1898 en Buenos Aires: voces, sociabilidades y empresas editoriales
Las décadas finales del siglo XIX fueron intensas en América Latina en lo que se refiere a la conformación de identidades en disputa. Junto con los repertorios nacionales de cada país, se esbozaron identidades regionales -como el latinoamericanismo y el panamericanismo-, atlánticas -se cuentan aquí el americanismo surgido en España y el hispanoamericanismo propuesto en espacios de América Latina-, y constelaciones de ideas definidas en oposición a otras -se destacan el anti-imperialismo latinoamericano y el anti-yankismo-. Estos procesos estuvieron enmarcados en un ciclo que se extendió entre las apreciaciones de José Martí sobre la I Conferencia Panamericana realizada en Washington (1889-1890), que terminaron dando forma al ya clásico Nuestra América, y la publicación del Ariel de José Enrique Rodó (1900).1
En particular, el año 1898 fue un año destacado en este ciclo para la vida cultural latinoamericana y habilitó la aparición de nuevas formas de intervención intelectual.2 La guerra entre Estados Unidos y España por el control de las últimas colonias españolas en América generó un clima de opinión cargado de tensiones que se manifestó en distintos ámbitos públicos. Como indicó Fernández Retamar: «‘el 98’ no es sólo una fecha española, que da nombre a un complejo equipo de escritores y pensadores de aquel país, sino también, y acaso sobre todo, una fecha hispanoamericana, la cual debía servir para designar un conjunto no menos complejo de escritores y pensadores de este lado del Atlántico».3 En este marco, se gestaron y consolidaron una serie de repertorios de ideas e imágenes sobre España, Estados Unidos y América Latina,4 y se destacaron voces como las de Paul Groussac, Rubén Darío y José Enrique Rodó. Aunque predominantes, sus intervenciones convivieron con -y articularon- otras formas de expresión en ámbitos y empresas culturales.
En este clima, hubo una capital latinoamericana que ofició de centro privilegiado para poner en circulación y amplificar estas ideas. Como se estudió desde distintas perspectivas, Buenos Aires se convirtió en un escenario efervescente en la coyuntura de la guerra de 1898. Se realizaron diversos eventos, movilizaciones y colectas. La presencia de inmigrantes españoles en la ciudad propició estas dinámicas.5 A su vez, los ámbitos de sociabilidad cultural fueron escenarios de conferencias y debates sobre qué significaba la guerra para la vida política e intelectual argentina y latinoamericana. Recintos como el Teatro Politeama y Teatro de la Victoria, y ámbitos culturales como el Ateneo y la Sociedad Científica Argentina, devinieron centros que acogieron a conferencistas de distintas latitudes para que disertaran sobre la guerra y sus efectos.6 Un cronista de la época daba cuenta de cómo el fervor bélico se había adueñado de la ciudad:
Los diarios más renombrados y los de menor fuste en las veleidades de la opinión pública, todos son arrebatados por la curiosidad de las gentes: los telegramas se comentan y discuten: las fiestas y reuniones de la comunidad española se aplauden y dan pie de ‘conversación bélica’, y por todas partes, y en todos los lugares, suposiciones, hipótesis, soluciones guerreras, planes de campaña, asuntos de estrategia y militares motivos, ruedan por las conversaciones de todo el mundo que constituye la opinión pública, hoy favorable, favorabilísima, en esta dolorosa contienda de dos grandes pueblos, a la nación hispana, con todos los países ibero-americanos.7
A la luz de estos eventos, del surgimiento de nuevas formas de intervención intelectual, de dinámicas de sociabilidad cultural atravesadas por la coyuntura, y del despliegue de novedosas estrategias de circulación de la información, este artículo analiza cómo algunas revistas publicadas en Buenos Aires dieron cuenta en sus páginas de los eventos de la guerra de 1898.8
Existe un considerable consenso historiográfico que señala que la guerra de 1898 fue un punto de inflexión en los modos periodísticos de cobertura de los conflictos bélicos. También se ha destacado que la expression «prensa amarilla» surgió durante el conflicto, y tuvo que ver con el nivel de detalle con que se presentaban las atrocidades de la guerra. A su vez, se atribuye responsabilidad a los medios de prensa en la declaración misma del conflicto por el presidente William McKinley, sobre todo del New York World (comandado por Joseph Pulitzer) y del New York Journal (bajo responsabilidad de William Hearst). Ya con la guerra desatada, la participación de Estados Unidos estuvo apuntalada por una campaña de prensa sostenida, encabezada por Hearst, que fomentó en la ciudadanía norteamericana un sentimiento de rechazo a España.9 La prensa española, por su parte, desplegó distintas formas de expresión para generar sentimientos de adhesión en el contexto de la guerra.10 En América Latina los diarios cubrieron la guerra con distintas estrategias; y en Argentina, en particular, periódicos de comunidades étnicas y de tirada nacional se ocuparon de dar cuenta del conflicto.11
El impacto de la guerra en las publicaciones periódicas tuvo efectos a escala trasnacional. Este ensayo pretende ser una contribución para comprender esos efectos al analizar cómo en Buenos Aires se mostró y analizó el conflicto en algunas revistas. Los enfrentamientos se dieron en un contexto en el que las empresas editoriales de la vida cultural y diplomática no contaban con plumas expertas para cubrir temas de geopolítica internacional, como el conflicto en cuestión.12 La hipótesis central de este artículo es que en torno a 1898 se instrumentaron varias opciones de intervención desde páginas de revistas que, a diferencia de los periódicos, no contaban con la presión cotidiana de tener que dar información sobre la guerra en sí, al menos en lo que se vinculaba con los acontecimientos diarios.13 Optaron, en cambio, por utilizar distintas modalidades de narrar el conflicto y, a la vez, propusieron alternativas para pensar las identidades en disputa en la misma.
Las revistas que se analizan de manera central son La Biblioteca (1896-1898), La Ilustración Sudamericana (1892-1917), y la Revista de Derecho, Historia y Letras (1898-1924).14 Algunas cuestiones previas para puntualizar: La Biblioteca y la Revista de Derecho, Historia y Letras compartieron un espíritu común. Intentaron ser revistas que, por medio de artículos eruditos, intervenían en la vida cultural y en ciertos debates políticos e intelectuales; ambas trataron de eludir las temáticas de coyuntura y los ritmos cotidianos. Sus respectivos directores, Paul Groussac y Estanislao Zeballos, tuvieron un rol central a la hora de definir líneas de interés y de despliegue de las publicaciones. 1898 significó, además, para estas revistas, un año significativo. Para La Biblioteca fue su año de cierre; para la Revista de Derecho, Historia y Letras fue su año fundacional. Por su parte, la revista La Ilustración Sudamericana, que se publicaba en Buenos Aires desde 1892 -contaba con una edición paralela en Montevideo- no respondía a las características de una revista cultural de corte erudito; era, en cambio, una revista ilustrada. Sin embargo, a diferencia de otras empresas de su tipo, mostró desde sus inicios un interés particular por dar cuenta de las novedades internacionales y, en particular, por los eventos de la vida diplomática latinoamericana.
