yendo más allá de los análisis de carácter cuantitativo, nos sitúe en el lugar en el que los destinatarios confieren sentido a los mensajes y poder vislumbrar así con mayores garantías qué efectos producen (Castañares, 1994, p. 19).
Este libro ha llegado a ser un manual de referencia para todo estudioso de la semiótica y de Peirce. En la página web del Grupo de Estudios Peirceanos (https://www.unav.es/gep/) pueden consultarse varios artículos suyos que he recomendado en muchas ocasiones a quienes se inician en el estudio de Peirce, pues constituyen sin duda una de las fuentes de acceso más sólidas, rigurosas y claras a la semiótica y al pragmatismo de este pensador. Recientemente, con Sara Barrena hemos editado una compilación de los artículos de Castañares sobre Peirce en un volumen titulado Escritos sobre C. S. Peirce (2019), que recoge 15 textos escritos entre 1986 y 2008, los años en los que el estudio de Peirce se fue extendiendo decisivamente en España.
Los primeros escritos de este volumen ponen de manifiesto cómo Castañares fue uno de los primeros en emprender en España el estudio de Peirce. En ese sentido, supo abrir camino y explicar cosas que por entonces muy poca gente sabía. A través de los sucesivos artículos puede apreciarse con claridad cómo el conocimiento que tenía de Peirce va creciendo poco a poco a lo largo de los años. Hay en los textos algunas ideas recurrentes, pero, lejos de constituir meras repeticiones, se añade algo nuevo en cada vuelta y se van aportando nuevas luces. Lo que primero aparece solo en germen adquirirá toda su plenitud al retomar las ideas años después. En los capítulos finales, encontramos textos como «La prueba y la probabilidad retórica», en el que realiza un acercamiento a la noción de prueba y lo probable a partir de Aristóteles y Peirce, o «El acto creativo: Continuidad, innovación y creación de hábitos», en el que trata de examinar con profundidad los fundamentos metafísicos de la noción de creatividad y sus aspectos lógico-semióticos. En esos textos finales, es evidente el profundo dominio de la obra de Peirce que alcanzó Castañares, ya que defiende una noción de lógica más amplia que, lejos de la racionalidad moderna y excluyente, supone un acercamiento más acertado a la manera humana de pensar combinada con la sensibilidad y la imaginación. El volumen en su conjunto es una buena muestra del crecimiento de la razonabilidad que Peirce defendía, y que Castañares logró de manera efectiva con su estudio y su constancia (Barrena y Nubiola, 2020).
3. La importancia de la experiencia colateral
Recuerdo como si fuera ayer una conversación en el verano del año 2005 en Indianápolis con Nathan Houser, entonces director del Peirce Edition Project y máxima autoridad mundial sobre el pensamiento de Peirce, el semiótico brasileño Lauro Frederico Barbosa da Silveira, fallecido en el año 2021, e Ignacio Redondo, que entonces avanzaba en su tesis doctoral sobre una teoría peirceana de la comunicación. Me impresionó que, después de la atenta escucha a lo que Redondo iba exponiendo, Houser señaló que la noción de experiencia colateral le parecía esencial para comprender el proceso semiótico de la comunicación. Hoy en día, esta noción es ya un lugar común para entender el proceso semiótico: la experiencia colateral es un prerrequisito para la significación (Sørensen et al., 2014).
Como ha destacado Bergman (2010), la experiencia colateral de los objetos es un requisito previo para nuestra comprensión de las relaciones significativas. Concretamente, esta cuestión del papel de los elementos colaterales en la comprensión de los signos resulta crucial para una caracterización realista de Peirce. Pero, además, el problema de la experiencia colateral es también de interés general, ya que puede relacionarse con cuestiones tales como la dependencia del contexto de los actos de habla y la relevancia de un trasfondo compartido para una comunicación efectiva. Como explicará Peirce en un borrador de una carta a Lady Welby (c. 1908):
Un Signo puede traer ante la Mente una nueva hipótesis, o un sentimiento, una cualidad, un respecto, un grado, una cosa, un evento, una ley, etc. Pero nunca puede transmitir nada a una persona que no haya tenido una experiencia directa o al menos una experiencia propia original del mismo objeto, o una experiencia colateral (Bergman y Paavola, 2023).
Esta noción de experiencia colateral aparece más bien tardíamente en los escritos de Peirce. Por ejemplo, resultan muy significativos los parágrafos 177-185 del volumen 8 de los Collected Papers, dedicados en particular al papel de la experiencia colateral en el proceso de la semiosis. Copio solo unas pocas líneas, traducidas al español, que resultan muy claras al respecto:
Pero por observación colateral, me refiero a un conocimiento previo de lo que denota el signo. Así, si el Signo es la oración «Hamlet estaba loco», para comprender lo que esto significa uno debe saber que los hombres se encuentran a veces en ese extraño estado; uno debe haber visto locos o haber leído sobre ellos; y será mucho mejor si uno sabe específicamente (y no está obligado a suponerlo) cuál era la noción de locura de Shakespeare. Todo eso es observación colateral y no forma parte del Interpretante (Peirce, CP 8.178).
