Introducción
Al comenzar la década del cuarenta, Horacio Terra Arocena se había convertido en un reconocido arquitecto, era profesor universitario en la Facultad de Arquitectura, diputado y uno de los principales agentes dentro del espacio social católico.
Se formó con el plan de estudios de 1906 y tuvo como compañero de estudios a Mauricio Cravotto, con quien mantuvo sostenidos vínculos intelectuales y académicos. Formaron parte del mismo espacio académico durante treinta años, compartían similares posiciones urbanas y también la adhesión al espiritualismo filosófico. Ambos tuvieron como docente de Teoría del Arte a Juan Zorrilla de San Martín. Terra Arocena recibió de este “Gran Católico” las primeras enseñanzas en el campo de la estética, una disciplina a la que le dedicó gran parte de su tiempo y sobre la que escribió muchos textos y artículos a lo largo de su vida.1
Formó parte de una familia que tuvo una participación muy destacada en la vida pública del país. Su padre, Arturo Terra Zuaznabar, era medio hermano de Gabriel Terra Leivas, presidente de Uruguay entre 1931 y 1938. Ambos eran hijos de José Ladislao Terra da Silveyra, economista y político perteneciente al Partido Colorado, quién fue diputado y ministro de hacienda durante la dictadura del General Máximo Santos. Su madre, Zelmira Arocena Artagaveytia, era hermana de Alfredo Arocena, un abogado bancario, fundador del barrio Carrasco. Dos de sus hermanos Rafael, arquitecto y Eduardo, ingeniero industrial, incluyeron la enseñanza entre sus actividades. Juan Pablo, uno de sus siete hijos, fue arquitecto e incursionó tempranamente en los estudios sociológicos. Muy vinculado al fraile dominico Louis-Joseph Lebret, fundó dos instituciones de Economía Humana en Montevideo, y llegó a ser uno de los más importantes políticos del Partido Demócrata Cristiano del Uruguay.
Este artículo presenta a Terra Arocena a través de los frentes de acción que determinaron su trayectoria, concentrándose en la actividad que desarrolló como agente católico. Se basa en una metodología cualitativa apoyada en el estudio de fuentes primarias. Sus acciones se interpretan en el marco de una investigación que aborda las operaciones realizadas por la militancia católica durante los años de la Guerra Fría, dirigidas a dar respuestas a los problemas de vivienda en el campo y la ciudad. Tiene como marco teórico las nociones de espacio social (Bourdier, 2006), los estudios biográficos y la prosopografía (Stone, 1971). Para una apropiada contextualización, las investigaciones recientes sobre la historia del catolicismo local en la segunda mitad del siglo XX (Barrales, Iglesias 2021; Geymonat, 2021; Zubillaga, 2020) y sobre la historia de la vivienda social en Uruguay (Méndez, Medero, Cajade, Canén, 2024) forman parte imprescindible del estado de conocimiento.
El ejercicio liberal de la profesión
La mayor parte de las obras que Terra Arocena proyectó en el ejercicio liberal de la profesión fueron realizadas en sociedad con Elzeario Boix, un arquitecto católico diez años mayor, profesor de historia en la Facultad de Arquitectura e hijo del arquitecto español Emilio Boix. Los encargos que recibieron dependieron de los vínculos con la alta burguesía local y de la red que establecieron con la jerarquía eclesiástica. Su arquitectura acompañó las convalidaciones disciplinares del eclecticismo historicista, aprendido en los años de estudiantes y mantenido por la adscripción a las corrientes espiritualistas (Ardao, 1956).
Con Boix tuvo a cargo proyectos con programa religioso, en los que utilizaron distintos estilos históricos. En 1921 proyectaron la Iglesia San Miguel, 2 y en 1923 una capilla para el Colegio María Auxiliadora, 3 apelando en ambos casos a una estética neomedieval, similar a la utilizada por Augustus Pugin en Inglaterra. En 1927 proyectaron, en estilo neogótico, la Iglesia Santa Isabel en la ciudad de Paso de los Toros.