En suma, las revistas seleccionadas tienen características diferentes entre sí, formatos variables y, probablemente, eran leídas por públicos diversos. En este artículo no realizo un análisis formal de las mismas como soportes, tampoco estudio la recepción de esas revistas como objetos culturales o de consumo.15 Apunto, en cambio, a dos objetivos: por un lado, analizar comparativamente los ecos que en sus páginas se pueden observar de las voces de figuras de la vida intelectual americana y europea que se pronunciaron en el contexto de la guerra. Por otro, cartografiar las modalidades que estas revistas desplegaron en sus páginas para narrar y analizar el conflicto bélico de 1898. Por una cuestión de claridad expositiva, en las siguientes secciones hago foco en cada una de las publicaciones y sus dinámicas en el contexto de la guerra y, posteriormente, en la sección final, propongo una interpretación general sobre las formas de intervención que estaban disponibles y por las que optaron.
La Biblioteca y Calibán: entre la pluma y la voz de Groussac
En el mes de junio de 1896 apareció por primera vez en Buenos Aires la revista La Biblioteca, dirigida por Paul Groussac, quien ejercía el cargo de Director de la Biblioteca Nacional de la Argentina desde 1885. Se presentaba con intenciones de convertirse en portavoz de las novedades de carácter científico, histórico y literario. Se anunció en el prefacio como órgano mensual destinado a publicar artículos inéditos sobre estas áreas. En líneas generales, el formato de la revista permite inscribirla en una tradición que había empezado a difundirse en el ambiente intelectual porteño durante las décadas anteriores, con la Revista de Buenos Aires (1863-1871) y la Revista Argentina (1868-1872/1880-1882), y que continuaría luego de la experiencia de La Biblioteca, en publicaciones como otra de las aquí tratadas, la Revista de Derecho, Historia y Letras (que comenzó a publicarse en 1898).16
Los artículos de la revista tratan cuestiones científicas y culturales en el sentido amplio y decimonónico de ambos términos; quedan fuera temas vinculados con los sucesos estrictamente coyunturales del mundo político (disputas entre facciones políticas, debates cotidianos en la Cámara de Diputados o en la Cámara de Senadores) y los de orden económico; tienen un corte erudito, lo cual diferencia a esta revista de otras en las que el tono estaba más ligado a la contribución periodística, sintética y de opinión.
La publicación recibía un subsidio oficial por ser, al menos como sugería su nombre, un órgano de difusión de la Biblioteca Nacional. En la práctica, actuó como un medio de consagración y prestigio intelectual; en ella se publicaron escritos de destacados hombres de cultura de la época como Joaquín V. González, Miguel Cané, Rubén Darío, Juan Agustín García (h.), Lucio Vicente López, Leopoldo Lugones, Bartolomé Mitre, Lucio V. Mansilla, Ernesto Quesada, Luis M. Drago y Antonio Dellepiane, entre tantos otros. La revista fue considerada como una empresa modernizadora por figuras como Miguel Cané o Rubén Darío, quien se refería a ella como «nuestra Revue de Deux Mondes».
La experiencia de esta publicación cesó en 1898. Ese año Groussac fue instado por Luis Beláustegui, Ministro de Justicia, Culto e Instrucción, a dejar de criticar las labores intelectuales de un funcionario público clave para la coyuntura, Norberto Piñeiro, quien estaba comisionado entonces en funciones diplomáticas en las discusiones limítrofes con Chile. El director de la revista entendió este hecho como un acto de «censura ministerial» y decidió interrumpir la publicación, que consideraba «una empresa civilizadora» que bajo ningún punto de vista admitiría censuras.17 El último número de la revista es usualmente citado para dar cuenta de esta trifulca.
Reviso aquí, en cambio, esa última aparición de la revista a la luz de los sucesos de la guerra de 1898. Como anticipé, Groussac fue una de las voces destacadas en ese contexto. Adquirió este estatus por su participación en un evento ocurrido en Buenos Aires y que tuvo amplia repercusión en América Latina. En el marco del clima bélico, el 2 de mayo de 1898, se realizó en el Teatro de La Victoria un acto organizado y patrocinado por el Club Español en el que participaron como oradores Roque Sáenz Peña, Paul Groussac y José Tarnassi. Mientras que el último presentó una oda al pueblo español y la guerra en forma de poema, Groussac y Sáenz Peña retomaron en sus discursos distintos ángulos de observación para analizar la contienda entre Estados Unidos y España. Las intervenciones de los tres oradores fueron publicadas en un folleto con un prólogo de Severiano Lorente.18
En este acto, el discurso de Groussac presentó en términos contundentes la guerra de 1898 como conflicto cultural, además de geopolítico. Se trataba, desde su perspectiva, de un enfrentamiento de los valores de la latinidad versus los del yanquismo. El discurso está cargado de imágenes contundentes que ya había esbozado o desarrollado en su libro Del Plata al Niágara (1897).19 El volumen recogía ensayos y reflexiones surgidos al calor de un viaje que concretó en 1893 por Chile, Perú, México, algunos puntos de América Central y Estados Unidos, en su travesía para llegar a representar como comisionado a Argentina en el World’s Congress de Chicago de 1893.