Durante muchos años he venido prestando una gran atención al estudio de los viajes europeos de Peirce, lo que ha dado lugar a un reciente volumen que recopila la abundante información reunida al respecto (Barrena y Nubiola, 2022). Querría hacerme eco aquí de un detalle significativo a propósito de la noción de experiencia colateral. Peirce estuvo por primera vez en Roma a mediados de octubre de 1870. En sus cartas desde Roma, describe con bastante detalle sus impresiones de la Ciudad del Alma, como la denomina en una ocasión siguiendo a Byron. Los textos expresan bien la admiración del joven Peirce hacia el arte que va descubriendo y, al mismo tiempo, reflejan a veces su hostilidad -típica de la Nueva Inglaterra de su tiempo- hacia el papado. Las cartas del 14 de octubre a su madre y del 16 de octubre a su tía Lizzie contienen muchos detalles interesantes de esa estancia. Entre otros lugares visita el Palazzo Doria, el Coliseo, la iglesia de Santa María Mayor, las catacumbas de Calixto, el foro de Trajano y San Pedro. Probablemente, se alojó en algún hotel próximo a la Piazza di Spagna, quizás en el Hotel de l’Europe, donde se quedaría con su familia en la siguiente estancia del mes de diciembre. Pues bien, cuarenta años después, en su artículo «Pragmatismo» de 1907, parece evocar una tarde calurosa del otoño romano con las siguientes palabras:
Hacia el final de una tarde sofocante, tres jóvenes caballeros están todavía holgazaneando juntos, uno en una gran silla, el otro en posición supina en un diván, el tercero en la ventana abierta desde el séptimo piso sobre la Piazza di Spagna vista desde su lado pinciano, y parece estar medio mirando el periódico que le acaban de traer. Él es una de esas naturalezas que habitualmente se contienen dentro de los límites de una calma extrema, porque conocen bien el terrible gasto si se permiten a sí mismos agitarse. Pocos momentos después, rompe el silencio con las palabras «verdaderamente es un fuego terrible». ¿Qué quiere decir? Los otros dos son demasiado perezosos para preguntar. El que está en la gran silla piensa que el que lo dice estaba mirando el periódico cuando hizo esa exclamación, y concluye que ha habido un incendio en Teherán, en Sydney o en algún lugar así, lo suficientemente espantoso para que sea noticia en todo el globo. Pero el hombre del sillón piensa que el que lo dice estaba mirando por la ventana, y que debe de haber fuego abajo en el Corso, o en esa dirección. Este es otro caso en el que toda la carga del signo debe averiguarse no por un examen atento del uso, sino por una observación colateral del usuario (Peirce, 1998, pp. 405-406).
Para el lector actual me parece que resulta muy gráfica esta descripción de Peirce. Viene habitualmente a mi memoria cuando leo los titulares de las páginas deportivas del periódico de mi ciudad: de ordinario, para entender esos titulares hace falta saber mucho de la realidad a la que se refieren; no basta con saber castellano, es preciso tener una abundante información colateral de los enredos del fútbol o del deporte de que se trate. Para desarrollar una cabal teoría de la comunicación me parece que esta noción de experiencia colateral tiene un papel decisivo.
4. La mente es social
Un elemento central del pragmatismo norteamericano es su anticartesianismo: se trata del rechazo frontal de la filosofía moderna y de sus dualismos simplistas todavía dominantes en la cultura contemporánea. En este sentido tienen una notable importancia los dos artículos del joven Peirce en 1868, «Cuestiones acerca de ciertas facultades atribuidas al hombre» y «Algunas consecuencias de cuatro incapacidades», que merecen una lectura detenida. De este último artículo quiero reproducir aquí cuatro tesis que permiten captar bien este espíritu anticartesiano. Dicen así (Peirce, 1988, p. 90):
1) No tenemos ningún poder de introspección, sino que todo conocimiento del mundo interno se deriva de nuestro conocimiento de los hechos externos por razonamiento hipotético.
2) No tenemos ningún poder de intuición, sino que toda cognición está lógicamente determinada por cogniciones previas.
3) No tenemos ninguna capacidad de pensar sin signos.
4) No tenemos ninguna concepción de lo absolutamente incognoscible.
Nuestra cultura occidental está imbuida del dualismo cartesiano y sostiene indefectiblemente que cada ser humano tiene una mente individual, que cada ser humano tiene algo así como pensamientos privados. No es cierto: nuestra experiencia de la mente, como nuestra experiencia del lenguaje y del mundo, es social, pública, compartida. Ni hay lenguaje privado, ni mundo privado, ni pensamientos privados. A mi entender, la concepción individualista de los seres humanos como agentes privados, puesta en boga por Descartes y el racionalismo moderno, distorsiona tanto lo que somos los seres humanos singulares que torna imposible la efectiva comprensión de nuestras relaciones comunicativas. El modelo racionalista nos convierte en fantasmas en la máquina, incapaces de dar razón acerca de cómo acaecen los procesos de comunicación entre nosotros, entre los que se incluye el descubrimiento de la verdad. Como me gusta repetir, si se sostiene que el lenguaje es esencial al pensamiento y se está de acuerdo con Wittgenstein en que no puede haber lenguaje privado -un lenguaje que solo yo pueda entender- y en que solo la comunicación con los demás nos proporciona el uso correcto de las palabras, entonces, de la misma manera y con la misma rotundidad, ha de afirmarse que no puede haber pensamiento privado y que es la comunicación interpersonal la que proporciona también la pauta de objetividad en el ámbito cognoscitivo (Barrena y Nubiola, 2014).