En 1928 usaron una tipología de claustro para alojar el Colegio Sagrada Familia, un palacio neorenacentista construido en ladrillo, que recuerda bastante a los edificios de tiendas proyectadas por Henry Richardson en Chicago.4 Tuvieron a su cargo las reformas de varias iglesias en las que utilizaron elementos neoclásicos. En 1930 realizaron la fachada de la Basílica Nuestra Señora del Carmen, en el barrio de la Aguada y en 1939 la Parroquia de la Santísima Trinidad, en Trinidad. Restauraron la iglesia San Francisco De Asís en la Ciudad Vieja de Montevideo y la Basílica Nuestra Señora del Rosario y San Benito de Palermo, en Paysandú, en 1940.
Terra Arocena logró vincular los intereses de la arquitectura con sus posiciones religiosas. En 1945 proyectó la Iglesia de la Cruz, con planta centralizada y cubierta por una cúpula.5 Publicó una reseña de esta obra en la revista Arquitectura, el organo oficial de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay (SAU) (Terra Arocena, 1945, 46). En este número se publicó otro texto de su autoría, donde explicó las características particulares que debían tener los edificios destinados al culto católico (Terra Arocena, 1945, 214). Establecía la adecuación al programa, el diseño de elementos y de relaciones que aseguraran el cumplimiento de las actividades rituales y un imprescindible conocimiento de la liturgia. Señalaba que para este tipo de edificios, se debía no solo atender los requerimientos del programa sino considerar el carácter, esto es, el “programa espiritual”.
En 1954, junto a su hijo Juan Pablo, proyectó la Iglesia de la Asunción y San Carlos Borromeo, otorgando carácter a un templo moderno.6 La planta, casi cuadrada, adquiere forma de cruz latina al incorporar un transepto muy corto, que amplía el presbiterio. La estructura, que determina completamente el espacio interior, consiste en una estructura de bóvedas parabólicas realizada con losetas de cerámica armada, fabricadas a pie de obra y montadas con grúas. La especial estructura fue calculada por los ingenieros Eladio Dieste y Eugenio Montañez. Su construcción coincide con los años en que se realizaban los primeros bocetos para la Capilla de Cristo Obrero y de la Virgen de Lourdes, la conocida capilla en Atlántida (Méndez, 2016, 79).
Operación cultural, acción católica y política directa
Terra Arocena tuvo una activa presencia en todos los espacios institucionales católicos. Dirigió el diario El Bien Público entre 1932 y 1937 y en 1941 se hizo cargo de la revista Tribuna Católica, el órgano de difusión oficial de la Acción Católica, escribiendo muchas de sus editoriales. Sus textos se publicaron tanto en la prensa católica como en la revista del gremio profesional. Trataban sobre la belleza y el placer estético, el valor simbólico en la percepción, el arte, los valores permanentes en la arquitectura, las preocupaciones filosóficas, las derivadas de la fe católica y también sus posturas ideológicas. En 1945 era presidente de la SAU. Al año siguiente pasó a desempeñarse como arquitecto asesor de la Curia de Montevideo, aconsejando a Monseñor Antonio María Barbieri en la construcción de edificios con destino religioso y, sobre todo, en la gran obra del Seminario Arquidiocesano de Toledo (Méndez, 2016, 31).
Terra Arocena desarrolló una acción política directa, actuando en filas de la Unión Cívica, el partido que había sido fundado en 1912 por los más importantes católicos locales. Como su representante, en 1942 se convirtió en diputado por el departamento de Canelones, cargo que ocupó entre 1942 y 1955. Entre 1957 y 1959 fue senador por la misma agrupación.