La publicación de Del Plata al Niágara suscitó interés en la comunidad intelectual iberoamericana. Tres reseñas de plumas destacadas de la época así lo constatan. La primera fue publicada en las páginas de La España Moderna (Madrid) y firmada por Eduardo Gómez de Baquero, crítico literario español de amplio prestigio. En la misma se subraya que el libro de Groussac venía a suplir una ausencia de conocimiento:
a pesar de ‘los estrechos lazos’ que unen a España con las Repúblicas hispanoamericanas, lazos de los que se habla mucho de algún tiempo a esta parte y que en realidad existen o deben existir, atendidas la filiación y lengua de aquellas naciones, la verdad es que la mayoría de los españoles sabemos muy poco de ellas (…) Son, pues, de utilidad para el público español los libros capaces de llenar esta laguna. Entre ellos merece un puesto señalado el que con el título Del Plata al Niágara ha publicado recientemente Mr. Paul Groussac.20
Otra recensión que ponderaba el libro de Groussac se publicó Revue Hispanique (París). La misma reviste interés por varios aspectos: en primer lugar, la redactó el director de la revista, Raymond Foulché-Delbosc, un reconocido filólogo hispanista. En segundo lugar, se encargaba de señalar que el libro era superador en relación a otros relatos de viaje de europeos en América; justamente porque se trataba de un libro escrito por un francés afincado hacía tiempo en un país americano, este hecho le otorgaba otro tipo de espesor y óptica a sus reflexiones a la hora de contar las realidades americanas.21
La tercera reseña que me interesa destacar se publicó en la Revista Brazileira (Río de Janeiro), y está firmada por Manuel de Oliveira Lima, figura central de la vida intelectual y diplomática de entonces; el autor señalaba algunos contrapuntos con las consideraciones sociológicas que Groussac esbozaba en el libro, pero encontraba en sus miradas sobre el continente interesantes consideraciones para comparar países como Chile, Perú y México. Por su parte, destaca que la voz del autor se diferenciaba de las de sus contemporáneos porque no estaba atravesada por las pasiones del patriotismo. En este sentido, reivindicaba a Groussac por estar alejado tanto del patriotismo francés como del argentino.22
Las sugerencias de estas reseñas permiten notar que la voz de Groussac, gracias a la publicación de Del Plata al Niágara, generó interés en una comunidad letrada atraída por asuntos hispano o iberoamericanos. La publicación lo había posicionado como un conocedor del despliegue político y cultural del continente. En la misma, sus reflexiones sobre Estados Unidos proyectaron una imagen peyorativa del país del Norte, descrito de manera recurrente como una nación que carecía de historia y tradiciones, que suplía su falta de espesor cultural con el gigantismo de sus edificios, y cuya carencia de ideales le vedaban la posibilidad de ser una nación que articulara las relaciones del continente americano. Pero si bien estas ideas estaban esbozadas en el libro, fue en el discurso que pronunció en el Teatro de la Victoria donde la intensidad dada por la oralidad en el contexto del conflicto generó imágenes contundentes y acentos efectistas. El evento asumió una espectacularidad cubierta en varias crónicas de periódicos. Por ejemplo, en la sección «Noticias Argentinas», de El Courrier Franco Oriental (Montevideo) se subrayaba:
Anoche efectúese en el Teatro de la Victoria la conferencia política que los doctores Roque Saénz Peña y José Tarnassi dedicaron a la colectividad española. La concurrencia fue enorme. El teatro estaba profusamente adornado con flores y banderas. Roque Sáenz Peña protestó enérgicamente contra la intervención de los Estados Unidos en los asuntos de las colonias de España. Paul Groussac hizo un magnífico panegírico de España y recordó las efemérides que tiene en su historia evocadora.23
Mientras describía en su elocución una España hidalga, valiente y conquistadora, Groussac desprestigiaba la grandeza material y superficial de los norteamericanos, criticaba demoledoramente su concepción del gobierno libre -considerándola una distorsión caricaturizada de los principios políticos ingleses- y comparaba todo lo que sucedía en el país del norte con un organismo amorfo y bestial. Estas imágenes, que en Del Plata al Niágara fueron sintetizadas varias veces con la expression «mammoth», se condensaron en la imagen del Calibán: «desde la guerra de Secesión y la brutal invasión del Oeste, se ha desprendido libremente el espíritu yankee del cuerpo informe y ‘calibanesco’; y el viejo mundo ha contemplado con inquietud y terror a la novísima civilización que pretende suplantar a la nuestra, declarada caduca».24
El uso de la figura del Calibán para definir a Estados Unidos, inspirada en el famoso personaje de La tempestad de Shakespeare,25 fue amplificado días después del evento del Teatro de la Victoria en un artículo firmado por quién ya la había utilizado con distintas modulaciones en los últimos años: Rubén Darío.26 Nacía de este modo el texto conocido como «El triunfo de Calibán». Se encuentran en sus líneas elocuentes trazos para describir a los Estados Unidos y sus habitants «los aborrecedores de la sangre latina», «los Bárbaros». Entre otras consideraciones, se destacan las siguientes:
Y los he visto a esos yankees, en sus abrumadoras ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de una montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales, habitadores de casas de mastodontes. Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándose y rozándose animalmente, a la caza del dollar. El ideal de esos calibanes está circunscripto a la bolsa y a la fábrica.27
El texto de Darío, publicado el 30 de mayo en el periódico El Tiempo de Buenos Aires, fue profusamente republicado ese año. Algunas de las reproducciones se encuentran en La Época de Madrid (20 de agosto), La Vanguardia de Barcelona (22 de agosto), El Cojo Ilustrado de Caracas -con el título «Rubén Darío combatiente»- (1 de octubre), Don Quijote de Madrid -bajo el título ¡«Los yanquis»!- (25 de noviembre).28 El efecto multiplicador y las controversias que generó el texto de Darío,29 se vieron reforzados por la reproducción de la conferencia de Groussac en periódicos y revistas. Además de transcribirse total o parcialmente en periódicos argentinos, tuvo inmediata recepción en el marco rioplatense. Se publicó en La Razón de Montevideo (5 y 6 de mayo) y se comentó en el ya mencionado Courrier Franco Oriental. Se publicó el mismo año en folleto y, años después, el mismo Groussac lo sumó a la edición de 1904 de su libro El viaje intelectual.30 En lo que se refiere a las reproducciones en revistas, además de dos de las aquí analizadas, fue publicado un extracto de la conferencia bajo el título «Llegada de Colón a Barcelona», en Almanaque Sud-Americano.31
De este modo, la publicación de Del Plata al Niágara y las declaraciones de Groussac en el Teatro de la Victoria, amplificadas por la crónica de Darío, tuvieron un impacto de dimensiones americanas y europeas. Como sugirió hace ya varias décadas Real de Azúa, Groussac fue una de las voces predominantes a la hora de condenser «núcleos temáticos» en los que Estados Unidos devino recurrentemente «el polo dialéctico de la negatividad» -piénsese, por ejemplo, en los ecos del par yanquismo-latinidad que replican en otros opuestos: bárbaros-civilizados, materialismo-espiritualismo, advenedizos de la historia-portadores de la tradición, cultura-naturaleza-. A la vez que su voz adquirió una proyección rioplatense,32 marcó un momento de cristalización de ideas e imágenes para pensar las disputas identitarias entre América Latina y Estados Unidos que se proyectó entre los contemporáneos,33 y tuvo ecos en las generaciones posteriores.34