Sobre esta tesis de la naturaleza social de la mente humana quiero traer a colación dos luminosas metáforas de Peirce que dan mucho que pensar. La primera se encuentra en el primer capítulo, titulado «Las categorías», del manual de lógica que Peirce proyectaba en 1893 con el título Cómo razonar: una crítica de los argumentos. Se trata de una discusión acerca de la asociación de ideas y de la interacción de sensaciones e ideas. Copio el párrafo que merece una lectura atenta:
La sensación es múltiple de muchas maneras. Presenta, en primer lugar, una multitud de cualidades, originalmente (como el autor mostrará la razón para creerlo en otro trabajo) mucho mayor que ahora. Porque la sensación actúa como el pensamiento al reducir esta multitud. Presenta, en segundo lugar, una multiplicidad de excitaciones de la sensación; y presenta, en tercer lugar, una multiplicidad de conciencias, segregadas ahora en personas distintas, tal como nos parece a nosotros. Y en este parecer hay algo de verdad, mucha verdad, aunque la personalidad, en sus dos acepciones -la unificación de todas las experiencias del cuerpo, y el aislamiento de diferentes personas-, está muy exagerada en nuestras formas naturales de pensar, formas que tratan de inflar a la persona, y hacer que se piense a sí misma como mucho más real de lo que verdaderamente es. Una persona es, en verdad, como un racimo de estrellas, que parece ser una estrella a simple vista, pero que escrutada con el telescopio de la psicología científica se encuentra, por un lado, que es múltiple dentro de sí misma y que, por otro lado, no tiene una demarcación absoluta respecto a una condensación vecina (Peirce, 1893, párr. 2).
Para entender bien la tesis que se está sosteniendo, quizá convenga tener en cuenta que Peirce dedicó muchas noches de su vida a la contemplación de las estrellas con el telescopio, tanto en el Harvard College Observatory como en sus primeros años de trabajo para el United States Coast Survey. Merece la pena echar una ojeada a su volumen Photometric Researches Made in the Years 1872-1875 (Peirce, 1878). De acuerdo con su experiencia, aquel punto luminoso que parecía una estrella a simple vista resulta ser con el telescopio un conjunto de numerosas estrellas. Algo parecido ocurre con las personas: «nuestras formas naturales de pensar; tratan de inflar a la persona, y hacer que se piense a sí misma como mucho más real de lo que verdaderamente es». Nuestra mente individual viene a ser como un espejismo, pues en verdad nuestra mente es más bien social, como el lenguaje y la realidad que compartimos.
En otro escrito de 1906, Peirce presenta otra sugestiva metáfora al concebir las mentes humanas como vasos comunicantes rellenos de un mismo líquido, en el que las diferencias particulares pueden extenderse también al resto. Copio el pasaje (Peirce, 1906):
Dejemos que una comunidad de quasi-mentes consista en un líquido en un número de botellas que están en una intrincada conexión a través de tubos rellenos con el líquido. Ese líquido es de una composición química compleja y algo inestablemente mezclada. También tiene una cohesión tan fuerte y una tensión superficial consiguiente tal que el contenido de cada botella toma una forma autodeterminada. Un accidente puede causar que comience una u otra clase de descomposición en un punto de una botella produciendo una molécula de forma peculiar, y esta acción puede extenderse a través del tubo a otra botella. Esta nueva molécula será una determinación del contenido de la primera botella que de este modo actuará sobre el contenido de la segunda botella por continuidad. La nueva molécula producida por descomposición puede actuar entonces químicamente sobre el contenido original o sobre alguna molécula producida por alguna otra clase de descomposición, y de este modo tendremos una determinación de los contenidos que opera activamente sobre aquello de lo que es una determinación, incluyendo otra determinación del mismo sujeto.
Charles S. Peirce era químico de formación y con esta metáfora de los vasos comunicantes ilustra muy bien cómo nuestras mentes se influyen mutuamente casi de modo constante. Estoy persuadido de que para llegar a desarrollar una teoría peirceana de la comunicación resulta indispensable pensar esto a fondo e intentar extraer todas sus consecuencias.
5. Conclusión
En esta colaboración se han presentado tres elementos que, aunque parezcan inicialmente dispares, pueden ofrecer luz a quienes acometan el estudio de una teoría de la comunicación siguiendo a Peirce: en primer lugar he aportado unas importantes referencias bibliográficas, destacando sobre todo el excelente trabajo desarrollado por Wenceslao Castañares; en segundo lugar, he destacado la importancia de la noción peirceana de experiencia colateral para comprender la semiótica de la comunicación, y, finalmente, he sostenido que la concepción clave de cuño antiindividualista para una teoría peirceana de la comunicación es la de que la mente es social.