La función pública le permitió llevar adelante una serie de acciones para promover el desarrollo de una cultura agraria en el país. Su conocimiento de los problemas del campo provenía de los vínculos que mantenía con el abogado católico Juan Vicente Chiarino. Formaban parte del mismo partido político, compartían la militancia religiosa y habían dirigido juntos El Bien Público. Conocía muy bien los argumentos que tanto Chiarino como Miguel Saralegui, otro abogado católico de la Unión Cívica, volcaban en los escritos sobre los problemas del medio rural que se publicaban en Tribuna Católica. Estos textos fueron recogidos en 1944 en el libro Detrás de la ciudad, Ensayo de síntesis de los olvidados problemas campesinos (Chiarino y Saralegui, 1944).
Pero, además, tenía otro conocimiento del campo, que provenía de los miembros de la familia de su esposa. Su matrimonio con Margarita Gallinal Carabajal lo emparentó con una de las familias más influyentes de Uruguay, integrada por políticos y terratenientes católicos. Su suegro, Hipólito Gallinal Conlazo era abogado, era diputado por el Partido Nacional y hermano de Alejandro Gallinal, un médico reconocido por su actividad como productor ganadero y administrador de las estancias que eran propiedad de su esposa, Helena Heber Jackson. Los Gallinal eran poderosos propietarios de tierras, con conocidas posiciones filantrópicas. Uno de sus cuñados, el médico José Antonio Gallinal, presidía la Comisión Nacional Pro Vivienda Popular desde su fundación en 1940. Integraba el Consejo Honorario del Instituto de Urbanismo (IU), que estaba dirigido por Cravotto desde su creación. Entre 1943 y 1945 otro de sus cuñados, el abogado Gustavo Gallinal, era ministro de Ganadería y Agricultura. En esos mismos años, su hermano el ingeniero Eduardo Terra Arocena presidia el Instituto de Geología del Ministerio de Industria y Energía.
En Detrás de la ciudad, los autores afirmaban que Terra Arocena compartía las preocupaciones respecto al problema de los rancheríos (Chiarino y Saralegui, 1944, 395). Aseguraban que estaba comprometido en buscar soluciones legales que permitieran evitar la aparición de este tipo de asentamientos y mejorar las condiciones de vida en el medio rural. Se referían a dos proyectos de leyes que el arquitecto presentó en el Parlamento. Tenían como objetivo promover la colonización granjera en tierras aptas para el cultivo y alentaban la antropización del territorio rural uruguayo.
Un proyecto para la promoción granjera
El Proyecto para el mejoramiento de los ejidos y la regulación urbanística de las ciudades del interior fue presentado por Terra Arocena en la Cámara de Representantes en mayo de 1943. Perseguía tres objetivos. En primer lugar, establecía la obligatoriedad de prever el crecimiento de las ciudades, controlando los ensanches. El segundo objetivo era crear una reserva de parques forestales de propiedad pública, en áreas cercanas a las ciudades, que se dejaba bajo la administración de los municipios. Los bosques estaban pensados para la explotación de madera con fines domésticos e incluso industriales, además de servir para el recreo de los ciudadanos.
El objetivo más importante de este proyecto era permitir el establecimiento de colonizaciones granjeras para la explotación de particulares. Esto implicaba dividir los latifundios en la zona del ejido de las ciudades y facilitar mecanismos para la compra de terrenos por parte de los sectores populares. La iniciativa buscaba promover pequeñas unidades productivas. Con esto se impulsaba la división de la tierra para la agricultura intensiva, disminuyendo la desocupación que ocasionaba la ganadería extensiva en el campo uruguayo. Así, mediante la expropiación y la colonización de tierras contiguas a las ciudades, se establecía una división progresiva de las grandes propiedades rurales. El proyecto buscaba una reforma agraria gradual.
Para que las intendencias pudieran realizar esta operación, Terra Arocena ponía como condición contar con tres informes técnicos. Del Ministerio de Ganadería y Agricultura debía provenir un informe favorable en relación a la aptitud del suelo para establecer producción agrícola, el Instituto de Geología debía informar acerca de la existencia de agua potable y de riego en el área. El Instituto de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura debía realizar el informe técnico urbanístico sobre la zona prevista para el ensanche y para localizar las granjas y los bosques.