Es decir, en el mismo año en el que Groussac estaba protagonizando problemas en la dirección de La Biblioteca por ser considerado un adversario intelectual severo de un representante diplomático en el marco de las discusiones con Chile por las cuestiones limítrofes, devino una voz que articulaba un discurso de proyección transnacional y de llamamiento de unidad hispanoamericana para hacer frente al avance de Estados Unidos. En esta coyuntura, el gesto último de Groussac en las páginas de la revista que había fundado y manejado de manera personal y donde había publicado numerosos trabajos de su autoría, fue intervenir replicando su propia voz. En el último tomo de su empresa editorial, se encuentra una sección entera dedicada a reproducir las conferencias pronunciadas por Roque Sáenz Peña y por él mismo el 2 de mayo en el Teatro de la Victoria -no se reproduce, en cambio, el poema de José Tarnassi.35 Mientras que sus opiniones parecían articular intenciones identitarias de proyección hispanoamericana, en su revista, estas conferencias se reprodujeron bajo un sobrio título: «Por España». Apenas termina la reproducción de los discursos, se encuentra el artículo de cierre de la revista. Desaparecía La Biblioteca, una empresa que había convertido a su director en un árbitro de la vida intelectual argentina; surgía la voz de Groussac como figura clave en la organización de entramados de un ideario antiimperialista latinoamericano e hispanoamericanista.36
La Ilustración Sud-Americana: opinión americana, relatos premonitorios y conferencias
La Ilustración Sud-Americana. Publicación quincenal de las Repúblicas Sud-Americanas se publicó por primera vez en diciembre de 1892 (el primer número indica que la ciudad de edición es Buenos Aires, años después se anunciaba una edición paralela en Montevideo) y estaba dirigida y fundada por Rafael Contell y Francisco María Conte; además, se mencionaba como director literario a Antonio Atienza y Medrano (a lo largo de los años hubo cambios en la dirección y en la redacción).37 Desde su primer número dejaba planteada una agenda que intentaba mantenerse al margen de los problemas de coyuntura. Como meta, señalaban sus editores: «registrará, pues, cuidadosamente esta publicación todos los acontecimientos concernientes a la vida política de los pueblos sudamericanos; pero no traspasará jamás los límites de la crónica, ni invadirá terrenos que atiende están vedados por su misma naturaleza».38
Luego de realizar una evaluación sobre la prensa diaria y las revistas abocadas a la ciencia y a la cultura, los redactores dejaban claro su programa: «tomando por punto de partida esos meritorios ensayos y por modelo los periódicos ilustrados más notables en la prensa europea y norteamericana, esta publicación se esforzará en corresponder a su título, no solo bajo su aspecto científico y literario, sino también bajo el artístico».39
A tono con lo que sus promotores señalaban, varios estudios han planteado que la revista compartía rasgos con otras publicaciones ilustradas contemporáneas americanas y europeas. En las páginas de la misma convivían notas de opinión sin firma, una notable cantidad de fotografías y láminas, noticias sobre los países de la América hispana y algunos textos firmados que, por lo general, eran reproducciones parciales o totales de textos generados en otros formatos, o para otras publicaciones. Así, aunque se pueden rastrear firmas como las de Calixto Oyuela, Rafael Obligado, Lucio V. Mansilla o Estanislao Zeballos, los textos de autoría de estas y otras figuras intelectuales estaban, en general, pensados para destinos diferentes a los de sus páginas. Es notable, además, el esfuerzo por replicar textos de voces de la vida latinoamericana, como Ricardo Palma, Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo y otros.
Desde mi perspectiva, la revista es una fuente privilegiada para el estudio de la vida diplomática y cultural en las Américas, dado que en sus páginas se ve la intención de pensar más allá de las fronteras nacionales -ya desde su título- y es visible un esfuerzo por dar cuenta de conexiones y relaciones americanas e hispanoamericanas. Por su parte, se ve una clara intención de cubrir los movimientos de figuras de la vida diplomática entre países -por medio de semblanzas de diplomáticos y otros comisionados a labores en países diferentes al de origen- y es evidente la determinación de dar cuenta de eventos de convivencia entre naciones, como congresos americanos y panamericanos, exposiciones de proyección continental, y otros momentos de encuentro entre naciones. Por estos motivos, la revista tenía una tendencia a mostrar lazos y afinidades de dimensión regional de manera sistemática.
Con estas intenciones de subrayar la confraternidad, la guerra de 1898 se presentó como un desafío. En sus páginas, el 1 de mayo, los redactores expresaban su plena conciencia acerca de la guerra como asunto de centralidad avasalladora. Se lee en las columnas de apertura, tituladas «Cosas y quiscosas»:
Es el asunto del día, el de la quincena; y lo será tal vez por algunos meses, en todos nuestros círculos sociales. A la cuestión de límites con Chile; a los cabildeos de la política y las murmuraciones sobre la marcha financiera de los gobiernos que administran nuestros intereses; a los arreglos chileno-peruanos que el telégrafo nos transmite (…) a los acuerdos y desacuerdos de las cosas uruguayas, y a las dificultades, revoluciones, y demás percances de los demás países sudamericanos; a todo cuanto constituía base o fundamento de parleras disquisiciones, ha venido a sustituir el tema de la guerra hispano-americana.40
Según señalaba la publicación, «gente pensadora en los países americanos» parecía estar, indefectiblemente, a favor de España. Los redactores señalaban -con un dejo de ironía- que la «cuestión de Cuba» había quedado atrás; había llegado el momento de los «¡Viva España!». La pregunta quedaba claramente planteada: ¿cómo participar en ese clima de opinión desde las páginas de una revista ilustrada?
Las respuestas a este interrogante fueron varias. Pueden rastrearse en las páginas de la revista cuatro recursos diferentes entre sí para participar del fervor bélico. El primero se basa en la consideración de que ciertas voces de autoridad podían dar cuenta de lo que estaba sucediendo y dar indicios para comprender el conflicto. En este sentido, se destacan dos artículos. Por un lado, uno firmado por Luis V. Varela, descrito como «Magistrado Argentino». Varela, nacido en Montevideo y reconocido con el cargo de Juez en la Corte Suprema de Justicia de Argentina, firmaba un texto titulado «La Guerra inicua. Mackinley (sic) ante el derecho. La constitución y las leyes violadas».41 El texto, quizás publicado unos días antes en otro soporte -está fechado el 24 de abril de 1898- revisa algunos aspectos de la constitución de Estados Unidos y de la toma de decisiones de William McKinley. Luego de algunos argumentos basados en consideraciones de derecho internacional y jurisprudencia, el texto asume un tono de marcada defensa a España, que concluye con una sentencia: «la causa de España es hoy la causa de la humanidad».
Además de darle lugar a la firma de un magistrado, el otro texto que interpela a quien se considera una voz de autoridad se reproduce con el título «La guerra hispano-yankee. Opinión de autoridad». Con este título se introducen unas notas del «teniente coronel de ingenieros de España y especialista en asuntos militares, señor Jenaro Alas». La estrategia de intervención se describía con las siguientes palabras: «tomamos los siguientes párrafos, que creemos serán de interés para lo que sigue en desarrollo de los acontecimientos de la guerra hispano-yankee». El comentario parte de la idea de que «los Estados Unidos carecen de tradiciones militares»; posteriormente señala errores del país del Norte a la hora de diseñar las estrategias de guerra, pero también las limitaciones en España. La conclusión es que la guerra es un conflicto entre buques.42 En el contexto del conflicto, Jenaro Alas realizó varias presentaciones en el Consejo de Ministros de España que eran seguidas por la prensa española y americana con atención; ocupaba, además el rol de diputado por Sanctis Spiritus, Santa Clara, Cuba.43 Es decir, en este caso, la voz de autoridad estaba legitimada en un doble rol: militar y conocedor de la situación cubana.