El articulado de la ley y la fundamentación de motivos fueron publicado en el número 8 de la revista del IU, en 1943 (Terra Arocena, 1943, 105). El proyecto se presentaba luego de una nota editorial que celebraba la colonización granjera del campo, la creación de bosques y la expropiación, como mecanismo que permitía disponer de suelo público. Terra Arocena afirmaba que estas nuevas expansiones compuestas por granjas y bosques tomaban como modelo las regiones del norte de Europa.
Este proyecto no llegó a convertirse en ley. Sin embargo, la iniciativa tuvo dos importantes consecuencias, que se entendían estaban íntimamente relacionadas. Dio origen a la Comisión Nacional de Viviendas Económicas en la Cámara de Representantes del Parlamento y fue el antecedente para la creación de la Ley de Centros Poblados, de la cual Terra Arocena fue el principal impulsor.
Aldeas de huertos
La Ley de Centros Poblados buscaba controlar la formación de pueblos precarios en áreas rurales y proteger los derechos de los habitantes del campo frente a las arbitrariedades de los especuladores y dueños de tierras. Evitaba la instalación de rancheríos en áreas inundables y en zonas de mala calidad e impedía la generalizada práctica de subdividir propiedades en predios excesivamente pequeños, que no hacían posible el cultivo. El proyecto fue presentado a la Cámara de Representantes por la Comisión Nacional de Viviendas Económicas el 8 de agosto de 1945. Terra Arocena fue su redactor, actuó como miembro informante y escribió las enmiendas que realizaron los diputados. Fue aprobada en abril de 1946 y, a partir de su sanción, la posibilidad de subdividir predios rurales para crear nuevos pueblos quedó exclusivamente reservada a los gobiernos departamentales.
La propuesta definía dos tipos de aglomeraciones. Los Centros poblados urbanos no superaban las treinta hectáreas y se subdividían en lotes menores a una hectárea, alcanzando una densidad promedio de 80 hab/há. El segundo tipo de poblados podía alcanzar las cien hectáreas y los lotes particulares debían estar comprendidos entre una y cinco hectáreas, con una densidad de 40 hab/há. Este segundo tipo fue definido como Centros poblados de huertos, con un uso del suelo pensado para realizar tareas agrícolas.
Terra Arocena explicaba que esta ley se dirigía a resolver el problema de la vivienda popular. Entendía que la carencia de vivienda económica y las malas condiciones en que vivía gran parte de la población se originaba en una mala política urbanística. Confiaba especialmente en el poblado de huertos como una estrategia de colonización del territorio. Estaba basada en el desarrollo de una cultura agraria con estrechos vínculos con la tierra, que tomaba como modelo, de forma explícita, la red de aldeas europeas formadas por artesanos y pequeños comerciantes.
Los antecedentes de la Ley, el texto completo, el proceso parlamentario y las enmiendas fueron incluidas en el libro La Ley de Formación de Centros Poblados, publicado en 1957 por el Instituto de Teoría y Urbanismo (ITU, 1957), el nuevo nombre que tomó el IU bajo la dirección del arquitecto Carlos Gómez Gavazzo, el docente que sustituyó a Cravotto en 1952. Para esta publicación se realizó un esquema gráfico que visualizaba los principales elementos estructurantes y que remitía al sistema de representación que utilizaba Gómez en sus trabajos. Un gráfico casi igual se incluyó en el boletín del ITU número 14, publicado en agosto de 1958 (ITU, 1958).
Cosmogénesis, espiritualismo y ruralidad en dos libros de madurez
Debido al impulso renovador de los miembros más jóvenes de la Unión Cívica, en 1962 este partido político se convirtió en un sublema de una nueva agrupación, el Partido Demócrata Cristiano del Uruguay (PDC). Como consecuencia de los desacuerdos internos, la fracción más conservadora, a la que pertenecían Terra Arocena, Chiarino y Saralegui, se escindió en 1966, dando origen el Movimiento Cívico Cristiano.