Una segunda forma de dar cuenta del clima bélico que se puede rastrear en las páginas de la revista es el de publicar fragmentos de libros sobre asuntos de guerra de décadas anteriores, o relatos de viajes a Estados Unidos y a España publicados en los años previos al conflicto bélico. Se encuentran en distintos números de 1898, por ejemplo, fragmentos breves del viaje a España de Rafael Sánchez Lizardi,44 los comentarios de Carlos Lix Klett acerca de su gira por Estados Unidos -visitas a universidades, fábricas y establecimientos agrícolas45-, y fragmentos del viaje del español Rafael Puig y Valls por Estados Unidos.46 La reproducción de estos textos apunta a mostrar impresiones de corte sociológico sobre las dos naciones en conflicto. De alguna manera, se sugiere que la disputa entre estas dos naciones estaba inscripta en sus propias dinámicas internas. Se publicaron fragmentos que, además, subrayan la diversidad de características de España y Estados Unidos, que pueden sintetizarse en la oposición entre tradición -España como síntesis del Viejo Continente- y modernidad -Estados Unidos como nación pujante del continente americano-.
Junto con los relatos de travesías, se publicaban otros textos producidos con anterioridad, pero que, en consideración de los redactores de La Ilustración Sud-Americana, revestían una «indiscutida actualidad» para pensar en las dinámicas de la guerra y la paz. Es el caso de unas páginas de autoría de Juan Bautista Alberdi descritas como «nacidas al calor de la contienda franco-prusiana» que bajo el título «La Guerra Moderna» se publican in extenso.47
El tercer recurso que se puede rastrear en la revista coincide con una práctica que devino bastante usual en estos años: la impresión de conferencias signadas por la coyuntura que se pronunciaban en ámbitos de sociabilidad reconocidos, como academias, círculos literarios y ateneos. En general, se trataba de reproducciones de alocuciones ocurridas en ámbitos asociados a las publicaciones que los difundían en letra impresa.48
La Ilustración Sud-Americana no era el órgano de un ámbito de sociabilidad concreto y, pese a que varios de sus redactores y fundadores eran de origen ibérico, no se presentaba como publicación de la comunidad étnica española. Así, en el contexto de 1898, optó por reproducir varias de estas intervenciones de intelectuales pronunciadas en distintos cenáculos. Por un lado, bajo el título «El 2 de mayo en el “Victoria” » se replicaron de manera total los ya referidos discursos de Sáenz Peña, Groussac y Tarnassi sin ningún tipo de acápite, aclaración o comentario. Estas voces parecían haber asumido un efecto casi oracular en el despliegue de la guerra. La apuesta de los redactores puede notarse en una reorganización del orden en el que publicaron las intervenciones, que alteran las que señalan las crónicas de los periódicos y el programa de la función -Saénz Peña, Groussac y Tarnassi-; en este caso, se publicó en primer lugar el discurso de Groussac, en segundo lugar el poema de Tarnassi y, por último, la conferencia de Roque Sáenz Peña.49
Apenas dos números después, bajo el título «En el Ateneo» se encuentra un comentario introductorio de Calixto Oyuela, ferviente defensor de España, para presentar otra de las conferencias que tuvo marcada repercusión en los meses de la guerra. La misma llevó el título «La Doctrina Monroe y la América Latina» y fue pronunciada por Alberto del Solar el 20 de junio de 1898 en el Ateneo.50 La conferencia de del Solar, figura de la vida letrada chilena, se refería a la violación ejercida por el «coloso norteamericano», y a los derechos de la «desgraciada España» sobre sus últimas posesiones.51 A su vez, argumentaba que «nuestra madre común» no pretendía violentar las intenciones de Cuba de ser independiente. Despuntaba en esta apreciación un argumento interesante; el conferencista destacaba: «se puede ser buen hijo de la América emancipada (…) y admirar, al mismo tiempo, el brío, la hidalguía, el heroísmo hispanos».52 La conferencia había, de alguna manera, devuelto un lugar a Cuba en el escenario de la guerra. Una Cuba que no aparecía casi referida como «hermana» en otros discursos pronunciados por voces intelectuales de América Latina.53 Estas declaraciones destrababan, de este modo, la tensión España/Estados Unidos y sumaban nuevas preguntas sobre la independencia cubana. Los ecos de la conferencia y el entusiasmo que le había generado a Oyuela se expresó en la fórmula: «falta ahora que sea impresa en folleto». De hecho, fue publicada en este formato y devino una referencia usual en textos que han estudiado en el largo plazo el rol de la Doctrina Monroe en las decisiones de política exterior norteamericana.54
La cuarta forma que la revista dinamizó fue explicitada a comienzos de mayo con estas palabras: «en nuestras columnas anotamos algunos de los brillantes artículos de escritores de ambas orillas del Plata y hemos de continuar agrupando los que en lo sucesivo se escriban, como antecedentes históricos de la cruenta guerra que se inicia en los postreros años del siglo».55 La propuesta de tomar escritos de otros diarios y organizar las voces de lo que solían denominar «opinión sud-americana» puede verse puesta en acción en varias páginas de la revista en las que se reprodujeron textos publicados por medios de prensa de distintas latitudes. Destaca en este sentido la apuesta desplegada en el número 129. Bajo el título general «La actualidad. Por España (La opinión Sud-Americana)», se encuentran reproducciones de fragmentos de textos misceláneos como los siguientes: «La cuestión palpitante», con firma de Julio Herrera Obes (con la aclaración «Ex Presidente de la República Oriental del Uruguay», una vez más se utilizaba aquí el recurso de la voz autorizada), «Oda a España», un poema de Calixto Oyuela (debajo de su nombre se lee «Argentino»), que circuló ampliamente en el contexto de la guerra; y varios textos de periódicos: un fragmento firmado por Sr. Ariel J. Pérez que aclara entre paréntesis «De La Razón de Montevideo»; otro con el título «España», con la indicación «De Tribuna de Buenos Aires»; párrafos titulados «Brigantaggio», provenientes de «La Patria degli Italiani, Buenos Aires»; «La guerra hispanoamericana», con la referencia «De El Tiempo de Buenos Aires»; «La Madre Patria», referido como un fragmento proveniente de «De El Bien de Montevideo»; «Por España» proveniente «De El Porvenir de Santiago de Chile»; «España y Estados Unidos» procedente de «De El Heraldo de Valparaíso». Esta composición miscelánica no está acompañada de ninguna aclaración, introducción o jerarquía clara. No se aclara la fecha de publicación de los fragmentos y no siempre cuentan con firma. Sin embargo, hay un énfasis en destacar los nombres de los periódicos y las ciudades de origen de los mismos. La apuesta parecía intentar ofrecer una especie de coro americano que podía revelar, al menos, dos cuestiones: por un lado, la importancia que se le daba desde la revista a los diarios a la hora de cubrir las noticias de actualidad de la guerra; por otro, la centralidad de esta puesta en escena por una revista ilustrada de presentar fragmentos inconexos entre sí a priori, pero considerarlos representativos de la «opinión sud-americana». Esta puede ser la explicación del énfasis a la hora de mostrar diversas voces de Buenos Aires -diarios étnicos y periódicos de tirada nacional-, Santiago de Chile, Valparaíso y Montevideo.
En suma, La Ilustración Sud-Americana optó por diferentes modalidades de expresión en el contexto de la guerra. En sus páginas convivieron conferencias de coyuntura, relatos de viaje publicados en el último cuarto del siglo XIX, artículos de voces de autoridad, textos generales sobre la guerra escritos por intelectuales destacados de América Latina, y fragmentos de notas periodísticas. Todo ello esbozaba una composición que, lejos de mostrar unidad, daba cuenta de la amplitud de voces que podían sumar información e ideas para pensar la guerra y las identidades en disputa en su contexto.
Revista de Derecho, Historia y Letras: imperialismo, expansionismo y Derecho Internacional
Entre 1898 apareció el primer número de la Revista de Derecho Historia y Letras, fundada y dirigida por Estanislao Zeballos y pensada como una publicación de aparición mensual.56 En su prospecto se indicaba:
la acción de la Revista será materia de derecho, crítica y científica (…) Los estudios históricos están incorporados a las grandes escuelas jurídicas, su enseñanza es virtud fundadora (…) La crónica tiene para sus páginas un interés secundario, pero felizmente empieza la literatura histórica en la República y en América el período de la crítica y la filosofía (…) No será extraño a este plan el estímulo de la cultura literaria.57
Si estas eran sus intenciones iniciales, para comienzos del siglo XX, la revista estaba posicionada como un órgano para intervenir sobre temas ligados al Derecho Internacional y los vínculos entre naciones.58 Temas de geopolítica, relaciones, tratados y convenciones internacionales, fueron incorporados con ampliado interés en la revista en forma de artículo erudito. El despliegue de la guerra, la firma del Tratado de París y sus efectos en territorios americanos, coincidieron con los años iniciales de la revista. Para entonces, los intereses de Estanislao Zeballos en política internacional y su trayectoria diplomática eran conocidos en el continente americano y en el europeo.59 La posibilidad de comandar la revista se convirtió, entonces, en un ejercicio de curaduría abierto a posibilidades para su director, que contaba con la posibilidad de detectar y seleccionar contenidos para presentarlos en las páginas de la publicación. Encuentro que en las páginas de la Revista de Derecho, Historia y Letras se desplegaron cuatro modalidades de intervención respecto de la guerra.
La primera opción se encuentra en el tomo inaugural de la revista y hace uso, en sintonía con lo reseñado para La Ilustración Sud-Americana, de la voz de autoridad militar. Se encuentra allí un artículo titulado «Las matemáticas del desastre», de Enrique Howard (presentado como «el comodoro Howard») con un tono que combina consideraciones técnicas y un llamamiento a aunar las fuerzas hispanoamericanas. En este caso, no se trata de la reproducción de un texto originalmente publicado en otro lugar. Zeballos señala que solicitó a un mando militar un comentario sobre los episodios bélicos. El texto propone un análisis de las potencialidades y límites de la marina española y ofrece sentencias a tono con las discusiones de derecho internacional contemporáneas. Se señala, por ejemplo:
la guerra, cuya probabilidad no era un misterio para nadie, dado el alcance doctrinario y práctico de Monroe sobre proteccionismo americano, se inicia entre España y Estados Unidos, y al más negado en la materia no se le hubiera escapado que el éxito estaba librado al poder naval de una y otra potencia (…) Huérfana y aislada la armada española, sin el robusto sostén de una cabeza dirigente que le inculcara administración y disciplina, pierde al instante su vigor e iniciativa, se sostiene con languidez, gira acobardada e ineficaz dentro del elemento limitado de su acción, lo recorre con embarazosa lentitud, restringe y contrae las operaciones que le hubieran dado prestigio y vida, y viene, al fin, a morir de inacción y parálisis. Tenía que suceder: estaba escrito.60
Al darle voz a una figura que ocupó a lo largo de su trayectoria cargos de Comodoro, Vicealmirante y Capitán de fragata, parece que la apuesta de Zeballos era mostrar un análisis especializado de la contienda en términos de estrategia militar.61
La segunda modalidad que se puso en acción en las páginas de la Revista de Derecho, Historia y Letras fue la traducción de artículos de periódicos y revistas que, generados en otras geografías, fueron considerados de interés para comprender el fenómeno de la guerra. Mientras que, en algunos casos se trata de traducciones de textos asociados directamente con la guerra, en otros, Zeballos seleccionó intervenciones que revestían, desde su perspectiva, interés. Este es el caso de los fragmentos comentados de una entrevista a Cecil Rhodes. En nota al pie, el director aclara que, enterado por el telégrafo de esta entrevista, decidía dar a conocer a los lectores estas opiniones. En el texto, Rhodes realizaba consideraciones sobre cómo Estados Unidos contaba con todo lo necesario para avanzar sobre Sud América, comparando esta situación con la de Inglaterra respecto de Sudáfrica; de hecho, hacía prácticamente un llamamiento a que Estados Unidos avanzara determinadamente sobre el control del resto del continente. Seleccionar y exponer las opiniones de Rhodes, descripto como «el renombrado e infatigable promotor y agitador de las posesiones inglesas al sur de África», una controvertida figura en el contexto de imperialismo, no parecía una elección inocente.62 El buen tino de Zeballos al reseñar la entrevista y usar algunas citas textuales de la misma, y otras traducidas, puede verse constatado por las repercusiones que esa entrevista y otras con contenido similar tuvieron durante esos años en la prensa internacional.63 El texto fue publicado con el título «Los americanos en Sur América» y se señalaba que era una traducción del New York Herald, realizada por R. Pérez.64
Si elegir la figura de Cecil Rhodes para opinar sobre cuestiones de imperialismo y geopolítica muestra a un Zeballos atento al clima internacional, no es menos interesante su decisión de dar espacio en las páginas de la revista a la traducción de dos textos de James Bryce que habían sido publicados en The Forum de Nueva York,65 y en Harper’s New Monthly Magazine.66
Bryce era ya una figura reputada en tanto autor de The American Commonwealth (1889)67 y una voz autorizada en tanto conocedor de Estados Unidos, de su constitución y de las dinámicas de política interna y exterior. Por su parte, era un detractor de la política expansionista británica que condujo a la guerra anglo-boer. Sus dos textos fueron traducidos bajo el mismo título «Nueva política exterior norteamericana»,68 y se señala en la nota al pie del primero que las traducciones fueron realizadas por Domingo de Vivero.69 Puede atribuirse a Zeballos -y a sus conexiones70- la lucidez para dar con estos textos de Rhodes o Bryce, y mostrar en las páginas de la revista dos polos de un debate tácito entre defensores y detractores del imperialismo.