En el último tercio de la década del sesenta el país se estremecía acechado por la violencia social y política. En marzo de 1967 asumió como presidente de la República el militar colorado Oscar Gestido, y, enseguida, convocó a Terra Arocena para presidir el Instituto Nacional de Viviendas Económicas (INVE). Gestido murió en diciembre, con la consecuente asunción del vicepresidente, Jorge Pacheco Areco. Esto dio inicio a un período de gobierno signado por la participación de los representantes de los sectores empresariales, latifundistas y banqueros.
La actuación de Terra Arocena en el INVE se extendió hasta 1972, año en que decidió abandonar el cargo debido a la falta de recursos a los que fue sometido el instituto (Terra Arocena, 1983). Su gestión coincide con la construcción de las primeras obras de Alberto Gallinal en Cerro Colorado y con la ley de creación de Mevir, el movimiento de erradicación de la vivienda insalubre rural, aprobada a fines de 1967. Coincide también con las primeras experiencias de vivienda cooperativa en el interior del país, con la sanción de la Ley de Vivienda en diciembre de 1968 y con el desarrollo del sistema cooperativo.
En ese mismo período Terra Arocena escribió dos libros. En ellos dejó explicito su pensamiento de madurez.
Integración en el tiempo, auspiciado por el Club Católico y el Instituto de Cultura Católica, fue publicado en 1968 por la editorial Barreiro y Ramos (Terra Arocena, 1968). Reúne una selección de textos, presentado por la editorial como una búsqueda del autor de los “valores imperecederos que ennoblecen la presencia del hombre sobre la tierra”. El título elegido manifiesta la adscripción de Terra Arocena al pensamiento de Pierre Teilhard de Chardin, un autor citado varias veces a lo largo de las páginas de la primera parte del libro. Esto puede llamar la atención ya que las obras del paleontólogo jesuita habían sido prohibidas por el Vaticano en 1962, censurado por sus ideas evolucionistas y por los escándalos científicos que protagonizó. Sin embargo, fue un autor que atrajo también a otros católicos, Dieste entre ellos, y a otros arquitectos, como Justino Serralta (Nudelman, 2015).
El libro ofrece una clave hermenéutica para comprender la atracción que Teilhard de Chardin ejercía sobre los arquitectos uruguayos. Terra Arocena tomó del jesuita el concepto de Cosmogénesis, una noción que subraya la importancia de la dimensión tiempo en el fenómeno de la realidad observable, y a la vez, el sentido irreversible de un desarrollo universal y coherente hacia la unidad. Este concepto significaba un intento de vincular la teoría evolucionista con la creacionista, explicando que la creación divina se efectuaba en el tiempo. En concordancia con Teilhard, Terra Arocena planteaba la noción de Cristogénesis, una culminación del desarrollo social cristológico, o sea, una realización en la naturaleza humana que solo podía darse en la historia. Así, el Reino de Dios podía concretarse en la historia de la humanidad.
En el texto emerge también la noción del tiempo atravesado, donde el presente contiene no solo el pasado sino también el tiempo futuro y una idea de la duración que puede ser atribuida al filósofo espiritualista Henry Bergson. Si bien no aparece citado directamente, cabe considerar que la teoría de la duración y la evolución creadora de Bergson incidieron de modo determinante en los arquitectos locales durante la primera mitad del siglo XX. Muy especialmente en relación al pensamiento urbano. Sobre este autor se sustentó, por ejemplo, la interpretación sobre la evolución de las ciudades de Marcel Poëte. La memoria como método se sumaba a un análisis de las estructuras urbanas basado en la observación de los asentamientos. La traslación de las permanencias bergsonianas al campo del urbanismo que Poëte realizaba en Paris, alcanzó a los arquitectos uruguayos a través de la enseñanza que Cravotto realizó en los cursos de urbanismo y en los trabajos que desarrollaba en el IU durante las décadas del cuarenta y cincuenta.