Otra modalidad que se ve en la revista se advierte en dos textos de opinión con firma. Consisten en reflexiones sobre Estados Unidos, España y América Latina que, si bien no hacen referencia explícita a la guerra, comparten el clima de evaluación acerca de las tensiones entre nuevo y viejo continente, sintetizadas en expresiones que oponen valores sajones y valores latinos. El primero se titula «Situación y futuro de la América española». Se trata de unas observaciones que «en forma de carta», según aclara la nota al pie, le hacía llegar Paulino Alfonso desde Santiago de Chile (con fecha 21 de junio de 1898) a Estanislao Zeballos. Alfonso aprovechaba esta epístola a Zeballos para hacer un balance sobre lo que acaecía en la América de habla hispana, y comparaba su situación con Estados Unidos. Sus declaraciones, en tanto figura de la vida cultural chilena, ponían los acentos en una lectura pesimista sobre América Latina: «el espectáculo que se ofrece al espíritu medianamente observador y estudioso, al echar una mirada sobre el conjunto de la América española, no es por cierto halagüeño. Juzgo exactísima la idea de que la civilización hispano-americana está retardada».71 A esta realidad, contraponía lo «realizado en la gran república norteamericana. Es que allí, fuera de las condiciones naturales y especialmente propicias de la situación geográfica, de los mares y los climas, de las tierras y los ríos, hubo alguna educación y hubo alguna libertad». La epístola presenta las tensiones entre una tierra de libertades y un sistema político en funciones, y una región de caudillos y políticas facciosas demasiado atenta al ingrediente popular. Alfonso era un conocedor de las dinámicas norteamericanas, tempranamente había recorrido el país del Norte oficiando de secretario de su padre en la I Conferencia Panamericana en Washington; a su vez, las cuestiones de arbitraje internacional estaban entre sus temas de interés como jurista.72 El tono de Alfonso refleja un clima de opinión que en los cenáculos intelectuales de Santiago estaba bastante extendido. Sus observaciones positivas sobre Estados Unidos, de hecho, son coincidentes con las que Enrique Rodríguez Mendoza pronunció en 1899 durante una conferencia resonante en el Ateneo de Santiago.73
La segunda contribución que aporta reflexiones generales propone ya desde su título, «Anglosajones y latinos», la contraposición señalada en el párrafo anterior, y está firmada por Felipe Senillosa, en Génova, el 1 de enero de 1900. Terminada ya la guerra y firmados los Tratados de París, el texto hace hincapié en «la decadencia heroica de España» y subraya cómo «los Estados Unidos progresan rápidamente (gozando) de mayor libertad, de más orden, de más vitalidad moral», todas características que «han motivado la idea de la superioridad de la raza».74 Senillosa, un miembro destacado de esta familia, que combinaba sus negocios agrícolas con su interés por el espiritismo, ponderaba, como parte de sus hermanos y primos, las virtudes comerciales y emprendedoras de los norteamericanos y veía en el país del Norte un modelo,75 a tono con las consideraciones apenas reseñadas de Paulino Alfonso.
Zeballos, al mando indiscutido de la revista, parece haber captado el rol central de la prensa en el contexto de la guerra, como se puede constatar en las traducciones seleccionadas de entrevistas y artículos de opinión. En un sentido complementario, en la revista se encuentra un artículo que hace específicamente foco en este fenómeno. Se trata de una contribución firmada por Julio Carrié, que devino una especie de corresponsal sui generis del estado de situación en Estados Unidos. Bajo el título «La cuestión Filipinas y la opinión americana»,76 Carrié se ocupó de mostrar una discusión que se estaba dando a ritmo cotidiano en la prensa y entre los hombres de la política sobre el expansionismo norteamericano y la anexión de Filipinas. El artículo reviste interés porque el autor se ocupa de comentar cómo en dos medios de prensa se estaba desplegando el mencionado debate. Es decir, Carrié oficiaba como un lector de la prensa norteamericana que comentaba, a su vez, a lectores argentinos qué estaba sucediendo en los periódicos en el contexto del fervor bélico. Centraba su atención en el New York Times y el New York World. Subrayaba que en el debate se utilizaba el concepto de «imperialismo» y el vocablo «expansión» para describir fenómenos que se ponderaban con distintos acentos. La sorpresa del corresponsal a la hora de cubrir la discusión candente en la prensa le da una tonalidad fresca, casi coyuntural, que es notablemente diferente a la que en general se encuentra en las páginas de la revista. Apenas un años después, el autor de esta nota tradujo al español Gobierno y administración de los Estados Unidos, de Benjamin Harrison.77 Sumaba así su pluma a la lista corta de los conocedores argentinos de la política y el pensamiento norteamericano.
Consideraciones finales
Los redactores de una de las revistas aquí analizadas, La Ilustración Sud-Americana, señalaban durante la guerra:
En tales circunstancias, extraordinarias y solemnes, los que escribimos para el público y creemos que la prensa periódica tiene una misión más alta que la de ser simple receptáculo de noticias y telegramas, muchas veces falsos y absurdos, faltaríamos a nuestro deber, si por debilidad, conveniencia o hipocresía esquivásemos el dar nuestra opinión franca y categórica sobre las causas del conflicto, y la parte a quien incumbe su responsabilidad tremenda.78
Esta reflexión es un indicio para analizar cómo los conductores de las publicaciones periódicas estaban discutiendo al calor de la coyuntura qué se debía hacer durante la guerra en diarios y revistas. La centralidad de los periódicos en la circulación de información pasó a ser, en sí misma, un motivo de discusión en este contexto. Las revistas, por su parte, tal como aquí se argumentó, desplegaron distintas modalidades para dar cuenta de la «cuestión palpitante» y ofrecer reflexiones que trascendieran el ritmo de los acontecimientos.
Las posibilidades de las que dispusieron fueron varias y las opciones por unas u otras tenían que ver, seguramente, con sus propios formatos. Una revista como La Ilustración Sud-Americana debía exponer cada quince días la información que consideraba pertinente para dar cuenta de la guerra. La multiplicación de recursos que se utilizaron y superpusieron demuestra que en la experiencia se podían combinar algunas estrategias de la prensa periódica con otras de las revistas culturales. La variedad de opciones así lo demuestra: diarios de viajes de años previos, relatos de cronistas azarosos, poemas y odas a España, voces legitimadas por ser de padres fundadores -Alberdi- y voces expertas militares -como la de Jenaro Alas-, y conferencias realizadas en teatros y ateneos, desfilaron en sus páginas junto a collages de fragmentos de periódicos sudamericanos. Quedaba clara la apuesta, como se señalaba en la columna citada del 1 de mayo: todos los interesados en el debate público pasarían a ocuparse de la guerra.
La revista La Biblioteca, por su parte, incluso en su número final, dio cuenta, de la mano de Groussac, de que la guerra no era un asunto para obviar. Si hasta el momento el interés principal sobre asuntos internacionales que había tenido espacio en la revista era la cuestión de los límites con Chile, el conflicto de 1898 demostraba que era hora de pensar más allá de la región sudamericana para dar cuenta de un escenario geopolítico amplio y cargado de tensiones. La voz de Groussac, amplificada por la crónica de Darío, había dado la pauta para pensar esas tensiones en términos de conflicto cultural y apostado por dejar claro que ya no había espacios para criticar a España. Había llegado la hora de filiarse con la dadora de la latinidad para América y enfrentarse a Estados Unidos y su avance territorial, pero también cultural. El gesto de Groussac de publicar su propio discurso en el Teatro de la Victoria da cuenta de su perspicacia para notar que su voz había devenido una autoridad para pensar el conflicto en clave culturalista. El impacto de Del Plata al Niágara le había dado la pauta de que era una voz legitimada para pensar en las tensiones del continente y acusar el avance de Calibán. Se definía así un conjunto de sentidos comunes sobre yanquismo y latinidad en el ambiente intelectual porteño, que sería un foco de irradiación de estas ideas al resto de la comunidad letrada hispanoamericana.
Mientras que en el emblemático año 1898 La Biblioteca llegaba a su fin por un conflicto entre su director y autoridades ministeriales argentinas, la Revista de Derecho Historia y Letras, se presentaba en sociedad como una empresa renovadora de la vida intelectual americana. Con Zeballos comandando esta empresa editorial, las intenciones de dar cuenta de las dinámicas internacionales quedaban explicitadas desde la fundación de la misma; no dudaba en desplegar sus saberes y contactos con figuras de la cultura y la diplomacia. Este hecho otorgó acentos particulares a las modalidades adoptadas en la Revista de Derecho, Historia y Letras en los años comprendidos entre 1898 y 1900. La sucesión de traducciones realizadas particularmente para la revista -y firmadas-, la exposición de conocimientos sobre Derecho Internacional, la interpelación a autoridades militares, la selección de nombres resonantes europeos -como Rhodes y Bryce-, y latinoamericanos -como Paulino Alfonso, Felipe Senillosa y Julio Carrié-, las referencias explícitas a diarios y revistas norteamericanos y europeos, devinieron recursos para intervenir en los debates y polémicas sobre la guerra, pero sin utilizar textos que versaran explícitamente sobre las dinámicas del conflicto.
En suma, en estas revistas, diferentes en sus intenciones y formatos, es posible advertir las diversas modulaciones que, desde un sector de la vida cultural argentina, se ensayaron para tratar de cubrir una serie de acontecimientos internacionales del periodo estudiado. Las estrategias utilizadas para pensar «lo internacional» buscaron suplir la falta de información y de plumas especializadas y expertas mediante diferentes tipos de escritos e intervenciones. Esto demuestra, por un lado, un alto grado de creatividad intelectual; por otro, revela las limitaciones con que contaban este tipo de revistas para ofrecer intervenciones propias sobre contextos como el bélico. Y muestra, a su vez, la eficacia de los recursos de reproducción, reiteración, selección de fragmentos, y otro tipo de operaciones de apropiación de contenidos generados en otras latitudes y para otros soportes.79 En este clima, las traducciones realizadas para la Revista de Derecho, Historia y Letras con reconocimiento de los nombres de los traductores marcaron, claramente, una diferencia de paradigma que debe ser explorado de manera más sistemática.
Propongo, por último, dos consideraciones para pensar desde las revistas, pero más allá de ellas. La primera tiene que ver con la tendencia sistemática de dejar de lado los conflictos y querellas entre naciones americanas, para pasar a dar espesor a un conflicto de escala mayor. Los redactores de La Ilustración Sud-Americana así lo notaron en una de las columnas aquí citadas. En trabajos anteriores postulé que en torno a 1898 los repertorios de ideas e imágenes que surgieron al calor de la guerra en América Latina pueden organizarse en los siguientes grupos: 1. impresiones sobre la lucha entre yanquismo y latinidad; 2. lecturas favorables sobre España y condenatorias de Estados Unidos basadas en principios del Derecho Internacional; 3. propuestas de nuevos horizontes para América Latina más allá de la tensión Estados Unidos-España como polos de definición identitaria; 4. proyectos renovadores para pensar un futuro compartido de la comunidad hispanoamericana. Estas tendencias asumieron sus propias dinámicas, con intensidades variables, en las revistas analizadas. Ahora bien, me interesa puntualizar que los llamamientos a la confraternidad entre naciones latinas de América parecían dejar de lado de manera rotunda las experiencias de los independentistas de Cuba, y las situaciones específicas de Filipinas, Guam y Puerto Rico en la contienda para pensar estas tensiones geopolíticas. En este sentido, voces como la de Alberto del Solar, conferencista del Ateneo recuperado en las páginas de La Ilustración Sud-Americana, que apuntaba que las naciones hermanas de Cuba debían atender a sus demandas, eran más bien disonantes en el escenario general. Puede que esta falta de presencia en la agenda general y de las revistas tuviera que ver con la predominancia de los repertorios del latinoamericanismo, el antimperialismo latinoamericano y el anti-yankismo como repertorios de fuerte impacto cultural, pero de escasa repercusión en las políticas internacionales.
La última reflexión que propongo se vincula con el tipo de voces intelectuales y las identidades en disputa relevadas en este artículo, al analizar las modalidades de intervención que asumieron las revistas en el contexto de la guerra. En el marco de actos públicos abundaron las liturgias y referencias de carácter nacional. Por ejemplo, en el evento del Teatro de la Victoria se entonó el Himno Nacional Argentino y la Marcha Real Española antes de la conferencia de Sáenz Peña; se escuchó la Marsellesa y un Potpurrí de aires españoles «Maiquez» antes de la conferencia de Groussac; sonó la Marcha Real Italiana y la Jota de «La Dolores» antes de que Tarnassi leyera su oda; y se cerró el acto con la Marcha de Cádiz.80 Los cronistas del evento hacen referencia a la proliferación de banderas dentro del recinto. Sin embargo, los repertorios que se esbozaron al calor del conflicto apuntaban a identidades regionales, atlánticas o bien a las que hoy denominaríamos transnacionales. Por su parte, varias de las figuras claves mencionadas aquí eran difícilmente reconocidas como figuras de una sola nación, ejemplarmente Groussac y Darío, que contaban con un aire de patriotas transnacionales -uso la expresión del título de un libro de Núñez Seixas solamente como imagen-, que los habilitaba a explotar los filones del hispanoamericanismo y el latinoamericanismo más allá de los corsets identitarios nacionales. Estanislao Zeballos, por su parte, era una figura diplomática reconocida más allá de Argentina, y sus obras circulaban y se reconocían como aportes a temas de Derecho Internacional y convenios entre naciones. Los redactores de La Ilustración Sud-Americana, cuyos nombres propios no son tan distinguibles en cuanto a su peso intelectual, apostaban a dejar de lado las querellas entre naciones e intentaban conformar una dimensión sudamericana de la vida cultural. En suma, en el contexto de la guerra de 1898, se puede ver en acción a una cantidad de actores que, lejos de estar condicionados por intereses patrióticos y nacionales, parecían dispuestos a pensar en los problemas de orden geopolítico por los canales de lo que Anne-Marie Thiesse ha denominado «cosmopolitismo intelectual», gesto característico de los letrados que establecían relaciones con sus pares de otras latitudes en el marco de los procesos de consolidación de identidades nacionales.81