Frente a los cambios y el devenir de la arquitectura, Terra Arocena afirmaba la existencia de valores permanentes. En este libro incluyó un texto que había escrito más de 35 años antes. “Valores permanentes y valores cambiantes en Arquitectura” era la transcripción de una conferencia que pronunció bajo los auspicios del Centro de Estudiantes de Arquitectura en el Salón de Actos Públicos de la Universidad, en 1932.7 Explicaba allí que en la arquitectura permanecían valores que eran “su alma”, y que ese espíritu profundo “se extiende en esa cinta del rio que recorre los tiempos, desde las épocas remotas, en que las horas lentas eran solo medidas por el ritmo de los astros, hasta hoy en que ese rio corre silencioso, en medio del mecánico tic-tac de nuestros relojes” (Terra Arocena, 1968, 59).
Terra Arocena finalizaba Integración en el tiempo augurando el advenimiento de un nuevo orden futuro “propicio al germinar de los eternos ideales de justicia y del bien” (Terra Arocena, 1968, 83). Su visión estaba absolutamente contrapuesta al tiempo que estaba viviendo. En los primeros doce meses del gobierno de Pacheco se implantaron las medidas prontas de seguridad que suprimieron las garantías de los ciudadanos y se produjo el primer asesinato de un estudiante universitario a manos de la policía. En diciembre de 1968 se ilegalizaron los partidos políticos de izquierda y en junio de 1973 se produjo el golpe de estado cívico-militar.
El planeta Arreit. Un avanzado mundo nos juzga y nos emplaza, se publicó en 1976, también por la editorial Barreiro y Ramos (Terra Arocena, 1976). Se trata de una novela escrita cuando el país atravesaba los años más oscuros de la dictadura. Transcurre en un planeta, que cuyo nombre lo indica, constituye el reverso de la Tierra. Está dedicado a Tomas Moro, el detractor de la reforma protestante y autor de Utopía, la conocida narración que describe una comunidad ficticia asentada en una isla donde vive una sociedad ideal, basada en los ideales filosóficos y políticos del mundo clásico y del cristianismo.
La dedicatoria indica que este texto podía ser interpretado como un relato utópico. Sin embargo, se inicia como un cuento de ciencia-ficción, indudablemente adscripto a la épica de viajes estelares, retropropulsión y burbujas de plástico que inundaban las pantallas de televisión y las salas del cine en la época. El relato se inicia en abril de 1978, cuando se detectó una nave espacial ingresando a la atmosfera terrestre. La nave Elipse descendió en suelo africano, trayendo como tripulantes a tres científicos que habían sido enviados en misión secreta al lejano planeta Arreit. Uno de ellos había nacido en Montevideo.
En Arreit existían distintos tipos de ciudades. La subterránea se llamaba Calim y era la antigua capital del Estado. Había sido excavada en los montes con fines defensivos, era completamente artificial, estaba controlada mecánicamente y por sus vías elevadas transitaban personas nerviosas. Tarep era la ciudad industrial, contaminada y sin ninguna belleza, habitada por personas tristes, como robots sin alma que morían jóvenes. Eran dos ciudades malditas que el autor ofrecía como advertencias fantasmales para la Tierra.
Asmail, en cambio, se presentaba como una ciudad ideal, natural, que tomaba su forma de la estructura de las hojas lobuladas de los árboles. Era una nueva capital construida a cielo abierto, organizada por medio de una ancha avenida para el tránsito, que estaba atravesada por puentes elevados. Cada un kilómetro la avenida estaba bordeada por plazas, conformando centralidades urbanas que reunían edificios con distintas actividades. De esas plazas salían avenidas diagonales que se adentraban en el campo y llevaban a los barrios residenciales. El perímetro sinuoso de esta ciudad lineal limitaba con parques forestados, campos de deporte y establecimientos fabriles. Estos espacios verdes penetraban en la masa edificada y ponían al alcance de la población lugares de expansión y de recreo. Hacia afuera de esos “espacios-parques,” como los nombraba Terra Arocena, estaban las granjas en zonas rurales.
Zorcal, el urbanista de Arreit, explicaba a los científicos las bases del progreso de sus teorías. Afirmaba que una ciudad que crecía excesivamente se volvía deforme, monstruosa, y, por tanto, las ciudades estaban limitadas. Siempre que se rompía la unidad orgánica de una ciudad, decía, se procedía a fundar una nueva. La estructura territorial se basaba en la dispersión de centros urbanos con distintas funciones que estaban comunicados por vías. En el medio se encontraba el centro de gobierno del Estado con sus poderes diferenciados. Las familias vivían en barrios provistos de áreas de recreo, escuelas, liceos, talleres artesanales y pequeños comercios.
Explicaba Terra Arocena que los urbanitas pasaban sus vacaciones en el campo. Allí las casas estaban rodeadas de frutales y de cultivos, protegidas por un bosque. Los campesinos que allí vivían de forma permanente integraban cooperativas granjeras donde tenían bodegas, aserraderos, gallineros, tambo y una reserva forestal. La civilización arreitiana mantenía vivo el recuerdo de su origen agrícola. Para recordarlo cotidianamente habían denominado a los días de la semana Labor, Siembra, Riego, Protección, Cosecha y Almacén. Al día festivo lo llamaban Liberación.
Conclusiones. Persistencia de la ruralidad en el espacio social católico, jardines y política de vivienda en los sesenta.
El argumento que sostiene la ficción de El planeta Arreit exhibe la ruralidad como ideal y una confianza en la solución granjera para desarrollar la vida en un tiempo futuro. Esto permite dar un marco de sentido pertinente para interpretar las leyes que Terra Arocena impulsó durante la década del cuarenta y establecer una continuidad con las intenciones de la política de vivienda de los años sesenta, en la que estuvo directamente involucrado.
La ruralidad formaba parte de las convalidaciones de un importante sector del catolicismo local. El estudio de este espacio durante el periodo en que nuestro personaje estuvo activo lo ponen en evidencia. Es posible afirmar que, a partir del diagnóstico de la modernidad como ruptura, los católicos se comprometieron en una utopía común que buscaba el reencatamiento del mundo moderno por medio de la restauración de la vida familiar y la comunidad, la recuperación del arraigo y las relaciones estables con la tierra, el trabajo creativo, artesanal y feliz. La opción preferencial por la vida en el campo se distinguía de la fascinación romántica por la naturaleza salvaje, para remitirse, en cambio, a una promoción de un campo productivo, antropizado y civilizado.
Las posiciones antiurbanas que formaron parte de la matriz católica coinciden con una corriente de pensamiento arquitectónico que discutía los valores de la vida en las grandes ciudades (Tafuri, 1973). Esta recogía los elementos físicos que caracterizaba el suburbio jardín, basado en las técnicas urbanísticas aprendidas de la Ciudad Jardín de Ebenezer Howard, establecía una clara conexión con el modelo territorial de la Ciudad Social y reivindicaba el pasado medieval. Los valores que estaban asociados a esta tradición establecieron una línea de continuidad con una nueva sensibilidad, atraída por las construcciones sin pedigree. La segunda mitad del siglo asistió a una transformación disciplinar que encontraba nuevos recursos formales en las aldeas rurales y los pueblos mediterráneos, una explícita voluntad de renovación de la vivienda apelando a los valores de la arquitectura popular espontánea.
En la década del sesenta, cuando los jóvenes arquitectos uruguayos se lanzaron a la búsqueda de un nuevo lenguaje que expresara los valores de la comunidad, encontraron un territorio apto para recibir sus exploraciones sobre las formas populares de la cultura. Había sido cuidadosamente preparado durante más de dos décadas por los principales agentes del laicado y en especial por Terra Arocena, un arquitecto católico.